30.12.08

Israel


El problema no es que Israel sea un Estado judío, sino que es un Estado terrorista. Aunque hubiese sido fundado y habitado por otomíes, por pashtunes o por noruegos, sus prácticas genocidas merecerían algo más que la condena universal: la intervención inmediata y enérgica de la comunidad de naciones para defender a las víctimas de su barbarie y para llevar a sus gobernantes ante tribunales internacionales de justicia y procesarlos por crímenes de guerra.

Dos razones explican que ello no haya ocurrido aún y que, posiblemente, no ocurra jamás: el (justificado) sentimiento de culpa de las potencias occidentales por no haber impedido el exterminio de judíos que llevaron a cabo los nazis y, mucho más importante y decisiva, la condición de Tel Aviv como aliado estratégico de Europa y Estados Unidos en una región predominantemente árabe, islámica, y por mucho tiempo reacia a uncirse a los dictados colonialistas de las metrópolis. De no ser por esos factores, hace mucho tiempo que Israel habría sufrido un férreo bloqueo económico, habría sido hostigado en forma sistemática y, posiblemente, habría sido arrasado por los bombarderos de Occidente, como les ocurrió a Irak, a la extinta Yugoslavia y a Afganistán.

Y es que el régimen israelí no sólo es culpable de delitos de lesa humanidad, como éste al que asistimos en el fin de 2008, cuando los aviones de Tel Aviv ejecutan sanciones colectivas contra las mujeres, los hombres, los niños y los ancianos de Gaza, sino también de la fabricación de armas de destrucción masiva: las bombas atómicas de Israel, producidas ante las narices de Washington y de Bruselas son, para el mundo, una amenaza mucho más real que las supuestas armas iraquíes cuya existencia inventó George W. Bush para dar justificación a su guerra de negocios. Adicionalmente, el Estado fundado por Ben Gurión y Weismann (vinculados a Haganá e Irgún, organizaciones sionistas célebres por sus represalias sangrientas contra los árabes, y no menos terroristas que las islámicas Hamas y Hizbollá) ha aplicado en Cisjordania y en la porción palestina de Jerusalén una política sistemática de limpieza étnica semejante a la que el extinto régimen de Milosevic puso en práctica en Bosnia; ha saqueado y devastado los recursos naturales de los palestinos, ha reducido a las poblaciones de Cisjordania y Gaza a la explotación inmisericorde, a la miseria y a la humillación y ha implantado, en el territorio israelí, un régimen racista de discriminación y apartheid sobre los ciudadanos árabes.

A estas alturas, el Estado israelí no corre ningún peligro de ser arrasado ni destruido por sus vecinos árabes y musulmanes, y menos por los puñados de desesperados harapientos que de cuando en cuando realizan atentados terroristas contra el sur de Israel. Sus vastos recursos bélicos –obtenidos en buena medida gracias al respaldo incondicional de Washington– le aseguran una ventaja irreversible y aplastante sobre el resto de los países de la región.

Los principales enemigos del régimen de Israel son su propia arrogancia, su impunidad, hasta ahora absoluta, su desprecio hacia la legalidad internacional y la aplicación racista y facciosa de sus propias leyes. Por esa vía, el Estado hebreo (lo mismo daría si fuera mixteco, druso o armenio) se encamina hacia una bancarrota moral irreparable. Occidente debe intervenir, no para destruirlo, como hizo con Irak y con Afganistán, sino para contenerlo, para reformarlo, para rescatarlo de sí mismo y, desde luego, para impedir que siga rindiendo tributos a la barbarie y ofreciéndole al mundo regalos horrorosos como este año nuevo ensangrentado en Gaza. Pero no hay que mezclar las cosas: llegado el momento, cuando suene el shofar, muchos gentiles, con el mismo afecto de todos los años, diremos shaná tobá a nuestros amigos y conocidos judíos, sean israelíes o no.

