31.3.09

Casa de los sustos

El Dr. Jekyll y Mr. Carstens

El viernes pasado, en el buzón del domicilio del que firma, aparece un envoltijo con las trazas inconfundibles de la Secretaría de Hacienda o, para ser más precisos, del Servicio de Administración Tributaria (SAT): hoja doblada en tres con orillas desprendibles que por una cara es sobre y, por la otra, mensaje. Unas semanas antes, un notificador de esa dependencia había entregado un requerimiento impresionante, lleno de formalismos, citas de la ley fiscal y advertencias ominosas, pero sin más propósito real que el de invitar a la revisión de la veracidad de lo asentado en una declaración parcial de marzo de 2008 que, a la postre, resultó ser correcta. Al rasgar los bordes desprendibles del nuevo documento, se despliega una notificación demoledora: “El Servicio de Administración Tributaria determinó multarlo por haber presentado la obligación de la Declaración Informativa mensual de Operaciones con Terceros correspondiente al mes de julio de 2008, a requerimiento de la autoridad número 1007780000015 que se notificó el 29 de septiembre de 2008”. Luego, un resumen de las “obligaciones omitidas o motivos”, el fundamento legal de la infracción, el de la sanción y el monto de la multa: 8 mil 780 pesos (una bicoca: apenas para cubrir tres días de los gastos alimentarios asignados a Agustín Carstens). A continuación, una parrafada con el resolutivo correspondiente, y en el tercio inferior de la hoja, un “formulario múltiple de pago”, desprendible en dos: un “ejemplar para el contribuyente” y un “ejemplar para el banco”.

Antes de marcar el número del contador, el destinatario revisa el anverso de la carta-sobre y descubre esta leyenda: “Para evitar requerimientos y multas, como la que a manera de muestra contiene el presente documento, le invitamos a que realice la presentación correcta de cada una de las declaraciones y pagos que a esta fecha haya omitido”. En letra más chiquita, un listado de incumplimientos imaginarios contenidos en “los registros que obran en nuestros sistemas” y un par de amenazas más: “El SAT enviará al Buró de Crédito la información de los contribuyentes que tengan obligaciones y pagos que a esta fecha haya omitido” (sic) y “Evite que la autoridad haga uso de los medios coercitivos previstos en la legislación fiscal para el cumplimiento de sus obligaciones fiscales!”.


La amenaza

Hay que preguntarse cuánto dinero público malgastan el jefe del SAT, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, y su jefe Carstens, en asustar y hostigar a pequeños causantes cautivos que pagan sus impuestos. Se sabe, en cambio, que dichos funcionarios otorgan un trato privilegiado a las grandes corporaciones empresariales. Unos días después del nombramiento del primero, se publicó que el SAT concedía a 12 grandes empresas, seis bancos y tres grupos aeroportuarios, regímenes fiscales especiales que les permitían pagar impuestos por únicamente 4.3 por ciento de sus ingresos, en promedio, que esos 21 grandes contribuyentes se habían beneficiado con un esquema de pagos diferidos hasta por 130 mil millones de pesos y que, en tanto que las grandes empresas generan entre el 55 y el 60 por ciento del ingreso nacional, su contribución al pago del ISR es de apenas 2.5 por ciento, en promedio anual, desde que el PAN ocupa la Presidencia de la República. Mientras tanto, por lo que hace a los pequeños contribuyentes, el SAT ha sido habilitado como casa de los sustos.

Me encantaría saber qué salario le pagamos (los que sí pagamos) a Gutiérrez Ortiz Mena para que nos asuste y se haga pato con los que no pagan, pero el opaquísimo “Portal de Obligaciones de Transparencia” del IFAI (portaltransparencia.gob.mx) devuelve, al consultar la remuneración mensual bruta del jefe del Servicio de Administración Tributaria, clave del puesto CFHA101, un mensaje que dice “Hubo un error al procesar su información favor de Intentar mas tarde” (sic), y lo mismo respondió durante toda una mañana.

De cualquier forma, ¿qué son ocho mil 780 pinchurrientos pesos frente a lo que el secretario Carstens se está gastando en Colombia y en Inglaterra?


Gutiérrez Ortiz Mena: técnicas fiscales

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P.D.: Hace un par de horas por fin respondió el servidor del IFAI. El señor de aquí arriba gana mensualmente 203 mil 487 pesos brutos y, asumiendo que pague impuestos, le quedan 176 mil 669.44 (más que al propio Carstens, quien según el IFAI sólo alcanza 151 mil 49) más 287 mil 95.29 anuales de aguinaldo y primas vacacionales, más seguro de gastos médicos por 442 mil 500, más un "seguro institucional" por ocho millones 139 mil 518.80. Ah, no incluye el costo de la máscara para espantar contribuyentes, pero de todos modos, está a toda madre, ¿eh?

26.3.09

Edipo reloaded


Sinopsis del capítulo anterior, por si se lo perdieron: Laio, rey de Tebas, se casa con Yocasta y como no pueden tener bebés, acuden al Oráculo de Delfos para que les diga qué onda. La pitonisa de turno les advierte que engendrarán a un niño que matará a su padre y se casará con su madre. Poco después, la reina se embaraza, pare a un chamaco, y el papá, temeroso de que ocurra lo que le dijeron, ordena que maten al crío, pero el encargado de ejecutar semejante cosa decide llevarlo al monte Citerón, en donde lo abandona, colgado de las patas como un queso provolone. Un pastor encuentra al niño, lo desata y se lo regala a Pólibo y a Mérope, reyes de Corinto. La señora lo bautiza Oidipus (“el de los pies hinchados”) y lo cría como si fuera suyo. Cuando Edipo crece, es objeto de burlas que ponen en duda su origen y, para salir de dudas, va a Delfos, en donde el oráculo le dice que está destinado a asesinar a papá y a casarse con mamá. Aterrado ante la perspectiva, huye de Corinto, vaga por ahí y, en una de esas, se topa con un carro tirado por mulas y custodiado por cinco guaruras. El propietario del transporte le ordena, de mala manera, que le deje el paso libre. El joven se saca de onda, se hace de palabras con el señor y sus guardaespaldas, se van a los golpes y Edipo mata a sus seis rivales, sin sospechar que el muerto más importante es Laio, su padre. Tras la defunción, el reino de Tebas se ve azotado por un monstruo horrible con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de perro, garras de león, alas de águila y una cola con punta venenosa: chán chááán, con ustedes... ¡La Esfinge!


