20.3.01

Antiglobalifobia


El titular de la Comisión de la Organización de Naciones Unidas de Financiamiento para el Desarrollo posee una personalidad rica en contrastes: cuando aborda o escucha un drama social cualquiera, exhibe tal frialdad que uno puede imaginar su bóveda craneana llena de microprocesadores; en cambio, cuando argumenta a favor de la liberalización comercial, parece inflamarse de pasión y visceralidad casi eróticas. Con esa fogosidad, que en un tecnócrata podría considerarse incluso admirable, la semana pasada se dedicó a insultar, en la revista Forbes, al amplio conjunto de seres humanos que no están de acuerdo con los términos y las condiciones en que se desarrolla actualmente la globalización económica; para ellos, el funcionario acuñó, en enero del año pasado, un epíteto despectivo que constituye su principal aporte a la lexicografía: globalifóbicos.

Ahora, el también ejecutivo de Procter & Gamble y de Union Pacific Corp., llamó a combatir a esos variopintos disidentes de la liberalización comercial, a quienes acusó de ser una “mezcla peculiar de izquierdistas y derechistas extremosos, ecologistas radicales y autodesignados representantes de la sociedad civil”; además, los culpó por no ofrecer “otra alternativa que la extrema pobreza” a los trabajadores de “muchos” países en desarrollo, e incluyó entre los destinatarios de sus críticas a “algunos políticos” que en forma errada y cínica, dijo, “astuta y rápidamente han acomodado sus opiniones a la nueva moda de la antiglobalización, o para satisfacer electores o porque están confiados en que la globalización es un proceso irreversible”; el funcionario internacional arremetió también contra los gobiernos que invocan (en forma “hipócrita”) los derechos laborales “para destruir las oportunidades de comercio”.

El dos veces secretario en el gabinete de Salinas, ex presidente de México y actual jefe de la Comisión de la ONU de Financiamento para el Desarrollo, tiene sin duda el derecho irrenunciable de pensar lo que quiera, de no reflexionar sobre lo que no le guste y de odiar muchísimo a quien le venga en gana. Pero su alegato antiglobalifóbico en 
Forbes tiene dos aspectos objetables.

El primero es la impertinencia. En su condición de funcionario de Naciones Unidas, Ernesto Zedillo tendría que evitar la parcialidad manifiesta y la virulencia discursiva ante los grandes debates económicos internacionales, así fuera en el afán de desempeñar con una mínima eficacia la tarea que le encomendó Kofi Annan. Es inevitable sospechar que a los políticos calificados por Zedillo como “cínicos” o “hipócritas” (y aun “proteccionistas”, que es uno de los máximos insultos del vocabulario neoliberal), así como a organizaciones civiles y a funcionarios internacionales --pienso, por ejemplo, en Nora Lusting, del BID, quien ayer advertía sobre la brecha entre ricos y pobres generada por la globalización-- no les hará ninguna gracia tratar con este funcionario lenguaraz y que, por ello, la Comisión de Financiamiento para el Desarrollo, manejada con semejante radicalismo ideológico y verbal, está condenada a perder interlocutores y eficiencia.

El otro defecto del artículo es el descaro. Sería comprensible que el empleado de Pacific Union Corp. y de Procter & Gamble defendiera la liberalización comercial en nombre de los intereses de sus patrones, toda vez que éstos han realizado excelentes negocios gracias a la apertura salvaje de mercados que se lleva a cabo en las naciones en desarrollo. Pero hacer la apología de estos procesos apelando al “bien de los pobres del mundo”, atropellados y multiplicados por el neoliberalismo, exige una notable dosis de impudicia y de dureza facial.

Para finalizar, el episodio debiera alentar la preocupación internacional --muy activa en los tiempos en que Pérez de Cuéllar encabezó la ONU, y cuando ésta llegó a niveles perceptibles de corrupción-- en torno a la necesaria fiscalización de los funcionarios internacionales, no sólo para impedir que desarrollen conflictos de intereses como el que podría estar experimentado el propio Zedillo, sino para evitar la lamentable y contradictoria tendencia de los directivos de Naciones Unidas a guardar silencio ante asuntos sobre los cuales deberían manifestarse, y a hablar de más en circunstancias en las que lo prudente sería cerrar el pico.

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