29.11.12

Llamada para
Antonio Meucci


El 9 de abril de 1860 una garganta desconocida cantó la popular canción francesa “Au clair de la Lune” y su voz quedó registrada en forma de gráfica en un papel por medio de un aparato llamado “fonoautógrafo”, inventado poco antes por Édouard-Léon Scott de Martinville. Ciento cuarenta y ocho años después unos científicos estadunidenses escanearon los relieves microscópicos de aquel papel amarillento, conservado de milagro en la Academia de Ciencias de Francia, y con ayuda de un software especializado transformaron el registro en sonidos audibles.

El resultado es estremecedor porque permite escuchar, literalmente, una voz de ultratumba, casi dos décadas anterior a la frase “Mary had a little lamb”, registrada en un cilindro por el inventor oficial del fonógrafo, Thomas Alva Edison, y considerada hasta hace poco el primer sonido grabado en la historia.

O sea que cuando Aristide Bruant cantó ante un micrófono sus célebres canciones de combate y sufrimiento popular, en 1905, los cacharros de grabación y reproducción de sonido ya tenían casi medio siglo de existencia. Aun así, la voz de aquel trovador legendario se escucha polvorienta y póstuma, como salida de un baúl abandonado. La primera vez que hice una llamada telefónica al pasado supuse que oiría algo parecido a eso, pero me equivoqué: las voces de allá suenan nítidas y cristalinas en los aparatos de nuestra época.



Sí, sé que te brincó lo de marcar al pasado, pero es cierto. Ahora te lo explico.

Todo empezó hace un par de décadas, cuando me encontraba en el pueblito de Kalispell, situado entre dos macizos boscosos en Montana, cerca del Parque de Los Glaciares. Era un viaje de trabajo, debía ir de Seattle a Salt Lake City, no tenía prisa y decidí rentar un automóvil para hacer el camino más largo posible por entre las reservas naturales del noroeste de Estados Unidos. Tomé la carretera 90, me desvié después por la 395, pernocté en Spokane, desayuné en Coeur d'Alene, me interné por el área de Lookout Pass, crucé el condado de Mineral y  antes de llegar a Missoula una desviación a la izquierda me llamó la atención.

En vez de seguir mi camino, de por sí desviado, hacia Mormonlandia, es decir, hacia el sureste, tomé sin pensarlo dos veces esa pequeña carretera que me llevaba al norte; a las pocas horas bordeaba el lago Flathead y así fue que llegué, ya de noche cerrada, a Kalispell, tierra de las monedas de madera. Busqué hospedaje en un viejo hotel del centro, me tendí sobre una cama rechinante y blanda y, aunque estaba agotado por las muchas horas de carretera, no me llegó el sueño.


No llevaba conmigo material de lectura, así que hurgué en la vieja mesa de noche en busca de una Biblia. No la había. Hube de contentarme con un directorio telefónico del año del avestruz y empecé a ojearlo desde el principio. En el listado de claves de área me llamó la atención una anomalía tipográfica: uno de los números, el que se encontraba entre Park City y Peerless, era mucho más largo que el resto y desbordaba su columna en algo así como cinco caracteres. Antes de él aparecía la palabra “Past”.

Me pareció gracioso que existiera una localidad llamada Pasado y me intrigó sobremanera un código de ocho guarismos, cuando la norma es que se compongan de tres. Sentí el impulso de marcar un teléfono al azar para comunicarme con algún habitante de Past y hacerle una broma sobre su lugar de residencia pero por aquel entonces y en aquel establecimiento se requería de la intervención de la operadora para hacer una llamada de larga distancia y me inhibí. Anoté el código en mi agenda, soñé que me encontraba a mi abuelo en su época de niño y me dormí. Al día siguiente había olvidado el asunto y el resto del viaje carece de importancia.

La semana pasada, cuando trataba de poner orden en una caja de papeles viejos, me topé con aquella agenda y con el código de larga distancia escrito en la tercera de forros: Past. Busqué esa toponimia en Wikipedia y en Google Maps y no la encontré. Algo me hizo tomar el teléfono, marcar 001 y, a continuación, la serie de números de la misteriosa clave. Luego, claro, tendría que improvisar una secuencia de siete dígitos para llamar a algún lado en particular, pero antes de hacerlo escuché en el aparato una voz cascada y cansina pero nítida:

–Ester? Ancora non dorme?

Me quedé estupefacto y el señor que hablaba se impacientó:

–Ester? Cosa ne pensi?

–Disculpe –dije con suavidad–. No soy Ester. Marqué un número equivocado.

Luego, un largo silencio al otro lado de la línea y después, un golpe sordo y un ruido de pasos apresurados sobre un piso de madera, luego unas pisadas sobre una escalera chirriante y unos gritos que se alejaban del auricular:

–Ester? Ester? Ti senti bene?

Profundamente perturbado apagué el teléfono –hace unas décadas habría dicho “colgué el teléfono”– y me quedé perplejo ante las implicaciones de mi travesura: había alarmado sin motivo a un hombre muy viejo, a juzgar por su voz, residente de algún pueblo lejano sabía Dios en qué parte del planeta. Me serené un poco y sólo por no dejar decidí hacer otra llamada a Past: esta vez, después del código, digité el número de la casa de mi infancia.

La voz amada de mi abuela era inconfundible. Casi muero del susto al escucharla y colgué de inmediato.

Me tomó un par de días sobreponerme a la conmoción. Poco a poco empecé a atar cabos. Busqué “teléfono” en Wikipedia y me encontré con que el inventor y primer usuario de ese aparato no fue el escocés Alexander Graham Bell, quien usurpó la patente, sino el ingeniero florentino Antonio Meucci, un seguidor de Garibaldi y combatiente de la unificación italiana que debió huír de su país por la persecución gubernamental de que era víctima y que acabó sus días, pobre y olvidado, en Staten island, cerca de Nueva York. Meucci se adelantó a Bell en 22 años. Hacia 1854 inventó un teléfono y lo instaló en su casa para comunicarse desde su despacho con su esposa, Ester, confinada por el reumatismo a la planta alta de la vivienda. Pero Meucci, como todo militante honesto, era pobre de solemnidad y no logró juntar los 250 dólares que costaba el trámite de la patente. Inventó varias cosas más, pero tras sufrir un accidente que lo incapacitó durante un tiempo, se vio obligado a entregar los planos y descripciones a un prestamista a cambio de seis dólares. Cuando logró reunir la cantidad para recuperar sus papeles el usurero ya se los había vendido a “un hombre joven” cuya identidad permanece en el misterio.


Bell estaba al tanto del desarrollo tecnológico del italiano, le ganó un juicio porque tenía más dinero y era, pues, un grandísimo pirata. Pero le honra un paralelismo con la víctima de su ratería: al igual que Meucci, Bell actuó por amor: fue su trabajo con estudiantes sordos lo que lo llevó a interesarse en experimentos sobre la transmisión del sonido, y Hellen Keller, que fue su alumna, dijo de él que había dedicado su vida a romper el “inhumano silencio que separa y estrangula”. Lo cierto es que si uno marca a un pasado telefónico previo a la asignación de números de línea, es Meucci, y no Bell, quien toma la llamada.