Edipo y la Esfinge, por Gustave Moreau

Creonte, hermano de Yocasta, y quien se ha pasado de listo asumiendo las funciones de rey tras la muerte de Laio, ofrece la corona de Tebas y la mano (y algo más) de su hermana a quien logre acabar con semejante azote. Edipo llega al reino, se ofrece de voluntario, va en busca del monstruo y le contesta correctamente un par de acertijos, ante lo cual La Esfinge, muy deprimida, se avienta por un barranco y muere. Entonces el joven reclama sus premios y, ¡cuás!, que, sin saberlo, empieza a tener bebitos con su propia mamá: Eteocles, Polinices, Ismene, Antígona... El incesto engorila a los dioses, quienes envían sobre Tebas una terrible epidemia (sida no, que aún no se inventaba) y el rey Edipo, en vez de preguntarse “¿y yo, por qué?”, toma cartas en el asunto y acude al adivinador Tiresias, quien le da unas claves que le permiten descubrir toda la neta y se arma la bronquísima: Yocasta se cuelga de una viga, Edipo se arranca los ojos y es expulsado del reino, y el único ganancioso es Creonte, cuyo nombre ha sido usado por Manuel Rivas para tipificar el complejo que padecen quienes llegan al poder por vías deshonestas y luego asumen una amnesia retrógrada con el afán de borrar (o no hurgar en) las huellas del pasado: desde negarse a investigar desapariciones hasta quemar las boletas electorales, por ejemplo. Y no se pierda el siguiente capítulo.

Edipo con Antígona e Ismene, tras el follón,
en puesta en escena de Helios Teatro


Se ha dicho que Edipo no pudo experimentar el complejo que lleva su nombre, o no en todo caso orientado hacia su madre, pues no la conoció como tal sino en su condición de una viuda buenona y poderosa, deseable tanto por dictados de la hormona como por cálculos de carrera política. Tal vez el mito original esté más relacionado con asuntos sucesorios del poder que con impulsos sexuales primarios, y podría ser una versión para mortales de las fregaderas que se hacían padres e hijos divinos: Urano a Cronos, Cronos a Urano, Cronos a Zeus y Zeus a Cronos: derrocarse, castrarse, devorarse, cosas así. Se puede ver en la leyenda una alegoría sobre el poder del destino y, con los ojos de nuestra época, una metáfora de los riesgos de la desinformación: habría bastado con que la sibila chambona que le tocó a Edipo en Delfos hubiese hecho la caridad de soltarle la sopa completa (“sí, mira, el rollo es que vas a matar a tu padre y a casarte con tu madre, pero tú eres hijo de Layo y de Yocasta, no de Pólibo y de Mérope, así que aguas”) para que el joven se olvidara de aventuras extrañas y se quedara en Corinto, en su condición de hijo adoptivo. Pero Edipo actuó a ciegas (el que posteriormente se hubiese sacado los ojos viene a ser la formalización de esa circunstancia) y pasó lo que pasó. Así que tal vez la gran moraleja de la historia sea que, si no quieren destrozarse la vida, no le hagan el menor caso a las indicaciones de la Torre de Control situada en Delfos.


Freud decidió ponerle el nombre de Edipo a una una pulsión universal —según esto, la experimentaban hombres y mujeres, otomíes y otomanos, gays y bugas, panistas y perredistas, el Papa y el Dalai Lama— por acostarse con mami y por destronar a papi y que, de paso, sirve para resolver profundas cuestiones de identidad. Carl Jung formuló luego que las mujeres hacen las cosas a su manera y que más bien se sienten atraídas por el padre y rivalizan con la madre (complejo de Electra), pero al venerable ruco vienés no le gustó la idea, y desde entonces la discusión está servida. Después, Malinowski demostró, con pruebas en la mano que el complejo no es tan universal y que hay sociedades en las que los conceptos freudianos del rollo edípico simplemente no aplican, o bien tienen lugar en forma distinta a como quería don Segismundo. En todo caso, uno se pregunta si, desde el punto de vista psicoanalítico Edipo, en vez de orientar su ídem hacia su madre biológica no lo habría dirigido hacia Mérope quien, de bebé, lo arrulló, le limpió la caca y le testereó los destos (testerear, aporta el Wikcionario, es “tocar o mover ligeramente un objeto frágil o con escaso equilibrio”).

Edipo y Yocasta, foto de Peter Witkin

Con las generaciones de hoy en día la historia de Edipo es impensable porque si el joven residente de Corinto experimenta dudas sobre su origen no irá a Delfos a que le digan verdades a medias sino a hacerse pruebas de ADN en un laboratorio y luego, con documentos en mano, y sin andar por los caminos matando a papás desconocidos, acudirá directamente al palacio tebano, se presentará ante su progenitor y le espetará:

—Yo quiero esa silla donde estás sentado tú. Ya me toca.

Laio, un hombre experimentado y sagaz, quien de seguro ha asistido a algunos diplomados de técnicas de negociación y solución de conflictos, responderá al joven impetuoso:

—Saluda primero, ¿no? ¿Cómo te ha ido? —y al notar que su vástago no anda de pulgas para cumplidos y pláticas, irá al grano:

—A ver, Edipo: tú lo que quieres es el poder. ¿No te interesaría compartirlo? Estoy un tanto desbordado por mis tareas, y...

—Na, na, na: lo quiero todo. Ni creas que me conformaré con ser tu ayudante.

—Muy bien —replica Laio, iluminado por la súbita perspectiva de una jubilación padrísima (se ve a sí mismo escribiendo sus memorias y dedicado, ¡por fin!, a las manualidades de Mecánica popular) y bendice el momento en que engendró al mocetón impertinente. En su interior, las bases para un acuerdo están sentadas. Aunque, epa, falta el punto más espinoso:

—¿Y con Yocasta, qué? ¿También quieres hacerla tu mujer?

—Pero qué te pasa —responde el muchacho, muy seguro de sí mismo—. Tú eres el único que aguanta a esa señora fofa, parlanchina, regañona y que no entiende nada de nada. Ah, y además, es mi madre, no la friegues.

El viejo soberano se siente inquieto al escuchar aquello pues leyó por ahí que no hay hombre que no convierta a su progenitora en primer objeto amoroso y en motivo de deseo, y que eso es necesario para el sano desarrollo de la personalidad.

—¿Cómo? ¿Y entonces en quién has depositado tu fijación edípica?

—Pues... la que me movía la hormona de chavito era mi tía Queta, que estaba más joven, olía bien rico y era buena onda...

“Tiene toda la razón”, piensa Laio, reconfortado, y se dispone a convocar a una sesión fraudulenta del Consejo de Administración para ceder sus acciones al vástago recuperado; se felicita porque se irán al caño las taimadas ambiciones de Creonte —ese cuñado incómodo— y se dice a sí mismo: “Lo que sigue va a estar más aburrido que los últimos siglos de la historia suiza. Pero qué bueno.”


