30.6.09

El Dios de Calderón

Por deducción obligada, Felipe Calderón tiene un Altísimo que le informa, antes de que se conozcan los resultados de la autopsia respectiva, la causa precisa de la muerte de Michael Jackson. Ese Dios no considera pecado que su siervo gobernante formule, desde su investidura, juicios inoportunos y de mal gusto sobre el cantante difunto. Es mucho más severo, en cambio, con quienes no creen en Él: éstos fallecen por sobredosis o, cuando menos, se ven condenados a sobrellevar una existencia lastrada por las adicciones. Primer corolario: los ateos son drogadictos por necesidad.


Posiblemente el Dios de Calderón ame el saqueo nacional, la legislación de letra chiquita, la tortura, las desapariciones forzosas y los baños de sangre en nombre de la cruzada contra las drogas; tolere funcionarios omisos a los que les importa un bledo el destino de la gente en tiempos de crisis, el nivel de los educandos del sistema de enseñanza pública, la falta de medicamentos e insumos de curación en los hospitales del Estado, la corrupción flagrante en sus narices, la privatización de todo lo imaginable, la utilización de los programas sociales y de los procedimientos judiciales para conseguir votos azules, que es el color del Cielo.


Es probable que Elba Esther Gordillo, Mario Marín, Ulises Ruiz, Joaquín Gamboa Pascoe y Carlos Romero Deschamps sean gratos a los ojos de ese Altísimo, Quien tendría además, entre Sus elegidos, a una corte de favoritos poseedores de la facultad de hacerse millonarios mediante contratos y concesiones de Pemex (aunque se arruine la paraestatal), de guarderías (aunque se incendien y se mueran los niños), de frecuencias radiales y televisivas (aunque subviertan a las instituciones), de suministros variados, de cárceles, de lo que ellos gusten. Bienaventurados los caciques, los logreros y los incondicionales, porque de ellos será el reino de los negocios.

Cabe suponer que el Dios de Calderón ama los lujos que facilita el poder, es tolerante ante las trampas legaloides, perdona a quienes ofenden al pueblo con la exhibición de bienes suntuarios y el ocultamiento de subejercicios presupuestales; que su Señor voltea la mirada ante la mentira (un par de Credos Le bastarán para disculpar el “tesorito de aguas profundas”) y ve con buenos ojos la injuria, el lodo, la descalificación y el fraude, siempre y cuando estas prácticas arrojen resultados electorales apreciables, es decir, de 0.56% en adelante.

Todo indica que el Dios de Calderón detesta el verbo, pero adora la maniobra palaciega; que protege a los policías y soldados violadores y es implacable con los activistas sociales; que Se enfurece ante el aborto, pero Le es grata la miseria infantil que quita los pecados del mundo; que odia las artes, pero Le encanta la televisión comercial; que desprecia las leyes humanas, pero exige alabanzas al estado de derecho.


La insensibilidad, la arrogancia, la codicia, la mendacidad, la mediocridad, el autoritarismo, la prevaricación y la intolerancia: he aquí toda una propuesta de virtudes teologales para el Siglo XXI o, cuando menos, para el Bicentenario. Urge una reforma constitucional —que los asesores dictaminen rápido la vía más conveniente: un periodo extraordinario o un concilio— para formalizarla y asegurar su cumplimiento obligatorio. Ah, y no se les olvide amarrar con los opositores sumisos una adición al Código Penal para aplicar el delito de herejía a esos que critiquen a Nuestro Señor o que, para referirse a Él, usen términos como electorero, corto de miras, entreguista, tramposo, intolerante, soberbio, menor, o la expresión “del todo prescindible”.

29.6.09

Escenas de Honduras

La represión

El terror

La dignidad

(Fotos: El País y La Jornada)

Parecía una sábana


Da la impresión que en la camilla iba únicamente una sábana bien planchada. En ella se perdían 51 kilos de restos de la gloria mundial, el dinero y el genio. Pobre hombre.

28.6.09

No pasarán


El cuartelazo de ayer no es tanto contra Zelaya, sino contra el pueblo de Honduras, contra la democracia frágil en Latinoamérica y contra todo sentido de decencia. Los muy brutos creen que están en los años setenta del siglo anterior, pero no: no pasarán.

24.6.09

Los pedazos de Juan

  • Amuletos, fetiches, talismanes y conjuros

La mano que (dicen) bautizó a Jesús

El amuleto es, dice la RAE, un “objeto pequeño que se lleva encima, al que se atribuye la virtud de alejar el mal o propiciar el bien”; el término deriva del latín amulētum, aparece por primera vez en la Naturalis Historiæ de Plinio el Viejo y está estrechamente emparentado, por su significado, con talismán, que procede del persa ţelesmāt, y éste, del griego τέλεσμα: “Objeto, a veces con figura o inscripción, al que se atribuyen poderes mágicos”, afirma RAE con extremada austeridad, dejando de lado el hecho de que amuleto se usa para designar cualquier clase de objeto protector, en tanto que talismán se prefiere para mentar gemas o cosas hechas con metales preciosos.