Desde que escuché la voz de mi abuela difunta no he vuelto a intentar una comunicación telefónica con Past. Tampoco quiero divulgar el código correspondiente porque sé que se generaría una multitud de telefonemas y se alteraría la realidad actual de manera tan determinante como impredecible. Estoy pensando con mucho detenimiento si debo volver a digitar esos números en el teléfono. En todo caso, si llego a hacerlo, me comunicaré con dos o tres personas a las que hice daño y que ya no están. Esa clave sería la única manera de pedirles perdón.

Antonio Meucci

27.11.12

Quería ser querido


Tal vez el drama central de este hombre sea que quería ser querido y que con ese objetivo hizo todo lo que hizo. Entre todos los caminos posibles para lograrlo escogió desde muy joven el de la transgresión: fue el hijo desobediente de su papá, el discípulo fementido de Castillo Peraza, la oveja negra del equipo foxista, el político institucional que mandó al diablo –ese sí– a las instituciones al encaramarse a la cúspide de éstas “haiga sido como haiga sido”, según confesión propia.

Aunque nunca fue un político popular, su candidatura presidencial no generó expresiones multitudinarias de repulsión, como le ocurrió seis años más tarde a su inminente sucesor. Sin embargo, al llegar al cargo en forma tan desaseada como llegó, se encontró con el repudio masivo de un tercio del electorado –el 34 por ciento, los votantes de López Obrador–, el menosprecio condescendiente de otro tercio –el 27 por ciento, los votantes de Roberto Madrazo, reducidos al 22 por ciento por efecto del fraude foxista-elbista-ugaldista– y la indiferencia de la ciudadanía remanente. Tal vez habría logrado ser aceptado si hubiese intentado un ejercicio de reconciliación, apertura y diálogo, pero para eso se requiere de modestia, contención y visión de Estado y tales atributos no son lo suyo. Optó, en cambio, por exacerbar los conflictos, profundizó y generalizó la corrupción en las dependencias públicas –desde los célebres contratos de compra de gas natural a Repsol hasta la “Estela de Luz”– y se embarcó en un populismo violento y autoritario con implicaciones genocidas: Calderón se empeñó en publicitar la idea de que es lícito poner fin a la criminalidad por medio del asesinato de los delincuentes. Pero nunca se refirió a la otra cara del fenómeno: si en el país hay algunos cientos de miles o millones de asesinables, la proliferación se debe a que han sido orillados a la delincuencia por el modelo económico impuesto, sostenido y profundizado desde el gobierno mismo.

Al principio el repudio y el desprecio amainaron y en algunos casos se convirtieron incluso en aprobación entusiasta, no sólo entre las clases medias urbanas sino también en las zonas rurales afectadas por la criminalidad. Pero pronto la estrategia de guerra resultó insostenible porque la cruzada contra la violencia delictiva desembocó en un incremento de todas las violencias –la criminal, la individual y la de las corporaciones policiales y militares–; la tasa de homicidios creció en forma imparable y la desintegración social e institucional adquirió rango de catástrofe. Los deudos de miles de muertos –inocentes todos, pues nunca se les dio la oportunidad de ser juzgados y declarados culpables– fueron a los foros oficiales, a las calles y a los medios a exigir el fin de la impunidad y un alto a la guerra en la que Calderón, ansioso por realzar su popularidad, embarcó al país.

Siempre deseoso de transferir propiedades y obligaciones públicas al lucro privado, de reducir garantías, de acabar con los derechos laborales, de aplastar a las organizaciones sociales, Calderón ensanchó de manera sistemática el círculo de sus odiantes y mientras más lo ensanchaba con más firmeza apostaba a hacerse querer presentándose como “gallito” muy bragado. En cambio, ante sus mandantes reales, la oligarquía empresarial y el gobierno de Estados Unidos, su sentido de la transgresión y de la rebeldía, nunca traspasó los límites de lo discursivo: en una ocasión lanzó una amenaza destemplada e inconsecuente contra los empresarios evasores y más de una vez alzó la voz contra el gobierno de Washington. Pero, en los actos, fue obsecuente y sumiso hasta la abyección con unos y con el otro.

Su drama es que quería ser querido. Su error fue buscar ese objetivo por medio de la transgresión y se enfrentó a la gran encrucijada: o transgredía las lógicas de complicidad, encubrimiento y corrupción del régimen oligárquico que lo ponía en la presidencia para servirse de él o transgredía la ética, las leyes y algunos de los principios que le habían inculcado desde pequeño como no robar, no matar y no mentir. Optó por lo segundo y por eso está a punto de convertirse en uno de los ex gobernantes más odiados en la historia reciente del país. Como Salinas.

La gran diferencia entre uno y otro es que Calderón, más ingenuo y simple, quería ser querido y ahora es un perdedor. Su antecesor y benefactor priísta, en cambio, posee una personalidad más compleja: deseaba ser odiado y es, en esa perspectiva, un hombre de éxito.


22.11.12

Reflexiones sobre
un libro de AMLO



Tendría 16 o 17 años y después de unos meses como simpatizante de una organización marxista, me disponía a solicitar mi incorporación en calidad de militante pleno. Los integrantes de la célula se reunieron para examinar el caso y para poner a prueba mi formación teórica y el grado de desarrollo de mi conciencia.

–¿Por qué quieres ser militante? –me disparó a bocajarro un responsable de la directiva enviado a la reunión.

–Porque no me gustan la miseria ni la desigualdad ni las injusticias –le repliqué con toda inocencia.

–No, no –respondió con un gesto de decepción profunda–. La respuesta correcta es: “Porque creo en el advenimiento histórico del proletariado”.

La reunión terminó de inmediato. Se decidió posponer mi incorporación para cuando estuviera en condiciones de repetir de memoria aquella fórmula litúrgica.

Más o menos en la misma época tuve un reencuentro con mi abuelo, un hombre que, por formación o deformación, había sido honestamente antimasón, antisemita, homófobo y, por supuesto, anticomunista. Por razones de la vida había dejado de verlo durante varios años y me había propuesto consagrar la reunión al cariño entrañable y no echarla a perder con pláticas estériles sobre política. Pero la realidad pesa y a veces es ineludible, y pronto estábamos comentando los sucesos internacionales del momento: movimientos guerrilleros cuya victoria podía parecer inminente y hasta inevitable, y cosas así.

–El triunfo de esos muchachos es la única esperanza de este continente –comentó con toda naturalidad.

Por unos momentos me quedé confundido y me pregunté si se refería al triunfo de los escuadrones de paramilitares que infestaban América Latina. Pero no: de manera inequívoca, aquel viejo amado se refería a los guerrilleros. Me tomó muchos años entender la razón simple de aquella metamorfosis ideológica y política: era un hombre decente.

