22.5.14

#SalvemosaOwen


¿Que la violencia empieza en casa, como en el caso del niño Owen, y que luego crece y se transforma en el problema de criminalidad que padecemos? –No. Es exactamente al revés:

La violencia le ha sido impuesta e inculcada a la sociedad como parte de un programa político-económico que no conoce la solidaridad ni la piedad y que ha violentado de diversas formas a decenas de millones de mexicanos durante tres décadas: dejándolos sin empleo, expulsándolos de sus tierras, lanzándolos a la miseria, persuadiéndolos de que los modelos a seguir son los que dan más golpes al prójimo, no quienes se preocupan por su bienestar y por el de todos.

Los responsables intelectuales de la degradación social que se expresa en casos como el del niñito de Tlalnepantla torturado por su padrastro son los que han gobernado, de Salinas en adelante, y que le han enseñado a mucha gente de escaso intelecto y escrúpulos precarios a no tener empatía alguna hacia los más débiles.


Sí: #salvemosaOwen. Salvémonos.

13.5.14

Mireles en la mira


En Michoacán el régimen ha escogido sus fichas entre quienes, por candidez o conveniencia o por una mezcla de ambas, parecen más motivados a creer el cuento de hadas del comisionado Alfredo Castillo: la doble llave de la paz y la restauración del estado de derecho y la seguridad pública en Michoacán es, por un lado, uniformar a las autodefensas y convertirlas en guardias rurales y por el otro, matar o capturar a algunos templarios prominentes y declarados.

En ese guión idílico no aparecen por ningún lado las raíces profundas de la descomposición institucional y el empoderamiento delictivo: la política económica depredadora en vigor desde el salinato; la presencia de grandes grupos corporativos nacionales o foráneos para los cuales es mejor negocio pactar con los criminales que acatar las leyes, por favorables que éstas les resulten; la corrupción, presente en toda la pirámide de mando gubernamental y consustancial al modelo político-económico impuesto en el país, y la mano (no tan invisible) de Washington en el impulso a los procesos de desintegración nacional.

Tampoco aparecen las trágicas fracturas sociales causadas por la subrogación de facto de la seguridad pública, la impartición de justicia y hasta el fisco a diversos cárteles. El conflicto michoacano ha hecho evidente que tanto las organizaciones delictivas como las distintas facciones de las autodefensas tienen diversos grados de arraigo social. Tanto los templarios como los civiles alzados en armas tienen familiares, compadres, amigos, vecinos, clientes, patrones o empleados con los que han desarrollado algún grado de empatía o, cuando menos, de complicidad pasiva. Las fronteras no son nítidas y hay barrios y familias divididos por las confrontaciones.

En la toma de Apatzingán y en otras acciones recientes se ha documentado excesos y atropellos contra entornos sociales de presuntos templarios. En tal circunstancia, la pretensión de “limpiar de delincuentes” a toda la entidad resulta imposible en el mejor de los casos y criminal en el peor; algo así como una reedición de los empeños de Felipe Calderón por conseguir que cientos de miles de ciudadanos –los que de una u otra manera participan en ese sector de la economía que es el narco se “mataran entre ellos”. Por lo demás, muchos michoacanos han estado o están involucrados en algún segmento de las cadenas productivas o administrativas de ese negocio desde mucho antes de que la guerra por la entidad saltara a las narices de la opinión pública.

Tal vez Hipólito Mora y José Manuel Mireles, los dirigentes díscolos de las autodefensas, no escapen a ese contexto complicado y contradictorio y, dado que han estado participando en una lucha armada, es probable que tengan algún grado de responsabilidad en algunas muertes violentas. Si el régimen y sus mediócratas han sacado a relucir presuntos expedientes delictivos en contra de ellos no ha sido en todo caso por un afán justiciero sino porque ambos, y otros en situaciones parecidas, han sido los más críticos y los más realistas ante ese programa de pacificación peñista redactado en Disneylandia. Una infamia adicional es que el comisionado Castillo esgrima en contra de ellos acusaciones (en el caso de Mora) o insinuaciones (para Mireles) de homicidio, porque el mismo gobierno los usó para enfrentar, armas en mano, a las expresiones más visibles del poderío templario. Ni modo que no mataran o que no ordenaran muertes. En última instancia, éstas serían responsabilidad del gobierno federal, el cual, una vez más, puso a civiles a liquidarse entre ellos.