24.3.09

El ejército más
moral del mundo

Asesinos israelíes, en la noche de Gaza

Entre fines del año pasado y el arranque del presente, mientras las fuerzas armadas de Israel masacraban a miles de civiles indefensos en la franja de Gaza, había que leer, en la prensa nacional e internacional, doctas opiniones según las cuales la culpa de todo la tenían los propios palestinos, ya porque fueran terroristas o porque eligieron, en comicios democráticos, a una autoridad terrorista, o bien porque se dejaban usar por los terroristas como escudos humanos. Y decían, a coro con los órganos de propaganda del régimen de Tel Aviv: en su misión estrictamente defensiva, los soldados israelíes procuraban minimizar las bajas humanas pero, por desgracia, los fanáticos fundamentalistas estaban tan mezclados con sus propias familias que resultaba imposible no provocar una que otra muerte colateral, por más que “una que otra” significara, en el contexto de la operación “Plomo fundido”, algo así como las tres cuartas partes de los fallecimientos totales. Pensar y escribir algo distinto (por ejemplo, que la incursión era en realidad una agresión genocida y racista de exterminio deliberado) constituía una clara expresión calumniosa de judeofobia y de antisemitismo, y el que se refiriera a las acciones del Estado de Israel como crímenes de guerra, de seguro era nazi.

La semana pasada, sin embargo, Haaretz dio a conocer testimonios de algunos soldados israelíes que participaron en la incursión y que dijeron haber recibido órdenes de disparar contra civiles desarmados y directivas que llevaron al asesinato de ancianos, mujeres y niños palestinos; dio cuenta, asimismo, del la noción, transmitida a las tropas por los mandos militares, de que “las vidas de los palestinos son mucho, pero mucho menos importantes que las de nuestros propios soldados”.

A la luz de tales revelaciones, el ministro de Defensa de Tel Aviv, Ehud Barak, saltó de su asiento para exclamar que el de Israel es “el ejército más moral del mundo” y que los “incidentes” relatados serán “examinados uno por uno”. Ajá: si alguien se tomara la molestia de indagar los asesinatos de civiles en Cisjordania y Gaza a manos de las fuerzas agresoras, las cárceles de Israel tendrían que estar llenas de militares israelíes.

Ahora, los avezados opinadores que hace un par de meses se indignaban por la “judeofobia” de los críticos de la agresión militar, podrían aducir que los soldados que decidieron contar una pequeñísima parte de las atrocidades entonces cometidas son, en realidad, enemigos de Israel; que esos muchachos que fueron a defender a su país de los ataques con misiles resultaron ser propagadores de la calumnia urdida por los propios terroristas de Hamas; que son antisemitas; que son nazis.

Pero no lo harán. Olvidarán el episodio, escribirán textos sobre historia, cultura y otros temas y voltearán la espalda ante la obscena mentira orwelliana (cuando escribió 1984, George Orwell tenía en mente a Goebbels y a los aparatos de propaganda del estalinismo) de que el ejército de Israel es “el más moral del mundo”. En cuanto a la política de exterminio y de limpieza étnica impulsada por Tel Aviv en Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental, no volverán a recordar esos asuntos por un largo tiempo, a menos que en un caso de emergencia —un nuevo crimen de guerra que deba ser solapado— se requiera de sus servicios.

23.3.09

Baja la lluvia del Ajusco

Vicente Rojo: México bajo la lluvia




Baja la lluvia del Ajusco.

Tras un calor terrible, tras un tráfico

de viernes sin entraña (siendo sábado),

llegan los dedos de agua;

hurgan con su ternura y su torpeza

como de padre ciego.


Buenas tardes y gracias, lluvia tonta.

Tú no tienes que hacer y yo tampoco

en medio de este sábado

de tregua inesperada,

en estas horas de estación de trenes

en un pueblo perdido.


Agua: platícame.

Preséntame a tus gotas.

Dime el origen de cada una:

de cuál océano, de qué estanque vienen,

de qué organismo ignoto;

si hay una historia detrás de ellas:


¿ésta, fue lágrima

de esas que se evaporan por las noches

y dejan una mancha de sal en cualquier rostro

o fue humedad de vulva

o fue gota de semen o fue sangre?


Habla, si quieres, y si no, resuena

tontamente, machaca tu tambor

en el tejado de mi casa

con tus gotas que siempre fueron agua.


19.3.09

La canción más
azotada del mundo


Un sitio cualquiera se dio a la tarea de catalogar las 25 canciones “más exquisitamente tristes del mundo entero”, y hay que acordarse que cuando los gringos hablan del mundo entero suelen referirse a lo que hay entre Cape Flattery y Brownsville, si se toma del norponiente al suroriente, o entre Chula Vista y Madawaska, si uno mira el mapa del suroeste al noreste. Encontré decepcionante el resultado: lo peor de lo peor que pudo ocurrírseles fue “Chicken wire” (malla metálica), una rola grabada en 1998 por los Pernice Brothers que cuenta el final de una mujer que fue hallada con un trago en la mano y el motor del coche todavía encendido adentro de su garage. En segundo lugar quedó “Szomorú Vasárnap”, del compositor húngaro Rezso Seress; no, perdón: lo que quedó en segundo lugar fue una versión en inglés titulada “Gloomy sunday” (domingo sombrío, lúgubre o fúnebre), interpretada por la gran Billie Holiday. Llegó a ser conocida como “la canción húngara del suicidio” y se afirmaba que cualquiera que cometiera el error de escucharla mientras pasaba por una depresión correría a la ventana más próxima a lanzarse de cabeza al vacío, y no sé si la pulsión funcionaba también si se tomaba la precaución de oír la rola en una planta baja o en un sótano. El tercer sitio fue para “Eleanor Rigby” de los Beatles. Sí que es triste que un alma solitaria recoja el arroz que se arroja en una boda y, peor, que sea enterrada sin más compañía que su nombre. Para no hacerles el cuento (demasiado) largo, el lugar 15 correpsondió a una pieza de 1960 de Ray Peterson que cuenta la historia de Tommy, un enamorado que se metió a una carrera de autos con la ilusión de ganar un premio de mil dólares que invertiría en un anillo de bodas para su novia, Laura; pero en la competencia se partió la crisma y en su lecho de muerte gemía: “Díganle a Laura que la amo, que la necesito, que no llore, que mi amor por ella nunca morirá”. Y lo más triste de la canción, piensa uno, es que hubo alguien que se atrevió a escribirla y a cantarla, y que medio siglo después todavía conmueva a algunos.

