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Los terremotos y los ciclones no sólo son detestables porque apachurran y ahogan a la gente, sino también porque los sobrevivientes se quedan con la convicción irremediable de su propia insignificancia y vulnerabilidad: piojos sobre la cáscara de un planeta traicionero, adorable cuando se porta bien pero todo un asesino serial en sus ratos de mal humor.
Esta lluvia pertinaz y de baja intensidad no mata casi a nadie (sólo a uno que otro despistado que se quede dormido panza arriba con la boca abierta y se ahogue) pero provoca estragos equivalentes en el alma: obliga a cobrar conciencia de la indefensión afectiva y de la dependencia a las bebidas calientes, a las sábanas tibias, a la proximidad de la piel humana. Lo bueno (y lo malo) es que pasa. Tarde o temprano.
1 comentario:
... aunque provoca unos derrumbes que a veces llegan a cambiar las geografías...
Pero como dices, pasa, tarde o temprano se pasa...
Un abrazo apapachador,
Mengana.
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