De fetiche, Madre Academia indica que proviene del francés fétiche y que es un “ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos”, y se olvida del enorme filón de significados que adquiere la palabra en los ámbitos cultural, económico y sexual (por ejemplo) de las sociedades occidentales contemporáneas. Wikipedia, siempre más pródiga y mucho más incierta que la RAE, asegura que el término deriva del portugués feitiço, que significa magia o hechizo, que viene a su vez del latín facticius, artificial. Charles de Brosses (siglo XVIII, cómo no) aventuró que el fetichismo era el estado más primitivo de la religión o la “religión original”, cosa que fue desmentida en la centuria siguiente. Una de las formas más comunes de amuleto o fetiche es el grigrí, de origen africano: lo fabricaban los tuaregs antes de emprender sus incursiones al inclemente Sáhara desde la misteriosa Timbuctú, en los alrededores del Níger, y en su forma original consistía en una bolsita de cuero o tela en la que se colocaba una mezcla, previamente bendecida en algún ritual, de hierbas, ungüentos, huesos, pelo, uñas y piedras más otros elementos personales. Traídos a América por los esclavos hausas y yorubas, los grigrís fueron adaptados en el vudú y la santería (resguardos), en la que se les denomina también makutos o gurunfindas y se les agrega, a veces, corazones de pájaros o tortugas, monedas y pelos de difuntos.

Una cosa no muy distinta son los relicarios, estuches litúrgicos que, en su versión fresa, guardan algodón empapado en aceite que se toma de las lámparas votivas de un altar o sepulcro dedicado a mártir, beata o santón, y en la hard, cabellos, huesos, dedos, ojos, ombligos o pellejos variados de San o Santa quién sabe quién. En el Palacio de Topkapi, en Estambul, además de algunos dientes y un pelo de la barba (dicen) del Profeta, se conserva un guante de metal dorado que contiene (dicen) el brazo derecho de San Juan Bautista. A la altura del dorso, el artefacto tiene una suerte de ventanita para que veas los tendones resecos, te impresiones y lo tomes en cuenta para tus pesadillas. El problema es que el retazo tiene varios rivales, todos ellos, derechos: uno, ubicado en la catedral que lleva el nombre de su propietario original, en Perpignan; otro, preservado por la skete de Prodromos, en el Monte Atos, Rumania, y un tercero que se veneró en Yugoslavia por el rumbo de Cetinje, Montenegro, y que se encuentra desaparecido desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Peor le fue a la cabeza del pobre hombre, cercenada por capricho de la cachonda Salomé: tras ese episodio horroroso, fue llevada y traída por Halifax, Inglaterra, París (sede de los templarios), Roma (templo de San Silvestre), Amiens, Antioquia, Damasco y Munich. En el trayecto parece ser que se multiplicó, pues hoy existen cabezas del Bautista en el ya referido Topkapi, en Egipto (monasterio copto de San Macario), en Armenia (monasterio de Gandzasar, Nagorno-Karabaj) en el ya dicho templo romano y en el museo Residenz de Munich.

La cabeza del Residenz

Muchos fieles creen honestamente en las capacidades sobrenaturales de un pedazo de muerto considerado milagroso, muchos otros perciben que el contacto con un despojo cualquiera es equivalente a estar frente a la persona completa, y no será raro escuchar que le hablan al páncreas momificado de perencejo como si se tratara del mismísimo perencejo. Alabados sean estos crédulos y la otra clase de fetichistas, aquellos que prefieren los calzones de fulanita a fulanita en persona, aunque sea (o mejor así) desprovista de ellos.

Parece más elegante y sobre todo más higiénico rendir culto a expresiones en las cuales algunos depositan cualidades mágicas o sobrenaturales: Abracadabra, Birlibirloque, Farafat Cachivate, Ábrete, Sésamo, Compadre Nahúm. Eso nos lleva a otro asunto, que son los conjuros o fórmulas capaces de obrar, mediante su dicción, milagros y portentos: los nombres de Dios, grabados en la frente del Golem, dan al mamarracho vida y obediencia. Así lo contó Borges:

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo:
“esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga.”
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Paul Wegener como El Golem, en la película dirigida por él mismo (1920)

En lo personal, encuentro que no hay que confundir las cosas con sus símbolos y representaciones y que si se actúa así es posible padecer situaciones muy frustrantes. Pienso que el mejor ritual para recuperar o mantener la salud es ir al médico; que para salir de la pobreza no queda más que trabajar duro para sí y para transformar el país; que no hay conjuro más eficaz que verbalizar los deseos, ni mejor amuleto que un huequito en el corazón de la persona amada, ni talismán más poderoso que un minuto ante la mirada de la persona amable, ni hechizo más prodigioso que un apretón de manos y un abrazo con la persona amiga.