Los corifeos de Peña están por estas días en plena campaña para asentar en la opinión pública la idea –un tanto falsa– de que la figura Mireles fue adoptada por las izquierdas como un “nuevo caudillo” al cual rendirle culto. Lo cierto es que el médico de Tepalcatepec ha despertado simpatías masivas y crecientes en sectores de la población del país por dos razones muy claras: una es que se ha deslindado del comisionado federal para Michoacán y la otra es que fue traicionado por el gobierno y queda cada vez más clara su condición de perseguido.

Mireles está en la mira de funcionarios y de templarios y hay que ser muy ignorante de la forma en que opera el imaginario colectivo para no saber que esa doble condición –rebelde y perseguido– lo heroifica en automático a ojos de buena parte de la sociedad, al menos de esa que está harta de los ciclos de privatizaciones, saqueos, crisis y fraudes electorales, que ya va para tres décadas. En realidad, pues, las que han convertido a Mireles en un héroe popular no son las izquierdas sino la perversidad y la torpeza del régimen. El punto no es que el hombre sea bueno o malo, puro o contaminado, recto o torcido (seguramente tiene un poco de todo eso, como cualquier ser humano) sino que en su contra y en contra de sus segudiores se está configurando una triple alianza que puede esquematizarse como Tuta-Castillo-Pitufo y que esa sola perspectiva deja al descubierto (porque la gente no es tonta) el carácter verdadero de la estrategia peñista para Michoacán.

8.5.14

Retrato del jodido adolescente

Mural de Fikos (Atenas, 2012, fragmento)
Hay dos o tres razones de la adolescencia que la razón alcanza a entender pero son la excepción y no la norma porque en esa etapa de la vida la razón misma se encuentra sometida a juicio sumario. La parte acusadora anda a la caza de cómplices reales o imaginarios y quien se atreva a salir en su defensa será convertido en coacusado. La madre se angustia y llora en silencio cuando descubre que su criaturita se ha convertido en un Robespierre implacable aunque por suerte desprovisto de guillotina. El padre oscila entre romper para siempre o emprender un escarmiento ejemplar. El aludido, por su parte, toma nota de esta nueva muestra de incongruencia de los adultos, quienes le han pedido reiteradamente que realice ejercicios de distinción entre el bien y el mal pero entran en crisis cuando él se decide a hacerlos.

Hasta aquí la obra viene siendo más fársica que trágica y en la inmensa mayoría de los casos se mantiene en el primer género porque aunque ambas partes hagan todas las trampas del mundo en el fondo actúan de buena fe y con el propósito sincero de restablecer el perdido equilibrio del universo.

Los chavos no pueden obrar de otra manera por dos motivos. El primero es que hasta ese momento han sido educados en el culto a la integridad pero de pronto descubren la masiva ambivalencia de los adultos y, a través de ella, la ambivalencia general de la vida. El caer en la cuenta de que la realidad no es íntegra ni congruente ni coherente conlleva una sorpresa dolorosa y produce rabia y retraimiento o bien impulsos que llevan a la búsqueda de paradigmas cerrados y perfectos para refugiarse del sinsentido y de la etapa misma por la que atraviesa el individuo. Las cosas no pasan de ahí cuando el entorno es óptimo y no están presentes las agravantes sociales, económicas y familiares que padece la mayor parte de los jóvenes del país, que son por todos conocidas y que están arruinando la adolescencia de millones y el presente y el futuro de todos.


El segundo es que en esa etapa de la vida la dictadura de las hormonas sobre las neuronas –una constante que suele acompañarnos desde la cuna hasta la tumba– adquiere un cariz verdaderamente crítico porque unas y otras pasan por momentos de transformación acelerada y simplemente no están en condiciones de establecer acuerdos mínimos. Si para una persona en sus cuarentas o para cualquier persona de cualquier edad es difícil discernir entre lo que es fruto del razonamiento y lo que es producto de su hervidero químico interno, esa tarea en la adolescencia resulta sencillamente imposible.

