25.3.97
El viacrucis de la paz
El otro día un soldado jordano enloquecido mató a balazos a siete niñas israelíes que visitaban un punto fronterizo. Luego un mesero palestino forrado de dinamita se hizo estallar en un concurrido café de Jerusalén y se llevó consigo a varios parroquianos. Una jornada de violencia dejó 111 heridos, entre palestinos y soldados israelíes. Como en los tiempos de la Intifada --que parecían idos para siempre-- las fuerzas armadas de Tel Aviv han vuelto a disparar contra los niños que les arrojan piedras.
Tal vez los aficionados a la numerología encuentren significados ocultos tras la ocurrencia del 7 y del 111 en Tierra Santa: en estos tiempos se puede ser baladí sin temor a la excomunión e incluso sin mucho riesgo de hacer el ridículo. El gusto por pensar a partir de cantidades y la vanalización de la muerte hacen posible que otra clase de esotéricos, los gobernantes de Occidente, elaboren cartabones para definir cuántos septetos de adolescentes, niñas y niños mártires --israelíes o palestinos-- se requieren para que el Consejo de Seguridad de la ONU le ponga un alto al empecinamiento de los terroristas palestinos y de los gobernantes de Israel, extrañamente aliados en el objetivo de incendiar la zona.
No hay que conocer el número total de los Nombres de Dios ni la cifra de universos que existen para ponderar la soledad de Netanyahu y Clinton en Naciones Unidas: contra Tel Aviv y Washington, ciento treinta países condenaron el designio israelí de seguir implantando enclaves habitacionales judíos en las tierras ajenas de Al Qods y de seguir sembrando, de esa forma, nuevos motivos de discordia en las generaciones futuras de ambos pueblos.
Para quienes no somos iniciados en los misterios de Hermes Trimegisto el mensaje más importante que entregan estos números --muertos, heridos, votos, residencias usurpadoras-- es el ambiente de confrontación que ha puesto en severo peligro a un proceso de pacificación entrañable y emblemático: en Medio Oriente se utilizaron desde los mitos bíblicos hasta las armas químicas para alimentar una guerra que parecía interminable y que se ramificaba a una decena de países. Si los pueblos de Arafat y de Rabin, tan enconados en su confrontación, fueron capaces de cambiar los tanques y las piedras por la mesa de negociaciones, aquello era un augurio positivo para todo conflicto regional, binacional, religioso o étnico. Si Shimon Peres era capaz de imaginar un "triángulo fértil'' formado por Israel y dos de sus hasta entonces enemigos --Palestina y Jordania-, sería posible concebir, como capital de ese triángulo, a una Jerusalén plural y abierta a la convivencia, una reencarnación, para el tercer milenio, del Toledo y el Andalus que los reyes católicos destruyeron en el siglo XV.
Pero, cuando uno de los pueblos del Libro está a punto de conmemorar su sacrificio fundacional --y no es cosa de revivir la necia polémica de quiénes fueron los responsables de que el Hijo del Carpintero acabara clavado en la cruz: si sus propios compatriotas judíos o los ocupantes romanos-- la paz en esa tierra parece dirigirse, también, al Monte Calvario.
18.3.97
Capricho de Estado
No me causa ningún orgullo el reconocerme como parte de un gravísimo problema de salud pública, ni pretendo mortificar a Anna ni sacar de sus casillas a Arnoldo Kraus y a César Meza, quienes se preocupan por mi salud y sistemáticamente me recuerdan los peligros de mi adicción. Constato, únicamente, que si hasta ahora no represento una amenaza para la seguridad nacional de ningún país ni estoy involucrado en la corrupción, si no tengo nada que ver con el mundo de las cárceles, los juzgados y las planchas del forense, ello se debe, en buena medida, a que a ningún legislador delirante se le ha ocurrido hasta ahora prohibir la producción, el comercio y el consumo de tabaco.