La cabeza del Bautista (dicen) en Roma

23.6.09

Argumentos para el gobierno


La culpa fue del aparato de aire acondicionado, en la edificación vecina o del tipo que lo dejó encendido. La culpa fue de un inspector que no pudo darse cuenta (o que cobró por no darse cuenta) de la ausencia de extinguidores, alarma y salidas de emergencia.

La culpa fue de un albañil idiota que puso plafones de plástico combustible y de su jefe, que no lo instruyó sobre la improcedencia de ese acabado. O de unos desconocidos que pretendieron provocar un incendio en la bodega de junto para destruir papeles comprometedores que indicaban hechos de corrupción en algún nivel de gobierno. O de un funcionario federal de medio pelo que no revisó a conciencia las condiciones en que se encontraban esa y otras guarderías subcontratadas por el IMSS. O de los bomberos, por no acudir al lugar de la catástrofe en los primeros segundos de la tragedia, o por no haber hecho rondas regulares por la zona.

La culpa es de la crisis económica, que no ha permitido invertir en el bienestar de la población todos los recursos que los gobernantes, ordenados y generosos, desearían, y que los ha obligado a buscar mecanismos para abaratar las prestaciones. La culpa es de Zedillo, de Echeverría, de Lázaro Cárdenas, de Pascual Ortiz Rubio, quienes no previeron el crecimiento en el número de derechohabientes.

La culpa es de los derechohabientes, que meten a sus hijos en guarderías del Seguro en lugar de pagar, como se debe, en establecimientos privados, más pequeños y con atención personal garantizada. La culpa es de los clasemedieros y de los pobres, los que no se han esmerado lo suficiente en conseguir una palanca, una influencia, un parentesco para hacer un poco de capital y poner, ellos, negocios como la ABC. La culpa es de quienes todavía no se convencen de la conveniencia de ordeñar al Estado en esa y en otras clases de contratos prósperos.

La culpa es de los sonorenses, por vivir en un lugar tan cálido que se requiere de un cooler por cada 10 metros cuadrados. O de los investigadores científicos, quienes desgraciadamente aún no tienen lista una alteración genética que permita desarrollar bebés no inflamables. La culpa es de Colosio, quien se dejó asesinar e incumplió de esa forma su deber de impedir que el cuidado de los menores fuera dejado al ai’ se va, al haiga sido como haiga sido que permiten el aprovechamiento a fondo de oportunidades sexenales.

La culpa es de quienes no quieren que este país progrese, carajo, de los que todo lo ven negativo, de los pesimistas que descalifican y se lamentan en vez de hacer propuestas factibles y formular críticas constructivas. La culpa es de los narcos, quienes obligan al gobierno a destinar grandes recursos al combate contra las drogas e impiden de esa forma que las instituciones públicas se hagan cargo de sus tareas sin tener que recurrir a los esquemas de subrogación.

Los tres niveles de gobierno colaboran activamente en la promoción del empleo, en multiplicar las oportunidades de negocio para reactivar la economía, en atender con seguridad, calidad y dignidad las necesidades de la población, en el esclarecimiento de hechos trágicos que todos lamentamos y que, ya ven, tienen múltiples responsables posibles. No se encubrirá a nadie, se aplicará la ley sin excepciones, la estrategia es la correcta, marchamos con rumbo firme, los enemigos de México no van a derrotarnos. Bla, bla, bla.

15.6.09

De sabores


En el cementerio de Chichicastenango encontré eternidades de vainilla, de menta, de mamey, de coco, fresa y piña. Así sí dan ganas de morirse.

Vainilla, mamey, y menta
encontraron al final.
Cementerio, sin igual
que a vivo y muerto contenta.
A todo color presenta:
de coco, piña y de fresa.
Se te mete en la cabeza:
Organizar un fandango,
con dulce sabor a mango.
De donde no se regresa.