18.12.08

Recuento parcial de 2008

Robert Rauschenberg/pop art
En el cuarto día del año que está por terminar se tomó la decisión de suspender, por primera vez en su historia, el Rally de Dakar (antes, París-Dakar), actividad de entretenimiento duro para pirruros dispuestos a invertir una millonada en amortiguadores reforzados y carburadores de alto rendimiento y a atropellar aborígenes en los países africanos por los que pasaba la descocada ruta. Desde que se instauró, en 1979, 17 aventureros participantes han dejado el pellejo en el recorrido, algunos de manera muy dolorosa (como Eric Satler, el motorista que en 2007 chocó con un cacto), y más de 30 malienses, nigerianos, mauritanos y senegaleses, cuyos nombres no suelen ser publicados, han muerto arrollados por extranjeros idiotas, ansiosos de volver a su país con un trofeo en las manos. África puede caerse a pedazos por los conflictos armados, la epidemia de sida y el hambre, pero es una excelente pista para los cochecitos de carreras de un par de miles de trepanados. La determinación adoptada a principios de 2008 no buscaba poner fin a todo ese desatino, sino prevenir un posible atentado terrorista de Al Qaeda. El gobierno francés recomendó suspender la carrera, que el año entrante se realizará en Argentina y en Chile; a ver cómo les va a las poblaciones que recibirán, en 2009, a los bulliciosos aventureros.

En la primera mitad de este año el conflicto armado colombiano tuvo expresiones tanto esperanzadoras como espeluznantes. El 10 de enero, con la mediación de Hugo Chávez, las FARC liberaron a las rehenes Clara Rojas y Consuelo González; luego vendrían las amargas recriminaciones del venezolano a su par de Colombia, Álvaro Uribe, quien no ha dejado de montar provocaciones contra los países vecinos. La más atroz fue la incursión armada contra un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano, en la que fueron asesinados más de una decena de guerrilleros colombianos y cuatro estudiantes mexicanos. Más tarde vendría la sospechosa liberación de Ingrid Betancourt, emblema de los secuestrados en manos de la insurgencia. La guerra colombiana condujo a momentos de tensión regional muy elevada y a crisis diplomáticas con Ecuador, Venezuela y Nicaragua.

El 24 de enero, el hasta entonces primer ministro italiano Romano Prodi perdió, qué tragedia, un voto de confianza en el Parlamento; a raíz de ello se convocó a elecciones anticipadas y el mamarracho gangsteril Silvio Berlusconi volvió a ocupar la jefatura de gobierno. El 17 de febrero Kosovo se separó en forma unilateral de Serbia, con el respaldo de la Unión Europea y de Estados Unidos, y proclamó su independencia.

Para entonces proseguía el infame cerco militar de las fuerzas armadas israelíes contra la población de Gaza, en algo que no puede interpretarse más que como el designio de matar de hambre y de enfermedades a los civiles que viven allí. En forma intermitente, el bloqueo contra Gaza se ha mantenido, a ciencia y paciencia de un mundo que se aplica a sí mismo el adjetivo de “civilizado”.

A principios de abril, en México, y tras una intensa campaña publicitaria repleta de falsedades y hasta de chantajes contra la población, el gobierno de Felipe Calderón envió al Senado una iniciativa de ley para privatizar los segmentos más lucrativos de la industria petrolera. Se inició uno de los conflictos más fructíferos, en términos de formación política ciudadana, en el país: desde las calles, el pueblo movilizado impidió que se legislara la privatización abierta de los hidrocarburos, forzó a sus representantes legislativos a actuar con coherencia –así fuera por una vez en la vida de muchos de ellos–, impuso la realización de un exhaustivo debate en torno a la contrarreforma energética que se pretendía aprobar, ganó la discusión, organizó un referendo al respecto y obtuvo, en él, un rotundo rechazo al afán ratero de entregar la industria petrolera a los grandes contratistas privados. A la postre, el régimen logró la aprobación de una legislación tramposa, que deja abierta la puerta de atrás para conceder grandes pedazos de territorio a los consorcios energéticos; el costo fue muy alto para todos: el calderonato perdió lo que le restaba de credibilidad y el pueblo perdió al PRD, cuyos órganos de dirección fueron avasallados por un grupo de felipófilos sin escrúpulos.