Hoy los yerbajos crecen sobre la tumba de mi abuelo, y aquel inquisidor marxista que me reprobó como militante es delegado de la Sagarpa en no sé dónde y me han contado que organiza el voto a favor de los partidos del régimen por medio de las dádivas a organizaciones caciquiles. Yo, por mi parte, he comprendido que la decencia no se desprende de la ideología sino al revés: bajo su costra de ideas cavernarias mi pariente era un hombre decente; en cambio, aquel responsable político que me examinó escondía bajo su fachada de marxista ortodoxo a un corrupto en ciernes y a un pobre pendejo.

La reflexión sobre la decencia es inevitable y necesaria ante lo que está ocurriendo en México desde julio pasado y hasta el momento, que es un triunfo casi inverosímil de la indecencia. A la mayor parte de la población no le cabe en la cabeza que un candidato corrupto, repudiado e impresentable esté a horas de convertirse en presidente de la república. Muchísima gente se ha desalentado y deprimido a raíz de la imposición perpetrada por la indecencia gobernante mediante el bombardeo propagandístico televisivo, a golpe de tarjetas Soriana y Monex y a punta de resoluciones leguleyas. Por eso es necesario hurgar en las razones que hicieron posible esta aparente involución y preguntarse seriamente si la bondad, la generosidad y la decencia pueden tener algún futuro ante la avaricia, la deshonestidad y la corrupción. Y eso es justamente lo que hace Andrés Manuel López Obrador en este libro No decir adiós a la esperanza.

Antes de eso, el autor reitera, amplía y perfecciona en estas páginas su radiografía del poder en México: la conformación de una pequeñísima oligarquía saqueadora que ha terminado por concentrar el grueso del poder económico, político y mediático. Luego, el autor ofrece un informe pormenorizado de su campaña presidencial, desde la gestación programática y política de su candidatura hasta el fraude consumado el primero de julio de este año.

Una reflexión al margen: significativo de las diferencias entre los candidatos que se disputaron la presidencia, este informe de López Obrador, tan pormenorizado y riguroso como un parte de guerra, que contrasta con lo hecho por los otros aspirantes tras las elecciones: Josefina Vázquez Mota se fue de vacaciones; Peña Nieto pasó a la clandestinidad con todo y su investidura comprada de presidente electo y Gabriel Quadri se reimplantó en el endometrio de Elba Esther.

La elección presidencial de este año le costó al país un dineral y el único de los participantes que rindió cuentas, que rinde cuentas puntuales ahora, a sus partidarios y a la ciudadanía en general, es Andrés Manuel López Obrador.

La tercera parte del libro está dedicada a mirar hacia adelante y a buscar un reacomodo a las esperanzas frustradas de mucha gente que no sólo creyó imposible la consumación de la suprema indecencia –es decir, la imposición de Peña Nieto en Los Pinos– sino que también avizoró como posible el inicio, este mismo año, de la transformación nacional impulsada desde el poder. Hoy puede verse que la tarea no tiene atajo posible. Desalojar del poder público a la oligarquía –y hacerlo en forma pacífica, tanto por razones éticas como por consideraciones pragmáticas– requiere de un trabajo permanente de organización política y de regeneración moral de la sociedad.

En el último cuarto de siglo el régimen oligárquico se ha robado la presidencia en tres ocasiones para imponer en ella a sujetos corruptos, mediocres, inescrupulosos y, salvo en el caso de Salinas, muy escasamente dotados de luces.

Una y otra vez se constata que no hay en México una democracia real y que el autoritarismo gobernante impera sobre un acanallamiento generalizado y opera, en parte, gracias a una pronunciada destrucción de principios éticos que él mismo ha propiciado.

El persistente discurso oficial ha destruido la moral gregaria que es característica histórica de la nación y ha buscado dislocar los mecanismos colectivos que estructuraban a la sociedad mexicana: el barrio, la banda, el gremio, la cofradía, la cooperativa, el sindicato, el ejido, la comunidad. En cambio, ha predicado el individualismo, la competencia, la sobreviviencia del más fuerte, el triunfo personal a costa de quien sea y de lo que sea. Hoy proliferan las actitudes egoístas y a guisa de valores morales han sido impuestas la competitividad, la rentabilidad, la utilidad máxima y el retorno de la inversión al plazo más breve posible. Esta distorsión explica en buena medida la violencia que padece el país. Cuando los capitales se inconforman con tasas normales del 10 por ciento anual incursionan en el negocio de la privatización de bienes públicos, mucho más rentables. Cuando se acaban los bienes públicos, se van a los contratos con el gobierno, que permiten márgenes astronómicos de ganancia. Y cuando no se sacian con eso optan por impulsar el narcotráfico, el secuestro y la trata de personas para que el sistema financiero tenga mucho dinero para lavar y la economía pueda parecer floreciente y dinámica.

Para hacer frente a la tarea de remontar la postración del país se requiere de un plan de acción definido y de una organización social capaz de emprender la transformación de fondo que se requiere. En años recientes López Obrador se ha dedicado a coordinar las aportaciones de diversas personalidades al primero y a promover la segunda: el Nuevo Proyecto de Nación y el Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Pero no basta con eso. Se requiere, además, de una convicción moral para remontar el desánimo y la desesperanza. Lo que el autor propone en este libro es olvidarse de buscar una felicidad abstracta e inalcanzable y encontrarla en lo inmediato y en forma permanente en el servicio a los demás. De tal forma, si nos dedicamos a procurar el bienestar de nuestros semejantes, plantea López Obrador, podremos dedicar toda la vida a la transformación del país, viviremos felices y no habrá por qué decir adiós a la esperanza. Desde su perspectiva, la esperanza es inagotable.

Agrego que en esta lógica es posible, incluso en medio de la pudrición imperante, encontrar una manera de vida en la decencia, que más allá de sus acepciones cosméticas quiere decir recato, honestidad, modestia y dignidad en los actos y en las palabras.

18.11.12

Desafío técnico


El principal problema de producción en la porno de antaño era mantener a los modelos quie-te-ci-tos para la foto.  

17.11.12

“La gente es fea...”


–¡Qué hermosa es la gente! –exclamaba mi padre, con esa emoción humanista que le brotaba por los poros.

–Qué va –lo contradecía su suegro, o sea, mi abuelo materno, que era un grandísimo quevediano–. La gente es fea.

Yo los escuchaba en silencio y parapetado en la inocencia infantil. Me tomó décadas asumir que ambos tenían razón y me gasté un dineral en terapias para sortear la ambigüedad intrínseca del mundo.

16.11.12

Elogio de la bisagra



La Real Academia no quiso sacarme de dudas sobre la etimología: “de origen incierto”, regatea su Buscón cuando uno acude a él para obtener un poco de alivio espiritual para la curiosidad. Mi intuición decía que el vocablo tenía de seguro alguna raíz árabe. Seguí buscando y a la postre mi curiosidad se vio recompensada: hay dos construcciones en Toledo llamadas la puerta vieja y la puerta nueva de Bisagra.