Por supuesto, en el tema de qué tan triste es lo triste, nadie se pondrá de acuerdo. El bloguero Esteban Cárdenas, de Saltillo, hizo una selección de canciones para escuchar “cuando alguien no te pela, te traiciona o te deja por un DJ italiano con aretes en los pezones”: “SOS” de John Lennon, interpretada por Agnetha Faltskog, “TV Movie”, de Pulp, “Dry your Eyes”, de The Streets, y “Girl From the North Country”, cantada por Johnny Cash y Bob Dylan. En Yahoo Respuestas alguien armó una planilla con “I don’t love you, “Mr. Brightside”, “I’m not OK”, “Who knew” y “When you’re gone”. Alguien más, en ese mismo sitio, pidió títulos de desamor en español, le respondieron con un licuado de Ricardo Arjona, Christian Castro, Ricky Martin, Cristina Aguilera, Thalía, Chayanne, Luis Miguel, Alberto Cortez, Miguel Bosé y no sé quiénes más, y la peticionaria quedó muy satisfecha, o eso dijo.

Como se trata de gustos personales, sin que sea desdoro de los ajenos hablaré de los míos. Pienso que entre las canciones más tristes del planeta están las que canta Leonard Cohen con esa su voz como difunta. Cada vez que la oigo sonar en un aparato cualquiera me vienen unas ganas incontenibles de ir a buscarlo para regalarle un Gansito Marinela o cualquier cosa que le quite lo lóbrego. Otro asunto son, a mi juicio, las canciones de desamor y de azote. Ensayemos algo:

Un buen día, las relaciones destructivas y de codependencia cayeron en la cuenta de que necesitaban fortalecer la imagen de su gremio y convocaron a un concurso internacional para dotarse de un himno. Muchos se inscribieron, pero sólo tres llegaron a la eliminatoria final: dos charros cantores. uno guanajuatense y otro defeño, y un flamenco dientón de Bélgica, que cantaba en francés, y la decisión última no fue nada fácil.



Pude ser feliz y estoy en vida muriendo y entre lágrimas viviendo el pasaje más horrendo de este drama sin final --soltó, en la prueba final, uno de los charros.

Aquello era fuerte, pero su rival de Guanajuato le replicó: “Ya no quiso escucharme. Si sus labios se abrieron fue pa’decirme ‘ya no te quiero’. Yo sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro como mi suerte...”




Entonces, el defeño salió con algo realmente demoledor: “Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda verterla a tus pies, para poderte demostrar que más no puedo amar y entonces morir después.”

Cuando parecía que el tal Gabriel Siria Levario se alzaba con el triunfo, el belga, que hasta entonces había permanecido calladito, se agigantó y acabó de un golpe con sus competidores mexicanos:

“Ne me quitte pas. Je ne vais plus pleurer. Je ne vais plus parler. Je me cacherai là a te regarder danser et sourire et à t’écouter, chanter et puis rire. Laisse-moi devenir l'ombre de ton ombre, l'ombre de ta main, l'ombre de ton chien. Ne me quitte pas. Ne me quitte pas. Ne me quitte pas. Ne me quitte pas.” (No me dejes. Ya no voy a llorar. Ya no voy a hablar. Me esconderé por ahí a verte bailar y sonreír y a escucharte cantar y luego reír. Déjame volverme la sombra de tu sombra, la sombra de tu mano, la sombra de tu perro. No me dejes. No me dejes. No me dejes. No me dejes.)




Las relaciones destructivas y de codependencia se sintieron muy felices porque habían logrado dar con algo que realmente las representara en el mundo, y así fue: la composición de Brel devino la oración universal del azote y la auto denigración y se hizo tan célebre que se convirtió en una de las interpretaciones más famosas de la gran Edith Piaf, a pesar de que ella jamás cantó “Ne me quitte pas”. Hasta donde se sabe, su única valoración de la pieza la formuló tras escucharla en voz de su autor. Y lo que le dijo fue: “Un hombre no debería cantar esas cosas”.

No queda claro si la gran chaparrita se refería a un individuo del género masculino o a una persona humana sin distingo de sexo. Si es lo segundo, yo estoy un poquito de acuerdo con su comentario, lo que no me quita el disfrute de esa que se ha vuelto la rola del azote por excelencia. Cómo se le pudo ocurrir a alguien.

He visto filmaciones y escuchado grabaciones de la interpretación del propio Jacques Brel y las he encontrado un poquito sobreactuadas. Antes que él la cantó Simone Langlois, y la ha interpetado más o menos todo mundo en diversos idiomas: Charles Aznavour, Nina Simone, Frank Sinatra, Juliette Gréco, Marlene Dietrich, Yves Montand, Marie Laforêt, Nana Mouskouri, Mariane Faithfull, David Bowie, Sting, Gilbert Bécaud, Mireille Mathieu, la brasileña Maysa Matarazzo...

Mi versión favorita es la de Barbara, pues aunque la grabación data de 1961, me parece la más actual, o mejor, la menos ingenua, o peor aun, y sin ofensa a la memoria de la cantante, la más patológica de todas. Búsquenla y juzguen y feliz azote.

La cantante

18.3.09

Así sea por caridad cristiana


Como la expresión verbal
siempre lo hace quedar mal,

por piedad, que al animal
alguien le ponga bozal.


17.3.09

¿Soberanía?


Para que un gobernante pueda defender la soberanía de un país debe, antes que nada, tener una idea del país en cuestión como un conglomerado de intereses diversos y a veces contrapuestos, clases sociales, regiones, religiones, ideologías, organizaciones, sectores productivos, culturas y lenguas, partidos, preferencias sexuales, patrones de consumo. Pero si ha ejercido el poder para sus amigos y para preservar los intereses de una pequeña oligarquía, si se somete a los dictados de una corriente económica que ahonda la desigualdad en lugar de atenuarla, si ignora a las voces disidentes y críticas, si adopta la visión del mundo de una religión en particular e ignora la pluralidad espiritual y si, desde las alturas institucionales, ve al grueso de la población como una mera granja de sufragios, se estrechan sus márgenes de maniobra para defender al país de los embates —económicos, diplomáticos, declarativos, mediáticos— del extranjero.

La preservación de la soberanía demanda el cumplimiento pleno y parejo de la ley; la moralización, en primer lugar, de los entornos oficiales; el deslinde tajante con respecto a las administraciones anteriores y su corrupción, y más si ésta se encadena y acentúa en la administración en curso. Cuando se implantan dos procuraciones paralelas y divergentes —una para líderes sociales y otra para policías violadores, una para nacionales y otra para extranjeros, una para capos y otra para gobernadores y capitanes de empresa—; cuando se es obsecuente y permisivo con la putrefacción que precede (porque se le deben favores); cuando se alienta la impunidad de los aliados políticos, y cuando se tiene una pocilga en las dependencias encargadas de hacer respetar la legalidad, el ejercicio de la soberanía se debilita y se abona el terreno para que, desde el exterior, proliferen las críticas por violaciones a los derechos humanos, por opacidad, por falta de rigor y voluntad en la persecución del delito, por presentar dos caras y pronunciar dobles discursos.