Lourdes Aguirre Beltrán
(Agregado el 18/06/2009)

11.6.09

Los irrisores y los bomolochi



En su texto “La risa de Dios”, Milan Kundera hizo el favor de recuperar para la modernidad el término rabelesiano “agelasta”, que nombra al individuo que no ríe, a quien Aristóteles llamaba “agroico”. Afirmaba el francés --y el checo pareció estar de acuerdo-- que los agelastas son un verdadero peligro para la humanidad y que, por culpa de su atrocidad, estuvo a punto de abandonar la pluma en forma definitiva. Pero Rabelais, dice Kundera, “escuchó la risa de Dios”, dejó de tomarse en serio y se puso a escribir novelas que no sólo son muy jocosas sino también hasta grandiosas, por más que el segundo adjetivo no se lleve bien con la risa, o sí, pero con una risa de tipo sarcástico. Tal vez la diferencia tenga que ver con la enunciada por Tomás de Aquino, quien establecía una severa diferencia moral entre el bomolochus y el irrisor: mientras que la intención del primero es de inicio ofensiva, el segundo sólo pretende divertirse y divertir, aunque caiga en exceso o desvarío: “Hay caminos que parecen rectos, pero al final son caminos de muerte” y “también entre risas, sufre el corazón, y al fin la alegría termina en pesar”, se sentencia en los Proverbios (14:12, 14:13). Los teólogos tendrían que dilucidar cuál de las actitudes enunciadas le corresponde a Dios cuando, según el refrán judío que le da pie a Kundera para tirar su rollo rabelesiano, “el hombre piensa, y Él ríe”: Le divierte la futilidad de los esfuerzos humanos por descubrir una verdad que Él mismo escondió en alguna parte, como si se tratara de un huevo de Pascua, y no estoy seguro de que el chistorete divino pertenezca a la clase de diversión de la que llaman “sana y moral” en las ferias de pueblo. Por el contrario, tengo la impresión de que, así retratado, el Altísimo pertenecería más bien a la filiación de los irrisores que a la de los bomolochi. Pero, como cada vez que hablo de este personaje me llueven mentadas de madre, mejor ya no le sigo.

Santo Tomás, blandiendo las parrafadas aristotélicas, definió una moral para el medioevo, y en ella la risa “excesiva” quedó terminantemente prohibida. El filósofo y el teólogo aprobaban la eutrapelia, o diversión ordenada, como parte del descanso y hasta como una actividad “necesaria” para renovar energías y retomar el trabajo. En cambio, condenaron todo esparcimiento que “sobrepase la norma de la razón”, excediera los límites de la eutrapelia y cayera en lo “grosero, insolente, disoluto y obsceno, es decir, cuando con ocasión del ocio hay palabras o acciones torpes o nocivas al prójimo en materia grave. También puede haber grave exceso por falta de las debidas circunstancias, como el hacer uso de él en lugar o tiempo indebido, o de forma que desdiga de la dignidad de la persona o de su profesión. Por último, también puede ser pecado mortal cuando, por exceso de pasión, se prefiere la diversión al amor de Dios y se violan los preceptos de Dios o de la Iglesia por no dejar de divertirse”. Ni modo: Aristóteles era un tipo serio, y Tomás de Aquino, peor, y se les pasó un hecho esencial: que el entretenimiento moderado es un poco aburrido y que a la mayor parte de los humanos les resulta espantosa la perspectiva de pasarse la vida jugando palitos chinos (¿así, o más inocuo?) y leyendo tratados de moral. Creo que es de esas mentalidades de las que se burla Umberto Eco en El nombre de la rosa por medio de su personaje de Jorge de Burgos, un monje loco que se la pasa escondiendo un tratado aristotélico de la risa (ficticio, según entiendo) por temor a que su divulgación derrumbe el sistema de valores medieval.


Tendrán razón los Proverbios en anunciar lutos y pesares a quienes se exceden en la diversión, pero ésta casi siempre requiere de una cierta dosis de riesgo: desde que te vean feo por contar un chiste muy pasado hasta que te coma el tigre (un tipo obviamente agelasta) porque agarraste un lápiz labial y trataste de pintarle los cojones de rojo carmín.

Un peligro que de seguro no se les ocurrió a los sabihondos aquí citados es el de morir de risa. Dicen algunos que esa posibilidad es una mera leyenda urbana. Sin embargo, Wikipedia registra varias muertes por risa (fatal hilarity, en inglés): la de un tal Calcante, quien vivió en el siglo XII antes de nuestra era y a quien le hizo mucha gracia que un adivino terminara tragándose un vino que había jurado no beber nunca; ocho siglos después una anciana llegó ante el pintor Zeuxis y le pidió que la usara como modelo para pintar una Afrodita, y el artista cayó fulminado por una larga serie de carcajadas letales; poco después, el filósofo Crisipo emborrachó a su burro, lo vio hacer desfiguros y se fue al otro mundo sin poder dejar de reír; en 1410, Martín I de Aragón falleció por una indigestión combinada con un ataque de risa; en 1556 terminó la vida del gran pornógrafo Pietro Aretino, a causa de una apoplejía causada por carcajadas incontrolables; unas décadas después, le tocó el turno al rey birmano Nandabayin, cuando supo que Venecia era un Estado libre que no tenía soberano; en 1660 el aristócrata escocés Thomas Urquhart, traductor de Rabelais, se cagó (y se murió) de la risa al enterarse de la coronación de Carlos II. En 1782 una tal señorita Fitzherbert, que asistía a la puesta en escena de La ópera del mendigo, fue movida a risa por cierta escena, hubo de ser sacada del teatro, pasó toda esa noche debatiéndose entre dolorosas carcajadas y expiró la mañana siguiente. En tiempos más modernos, en 1975, el albañil inglés Alex Mitchell falleció a los 50 años de edad mientras miraba por la televisión un episodio de la serie The Goodies. La historia se repitió en 1989 con el otorrino danés Ole Bentzen, quien debe su fallecimiento a la película Un pescado llamado Wanda