Se trata de esa clase de edificaciones fortificadas que daban acceso a las ciudades, tan comunes en la Europa de antaño, y de las que aún quedan muchas, como la de Brandemburgo, en Berlín. Las más entrañables, por las respectivas canciones alusivas, son sin duda la de Alcalá (Madrid) y la des Lilas (París). Volviendo a Toledo, la vieja Bisagra (o de Alfonso VI) formaba parte de la muralla que los moros erigieron en esa ciudad enre los siglos X y XI, aprovechando restos de construcciones visigóticas. Tiene un arco principal de herradura, rodeado por un alfiz, y fue reconstruida en el XIII, cuando se le agregó aparejos mudéjares en el cuerpo superior.  En el XVI fue tapiada por órdenes de Carlos V, quien prefirió poner otro acceso a la urbe en la hoy conocida como Puerta Nueva de Bisagra. Ésta tiene también origen musulmán, fue reconstruida por Alonso de Covarrubias y su fachada exterior está flanqueada por dos torreones circulares rematados en sillería almohadillada. O sea que, vista desde cualquiera de sus vértices, la Puerta Nueva de Bisagra parece una bisagra a medio abrir.


Puerta vieja de Bisagra

Dicen que el nombre de Bisagra deriva del árabe bib-shala o bib-xacra,  “puerta de la campiña”. Wikipedia afirma la etimología es bib Sagra, en referencia a la comarca de La Sagra, que procede a su vez del árabe al-Saqra, campo cultivado. Sostiene incluso que en tiempos anteriores los romanos llamaban Puerta de Via Sacra a la primera de las edificaciones, en recuerdo a la Vía Sacra romana y porque en ambos casos eran salidas hacia tierras fértiles consagradas a Ceres, deidad agrícola conocida también como Sacra Cerens.

Una vez resuelto el misterio etimológico, parece natural que esos adminículos que articulan entre sí a otros objetos hayan sido llamados bisagras en español y que tienen como sinónimos alguaza, charnela, gozne y pernio. Su gracia más evidente reside en que, estando construida por cuerpos rígidos (el perno interior y las dos hojas, en el caso de las llamadas “de libro, que son las más generalizadas) dan flexibilidad y una restringida libertad de movimiento a los objetos a los que articulan.

Sabrá Dios a qué desconocido ancestro se le ocurrió esa solución para poner puertas en los muros, tapas en los muebles y porciones móviles en las armaduras. Probablemente la forma más primitiva de una bisagra sea la de dos armellas unidas entre sí, sucesoras a su vez de uniones realizadas con objetos flexibles, como tiras de cuero clavadas en las dos orillas de madera o metal. Pero el perno o el cilindro central es una genialidad porque permite un movimiento preciso, acotado y suave y porque hace posible que el peso del objeto móvil descanse en la parte estática de la articulación.


Puerta nueva de Bisagra

Actualmente las bisagras han evolucionado y se han diversificado en función de aplicaciones y necesidades diferentes. Las más populares, las “de libro”, tienen su principal aplicación en la carpintería, aunque no se pelean con la herrería; una subespecie de esta bisagra es la llamada “ramal”, más ancha que alta. Las “de piano” son largas de necesidad y se fabrican en tiras continuas, por lo que pueden cortarse a la medida para adecuarse a un mueble determinado; las de pernio requieren de un cajeado previo para ser colocadas en la madera; las de doble acción permiten abrir una batiente en un ángulo de 180 grados y son muy utilizadas para fijar al marco las puertas de la cocina; las ocultas o invisibles están constituidas por dos cilindros estriados que han de ser incrustados en la madera en el canto de la batiente; las de cazoleta se emplean con frecuencia en los muebles de cocina, a partir de cierto ángulo se cierran solas, pueden ser reguladas y son difíciles de instalar; las bisagras para vidrio están compuestas por un corto canal en forma de “u” (que aprisiona la lámina de vidrio con la ayuda de tornillos de presión de punta ahulada), un pivote y un casquillo.

De ahí ya puede uno saltar a las bisagras que articulan la pantalla y el cuerpo de una computadora portátil, a las automotrices, a las piezas de alta tecnología que permiten la apertura y el cierre de las compuertas de las naves espaciales y a las que conjuntan a la función básica de iniciar y concluir otras tareas, como la de procurar encendidos y apagados electrónicos.

La vida contemporánea está llena de puertas, compuertas, compartimentos, armarios, cajitas, tapas, con o sin llave, y también de metáforas alusivas: la puerta del éxito, la puerta del cielo, la tragedia que llama a la puerta. El abrir y el cerrar cosas, de manera literal o figurada, altera estados de ánimo nacionales y personales, se vive como pasos de trascendencia o forma parte de rutinas cotidianas cuyos episodios ni siquiera llegan a las puertas de la conciencia y de la percepción fina. Todas esas operaciones tienen como protagonistas dos o más partes rígidas cuya coreografía nos permite o nos impide el tránsito y la libertad, pero su movimiento es posible gracias a las bisagras.

Pero éstas permanecen ignoradas en una oquedad discreta, en una juntura casi imperceptible o en el margen de insignificancia de las metáforas. Pensándolo bien, las bisagras son piezas admirables, no sólo porque articulan cosas que sin ellas carecerína de sentido sino porque son objetos que operan y que viven, incansables y eficientes, en función de los demás. 




13.11.12

Poiré y las ratas



Hace unos días, en entrevista con La Jornada, Alejandro Poiré justificaba la desorbitada violencia gubernamental de este sexenio con una parábola cuestionable: la situación que heredó su jefe, dijo, era “como si hubiéramos entrado a una casa y nos hubiéramos dado cuenta de que teníamos los cimientos verdaderamente infestados de ratas”.

Cuando un funcionario de este país emplea el término “ratas” para referirse a otros seres humanos lo más probable es que la expresión resulte contraproducente y desafortunada. Ello es así por varias razones: la primera, la estética, es que la muestra de visceralidad y desprecio hacia un sector de la población –cualquiera que éste sea– suena destemplada en labios de un servidor público. La segunda es que si algunas personas son equiparables a ratas, de ello se desprende una negación contundente de sus derechos humanos, por más que el fanatismo animalista, tan de moda hoy en día, se empeñe en generalizar tales derechos al conjunto de los organismos vivientes del planeta y en negar las diferencias esenciales entre un niño y un hámster.

La tercera es más baladí: con el telón de fondo de la cleptocracia gobernante, el discurso popular asocia casi en automático la palabra rata con funcionario público, no sólo por los casos de enriquecimiento personal inexplicable, de los que sólo una pequeñísima fracción llegan a ser investigados, sino también porque los aparatos gobernantes –el federal en primer lugar, pero también los estatales y los municipales– son y han sido desde hace décadas el instrumento principal para el robo sistemático de propiedad pública en beneficio de intereses corporativos privados.

