13.7.04

Destrúyelos, Arik


El edificio conocido popularmente como El Arco, en las afueras de La Haya, está en grave peligro. Ocurre que allí se encuentra instalada, en forma provisional, la Corte Penal Internacional (CPI), y que el gobierno israelí, que preside Ariel Sharon, ha encontrado indicios de que esa institución internacional patrocina los atentados terroristas. Tal revelación fue manifestada el domingo, tras un ataque dinamitero en Tel Aviv, en el que murió una mujer y 10 personas resultaron heridas. Si el gobernante es congruente con lo que dice, pronto veremos las líneas audaces y futuristas de El Arco sucumbir a un ataque de helicópteros Apache y cazabombarderos F-16 de la fuerza aérea israelí. ¿Se abstendrá Sharon de ordenar el asalto aéreo en consideración al detalle de que la CPI está situada en Holanda y no en Siria o Cisjordania? ¿Podrán más las consideraciones diplomáticas y pragmáticas que “el sagrado derecho de combatir el terrorismo”? (Vamos, Arik, tú nunca has sido cobarde ni has tenido reservas para agredir a la ONU cuando ha hecho falta; dales una lección a esos magistrados hipócritas (y seguramente antisemitas, sí) y envía unos misiles a las ventanas de sus oficinas. Y ni te preocupes por las represalias: a final de cuentas, si las cosas se ponen feas, tú tienes bombas atómicas y Holanda no podría responderte más que con quesos de bola y tulipanes. ¡Atácalos, Arik!)

En realidad lo que hizo la CPI fue emitir, el viernes pasado, una resolución en la que ordena a las autoridades de Tel Aviv desmantelar el muro con el que Sharon pretende enjaular a los palestinos y robarles la mitad de Cisjordania. Esa posición es respaldada por la gran mayoría de los gobiernos y de las sociedades del mundo. En octubre del año pasado, en la Asamblea General de la ONU se aprobó en forma abrumadora (144 votos en favor, cuatro en contra y 12 abstenciones) una resolución que insta al Estado judío a detener la edificación de esa obra “contraria al derecho internacional” y a derribar los tramos ya construidos. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, ha instado a las autoridades iraelíes a acatar ese señalamiento de justicia elemental y hasta de sentido común. En respuesta, la diplomacia de Tel Aviv ha echado mano de una retórica de cuadrilátero. “Farsa humillante” que produce “horror e incredulidad”, llamó el embajador israelí ante la ONU a la resolución referida. “Bofetada contra el sagrado derecho de combatir el terrorismo”, dijo Sharon del reciente fallo de la CPI.

El gobierno de Israel se ha abstenido, hasta ahora, de criticar las resoluciones de su propia Corte Suprema de Justicia, que le ordenan rediseñar el trazado de una obra “defensiva” y “no violenta”, según los halcones de Tel Aviv, pero que destruye pueblos y comunidades palestinas. Los casos de las localidades de Dir Balut y Raafat, presentados ante la Suprema Corte por organizaciones israelíes de derechos humanos, son ejemplares: la cerca incomunica esas aldeas de sus tierras de cultivo, de su centro administrativo (Salfit), de sus cementerios, de sus basureros y de los pozos de agua que utiliza la población.

(¿Por qué no planificas el asesinato de unos cuantos magistrados, Arik? Si ya un compinche ideológico tuyo te señaló el camino, el 4 de noviembre de 1995, ¿por qué no acabas con esos jueces blandengues que se apiadan de unas cuantas familias terroristas y ponen en peligro la seguridad de los israelíes? ¡Acábalos, Arik!)

Por supuesto, la erección del muro (y las raterías de territorio y demás abusos que conlleva) no acabará con los atentados terroristas ni los detendrá. Por el contrario, agregará un nuevo factor a los rencores históricos palestinos y servirá de instrumento de reclutamiento y propaganda para los grupos terroristas más intransigentes. Porque el muro es la proyección fiel del pensamiento de Sharon, quien, como recuerda Avi Shlaim, considera que Cisjordania es parte integral de Israel y que los habitantes palestinos de ese territorio son, en consecuencia, intrusos y forasteros de los que hay que deshacerse (¡Despedázalos, Arik!). A corto plazo, esa forma de pensar es muy peligrosa para los palestinos, claro, pero a mediano y largo plazos resultará fatal para los ciudadanos israelíes, quienes, por cierto, tienen la solución al alcance de sus manos: enviar al basurero político a sus propios halcones y optar por una convivencia pacífica, digna y justa con todos sus vecinos árabes.

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