Para convocar a la ciudadanía a cerrar filas contra la delincuencia o contra embates injerencistas foráneos no basta con la autoridad formal; se requiere, además, de autoridad moral, de liderazgo verdadero, de genuina identificación con los intereses nacionales y sociales. Pero no es fácil construir esa segunda clase de autoridad si al grupo gobernante le han faltado escrúpulos para observar los principios básicos de la representatividad política, si se ha perpetuado en el poder en atropello a los lineamientos democráticos, si ha simulado consensos inexistentes y ha pretendido ignorar los reclamos populares por la inverosimilitud de las elecciones.

La proyección al exterior de una imagen de coherencia y fortaleza pasa necesariamente por actos de poder inteligentes, por la comprensión del país al que se pretende gobernar, por el entendimiento de la complejidad de sus problemas. Pero poco puede proyectar una autoridad que ha actuado en función de arrebatos súbitos y que ha cosechado desastres en materia de seguridad, que anuncia victorias inexistentes, que ignora las raíces profundas de la criminalidad, que ha acatado de manera acrítica e incondicional los dictados del exterior, que firma pactos e iniciativas al gusto de los aliados mayores, particularmente “guerras” sin pies ni cabeza a las que sólo se le ven dos motivaciones reales: el afán desmedido de reconocimiento y la transformación de un rudimento ideológico conservador y autoritario en política de seguridad nacional.

Hay grupos que se hacen con el control formal del país —el control real permanece, en muchos ámbitos y territorios, en manos de las organizaciones delictivas y de los grupos político-empresariales y mediáticos, y en ocasiones unas y otros son lo mismo— y que lo emplean para beneficiar a extranjeros, sean consorcios o logreros individuales; para intentar el endoso y la transferencia de la propiedad nacional a grandes corporaciones transnacionales; para abogar por una absoluta libertad de empresa y de mercado que se traduce en la reducción de los sectores mayoritarios del país a algo semejante a la esclavitud; para sabotear los esfuerzos regionales de integración y cohesión frente a poderes imperiales. Por eso, en los momentos en que esas facciones emprenden un gritoneo patriotero y se dicen víctimas de campañas extranjeras de desprestigio reales, semirreales o imaginarias, las sociedades cotejan el escándalo coyuntural con la trayectoria de gobierno y concluyen que el ruido no es defensa de los países a los que han entregado, saqueado y postrado, sino mero empeño de preservar sus posiciones de poder y sus privilegios.

12.3.09

El Pelele se pone hospitalario

A nuestro país llegó
el presidente francés
y luego luego pidió
que le entreguen a Cassez.
Es una mujer muy guapa
con un trabajo siniestro
que se ganaba la papa
en la industria del secuestro.

Se la quiere llevar Sarko
pues la han hecho parecer
como nueva Juana de Arco
y como pobre mujer,
que la política en Francia
—en cualquier parte es igual—
deja escapar la fragancia
de la materia fecal.

Y es que con tal de lucrar,
y así obtener recompensa,
ya no sabe que inventar
allá, como acá, la prensa.
La han vuelto telenovela
y en Francia piensa la gente
que la feroz damisela
en verdad es inocente.

Genaro García Luna
ayudó en la producción
pues presentó su captura
en una “recreación”.
Con afán atrabiliario
quiso agradar a la tele
el que ahora es secretario
del presidente pelele.

Llega el mandatario galo
con ese y otro expediente,
a pedir que, de regalo,
le den a la delincuente.
No bien Felipe escuchó
del huésped las peticiones,
con prontitud accedió
a bajarse los calzones.

Se apoya en una pared
y en forma incondicional,
le dice: —Aquí tiene usted
su comisión binalgal.
“Le entrego a la francesita
en extradición exprés
y, si me lo solicita,
también le doy un francés”.

“Mire usted, señor Fecal
—le respondió Sarkozy—,
si no me lo toma a mal,
yo prefiero el de Bruni.
Aunque le agradezco ahora
sus maneras tan hidalgas,
deme a la secuestradora
y cúbrase ya las nalgas.”

La población, que es genial,
canta un corrido afamado
pero le cambia, al final,
“Felipe fue desairado”.
Y luego, en tono severo,
le demanda al infeliz
que dé su propio trasero
y no el de todo el país.

Mas, si Calderón no entiende
que por mucha presión gala,
la justicia no se vende
y tampoco se regala,
antes de acabar sus días,
y dada su inoperancia,
igual que Porfirio Díaz
tendrá que largarse a Francia.
De rigurosa etiqueta
ya lo veremos allí,
lamiéndole la bragueta
a Nicolas Sarkozy.

De pura raza


Hace algunos años alguien dijo por ahí que somos vehículos tripulados por nuestros genes. Según tal postura, éstos son los responsables de tomar las decisiones que realmente importan en la vida: optar por las armas, las letras o el noviciado, escoger el tipo de hembra o macho que le va bien a nuestra química corporal y a los dictados de desarrollo de la especie, buscar un sitio de residencia frío, templado o caliente, determinar el momento a partir del cual es aceptable volverse abono, y así. Para mayor depresión, cuando los genetistas descifraron el genoma humano descubrieron que una buena parte de éste está formado por cadenas sin sentido ni propósito, repetidas hasta la saciedad, algo a lo que llamaron “genes basura”. Aliviados estamos si el hilo conductor de nuestros actos es un manojo de estampitas repetidas. Es posible que la idea de los genes conductores sea una exageración, si no es que un embuste completo: a fin de cuentas, nuestra variedad genómica no es muy superior a la de las lombrices y las moscas de la fruta y resulta comparable a la de los ratones; por lo demás, el 99.4 por ciento de nuestro ADN significativo es idéntico al de los chimpancés; a pesar de todo eso, no nos comportamos como lombrices, como moscas o como chimpancés. Bueno, sí, y algunos más que otros, pero no siempre.