En 1999 Arturo Montiel lanzó en su campaña para la gubernatura del Estado de México la consigna “los derechos humanos son para los humanos y no para las ratas”, en un aprovechamiento inescrupuloso del terror social a la delincuencia, ya en auge en la entidad por aquel entonces. La propuesta implícita de aquella frase era que para acabar con la delincuencia había que suprimir los derechos humanos de los delincuentes. A la postre, sin embargo, el propio Montiel terminó convertido en el ejemplar más emblemático de los roedores del erario, toda vez que a su paso por la gubernatura acumuló una fortuna inocultable. Su secretario de Administración, sucesor y sobrino, Enrique Peña Nieto, lo protegió de los cargos legales, pero no pudo evitar que la fama pública de su tío haya quedado como antonimia de probidad.

Volviendo a Poiré, su parábola de las ratas constituye una perfecta radiografía de la miseria ética y mental del calderonato. Por principio de cuentas, Calderón y su grupito –incluido el propio Poiré– no “llegaron” a una casa en calidad de extraños (a donde tuvieron que irrumpir como intrusos y por la puerta de atrás fue, en todo caso, al Palacio Legislativo de San Lázaro), sino que se criaron y surgieron en ella, y en ella fueron alimentados y aupados por Fox, Salinas, Televisa, la embajada de Estados Unidos, la Coparmex, el cacicazgo gordillista y sabrá Dios qué otros poderes fácticos incluso menos presentables; en consecuencia, la metáfora misma introduce la duda de si los calderonistas son exterminadores de plagas o parte de la infestación.

Por añadidura, como todo mundo sabe, las construcciones más proclives a la proliferación de ratas son aquellas en las que se abandona las normas mínimas de higiene y se acumula desperdicios. Si se lleva la parábola a sus últimas consecuencias, el exterminio físico de los roedores sólo produce cadáveres –es decir, más basura– pero, en tanto no se limpie el basural, la plaga será invencible.

Un tercer aspecto problemático de la metáfora es que su autor detenta el cargo de secretario de Gobernación y no es correcto que, en una expresión de montielismo puro, se refiera a un sector de la población como “ratas” a las que se debe liquidar: “los derechos humanos son para los humanos y no para las ratas”.

Finalmente, se entiende que cuando dice “ratas”, Poiré se refiere a los delincuentes. Pero el funcionario no debiera olvidar que en la categoría de infractores de la ley no sólo entran carteristas del metro, asaltantes, secuestradores, violadores y narcotraficantes de todo rango y fortuna, sino también algunos banqueros, gobernadores, presidentes municipales, grandes evasores fiscales, empresarios corruptores, líderes sindicales charros, jefes de policía, arquitectos y operadores de fraudes electorales, legisladores, jueces y acaso hasta uno que otro secretario de Estado, es decir, una parte sustancial del prianismo gobernante del que él mismo forma parte.


8.11.12

De los
poemas a Laguna


Se entregan a los labios luego luego
sin requerir de guión o partitura.
Dejan actuar al fuego y la ternura
y hay en su corazón ternura y fuego.

Si hubiera una objeción contra este juego
es que pasa fugaz y que no dura.
Mas qué importancia tiene, si perdura
en la memoria ardiente su sosiego.

Ante la prisa el beso es un conjuro,
un remanso benéfico y preciso
que proyecta el deseo hacia el futuro.

Se separan, gozando del hechizo
pues logran detener –esto es seguro–
el tiempo en el ansiado paraíso.

7.11.12

Morena: una fuerza para el cambio




Los pueblos capaces de la victoria son los
pueblos capaces de un mito multitudinario.
José Carlos Mariátegui

A los integrantes del Morena;
A los delegados al Congreso Nacional del Morena;
A todos aquellos que consideran al Morena es una alternativa para lograr el cambio democrático de México:

Una gran esperanza

El Movimiento Regeneración Nacional tiene arraigo y fuerza porque encendió una gran esperanza: la expectativa multitudinaria de ganar la Presidencia de la República y materializar un Proyecto Alternativo de Nación que salve a México.

En las elecciones del primero de julio, la oligarquía se impuso, una vez más, con maniobras ilegales. Con ello pretende cancelar para la izquierda la vía electoral y arrebatarnos la esperanza a por lo menos 16 millones de mexicanos que expresamos en las urnas nuestra voluntad de cambio. Pero para nosotros la vía electoral sigue vigente, en la medida en que los ciudadanos ejerzamos nuestros derechos y nos organicemos para hacerlos valer, entre ellos, la vigencia de las libertades democráticas y el respeto a la voluntad popular.

No caeremos en la desesperanza, hoy más que nunca Morena está comprometido con la transformación democrática de México, con las luchas sociales y cívicas y también con el establecimiento de un gobierno que rescate a la nación, pues mientras sigan gobernando los mismos, seguirá la decadencia.

Para darle otro el rumbo a la nación no bastan los combates aislados que un día se ganan y al siguiente se pierden. La batalla por el cambio es una lucha nacional y no sólo una suma de luchas sectoriales, porque la regeneración de México requiere cambiar el actual régimen político y el modelo económico. Esa ha sido nuestra apuesta y sigue siéndola. Y creemos que la mejor vía para lograrlo de manera pacífica y democrática, es construyendo una fuerza social y política nacional que luche todos los días en todos los lugares y en todos los frentes, y que a la vez participe en los comicios. Una fuerza que colabore a enlazar socialmente a los distintos sectores y movimientos populares comprometidos con el cambio verdadero y que por ello en un momento dado sea capaz de representarlos políticamente.

Esperanza no es espera pasiva, es acción colectiva, es creación de ciudadanía, es unión de voluntades para construir un México democrático, justo y libre.


Las revoluciones ciudadanas: entre la rebelión social y la vía electoral

En todo el mundo los cambios revolucionarios de las últimas décadas han sido producidos por amplios movimientos populares que en algún momento han transitado por la vía electoral.

En América Latina las grandes mudanzas recientes han combinado protestas sociales y participación en los comicios: después de la guerra civil que duró 12 años (1980-92) y luego de 17 años de haber firmado la paz, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional ganó las elecciones presidenciales en El Salvador en 2009, con Mauricio Funes como candidato. Con una alianza de fuerzas políticas y sociales, en 1998 Chávez ganó los comicios en Venezuela y desde entonces ha ratificado su liderazgo en las urnas. De la lucha de la Central de Trabajadores de Brasil y del Movimiento de los Sin Tierra surgieron Lula y Dilma, pero fue el Partido de los Trabajadores el que los llevó al gobierno. Los piqueteros argentinos desestabilizaron al gobierno neoliberal de Menen y sucesores, pero los Kirchner llegaron al poder por vía electoral. En Bolivia movimientos como el del agua y el del gas cercaron y derrotaron a los gobiernos reaccionarios, pero para que Evo arribara a la presidencia fue necesario que el Movimiento al Socialismo (MAS) se abriera a esos movimientos y ganara las elecciones. Sin el accionar del movimiento indio ecuatoriano y la “rebelión de los forajidos”, la Alianza País no hubiera vencido en los comicios y Correa no sería presidente.

En el mundo árabe, las rebeliones ciudadanas derrocaron a Ben Alí en Túnez y a Hosni Mubarak en Egipto, pero en ninguno de los dos países tienen el poder quienes provocaron la caída de los tiranos, sino partidos organizados que capitalizaron el movimiento.