Pero además ocurre que en algún momento impreciso entre la pubertad y la mayoría de edad todo cachorro humano equilibrado y saludable necesita entrar en conflicto con sus padres, con su familia, con la sociedad y con el mundo para forjar su propia identidad. Ese asunto de la identidad es harto conocido en el ámbito de las ciencias sociales: para construirla se requiere de una otredad que la delimite y toda identidad pasa en sus momentos iniciales por una obligada negación del otro, lo que no significa que deba convertirse, a la postre, en una cosa excluyente o nazi. Pero como la identidad o el “yo” son entidades básicamente inexistentes la única manera de delimitarlas es contrastarlas con otro ser o cosa:

–¿Quién soy yo?

–Lo que no eres tú.

Una de las dificultades que enfrentan los adultos para armonizar con los adolescentes es que éstos no sólo los necesitan para delinearse a sí mismos en el contraste sino también, en buena parte de los casos (y así debe de ser), para que les hagan el desayuno, los contengan en sus excesos y les arrojen un salvavidas cuando empiezan a ahogarse en el lago de su propia arrogancia. En esos casos es bueno tener en cuenta que cuando salgan a la orilla incriminarán, todavía empapados y escupiendo agua: “Y a ti, ¿quién te dio derecho a rescatarme?”

Lo anterior puede parecer un punto de vista burlón y condescendiente pero no lo es. Los chavos necesitan explorar los límites de su sensatez y de su resistencia, necesitan operaciones de salvamento cuando las cosas van mal y necesitan cuestionar el desempeño de todos. Esto no es una representación en la que se les ofrezca un espacio para sentirse superiores a los adultos porque en muchos casos la superioridad no es una mera sensación sino una realidad: en la adolescencia se expresan por primera vez aptitudes, fortalezas y capacidades que distinguirán a la persona durante el resto de su vida y es razonable suponer que en algunos terrenos físicos, afectivos, éticos o intelectuales a esas alturas estén ya por encima de los adultos que los rodean. Y ocurre que el desarrollo en esos ámbitos no es necesariamente parejo, por lo que los chavos se convierten –casi siempre sin saberlo, eso sí– en unos costales de contradicciones.

Pueden ser dueños de una fuerza desmesurada y al mismo tiempo ser extremadamente débiles y vulnerables. Son generosos sin medida y exasperantemente tacaños. Son tan irresponsables como Vicente Fox y luego se sienten responsables, personalmente responsables, hasta por los muertos de las Guerras Púnicas. Son más intrincados que Hegel y más elementales que Paulo Coelho. Se apasionan con todo y todo les vale madre. Se emborrachan, se pachequean, se masturban como changos y cogen como conejos pero se preservan tan inocentes como el Inmaculado Corazón de María o como los propios conejos, que cogen mucho pero no pecan nada.

A esas y muchas otras contradicciones sincrónicas hay que agregar las sucesivas, que parecen volubilidades y cambios de humor, aunque no lo sean. El hecho es que cambian todo el tiempo. Cada semana, cada día, cada hora. Si ayer exhibían una frugalidad gandhiana hoy se comen media vaca. Cuando uno está a punto de llevarlos al médico porque duermen demasiado les llega una racha de cinco días sin dormir. Un día amanecen con la sensibilidad auditiva de un espía y para mediodía ya son más sordos que un gobernante. Por momentos son empáticos como una esponja empapada en las aguas balsámicas de la piedad y luego se tornan implacables como una piedra con espinas.

Y la intensidad: aman y odian y gozan y sufren con ferocidad semejante, bailan hasta caer desmayados, discuten apasionadamente por cosas nimias como si fueran obispos en un concilio medieval.

Es fácil enunciar el hecho de que la mayor parte del tiempo los adolescentes viven en la Luna pero no es tan fácil reconocer también que desde allá nos formulan observaciones agudísimas sobre la realidad.

Dicho lo dicho, lo más recomendable es dar por terminado el asunto, no insistir en él y ofrecer una disculpa, porque si algo resulta molesto a los adolescentes es que uno se ponga a hurgar en su interior. Son seres extremadamente pudorosos y tienen razón de serlo y les asiste todo el derecho.

6.5.14

Oportunidades o derechos

Oportunidad: “sazón, coyuntura, conveniencia de tiempo y de lugar” o bien “sección de un comercio en la que se ofrecen artículos a un precio más bajo del que normalmente tienen”, define la Real Academia. María Moliner propone: “cualidad de oportuno”; “Aprovechar, Ofrecer[se], Presentarse, Surgir) momento o circunstancia oportunos para cierta cosa: ‘Aprovecharé la primera oportunidad para hablarle’”, o bien “venta de existencias a precios más bajos”.