Cuando era niño, conocí a un señor al que había que llevar a terapia intensiva cada vez que le venía un ataque de risa, independientemente de que lo jocoso cayera en el ámbito de la eutrapelia o de lo irrisor. Era calvo prematuro, de piel cerúlea y clara, de estatura más que baja, y sus carcajadas podían estallar con cualquier pretexto (así fuera un chiste cebo) y en cualquier momento y circunstancia y, como el virus ese de la influenza, no sólo eran potencialmente mortíferas sino también muy contagiosas. Una vez, a bordo de un autobús urbano, el hombre vio un letrero o le dijeron algo y empezó a reír, casi en silencio al principio, y luego en un volumen creciente, hasta que llamó la atención del resto de los pasajeros, quienes, a juzgar por lo que pasó, sintieron que aquella risa era extremadamente cómica. La onda de choque de las carcajadas se propagó por el vehículo hasta que llegó al chofer y éste estuvo a punto de perder el control del volante. Orilló el vehículo como pudo y abrió la puerta, que empezó a vomitar hacia la acera bultos de carne convulsionados por la risa que descendían a cuatro patas, sobándose el vientre. El causante del desaguisado no terminó de salir: se quedó sentado en los escalones del vehículo y vimos cómo su piel blancuzca viraba hacia tonos azulados. Una señora tuvo el tino de acudir a un comercio inmediato, pedir prestado el teléfono y llamar, sin poder contener la risa, a una ambulancia. La operadora del servicio de emergencia no tomó en serio el pedido y colgó con indignación. Cuando la samaritana regresó, nuestro personaje había exhalado su última carcajada, alguien le había puesto un pañuelo sobre la cara y ya nadie se reía.

8.6.09

Castigar y lucrar

La idea de convertir las prisiones en negocios particulares no se les ocurrió en primer lugar a Felipe Calderón y Genaro García Luna: se puso en práctica, hace más de un siglo, en Estados Unidos, con resultados tan negativos que llevaron a su abolición. En los años ochenta del siglo pasado, la oleada de privatizaciones impulsada por la “revolución conservadora” de Ronald Reagan y Margaret Thatcher llevó a poner en manos privadas, en esquemas de abatimiento de costos y de alta rentabilidad, muchas prisiones.

El sentido común indicaría que el carácter público de la cárcel —una de las instituciones más antiguas del Estado— tendría que ser tan irrenunciable como las atribuciones estatales de castigar a quienes violan las leyes, proteger a la sociedad de individuos peligrosos o rehabilitar y procurar la readaptación y la reinserción social del delincuente. Pero no: ahora el grupo en el poder formalmente encabezado por Calderón busca crear oportunidades de negocio para los Cheney y los Hank González (La Jornada, 7/06/09, p. 11) y, por supuesto, deja de lado las implicaciones éticas y las consecuencias prácticas de transferir la circunstancia de los reos, se vea como castigo o como rehabilitación, a un ámbito regido por las lógicas de la ganancia, la productividad y la rentabilidad.

Si predomina el espíritu punitivo, los consorcios que se hagan cargo de las prisiones buscarán incrementar sus utilidades mediante la expansión del universo de infractores. Y no es una hipótesis: recientemente, la columnista Amy Goodman (Democracy now, 17/02/09) relató el caso de dos jueces de Pensilvania quienes, en el curso de varios años, ordenaron, sin fundamentos, el encarcelamiento de casi cinco mil menores, a cambio de más de dos millones y medio de dólares en sobornos que les fueron otorgados por constructoras de prisiones y empresas carcelarias. El caso, descubierto por el Centro de Derecho de Menores (JLC, por sus siglas en inglés) culminó en la condena de los magistrados Mark A. Ciavarella Jr. y Michael T. Conahan. De acuerdo con un estudio del Comité de Errores Legislativos de Tennessee, las cárceles privadas de Estados Unidos, sometidas a un implacable abaratamiento de costos y a todo ahorro posible, son tres veces más violentas que las públicas.

Por lo demás, el negocio es el negocio: de cara a la readaptación social, los presos que cumplen sus sentencias en establecimientos privados disponen de muchos menos programas educativos, culturales y de superación de dependencias que los que se encuentran en cárceles administradas por el poder público.