Cercar el poder desde la sociedad para ganar el gobierno

En México urge un cambio de régimen político y económico. Pero si pretendemos hacerlo por la vía electoral no podemos seguir jugando con las reglas del juego impuestas por la derecha y que solo ha ella benefician. En las elecciones de 2012, el PRI y Televisa, en relación con la oligarquía, acordaron imponer a Enrique Peña Nieto como presidente por medio de una operación mediática que emprendieron 7 años antes. Pero como eso amenazaba con no ser suficiente, sobre todo por el emergente rechazo de los jóvenes, el PRI recurrió a la compra y a coacción de millones de votos. Y aunque en 2012 la izquierda electoral estaba mejor organizada que en 2006 y aumentó su votación, la cultura de la dádiva así como la pobreza, desinformación y desorganización de millones de mexicanos a los que no llegamos, le permitieron a la oligarquía “comprar” la elección.

Hemos aprendido la lección: hoy sabemos que sólo ganaremos el gobierno por la vía electoral cuando hayamos desgastado socialmente el poder de la oligarquía empecinada en conservarlo; cuando el pueblo organizado desobedezca masivamente a los autoritarios; cuando los sindicatos resistan a los atropellos; cuando los televidentes ya no le crean a Televisa y Televisión Azteca; cuando los beneficiarios de programas públicos dejen de someterse a quien los opera; cuando el corporativismo del PRI y el PAN se haya quedado sin clientelas. Entonces, cuando hayamos desgastado las bases sociales que la oligarquía mantiene cautivas, ganaremos las elecciones, antes no. Que esto demanda mucho esfuerzo y bastante tiempo, sin duda ¿Alguien dijo que sería fácil?


Una burguesía ladrona aferrada al poder

El sector dominante de las elites mexicanas nació favorecido por los gobiernos posrevolucionarios, engordó con los neoliberales y sigue viviendo del erario y del saqueo de los bienes nacionales. Es una clase esencialmente rapaz y predadora que no quiere ceder el control de un poder político corrupto del cual depende su voraz existencia. Y menos está dispuesta a dejarlo en manos de la izquierda y de un hombre como López Obrador, que busca distribuir mejor la riqueza nacional y es intransigente en lo tocante a moralidad pública. Todo menos eso.


Cambiar para continuar

El fraude electoral fue un severo golpe al país y a todos los mexicanos, pero Morena sigue en pie, no se rinde ni claudica ante la imposición. Sin embargo, Morena debe redefinirse pues con el nuevo fraude la situación cambió. Habremos de hacer ajustes en la estrategia y modificar la táctica, la estructura orgánica y las formas de lucha. Cambios que deben sustentarse en el análisis del país y de la coyuntura. Pero algo esta claro: la nueva estrategia no puede ser estrechamente electoral, tiene que enraizarse en las luchas populares y ciudadanas.


Organizar, concientizar, luchar y construir poder popular

La regeneración del país pasa por luchar todos los días y en todos los terrenos: resistir las contrarreformas estructurales, confrontar las políticas antipopulares, frenar la rapacidad de los poderes económicos, revelarnos contra todo lo que cotidianamente nos agravia. Y al tiempo que resistimos y desobedecemos, impulsamos el cambio construyendo poder popular, con nuevas formas de participación formales donde gobernemos, y de manera informal ahí donde no gobernemos pero tengamos fuerza organizada.

El fraude de 2012 tuvo éxito porque a pesar del enorme esfuerzo organizativo que representa Morena, a una gran parte del pueblo de México le sigue faltando conciencia y organización. Un ejemplo: cien organizaciones campesinas trabajaron por la elección de López Obrador, quien se comprometió con el Plan de Ayala del Siglo XXI que habían elaborado. Aun así, Peña Nieto consiguió el 38% de sus votos en el medio rural. ¿Por qué? Porque esas organizaciones agrupan a poco más del 5% de los campesinos, mientras que los demás están desorganizados o corporativizados y desmoralizados. Si no organizamos más y mejor el campo el PRI seguirá manejando el “voto verde”.

Si no trabajamos todos los días por concientizar y organizar a los mexicanos seguirán imponiendo las reformas reaccionarias y las políticas nefastas y continuarán robándose las elecciones al traficar con la necesidad de la gente, al inducir, coaccionar y comprar el voto de quienes son extremadamente pobres, carecen de organización y están entrenados en la lógica de la dádiva y el clientelismo.

El cambio de rumbo demanda un proyecto estratégico y una fuerza nacional bien organizada, con principios claros y liderazgo confiable que habrá de promover la unidad de organizaciones afines en un gran frente popular. En este sentido, la convergencia electoral es importante pero también lo es en la lucha social y ciudadana. Y en la brega cotidiana hay que enlazarse con los movimientos sociales, los gremios independientes, las asociaciones civiles, los partidos o corrientes partidistas combativos y con agrupaciones democráticas de todo tipo.

En el combate diario la gente se conoce, organiza y adquiere conciencia, ahí los militantes se foguean y la organización se prueba; gracias a la lucha diaria vamos ocupando y creando espacios sociales, políticos y económicos en la comunidad, en el barrio, en la fábrica, en la escuela; en los combates cotidianos le vamos tendiendo un cerco social a la oligarquía y sus personeros. Y sólo así, cercando socialmente al sistema, podremos quitarles el gobierno a los aferrados mandones que hoy lo apañan.


De la gesta electoral a la resistencia social

Morena se convirtió en la mayor fuerza de la izquierda en la historia de México, pero hasta ahora sólo se ha organizado para participar en elecciones. Le falta consolidar y reorientar sus comités de base a la lucha cotidiana; a las pequeñas batallas locales y las grandes batallas nacionales; a la construcción de conciencia, organización y poder popular necesarios para resistir aquí y ahora, pero también para preparar los próximos combates comiciales.

La cuestión central de Morena es cómo pasa de ser un movimiento organizado para encarar las elecciones de 2012, a ser un movimiento en resistencia social y política. Si no lo hacemos así, si no nos concentramos en lo más importante, los trabajos necesarios para obtener el registro acabarán por distraernos de lo fundamental. Y entonces sí, Morena se volvería un “partido” en el peor sentido de la palabra, un partido exclusivamente electoral preocupado sólo por la obtención de cargos públicos.


Sobre el carácter, estructura y estatutos del nuevo Morena

La estrategia y las formas de organización son asuntos políticos más que estatutarios y operativos. La democracia interna, las formas de representación, las normas de funcionamiento son medios para luchar en las nuevas y difíciles condiciones creadas por el fraude electoral y la imposición de Peña Nieto.

Pensamos que Morena debe seguir siendo amplio, plural e incluyente, es decir una organización de masas y de cuadros, creemos que eso es lo que se requiere para transformar el país. En México falta mucha organización popular y no que un puñado de visionarios pretenda dirigir a los demás como si ya estuvieran organizados y solo esperaran la voz de mando para alzarse.