Esto, oportunidades, es precisamente lo que han prometido en forma explícita los gobiernos neoliberales desde que Salinas de Gortari fue incrustado en la silla presidencial (1988) y ha de reconocerse que él y sus sucesores hasta Peña Nieto han honrado su palabra y han cumplido el ofrecimiento. El propio Salinas ofreció a los ejidatarios la oportunidad de vender sus tierras; dio a los consumidores la oportunidad de comprar agua importada de Francia, baratijas electrónicas asiáticas y prendas estadunidenses; a unos cuantos potentados les otorgó la oportunidad de adquirir bienes nacionales “a un precio más bajo del que normalmente tienen”. A los habitantes de zonas pobres y marginadas les dio las oportunidades de recibir material de construcción y otras ayudas y de expresar su agradecimiento votando por el PRI; a los industriales les brindó la oportunidad de cerrar sus fábricas, despedir a sus trabajadores y mover sus capitales al comercio, la importación y la especulación. También dio al país la oportunidad de desembarazarse de potestades y de transferirlas a un marco trilateral dominado por Estados Unidos y Canadá.

Zedillo será recordado por haber dado a la población en general la oportunidad de pagar las deudas de los banqueros privados; la de librarse del molesto ruido de los ferrocarriles; la de buscar casas y trabajos tras perder los que tenía en la crisis de 1994-1995 y la de votar por el PAN en las elecciones de 2000. A ese partido le dio la oportunidad de llegar a la Presidencia y a los zapatistas de Chiapas les ofreció, una y otra vez a lo largo de seis años, diversas oportunidades de firmar su rendición incondicional. Zedillo y sus sucesores continuaron con la estrategia salinista de repartir pequeñas prebendas entre algunos de los sectores más pobres de la población.

Fox fue particularmente pródigo en prometer oportunidades para todos: vocho, changarro, tele y lavadora (no de dos patas). A sus allegados les ofreció oportunidades de hacerse ricos en forma rápida mediante el otorgamiento de contratos y la adjudicación de bienes del Fobaproa-Ipab a precios, sobra decirlo, de verdadera oportunidad. También dio a miles de estudiantes la oportunidad de conocer las computadoras y los proyectores digitales, aunque fuera empacados en sus cajas, y de ser testigos (al menos en la virtualidad de los anuncios oficiales) de una conexión a Internet. Al país entero le brindó la de convertirse en un potencial protectorado militar estadunidense al uncirlo a la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN) y a Felipe Calderón, la de ahorrarse el engorroso trámite de ganar una elección para asumir la Presidencia.

Calderón siguió con la práctica de repartir oportunidades de enriquecimiento rápido entre los amigos y compinches; ofreció a Washington la de decidir las políticas internas de seguridad y de hacerse con toda la información de inteligencia nacional; brindó la oportunidad de ejercer el control territorial de diversas zonas del país a varias organizaciones delictivas –muchos dijeron que favorecía sólo a una de ellas–, y dio a decenas de miles de trabajadores electricistas de Luz y Fuerza del Centro la oportunidad de empezar una nueva vida tras perder su fuente de trabajo. 

Con estos antecedentes nada de raro tiene el que la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles Berlanga (a quien Salinas le dio la oportunidad, en la intimidad de su despacho, de probarse la banda presidencial), haya advertido que el programa “Oportunidades ya no va a beneficiar a las que tengan muchos hijos, sino que va a apoyar a las que tengan pocos hijos” (cita tomada de la página oficial de la Sedesol para que Ramón Sosamontes no ande diciendo que su patrona no dijo lo que dijo). Simplemente, retirará a las familias prolíficas el reparto de “momentos o circunstancias oportunos para cierta cosa”. No hay en sus palabras violación de ningún derecho porque los derechos no tienen nada que ver con las oportunidades. Por eso el programa así llamado y otros de corte similar pueden ser operados en forma discrecional, propagandística, discriminatoria y electorera.


Las barbaridades de Robles Berlanga son representativas de la mentalidad oportunista que ha imperado en las instituciones durante el ciclo neoliberal pero no dejan de ser anecdóticas. Lo relevante es que esta proliferación de oportunidades ha destruido a México. Es necesario mandar al carajo el modelo de país de oportunidades y construir o reconstruir un país de derechos.