Una de las implicaciones más aterradoras de la privatización carcelaria es el panorama laboral que deben enfrentar los reclusos, en muchos casos indistinguible de la esclavitud: en las cárceles particulares del vecino país del norte, los presos no pueden negociar el monto de sus ingresos ni, por supuesto, organizarse en sindicatos, carecen de prestaciones elementales y se les suele descontar de su ingreso el pago correspondiente a “habitación y comida”. Tan rentable es la mano de obra de los prisioneros que se ha dado el caso de empresas maquiladoras que cierran sus plantas en México para ir a hacer lo mismo en prisiones estadunidenses. En tales circunstancias, es claro que la rehabilitación es sencillamente inviable y los derechos humanos quedan en una mera declaración carente de vigencia.

En el contexto nacional, la privatización carcelaria es continuación del ciclo de privatizaciones que arrancó a partir de los gobiernos de Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, caracterizado por la profunda corrupción y opacidad. Ya tendremos un programa de rescate, con dinero público, but of course, para morideros en bancarrota gracias a los malos manejos de sus dueños particulares. Pero eso no es lo peor: si actualmente el panorama carcelario del país es una sentina de complicidades, códigos de negocio secretos y favores comprados, imagínense lo que le espera cuando los honorables concesionarios del negocio de castigar se vean en la posibilidad de regatear, cara a cara y en directo, con sus no menos distinguidos huéspedes o, mejor dicho, con su clientela más destacada: de empresario a empresario, con la lógica inexorable de la máxima utilidad y el más alto factor de costo/beneficio, y sin las mediaciones tontas de la legalidad, la rehabilitación, los derechos humanos y demás inventos nocivos para la productividad, la rentabilidad y los sistemas de gestión de calidad.




3.6.09

Los cromagnones
no hacían picnics


Qué fuerte: siempre dormir en la dureza irregular del suelo o en la aspereza de un lecho entre las ramas, despertar en el sobresalto por la cercanía de un felino hambriento o bien con el hambre propia sin apaciguar, carecer de remedio para el dolor de muelas y las infecciones, darse de garrotazos con el prójimo enemigo en defensa del territorio, morir a los 30 años, y ya anciano, fatigar leguas y leguas en pos de unas nueces amargas o verse en la necesidad de emboscar a un megaterio malhumorado. El Paraíso Terrenal hubo de ser obligadamente espantoso para todos los bichos que lo habitaban, pero casi todos ellos tenían a su favor que no se daban cuenta. Nuestros ancestros, en cambio, fueron desarrollando la anomalía de la conciencia, el tumor de la imaginación y el virus de la esperanza, enfermaron de incomodidad y se dieron a la tarea de destruir su entorno. No a la manera de las termitas y los castores, que realizan sus construcciones mínimas o portentosas porque así se los manda el organismo, sino en forma deliberada. Algo de eso tienen ya los changos de diversas clases que fabrican herramientas no tan simples con una definida malicia previa: este palito doblado así me permitirá hurgar más hondo en el hormiguero, lograr que sus habitantes salgan despavoridas y darme un banquete. Los primeros humanos o protohumanos fueron mucho más lejos en la complejidad del cálculo y, gracias a eso, hoy tenemos fábricas en las que por un extremo metes a un cerdo y por el otro obtienes salchichas ya empacadas para su distribución y venta.

El primero que se construyó y habitó una choza debió haber tenido una vivencia placentera mucho más intensa que la que experimentamos hoy en día al internarnos en un Spa. Y alrededor de la vivienda primitiva el suelo fue aplanado, posteriormente cubierto de piedras, y muchos milenios después, sellado con asfalto o concreto para emplazar una división permanente entre los pies humanos y los humores no siempre nobles de la naturaleza. No hace mucho, platicando con Ramón Álvarez Larrauri, oceanógrafo, terapeuta y explorador de la salvación, elogiábamos el Google earth porque permite darse cuenta, en forma contundente y gráfica, de nuestra irremediable condición de plaga planetaria: conforme el zoom deja atrás la visión global y se concentra en regiones pobladas, aparecen las costras grises y expansivas de las ciudades, síntoma inequívoco de un planeta enfermo de vida inteligente. Alrededor de esas costras, las zonas verdes están, también, gravemente alteradas de una manera casi increíble: son contadísimos los puntos del territorio francés --por citar un caso-- que no estén marcados por la retícula de las parcelas cultivables. Me temo que El Vaticano no es ya el único Estado carente de campo.