Si los avances en el estudio genómico han relativizado nuestras diferencias con respecto a otras especies de vertebrados e invertebrados, en materia de razas humanas han resultado devastadores. Hace poco más de seis años se sabe que no existe un correlato entre carga genética y raza y que actualmente, “desde un punto de vista biológico, las razas humanas no existen”, como lo formularon Sergio Pena y otros colegas suyos de la Universidade Federal de Minas Gerais tras realizar un estudio detallado de la población brasileña, una de las más mezcladas del mundo. Los investigadores hallaron que, en promedio, el 33 por ciento de los genes de los individuos considerados “blancos” provienen de población nativa de América y otro 28 por ciento, de originarios de África; en cuanto a los considerados “negros”, su material genético resultó ser no africano en 48 por ciento. “Nuestro estudio --concluyó Pena-- dejó en claro los peligros de igualar el color o la raza con la ascendencia geográfica y usar términos intercambiables como blanco, caucásico y europeo, por un lado, y negro o africano por el otro, como se utiliza a menudo en la literatura médica y científica”.

Qué alivio. Como lo sospechaba, raza es una categoría útil para clasificar perros pero no para diferenciar personas y en nuestra especie no cabe hablar de varias. Es posible que entre nosotros las haya habido diferentes hasta hace unos siglos, pero los procesos globalizadores --que empiezan con Colón, si no es que antes-- y el gusto irrefrenable por ejercitar los genitales con personas de aspecto diferente al propio dieron como resultado una mezcolanza planetaria que, por fortuna, ya no tiene remedio. Échense una buceada por el sitio racesci.org, y si les da pereza, ahí va el resumen:

Las autoridades de la Nueva España clasificaron a la población en una treintena de castas, derivadas de las posibles combinaciones entre las “razas originales”, español, indio y negro. Una enumeración muy incompleta: mulato, mestizo, castizo o ladino, zambo, calpamulato, cuatrero o cholo, cambur o cimarrón, negro fino, prieto, cuarterón, salta atrás, chino, lobo, coyote, gíbaro, alvarasado, cambujo, zambaigo, tente en el aire, no te entiendo, ahí estás, chamizo y barcino. Las clasificaciones pretendidamente científicas inventadas en Europa no son menos pintorescas. Si en el medioevo se pensaba que la humanidad estaba compuesta por las descendencias de Sem (semíticos, asiáticos), Cam (camitas, africanos) y Jafet (jafetitas, europeos), los tres hijos de Noe, en 1684 François Bernier publicó una clasificación de cuatro “especies” definidas por cartacterísticas físicas y por región: la formada por los europeos, africanos del norte, persas, árabes, indios y americanos; la de los africanos, la de los asiáticos amarillos, y la de los lapones.


Tanto el filósofo Leibniz como el economista Smith argumentaron que todos los humanos pertenecen a la misma raza, independientemente de las diferencias físicas y culturales, y que éstas se deberían, en todo caso, a factores climáticos, una explicación que compartía el naturalista Leclerc, conde de Buffon, quien pensaba que tales diferencias eran reversibles (si un pueblo cambia de lugar de residencia, cambia el color de su piel), aunque las consideraba raciales. Enumeró seis variedades: lapones o polares, tártaros de Mongolia, habitantes del sur de Asia, europeos, etíopes y americanos. Por su parte, Linneo no habló de razas sino de “variedades” (americanus, europaeus, asiaticus y afer) y les atribuyó características culturales, políticas y sicológicas específicas. Esa taxonomía fue reducida a tres razas por Cuvier (caucásico, mongólico y etiópico) y por Gobineau (blanco, amarillo y negro), y a mediados del siglo XIX Thomas Huxley la estiró a nueve: bosquimanos, negros, negritos, melanocroides, australoides, xantocroides, polinesios, mongoloides A, B y C, y esquimales. Ya en el siglo XX, Henri Victor Vallois se inventó cuatro grupos raciales primarios (australoide, leucodermo, melanodermo y xantodermo) y 27 razas específicas, incluida una “alpina”.

Durante dos siglos, la antropología física ha hurgado, medido y contabilizado colores de piel, pilosidad, pigmentación, forma y consistencia del pelo, color de los ojos, estatura y peso, proporciones del tronco y de los miembros, forma de la cabeza, proporciones de la cara y rasgos faciales, para fabricar los cajones en los que pueda almacenarse, de manera ordenada, a la humanidad. Lo último antes de las pesquisas genéticas fue el grupo sanguíneo. Casi siempre, sin embargo, esos empeños han servido para fundamentar y administrar la discriminación.




Los fundamentos científicos del racismo se han vuelto insostenibles. Sin embargo, y aunque en Estados Unidos la práctica de clasificar razas ha sido declarada anticonstitucional, el FBI sigue empleando (al igual que Scotland Yard, la policía inglesa) sistemas de catalogación basados en grupos raciales. “Ethnicity”, rezan los campos de los formularios gringos --un gran disparate, pues etnia y aspecto físico no tienen nada que ver--, y enumeran, por ejemplo, “asiática, negra/descendiente de africanos, india, latina/hispana, mediooriental, nativo de América, isleño del Pacífico, blanco/caucásico. Ese y otros fichajes racistas mezclan las peras del aspecto físico con las manzanas de la cultura y hasta con las ciruelas de la nacionalidad: ¿qué carajo es “hispanic”? O “caucasian”, hagan el favor, como si la mayoría de la población estadunidense se pareciera a los habitantes de Tbilisi y de Grozny.

Dos facetas del racismo: la otra cara de la discriminación es el culto a la pureza de la sangre, que da fundamento a dinastías y familias reales. Pero los Mountbatten-Windsor, los Borbón, los alauitas y sauditas, los escandalosos Grimaldi monegascos, los Bernadotte, los Glücksbourg, los dizque descendientes de Jimmu y los Bereng Seeiso de Lesoto, tienen los genes tan mezclados como las aguas negras de cualquier ciudad. Para colmo de males --es oficial--, Isabel de Inglaterra, Juan Carlos de España y demás figurines monárquicos, comparten, al igual que el resto de los humanos, el 99.4 por ciento de su ADN con los micos del zoológico. Sólo que a los reyezuelos se les nota un poquito más.

10.3.09

Secuestrozy


Nicolas Sarkozy es una vergüenza para Francia. No porque apacigüe sus bramas de hombre maduro incrustando lunas de miel en tiempos y periplos pagados por los contribuyentes franceses: eso es un asunto público pero externo, así el político europeo haya escogido las playas del Pacífico mexicano para aullarle a la luna. Lo escandaloso es que SarkoNarkosy, le dicen también ahora en el país que gobierna, y a ver si no regresa de México con un tercero: Secuestrozy— pretenda utilizar el poder diplomático de Francia y los instrumentos franco-mexicanos de cooperación jurídica para escamotearle a la justicia a la francesa Florence Cassez, una secuestradora dos veces sentenciada. Y todo, para ganarse él, Sarkozy, unos puntos de popularidad en una opinión pública intoxicada por el mercantilismo mediático.