Si pensamos que la estructura de Morena debe ser territorial pero también sectorial, y que debe ser más flexible que rígida, es porque vemos que la gente se agrupa y lucha de diferentes maneras: unas territoriales, otras sectoriales y temáticas; transitorias unas y permanentes otras.

Pensamos que Morena debe ser más horizontal que vertical y más descentralizado que centralista. No desdeñamos la importancia de actuar ordenadamente y con mando único ante cuestiones que así lo requieren, pero nos percatamos de que las exigencias de la lucha son cambiantes y diversas, según el tiempo y el lugar, de modo que enfrentarlas supone creatividad y flexibilidad.

En Morena el poder de decisión deben tenerlo las asambleas de base, sean estas de barrio, de pueblo o de sector. Estamos convencidos que la fuerza de un país diverso como el nuestro está en la pluralidad de pensamientos y de ideas que sólo florecen en la deliberación colectiva y en la acción común. Tomemos como referencia a las comunidades rurales, donde la gente se reune no para hablar bonito o para pelearse unos con otros, sino para decidir lo qué van a hacer y cómo van a hacerlo.

Movimiento y partido

Morena necesita cambiar para promover el activismo cotidiano y la organización de base. Hay que solicitar el registro como partido no como un fin en si mismo sino para combinar la resistencia cotidiana y la participación electoral. Lo contrario generará desencanto y pondrá en riesgo lo ganado. Si queremos seguir siendo una organización plural, que es lo que nos ha dado fuerza, debemos tomar en serio lo de ser incluyentes. Y sobre todo debemos emprender la reorganización sin confrontarnos, sin burocratizarnos, sin dispersarnos, sin diluirnos, sin dejar de ser el gran movimiento unitario que hasta ahora hemos sido.


Subrayar lo que nos une

Hay que discutir, sí, pero en lugar de enfrascarnos en debates internos que nos dividen o en confrontaciones estériles, hay que abordar seriamente temas urgentes que nos unen. Cuestiones como la resistencia a la contrarreforma laboral, el rechazo a la autorización de un millón de hectáreas para maíz transgénico y el propio Plan de Desobediencia Civil, que hoy nos pasan de noche.

Uno de los peores efectos de la derrota es buscar a los enemigos en nuestras propias filas. Debemos evitarlo. La fraternidad, el debate de ideas y la convivencia alegre son parte de la lucha y nos hacen mejores personas y una mejor organización.

Sea como movimiento o como movimiento-partido, Morena debe promover una gran Campaña Nacional de Resistencia. Porque no hay mejor antídoto contra las deformaciones burocráticas, chambistas y tribales que carcomen a los partidos, que luchar todos los días y en todas partes. Ese es el ánimo que necesitamos.


Restaurar la esperanza

Necesita renacer la gran esperanza que el fraude resquebrajó y que la oligarquía nos quieren arrebatar. Morena tiene que proponerle al pueblo de México un plan de regeneración nacional para los tiempos actuales. Un proyecto renovado con grandes objetivos, con rumbo claro y formulado de manera sencilla y directa, guía para la acción. Un sueño alcanzable capaz de despertar entusiasmos y construir realidades.

La resistencia, la lucha cotidiana, la creación de poder popular no son refugio de desencantados o premio de consolación de los que perdieron las elecciones. Es la manera de cambiar el sistema autoritario y de cercar socialmente a la oligarquía, el modo de construir la fuerza necesaria para ganarle democráticamente el gobierno a los que hoy mandan y en el camino transformar al país. Creemos que es el modo de cambiar a México desde abajo mientras creamos las condiciones para cambiarlo también desde arriba. Somos optimistas porque somos muchos, porque estamos juntos, porque somos solidarios, porque seguimos en lucha y porque en verdad no le han quitado ni una pluma a nuestro gallo.

Fraternalmente,

Armando Bartra Luciano Concheiro Héctor Díaz-Polanco Pedro Miguel Jesús Ramírez Cuevas Víctor Suárez Carrera Consuelo Sánchez Daniel Tovar Alejandro Álvarez Argel GómezAdrián Luján
Y los que se sumen…

6.11.12

Muertos vivientes



El sábado 3 una multitud de personas, jóvenee en su gran mayoría, marcharon del Monumento de la Revolución al Zócalo disfrazados como zombis o muertos vivientes en la línea de la iconografía reglamentaria de la serie televisiva The Walking Dead y, desde antes, por el video Thriller del difunto Michael Jackson: pieles podridas, lesiones sangrantes, porciones del rostro arrancadas a mordiscos, perforaciones de bala en medio de la frente, objetos punzantes clavados en el cuerpo, ojos en blanco. Algunos de los vestuarios y efectos especiales eran verdaderamente ingeniosos y espectaculares. Otros eran tediosos recalentados de los disfraces comerciales de Halloween. Ciertos asistentes se aderezaron únicamente con detalles discretos y tímidos. Había también curiosas hibridaciones entre zombis, catrinas, calabazas y monstruos neogóticos y punks. La mayor parte exhibía un ánimo festivo, pero a unos cuantos no les bastaba el maquillaje tremendista para disimular el mal humor. Algunos recordaban las fotos de ejecutados que difunden El Blog del Narco y otros sitios semejantes.

Miles de zombis acabaron mimetizados en la exposición de alebrijes instalada en la plancha del Zocalo, o bien congregados en torno al acto político-cultural “El retorno de las ánimas” convocado por familiares de la Guardería ABC, Las Abejas de Acteal, normalistas de Ayotzinapa, el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra y el Movimiento Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad, en el cual hubo ofrendas y música en memoria de los muertos por la violencia, la represión, la corrupción y la frivolidad criminal del calderonato y del régimen en general: en memoria de los muertos que no debieron morir y que siguen presentes en el recuerdo.

Los muertos vivientes que provenían del Monumento a la Revolución son representación de lo contrario: cuerpos sin alma, instintos sin principios, amasijos de células pútridas sin más impulso que el de persistir como tales, organismos a los que les ha sido devorado el cerebro. Semejante antonimia no significa que haya habido profanación alguna en la conmemoración ni irrupción agresiva en ella. Pero no por ello la conviencia deja de ser impresionante.

El agravio a la tradición por usos de procedencia extranjera suele ser un espejismo porque la primera es, casi siempre, una sedimentación de los segundos: la nochebuena “mexicana” tiene orígenes palestinos y escandinavos y el culto a Huitzilopochtli fue impuesto en el Anáhuac por unos bárbaros procedentes del norte. En esta perspectiva puede resultar inútil la resistencia a Halloween; varios de sus símbolos parecen haberse incrustado e incluso amalgamado de manera permanente en el Día de Muertos. Tal vez termine por ocurrir otro tanto con estas congregaciones de muertos vivientes que pueden ser moda o pueden ser algo más, pero que se realizan desde hace unos años con éxito creciente. Por lo pronto, a los muertos entrañables del 2 de noviembre y a los muertos malévolos del Halloween se les ha sumado una tercera representación: la de los muertos sin  intelecto, una descripción que no alude a las personas que se disfrazan de zombis sino a los personajes que encarnan.