Desde el mirador de la nicotina, modesta pero no menos letal, me asomo a los infiernos terrestres de quienes se debaten en las relaciones peligrosas con otras sustancias y veo los efectos dañinos de una adicción multiplicados, además, por el mundo sórdido y criminal en el que han sido colocadas la mariguana, la cocaína, la heroína y otras. Constato que la prohibición no ha resuelto ni aligerado para ningún adicto la carga de su mal, y que el número de enamorados de alguna de las sustancias incluidas en la nómina del veto legal va en aumento en casi todas partes.
Mientras tanto, a los originales problemas de salud pública ha habido que agregar un fenómeno de delincuencia internacional que destruye muchas más vidas que las que se pierden por efecto de las adicciones, que emponzoña las relaciones internacionales, que corrompe gobiernos y dependencias, destruye famas públicas que parecían de acero inoxidable, distorsiona la economía y las finanzas y obliga a construir cárceles con un empeño que los gobiernos bien harían en consagrar a la edificación de viviendas, escuelas y hospitales.
La prohibición ha transformado lo que podría ser una actividad comercial legal y baladí (como lo es la del alcohol y la del tabaco) en un monstruo indomable capaz de reemplazar en cuestión de semanas todas las cabezas que le sean amputadas y contra el cual toda entidad gubernamental, desde un juzgado municipal de Paraguay hasta el ejército de Estados Unidos, tienen la guerra perdida de antemano. Hemos llegado, en materia de drogas, a un punto en que la razón de Estado ha perdido toda relación con el sentido común y la sensatez y se ha convertido en un capricho de Estado.
Tal vez esta postura irracional sea sólo aparente. Lo sepan o no, los prohibicionistas están actuando a favor de los intereses del narco. Recientemente Bill Clinton dijo que esta rama económica genera ganancias por 50 mil millones de dólares en Estados Unidos. Fuentes más serias y confiables que el presidente señalan magnitudes de entre 300 mil y 500 mil millones de dólares. Independientemente de quien tenga la razón, es claro que esos volúmenes de dinero no ingresarían a las finanzas y a las economías del mundo si no existiera la prohibición.
La lógica obliga a sospechar que existe una relación inversa, es decir, que las actividades del narco benefician a los prohibicionistas. Si los copiosos dólares sucios son capaces de comprar a policías, jueces, comisionados antidrogas y ministros de Defensa, no tiene porqué haber impedimento para que logren corromper también a los celosos guardianes de la salud ajena que, en los órganos legislativos, los medios y los puestos públicos, rechazan tajantemente cualquier posibilidad de legalización o, cuando menos, de un cambio radical en las políticas oficiales de combate a la drogadicción y al narcotráfico. Y en el caso de los representantes y senadores que hacen vibrar al Capitolio con sus airadas argumentaciones sobre la necesidad de defender a los niños de la amenaza de los enervantes, es válido sospechar que algunos de ellos en realidad están defendiendo sus propios bolsillos.
Me alarma la posibilidad de que estos personajes decidan un día de éstos, por convicciones morales totalitarias o por intereses económicos inconfesables, rescatarme de mí mismo y de mis debilidades. Si se prohibiera su uso, el tabaco sería muchísimo más caro de lo que cuesta actualmente, y para obtenerlo yo me vería obligado a relacionarme con gente sórdida que se quedaría con una buena parte de mis ingresos. Sé que mi adicción, aunque modesta, tiene consecuencias mortales, pero prefiero seguir empeñándome en vencerla por mis propios medios, sin que la policía, los juzgados o la Fuerza Aérea pretendan salvarme de la ruina.
11.3.97
La corrupción global
Pronto será tiempo de recordar con nostalgia los modestos sobornos al policía del crucero y otros rasgos pintorescos de nuestras entrañables corrupciones nacionales, ésas que parecían nacer de las idiosincrasias y de la identidad. El establecimiento de redes financieras y comerciales que cubren el planeta y la obsesiva desregulación emprendida por la mayoría de los gobiernos desde el principio de la década pasada han hecho posible el desarrollo de una corrupción multinacional, globalizada y yuppie, orientada por consideraciones estratégicas y experta en los manejos del paraíso fiscal y del módem.