De la secuestrada a la secuestradora: Ingrid Betancourt, víctima en su momento de un plagio prolongado e injustificable, (como cualquier plagio) por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, ya había sido convertida de inocente en heroína, y de allí en una Santa Genoveva de los trópicos. Como la historia funcionó, alguien encontró conveniente armar una segunda parte de la telenovela y no halló a un personaje más adecuado que la secuestradora Florence Cassez, quien, de acuerdo con testimonios de sus propias víctimas, desplegó la crueldad, la insensibilidad y el desprecio por la vida ajena que caracteriza a los criminales.


Qué importa: una ciudadana francesa detenida en una cárcel mexicana que dice ser víctima de sus propios enredos amorosos (con el jefe de la banda), tocada por horribles policías mexicanos, ofrece una circunstancia narrativa impagable. Que viva la Juana de Arco de la cárcel femenil de Tepepan. Ahora, la reclusa “recibe cada semana un centenar de cartas y paquetes de chocolate de ciudadanos franceses que creen que es inocente” (El Universal, 7/03/09) y el presidente de Francia acude, muy caballero andante y muy acá, a liberar a la pobre doncella prisionera en el castillo del dragón mexicano.

Ciertamente, a fines del sexenio foxista, Genaro García Luna, entonces director de la AFI (¿cuándo fue que quiénes dejaron crecer el narcotráfico, o cómo era?) recreó la captura de Cassez para subrayar su propia gloria y regalarles el producto a los concesionarios televisivos, quienes, al igual que en Francia, han hecho del morbo su producto principal. Abyecto y todo, ese montaje no guarda ninguna proporción con las atrocidades que los policías panistas cometen contra los luchadores sociales mexicanos que, siendo inocentes, son presentados como culpables. A Ignacio del Valle le atribuyeron un secuestro que no cometió y le echaron más años de cárcel que a la francesa. Pero no pasa nada: el líder atenquense no es güerito ni tiene pasaporte comunitario.



Por supuesto, Sarko tiene de caballero andante lo que mi abuelo de Madonna y está perfectamente al tanto de todo esto. Ahora le cayó en las manos una historia que puede rendirle unos puntos de popularidad aunque sea a costa de juguetear con una expectativa de impunidad para una convicta por secuestro. Aunque para ello deba participar en una farsa racista, corrupta, chovinista, manipuladora y sumamente inmoral. Aunque para alimentar vanidades se violente las leyes y el sentido común —¿extradición cuando Cassez no tiene causa abierta en su país de origen?— y aunque se colabore para que un amigo en desgracia, alicaído y urgido de legitimidad, conozca nuevas expresiones de lo que él mismo llama “el infierno de gobernar”.

Sarkozy es una vergüenza para Francia y Calderón no se le queda atrás con respecto a México. ¿Qué hará, por cierto, con esta nueva presión? ¿Aceptará jugar el papel de villano ante los sectores envenenados de la opinión pública francesa que le mandan chocolates a la Juana de Arco de Tepepan? ¿O cederá al chantaje impresentable y dejará que se caiga, con ello, el último alfiler del que pende la credibilidad de su discurso de “mano firme contra la delincuencia”? ¿Llegará a tanto?

5.3.09

Versos para el doncel

Lion, escritor perseguido

  • Riesgos de la lectura
  • Superstición de Feuchtwanger

Una mañana encontramos a mi padre tendido sobre su cama, con la pata tiesa y un libro descomunal montado a horcajadas sobre la panza. Se trataba de la novela Éxito (Erfolg) de Lion Feuchtwanger, una traducción cubana de 610 páginas (sin incluir las cinco del índice), en una tipografía de siete puntos compuesta con plomo fundido, como era canónico hace tres décadas, e incrustada en un papel rasposo y pardo mediante una prensa plana a la que, a juzgar por el corrimiento de las letras, se le había roto un diente de un engrane.

Sin ánimo de agraviar la memoria de ese autor judío alemán --sobreviviente de los campos de concentración y hostilizado después en Estados Unidos por las hordas anticomunistas del senador McCarthy--, y mucho menos a la literatura del holocausto en general, sigo sin tener claro si mi progenitor buscó en sus líneas algo en qué entretenerse mientras salía su avión al otro mundo o si falleció a causa de un aburrimiento devastador. Acaso podría encontrar claves para dilucidar la duda mediante la lectura de ese librote que, además, se me quedó en herencia, aunque les confieso que mi instinto de supervivencia me impide abrirlo. No vaya a ser la de malas y ocurra que el volumen de Feuchtwanger haga real lo imaginado por Julio Cortázar en sus “Instrucciones para tener miedo”: “En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.” Como puede verse, el cine contemporáneo de terror no ha inventado nada nuevo: a lo sumo, ha remplazado un libro por un video.

He dado muchas vueltas alrededor del libro, lo he olfateado, lo he lamido, me he asomado incluso a su primera página y no he hallado indicio alguno de su carácter letal. Pero, por si acaso, me apego a la superstición de que en los renglones de Éxito (¿o será que sólo en los de esta edición?) hay una orden codificada, mortal y obligatoria, que indica a las células del cuerpo que ha llegado el momento de decir “chau”. Pienso que lo mejor que puedo hacer es dejarlo en paz en su pedazo de estante; si un día me viene cualquier clase de moquillo degenerativo e incurable, tal vez acuda al tomo y me aventure por una lectura eutanásica.

Podría ser que el misterio sea más simple de lo que quiero suponer y que, en realidad, la clave esté en el aburrimiento que lecturas determinadas producen en lectores determinados. Pero, ojo, si bien es cierto que el hastío es menos grave que la muerte, en casos extremos puede llegar a inducirla. Sin llegar a tanto como calificar a Joyce y a Proust de asesinos seriales --perdonen la nacada--, he observado que muchas personas eluden (eludimos, dijo el otro) sistemáticamente a esos autores porque basta con observar los lomos tremebundos en el entrepaño para disuadirlas de emprender cualquier paseo por las páginas del Ulises o de En busca del tiempo perdido, por buenota que hubiera estado la tal Odette de Crécy, o por muy musculoso que pongan al mentado Swann, o por suculenta que fuera la magdalena que el niño Marcel sopeaba en su tecito de la tarde. Con esos adobes y con otros (¿qué tal Paradiso de Lezama Lima?) algunos hacen trampa: llegan a la página 32 del mamotreto, te dicen que qué obra tan impresionante, que cómo has podido vivir sin haberla leído (mientras tú te preguntas cómo es que ellos no han muerto en la empresa) y te dejan con la boca abierta, como esos individuos que parten en una dirección, regresan por la contraria y luego se jactan de haber dado la vuelta al mundo, cuando no hicieron más que rodear la manzana.