Plaga hemos de ser, pues; pero, en lo personal, y sin asomo de ironía, les agradezco a los australopitecos, a los ergaster, a los erectus, a los cepranensis, a los neanderthales, a los cromagnones y a los demás que corresponda, el habernos orientado por una ruta de escape del picnic infernal y perpetuo en el que vivieron inmersos, y no puedo dejar de simpatizar con Voltaire cuando respondió con expresiones vitriólicas a las críticas que Rousseau formulaba al desarrollo civilizatorio y a sus elogios a lo que el suizo consideraba “formas naturales” de vida: “Nunca se había empeñado tanto espíritu en el afán de volvernos animales. Dan ganas de caminar en cuatro patas cuando se lee vuestra obra. Sin embargo, como hace más de sesenta años que perdí ese hábito, siento que, desgraciadamente, me es imposible retomarlo. [...] Tampoco puedo embarcarme para ir a buscar a los salvajes de Canadá, primero porque las enfermedades a las que estoy condenado me hacen necesario un médico europeo, y segundo, porque la guerra ha sido llevada a ese país y los ejemplos de nuestras naciones han vuelto a los salvajes casi tan malvados como nosotros.”


Ciertamente, el sarcasmo de Voltaire no sólo es inaceptable para los cánones actuales de corrección política, sino que tenía mucho de brillante artificio verbal y no poco de crueldad frente al pensamiento opaco, pero más profundo, de Rousseau. Pero esa polémica del Siglo de las Luces sigue resonando hoy en día y se me viene a la cabeza cada vez que alguien, para mi infortunio, propone ir a convivir con la naturaleza y poner entre paréntesis, aunque sea de manera muy parcial y breve, unas decenas de miles de años de vida sedentaria, urbana y tecnológica. Órale pues. Aunque el invento del campismo data de un siglo, ya los habitantes de las ciudades medievales y renacentistas, agobiados por el hacinamiento y las miasmas, procuraban escaparse, así fuera a ratitos a lo que entonces era realmente campo. El multicitado Fray Luis de León da cuenta de ello: “¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruïdo / y sigue la escondida / senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido! [...] Despiértenme las aves / con su cantar süave no aprendido, / no los cuidados graves / de que es siempre seguido / quien al ajeno arbitrio está atenido”.

Dicen por ahí que “los primeros datos de campamentos organizados se registran en Estados Unidos; el señor Frederick Williams Gunn (1861) realizaba para sus alumnos programas de verano, lo que constituyó la primera experiencia”. En otro sitio afirman que “la primera manifestación de carácter deportivo que tuvo el ‘camping’ surgió en Inglaterra, en 1901, con el nombre de Association Of Cycles: estuvo a cargo de Mr. Holding. En 1906 la Institución pudo llevar a cabo su primer campamento de ‘camping’ ciclista: coincidiendo, también ese año, con la fundación de la sociedad denominada The Camping Club. Un año más tarde, Baden Powell, influenciado por lo visto y leído, realiza el primer campamento de muchachos. Esto da origen a lo que más adelante se conocerá con el nombre de ‘scoutismo’”.

Otra manera de sentir las emociones fuertes es la salvajada de la cacería contemporánea, repudiada por los exploradores y por campistas pacíficos pero que, en esencia, viene siendo una expresión más de ese afán por reencontrarse con Natura y espetarle: “Mami, ya regresé”. O las excursiones de pesca. En todos esos casos, salvo los motivados por afanes abiertamente suicidas, uno remolca, por medio de un motor de combustión interna que traga combustibles fósiles, su burbuja de vida artificial y de tecnología: desde cerillos hasta asadores portátiles de gas butano, pasando por linternas con pilas contaminantes, tiendas de campaña que tardarán un millón de años en biodegradarse e inodoros móviles provistos de un líquido azul y venenosísimo que desintegra los excrementos en sus moléculas fundamentales.

No habría que darle muchas vueltas. Hace unas decenas de miles de años, cuando construimos los primeros asentamientos urbanos (Çatal Hüyük, Jericó, Damasco, Numeria, bien los restos recientemente descubiertos que reposan en el fondo del Golfo de Cambray), salimos corriendo de las garras de la naturaleza y no tenemos la menor intención de volver a ellas. Tal vez logremos algún día equilibrar nuestro impulso depredador, hasta ahora insaciable, con una manera de no arruinar mucho, ni demasiado rápido, lo que queda del equilibrio temporal del planeta, un equilibrio que puede parecer idílico siempre y cuando se le vea en postales, o bien de cerca pero a ratitos. El entusiasmo de ir a pernoctar al bosque o a la selva nació, por supuesto, en las grandes ciudades; los primeros humanos y sus ancestros empeñaron muchos esfuerzos en irle robando a Natura pequeños espacios para la cultura, que es el hábitat irremediable de los humanos, y no se les habría ocurrido poner en práctica el disparate contrario.