En las investigaciones de malos manejos financieros, de episodios criminales, de irregularidades en el financiamiento de partidos políticos, de organizaciones de la droga --es decir, en esa punta del iceberg de la corrupción mundial-- aparecen, cada vez con mayor frecuencia, maniobras y complicidades de rango internacional. Es cada vez más raro que las arborescencias de los desfalcos y los desvíos respeten las fronteras nacionales de los países donde se originan. Y cuando ocurre así, los miembros del jet set delictivo sonríen con desprecio ante la chapucería de sus colegas provincianos. Ya ni los estadunidenses, con todo y sus genes aislacionistas, son capaces de enjuagar trapos sucios en el lavadero de su casa, como lo demostraron el escándalo del Teherangate, y los más recientes de Clinton con hombres de negocios asiáticos.
Los grandes negocios sucios conforman, crecientemente, una red de vasos comunicantes que, por supuesto, no empieza ni termina en las naciones atrasadas de Asia, África y Latinoamérica y que lo mismo puede enlazar a Viena con Asunción o El Vaticano con Lagos, Nigeria. Al reproducir y comentar el esclarecedor índice de corrupción elaborado por Transparency International, Jean Meyer señalaba el viernes pasado, en estas páginas, que las empresas transnacionales pueden comportarse de maneras distintas en sus países de origen y en otras naciones.
Por lo demás, las estructuras gubernamentales de Italia, España y Francia, a juzgar por los escándalos revelados en años recientes, están corroídas por dineros sucios, favores prostituidos y fortunas inexplicables (véase la reveladora llamada de atención hecha en octubre del año pasado en Ginebra por siete jueces europeos (--Proceso, 9 de marzo-- sobre la resistencia de las clases políticas del Viejo Continente a tomar medidas eficaces contra la corrupción, así como el tamaño que los magistrados le asignan al fenómeno). En Japón son casi cíclicas las revelaciones sobre vínculos entre el gobierno y las mafias. La apacible Suiza ha perdido su imagen de relojería de lujo y añosa bóveda de seguridad; hoy, en cambio, se sabe que es una de las cloacas donde se atesoran los fondos delictivos procedentes por igual de países ricos que de naciones pobres.
La alta delincuencia globalizada se desenvuelve necesariamente entre consejos de administración y ministerios, entre Mercedes Benz y mancuernillas de oro. Para acceder a sus misterios es preciso ser de buena cuna o llegar, después de una guerra implacable --"superación personal'', que le llaman-- a la posición en que resulta indoloro el precio de los boletos de avión de primera clase o el ticket de estacionamiento del jet privado.
Advenedizos y enriquecidos de último minuto, favor de abstenerse: para tener amigos entre los banqueros de las Bahamas, las islas Caimán o Luxemburgo, gestionar contratos millonarios con el gobierno, obtener fondos ilegítimos para el partido o tramitar la amnesia del fisco y las aduanas, no basta con traer una pluma Mont Blanc en el bolsillo o mantener en el refrigerador tres kilos de langosta y unas botellas de Veuve de Clicqot, y ni siquiera llenarle de putas caras el cuarto de hotel a algún destacado funcionario extranjero. La clase de posición que se requiere para cerrar tales operaciones nace, necesariamente, en el seno del poder político y económico.
4.3.97
Mariguana sin humo
Alguna vez, en su ya lejana campaña presidencial de 1992, William Clinton aseguró que en su juventud había fumado mariguana sin inhalar el humo. Muchos pensaron entonces que una conducta tan inconsecuente resultaba poco verosímil y que aquel alegato de inocencia, o de culpabilidad circunscrita a las afueras de la tráquea, era falso de necesidad, incluso si provenía de un político protestante educado en la abominación de la mentira. Hoy, después de las muchas inconsecuencias que se le han visto al antiguo pacheco de baja intensidad, hoy presidente de Estados Unidos, habría que darle mayor crédito a su versión y suponer que, después de todo, sí pudo ser capaz de una acción tan rara.