Más allá del aburrimiento, la lectura presenta otros riesgos. Dejemos de lado, por ahora, el peligro de que te apachurre un librero rebosante y veamos el punto de la distracción fatal.

Los viejos de la familia decían, aunque no haya forma ni interés de demostrarlo, que entre los antepasados figuraba el doncel Martín Vázquez de Arce, paje que fue del Duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza, y quien encontró la muerte a edad temprana en una batalla contra los sarracenos en las tierras pantanosas de la Acequia Gorda, en la Vega de Granada. La versión oficial, consignada en una de las inscripciones de su tumba, afirma con rencor que “fue muerto por los moros enemygos de nuestra santa fe catolica miercoles 21 dias del mes de iunio anio del nacimiento de nuestro salvador Iesu Christo de mill e CCCC e LXXXXVI anos. Fue muerto en edat XXV”, y no cuenta más.

Las maledicencias familiares aseguran que don Martín era tan distraído que se puso a leer a Platón en plena batalla y que un combatiente enemigo, viéndolo descuidado, se le acercó, caminando de puntitas para no interrumpirle la lectura, le clavó una lanza puntiaguda en la barriga y lo mató muchísimo.

Cierto o no, el mérito máximo del pobre doncel no fue entregar la vida en defensa de la cristiandad (o en ofensa de la Ummah, que todo tiene dos caras), sino el haber inspirado una bella y celebérrima escultura fúnebre. Está en la catedral de Sigüenza y es única porque no representa al difunto inerte, como ocurre con el resto de las composiciones, sino bien despierto, aunque lánguido, con la atención puesta en las páginas de un libro, la espada desparramada a su costado, y a sus pies, un niño afligido y un felino que le maúlla quedito a la eternidad.

Contrasta el monumento funerario del paje con los que en la misma capilla fueron dedicados a sus abuelos, padres y hermanos, todos ellos patitiesos, ojicerrados, boquiapretados y solemne e inconfundiblemente muertos. Prefiero (y no sólo por allegarme un ejemplo improbable de los riesgos de la lectura) creer que el doncel murió leyendo a pensar que murió combatiendo. Qué más da que sea cierto el parentesco que se arrogaban los viejos de mi tribu; más importa lo simpático que lo pariente, y a fin de cuentas, él y nosotros pertenecemos por igual a la gran familia de los despistados, y se lo debía:
Me sorprende, doncel, que haya llegado
intacta hasta mi tiempo tu ternura
y que, tras cinco siglos de lectura,
hoy sigas todavía concentrado.
Manas, doncel, humor y desenfado
y el reflejo feroz de tu armadura
no ilumina mejor tu sepultura
que tu rostro sereno y relajado.
Así seas abuelo del abuelo
de mi abuelo, te vivo como hermano
que se burla del tiempo y de la nada.
Me caes bien, doncel, y me consuelo
de la muerte pensando que a tu mano
sienta mejor el libro que la espada.

El doncel de Sigüenza

3.3.09

No pasa nada



A pesar de lo que pregonan los agoreros del desastre, en el país no pasa nada grave. El gobierno federal ha tomado las medidas pertinentes para evitar que la población se vea afectada por el desempleo, la carestía, la devaluación y los imprevistos financieros. De hecho, la devaluación es subvaluación, las pérdidas sufridas por las pensiones de los asalariados no son tales, sino minusvalías, la crisis no le ha pegado a la clase media y nadie va a quedarse sin trabajo y menos sin comida.

Lo que los pesimistas llaman catástrofe es, en realidad, un catarrito; más daño causa el pánico que los tremores de una turbulencia previsible y bajo control de las autoridades. Pónganse, señores funcionarios, en los zapatos de la gente, para que le tomen la medida al bienestar y a la satisfacción generalizada. Observen en ese espejo su propia eficiencia y desechen pesimismos y catastrofismos. Les digo que no está pasando nada.

El salario remunerador es un precepto constitucional plenamente vigente que goza de solidez y, sobre todo, de un amplio espectro: puede ir de los mil 500 a los 347 mil pesos mensuales, lo que demuestra el compromiso del país y del gobierno con la diversidad y el pluralismo económico y social; la inversión de recursos públicos en gasto corriente (mayoritariamente destinado a pagar sueldos de funcionarios y asesores) anda por los 700 mil millones de pesos: un blindaje formidable contra cualquier crisis para el sector más importante de la población: el que está dispuesto a ver el vaso medio lleno, el que ejerce un liderazgo positivo, el que aporta soluciones en lugar de quejarse por los problemas, el que no se rinde ante las adversidades, el que trabaja en función de objetivos y no se dedica a magnificar los fracasos. Ese conjunto de ciudadanos representa a México y México es más grande que sus problemas.

La transparencia y la probidad son normas inalterables en la conducta de esta administración. El tráfico de influencias es sólo un recuerdo del pasado remoto. El desvío de fondos públicos se sanciona con severidad. Todos los funcionarios están sujetos a una escrupulosa fiscalización. Sostener lo contrario sólo puede explicarse como un afán por socavar al Estado y a sus instituciones.

El país está ganando la guerra contra la delincuencia. Prueba de ello es el envío reciente de miles de efectivos militares a las plazas del norte: mera operación para consolidar un control ya establecido y que, de hecho, nunca se perdió. O se perdió por unos breves momentos, por un pedacito de sexenio anterior, pero ya está todo resuelto o en vías de inminente resolución. Se requiere, eso sí, del concurso de todos para evitar que los criminales infiltren a las instituciones. Por eso, el gobierno alienta la participación de la ciudadanía en el combate contra el crimen. No vaya a ser la de malas: imagínense lo que ocurriría si, por poner un ejemplo, el narco llegara a contratar a cuatro de cada diez policías en activo, o a coordinadores y directores de la Procuraduría y de la Secretaría de Seguridad Pública o, Dios no lo quiera, a alcaldes, subsecretarios, diputados, secretarios, senadores, gobernadores y presidentes y ex presidentes de la República.

La libertad de expresión está plenamente garantizada, pero esa libertad no debe confundirse con la crítica destructiva y de mala fe ni con los perversos empeños de la delincuencia por destruir a las instituciones. Bienvenida la crítica, siempre y cuando sea objetiva, cuando elogie y legitime, cuando reconozca la obra ingente de este gobierno en materia social, educativa, de salud, de infraestructura, de economía, de seguridad y de cultura.

Porque no pasa nada: el país avanza, va por buen camino y está conducido por una mano firme. Esa es la línea a seguir, esa es la determinación inquebrantable del gobierno y esa es la verdad.

—Órale, pues.