En el verano se llevó a cabo el certamen Miss Universo en Vietnam (cosas veredes), tuvo lugar una breve e intensa guerra entre Rusia y Georgia, y el aeropuerto madrileño de Barajas volvió a hacer de las suyas con un nuevo avionazo mortífero. Pensándolo bien, este año fue pródigo en accidentes aéreos: los peores percances fatales ocurrieron en Venezuela (febrero), Honduras (mayo), España y Kirguistán (agosto), Rusia (septiembre) y México (noviembre). Sin embargo, en Marte, la sonda estadunidense Phoenix aterrizó sin novedad (mayo).

Hubo atentados terroristas de significación en Beirut (but of course), Estambul, Morelia y Bombay, y ojalá que no haya más en los 13 días que le quedan al año. Los fenómenos naturales hicieron estragos en Myanmar (ciclón), China (terremoto), Chile (erupción) y Cuba (huracanes). A fines de enero, el asteroide TU24 pasó a poco menos de 500 mil kilómetros de nuestro planeta (todo un rozón cósmico) y no pasó nada. El mes siguiente, Fidel Castro anunció de manera formal su jubilación, y no pasó nada. En septiembre, en Suiza, el gran acelerador de hadrones LHC (que según algunos podría salirse de control y causar el fin del universo) fue puesto en marcha, y tampoco pasó nada. En cambio, este año la especulación financiera mundial entró en abierta crisis y provocó un desmadre.

En noviembre, en Estados Unidos, fue electo el primer negro (o mulato, enmiendan algunos; estadunidense, apunta la corrección política) que será presidente de ese país, en lo que parece que será el dato más importante (ojalá) cuando recordemos este traqueteado 2008, pero nunca se sabe: unos meses antes, en agosto, Nuku’alofa fue coronado rey de Tonga con el nombre de Siaosi Tupou V, y alguna posibilidad habrá de que sea ese suceso, y no la victoria electoral de Barack Obama, la que marque la historia.

En este año se murieron, entre muchos otros, Philip Agee, Andrés Henestrosa, George Habash, Marcial Maciel, Volodia Teitelboim, Emilio Carballido, Alain Robbe-Grillet, Cachao López, Manuel Marulanda Vélez, Ernesto Corripio, Aimé Césaire, Alfonso López Trujillo, Leopoldo Calvo Sotelo, Robert Rauschenberg, Cornell Capa, Yves Saint-Laurent, Alejandro Aura, Víctor Hugo Rascón Banda, Gilberto Rincón Gallardo, Paul Newman, Michael Crichton, Miriam Makeba, Carlos Abascal Carranza, Betty Page y Amalia Solórzano. Por una elemental ley de la vida, en este mismo año deben haber nacido algunas personas que en unas décadas lograrán notoriedad por sus aportaciones a la humanidad o por sus crímenes aborrecibles. Pero tenemos mucho tiempo para enterarnos.

En estos doce meses me vi imposibilitado de responder la mayor parte de los mensajes recibidos en el buzón de esta columna. Los he leído todos, los agradezco todos –los amistosos, los hostiles y los que tienen un poco de hostil y otro poco de amistoso– y en enero volveremos a leernos. Abrazos y que en 2009 nazcan muchas cosas buenas.

16.12.08

Para 2009


Hasta ahora el desempeño en materia de seguridad pública y lucha contra la delincuencia ha sido visto por la mayoría de la minoría que votó por Felipe Calderón en 2006 como la mayor ineptitud de su gobierno. Ya irán descubriendo (algunos ya lo han hecho) que hay un ámbito en el que el caleronato puede hacerlo peor: el manejo de la crisis económica y la intemperie que se nos viene encima como resultado de la especulación catastrófica. Dicen que un funcionario del gabinete de Erenesto Zedillo le reclamó a su antecesor en el cargo que el gobierno anterior había dejado la economía prendida con alfileres y que tuvo que tragarse una réplica de proverbial cinismo salinista: “Sí, pero ustedes quitaron los alfileres”. De Fox a Calderón las cosas son peores, porque en el sexenio pasado se robaron casi todos los alfileres y la administración actual se dedica a clavar en la piel de la población los pocos que le dejaron. Ya vendrán los aumentos salariales de cuatro por ciento para enfrentar una inflación tres o cuatro veces mayor –en el mejor de los casos– y un desempleo que volverá pobres a cientos de miles de clasemedieros que soñaron con seguridad y prosperidad; ya reconocerán que el verdadero peligro para México se encuentra en Los Pinos y que ellos contribuyeron a colocarlo allí, aunque no en mucho; ya irán entendiendo que el fraude electoral de 2006 también fue un engaño contra los que sufragaron azul, porque éstos festejaron un triunfo que no era de ellos, sino el de los grandes capitales trasnacionales (extranjeros, aunque contraten a nativos de apellido Gil Díaz), que estaban dispuestos a imponer a Calderón así fuera con el uno por ciento de los votos reales.