Pocos días antes del reparto de estrellitas en la frente a los gobiernos latinoamericanos --el de Colombia fue, una vez más, el niño reprobado--, Clinton nos ofreció una muestra adicional de conducta incoherente, y ésta también relacionada con las drogas: su programa federal antinarcóticos para la próxima década. Según éste, durante el próximo año fiscal --que empieza en octubre-- Washington destinará 16 mil millones de dólares en erradicar la producción y el comercio de enervantes, así como su consumo por parte de 12 millones de estadunidenses, una tercera parte de los cuales --en cifras del propio Clinton-- está compuesta por adictos.
Si los mandos políticos de Washington atendieran a las razones de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU --la cual señaló ayer que la avidez del mercado estadunidense es la base del problema--, tendría que destinar la totalidad de su presupuesto antidrogas a convencer, curar, sicoanalizar, consolar, sobornar, disuadir o entretener con hobbies menos perniciosos a sus consumidores. Habría, así, buenas posibilidades de reducir de manera drástica el consumo y, por ende, la producción y el trasiego (lo cual, a su vez, minimizaría el poder de los cárteles). A un costo hipotético de 2 mil dólares por alma, con menos de la mitad de los 16 mil millones se podría someter a tratamiento de desintoxicación a los 3.6 millones de adictos estadunidenses. Pero Clinton y los suyos están empeñados en hacer las cosas a balazos y en meter la nariz en otros países, y en esa línea de acción no hay presupuesto que alcance.
El mandatario dice que el volumen de negocios del narco es de 50 mil millones de dólares anuales; demos por buena la cifra. En un contexto económico y cultural regido por el libre mercado, donde en última instancia el que paga manda, tenga o no la ley de su parte, 50 mil millones compran más conciencias, dependencias y armas de grueso calibre que 16 mil millones.
Ciertamente, no todo el presupuesto antidrogas se va a ir en balas y radares contra los narcos: hay que descontar lo que se destine, entre otros rubros, a campañas publicitarias del tipo "di no a las drogas'', a reforzar la vigilancia de la frontera con México, los litorales y el espacio aéreo, y a financiar la sustitución de los cultivos de coca en Sudamérica.
En esta lógica, el presupuesto es insuficiente por donde se le vea. Grosso modo, y siguiendo los números de Clinton, los fundamentos del Mal --ese negocio de 50 mil millones de dólares-- son las 207 mil hectáreas sembradas de coca que hay en Sudamérica. Cosechado, refinado y puesto en Estados Unidos, el producto de cada hectárea valdría entonces casi un cuarto de millón. Aun concediendo que la pasta básica de coca aportara sólo el uno por ciento del valor de la cocaína y que el 99 por ciento restante de ese precio fuera el valor agregado por el procesamiento y el trasiego, el rendimiento por hectárea sería de 2 mil 500 dólares. Pero si alguien cree que las inversiones previstas en el plan --cerca de 400 dólares por hectárea, en el caso de Perú--, probablemente esté, a diferencia del joven Clinton, tragándose el humo de la mota.
El plan antinarcóticos de Estados Unidos logrará, a lo más, introducir una tendencia alcista en el precio de calle de la droga --en la medida en que los narcos cargarán a los consumidores finales el costo de enfrentar mayores riesgos--, pero es muy improbable que consiga erradicar --y ni siquiera disminuir en forma significativa-- la producción, el tráfico y el consumo de enervantes en el continente, y eso tiene que saberlo el gobierno de Washington. Visto de esa forma, el programa en su conjunto es un autoengaño, o una propuesta hipócrita o incoherente y, en todo caso, un acto tan bobo como darse un toque sin aspirar el humo.
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