14.5.96

El fantasma que recorre México


Empezó matando cabras en el norte. Devora gallinas en el centro. Atacó a una mujer en Sinaloa. Decapitó a una paloma en la capital. Ha extraído la sangre de los borregos en el Bajío. Ha invocado las supersticiones con su cauda de ajos y crucifijos. Ha servido de pretexto para bromas y cartones. Ha sido utilizado como gancho para que los comerciantes hagan su agosto en mayo. Tiene ojos que parecen brasas encendidas o fondos de botella, alas que pliega y esconde en su espalda de diseño especial, orejas enormes, un pico prominente o un belfo sumamente peligroso. Tiene dos o seis patas y parece mitad hombre mitad bestia. ¿Qué o quién puede ser el chupacabras? Más allá de la respuesta de ingenio inmediato ("es Salinas", o bien "es una mascota que se les perdió a los extraterrestres''), esta criatura neomitológica parece la encarnación, en forma de alebrije, de las pesadillas de la realidad nacional contemporánea. El chupacabras bien podría ser el retrato hablado y sintetizado (gracias al morphing) de todos esos sectores oscuros e impenetrables que mataron a Colosio, a Ruiz Massieu y a Polo Uscanga, que hicieron caer el peso para luego especular con él, que descarrilan la paz en Chiapas cada vez que ésta parece dar un paso, que mueven hilos contra el avance democratizador, que atizan la violencia.

Ahí se depositan, en el monstruo maloso y exasperante, los planes frustrados de la siembra -porque el fertilizante está muy caro y no alcanza para la semilla-, el sueño de comprar un departamentito de interés social, las perspectivas de ampliar la tortería, la fantasía de cancelar la deuda con el banco, el delirio de adquirir maquinaria nueva, la utopía del salario remunerador, las ganas de hacer un viaje, el anhelo de encontrar chamba, la desazón al ver los precios de alimentos y medicinas, la frustración de no tener para el calzado de los hijos, la rabia por el pariente secuestrado y asesinado, el espanto de los cadáveres que siguen apareciendo, la impotencia ante la corrupción siempre renovada.

A fin de cuentas, los culpables reales de todo lo anterior no tienen rostro o, al menos, carecen de talón de Aquiles en donde los perdidosos de siempre puedan clavarles siquiera una mordida. En cambio, el engendro escamoso de ojos brillantes, por muy ágil que sea, a la larga terminará cayendo abatido por un balazo o por la acción no menos eficaz de un collar de ajos.