* * *

Recibí este testimonio por email, lo encontré verosímil y lo coloco aquí, tal cual:

“El crimen organizado bajo amenasa, citó a la policia municipal de mi pueblo a que se reuniera en uno de los ejidos que está al pie de la sierra, con anterioridad habian tenido a uno de los policias secuestrado y amarrado por tres dias. A la policia les exigieron que cerraran la boca y no dijeran nada a lo que vieran en relacion a sus actividades y fueron amenazados de muerte ellos y a sus familiares... No les ofrecieron dinero por callar, no les dan ni un cinco... Si ellos callan no es a cambio de un dinero que no les dan, es a cambio de no ser asesinados . La persona que me conto esto renuncio hace como 20 dias junto con otro grupo de policias. Estas personas estaban expuestas a ser asesinados por el narco o a ser acusados y encarcelados por el gobierno por ser encubridores de narcos, dejando a sus familias en el total desamparo. Asi es como esta actuando el gobierno.”

2.6.09

“En defensa
de la política”


En defensa de la política, el panismo gobernante acudió al Chupacabras para que le diseñara una estrategia de comunicación impecable: corromper a personajes clave del entorno de López Obrador a fin de parar en seco su trayectoria a la Presidencia y desmoronar el respaldo social logrado por el entonces jefe de gobierno del Distrito Federal. Con ese mismo propósito defensivo, el ahora abogado de la Nación, y quien por entonces era más bien el espía de la Nación, bailó al son que le tocaban Ahumada y el jefe Diego. En defensa de la política, la Procuraduría fue empeñada en la fabricación de delitos contra el propio López Obrador y, en otro ámbito del quehacer nacional, contra los liderazgos sociales de San Salvador Atenco y de Oaxaca, o bien en la transferencia de podredumbres reales hacia personas que resultaron ser legalmente inocentes, como tantos ciudadanos agraviados por los atropellos judiciales del foxismo.

En defensa de la política, el panismo salinista usó la Presidencia de la República como ariete electoral para favorecer a su propio candidato; impuso su perpetuación por medio de un proceso electoral cuyas “irregularidades graves” (eso dijeron del platillo los magistrados del tribunal electoral, justo antes de comérselo) no impidieron dar por bueno el comicio del 0.56 por ciento; Luis Carlos Ugalde, presidente del Instituto Federal Electoral, en teoría autónomo, cumplió con lo que a Fox le dio la gana mandarle; en defensa de la política se llevó a cabo una transferencia meramente televisiva y al margen de las leyes del cargo más importante del Estado, ritual que se repitió, horas más tarde, en una incursión furtiva y vergonzante del Ejecutivo a la sede del Legislativo, blindado por los terminators de la Policía Federal Preventiva.

En defensa de la política, la cosa que siguió, ya bajo la responsabilidad de Felipe Calderón, intercambió impunidad por respaldo corporativo con Mario Marín y Ulises Ruiz, se entregaron dependencias públicas enteras al poder fáctico de Elba Esther Gordillo, se llevó a la Secretaría de Gobernación a un hombre acusado de dar cobijo a torturadores, y después, a un pobre muchacho que nunca entendió nada de nada, como no fuera hacer negocios familiares a la sombra del poder público. En defensa de la política se ha recuperado la tradición de las desapariciones forzadas, ahora disfrazadas de “levantones”, se ha seguido torturando y asesinando a dirigentes opositores y se ha pretendido atribuir a los cuerpos policiales atribuciones más acordes con la Alemania de 1940 que —uno pensaría— con el México del siglo XXI.

En defensa de la política se ha lanzado una ofensiva sin pies ni cabeza contra una delincuencia organizada que, a juzgar por resultados, se muere de la risa con los desplantes calderónicos, y en ese marco, y como siempre, en defensa de la política, se hizo coincidir, en Michoacán, una supuesta investigación policial secretísima con los tiempos electorales de este año para singularizar en el ¿gobierno? estatal del acongojado Leonel Godoy los horrores y la pudrición que comparte la generalidad de las instancias gubernamentales, federales, estatales y municipales: la penetración del narco en los más altos niveles de decisión y en los altos mandos de los organismos que, en teoría, debieran estar dedicados a combatirlo.

La frase es impecable, poeta Gómez Mont. Con ella, usted se ha hecho digo de ingresar al parnaso de los inmortales, junto con el conceptista Antonio Solá y su peligro para México y el folklorista Felipe Calderón y su “haiga sido como haiga sido”.

La defensa que la expresión retrata es, también, irrebatible. Por ello, ahora debieran ustedes plantear la pertinencia de crear la Secretaría de Defensa de la Política (SDP), dotada de ley orgánica y organigrama propios, a fin de mantener la pulcritud insólita con que se gobierna. Esa defensa ha dado, por supuesto, resultados concretos: el más destacable de ellos es, sin duda, el altísimo grado de prestigio y credibilidad de que gozan la política y sus protagonistas en el sentir nacional. Felicidades.