Ya alguien hará el favor de analizar el significado de esta compulsión masiva por disfrazarse de cadáver en un país que padece exceso de ellos por obra de un modelo económico llevado a la acumulación extrema. Podría ser que esa tendencia sea la expresión de una resignación colectiva –y no necesariamente consciente–  ante las probabilidades siempre en aumento de acabar convertido en “baja colateral”. Pero los zombis podrían también ser el retrato, acaso involuntario, de esas personas que han optado por enconcharse en su individualidad y en la subsistencia, evadirse del horror político, económico, moral, legal, policial y militar al que ha sido llevada la nación.  Políticamente hablando son verdaderos muertos vivientes pero están en su derecho de ahorrarse el dolor de la confrontación con la realidad. Además tienen y tendrán siempre abierta la posibilidad de la resurrección.

1.11.12

Huesos, alma, recuerdo


Quedan tus huesos. Déjame guardarlos con amor porque en ellos se sedimenta tu historia desde que estabas en el vientre de tu madre hasta que terminaste de ser: se hicieron flexibles cuando naciste; crecieron y aprendieron a caminar contigo; fueron tu mobiliario y tu defensa; se empaparon de amor cuando tú amabas; se desplegaron con tu orgullo; te dolieron en las noches de frío y desamparo. Con qué velocidad corrían tus fémures, tus peronés y tus tibias. Con cuánta calidez abrazaban tus húmeros, tus cúbitos y tus radios. Qué locuaces eran tus maxilares. Cuánto cuidado ponía tu cráneo en proteger tu pensamiento. Qué sensualidad la de tu pelvis y la de tus ilíacos. Cuánta evolución y cuánta ternura en tus  falanges y tus metacarpos. Qué velocidad la de tus astrágalos, tus cuneiformes y tus falanges proximales. Qué gráciles tus vértebras desde las cervicales hasta el coxis. Cuánta solidez suspendida en el esternón y las costillas.

Permíteme poner en esos huesos que anduvieron contigo un poco del querer que te guardo. Me fueron próximos mientras vivías. No los vi ni los toqué pero sentí muy de cerca su fuerza, su abatimiento y su alegría, su suavidad y su dureza. Han ido saliendo a la luz de un tiempo acá mientras la muerte te despoja del resto. Los has ido pariendo en el trabajo lento de tu propia demolición en el fondo de la tumba, del osario o del imaginario: a fin de cuentas pueden haber pertenecido a cualquier persona y no tiene importancia que sean propios o ajenos o mezclados, que estén completos o incompletos, que sean sólo un pequeño fragmento renegrido por el tiempo, una figuración de Posada o de Vesalius o del anónimo escultor azteca que colocó tu cráneo en el ombligo de Coatlicue. 

No es tampoco relevante la distancia que la cultura ha ido poniendo entre los huesos de los que ya partieron y los que aún seguimos de este lado: qué importa que hayamos perdido la costumbre de ungirlos con aceites aromáticos, la de sacarlos al sol en los días de agosto o la de construir el espejismo de la integridad corporal sustituyendo las coyunturas blandas con cintas de terciopelo; de todos modos tus huesos  son el cimiento bajo mis pies, las marcas de la ruta náutica que vigilan y reposan en el fondo del mar, la evocación de las fotos y las ilustraciones o la inspiración que respiro en el aire como una presencia molecular, tenue y sin nombre, pero de todos modos amorosa.

No veo tus huesos como reliquias o fetiches porque no conservan tu gracia ni tu risa ni tu enojo ni tu llanto. No son tu esencia pero sí tu almendra.

No son tampoco el alma. Ésta se forma con
 la totalidad de los recuerdos y las imágenes que fuiste dejando en la conciencia de quienes no han emprendido aún el viaje hacia la nada: palabras tuyas que siguen resonando en la memoria de los tuyos; tu apretón de manos todavía presente en las manos de tus vivos; tu caricia recordada por su piel; tus manos en el torno; tus pies sobre la duela; tu regalo, tu consejo, tu reclamo, tu elogio, tu mirada silente, tu escucha ciega, tu tacto mudo, tu gusto sordo, tu olfato huérfano.

Los huesos van muriendo despacio hasta volverse polvo derrumbado en sí mismo; el alma habrá de disolverse conforme la vida de tu gente avanza hacia el futuro. Unos y otra, por lo pronto, están aquí, presentes en la felicidad del afecto y en la pena del recuerdo ingrato. Unos y otra se irán poco a poco y el nombre y el rostro que los une en nosotros se borrará hasta fusionarse en la noción incierta de los millones que nos precedieron y que hicieron posible nuestra existencia: descubridores del fuego, inventores de la rueda, pioneras de la alfarería, sacerdotisas y alquimistas, creadores de la épica y la lírica, comadronas de los rayos equis, domesticadores de la electricidad, abuelos transmisores de genes, madres del consuelo, padres de la aspirina, muertos todos, dadores de vida.

Por hoy, tu alma y tus huesos están presentes y para ellos es la ofrenda de estos días en los que el frío del invierno empieza a aterrizar sobre los pueblos.

Te ofrezco dulce de calabaza para la amargura de tu no estar. La luz suave de las veladoras no lastimará el vacío de tus órbitas oculares. Quemo incienso y copal pom que evoquen con sus volutas de humo una epidermis para la piel de tu alma. Sobre la mesa que he dispuesto para ti pongo cartas antiguas y jamás abiertas para que recuerdes el abecedario. Te sirvo pan y tamales para saciar las hambres que tuviste. Te doy agua para aliviar la aridez exasperante de la tumba. Aproximo una silla vacía para imaginarte en ella. Expongo tu retrato vivo para instalar en mí la ilusión de tu mirada. Te brindo un poco de licor para que sobrelleves tus penas difuntas. Decoro la casa con cempasúchiles frescos para que encarne en sus pétalos tu corazón perdido.

Esto no tiene nada que ver con el Diablo o con Dios, con paraísos o con infiernos, con espantos y aparecidos; es sólo un impulso para descifrarme y descifrarte en lo que queda de tus huesos, en lo que te queda de alma, en lo que permanece de ambas cosas. Es lo más parecido a un encuentro, con su parte de fiesta y su parte de tristeza, en este mundo, porque no hay otro, entre alguien que es y alguien que fue y de quien no resta sino huesos o cenizas y un alma menguante.

Tú deshabitas en el aire, en mi cabeza o en la tierra inaccesible debajo de una lápida, pero en estos días te has hecho presente con algo indefinible. Estás tan cerca como para hablarte, para tocarte casi, y poner ante ti una pizca de existencia. No están tu gracia ni tu risa ni tu enojo ni tu llanto. No está tu esencia pero sí tu almendra. Permite que comulgue con tu alma y con tus huesos. Déjame distraerte de la muerte por un instante y contagiarte con la vida que brota desde el abismo elemental y ciego del amor entrañable.