Ya caerán en la cuenta muchos de los desencantados que la aparente estupidez gubernamental ante la delincuencia (99 por ciento de delitos quedan impunes, según dicho de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, o sea, el porcentaje ha de ser mayor) es en realidad el prolegómeno perverso de una política de contrainsurgencia y de un empeño por establecer un Estado policial que suprima de jure las garantías individuales que las corporaciones de seguridad pública ya violan de facto. Y ya acabarán por rendirse ante la evidencia de que los atributos legendarios de honradez y austeridad de los panistas son actualmente un mero recuerdo histórico reciclado para efectos de marketing.

De algo semejante se darán cuenta, en el otro lado, los que aún creen que Nueva Izquierda es nueva y es izquierda, y no han acabado de percibir que bajo la articulación de esos dos términos falaces se oculta el viejísimo fenómeno del palerismo partidario.

La gran pregunta para 2009 es qué cauces tomarán los descontentos multiplicados. Hasta ahora los regímenes blanquiazules han buscado (y parcialmente logrado) escurrir el bulto y desviar el enojo de los sectores medios y altos por la inseguridad hacia desahogos vestidos de blanco, en los que se abomina más a la delincuencia organizada que la incapacidad o falta de voluntad gubernamental para combatirla. Al parecer no todos los que participan de buena fe en esas catarsis se han hecho un razonamiento elemental: es un poco cándido pedir a los delincuentes que dejen de delinquir, pero al gobierno cabe exigirle que los enfrente con eficacia, lo cual, desde luego, no significa que los mate, sino que los identifique, los capture y los presente ante una instancia judicial.

Con su infinita torpeza (99 por ciento de impunidad, dice la CNDH), los gobernantes dan alas a las consignas demagógicas y electoreras que piden la implantación de la pena de muerte, y mientras esperan a ver si esa demanda logra recabar respaldo social avanzan en su deliberado recorte de las garantías individuales. Ya jugarán, llegada la circunstancia, la carta peligrosa de un movimiento masivo que pida torturar y asesinar a los torturadores y asesinos. Es un gran riesgo, porque una corriente de ese tipo, alimentada por la exasperación económica, bien podría salirse de control e inventar que un general auténtico luciría mejor la banda tricolor que un chaparrito, pelón y de lentes (Espino dixit) al que le gusta disfrazarse de general. Es posible que esa sea la verdadera apuesta del Yunque (el cual no existe, según dicen los que pertenecen a él) y de otros estamentos del totalitarismo.

Para el movimiento de resistencia popular, el gran desafío del año entrante es volverse un interlocutor creíble para quienes se agregarán al descontento masivo y ofrecerles un cauce de acción democrático y honesto: impedir que el gobierno siga haciendo pedazos al país y transformar de manera pacífica las estructuras sociales injustas, excluyentes e inequitativas que han traído al país sangre, deudas, hambre y rabia. Feliz año nuevo.

11.12.08

La inteligencia del ratón


Sostiene (o sostenía) Fernando Magariños, La Mancha, que el individuo que inventó el mouse no tenía en la mente a la especie humana, sino a otra distinta, dotada de tres extremidades superiores. Su aserto –que puede extenderse a la combinación de mouse e interfase gráfica que se quiera, sea Windows, sea Macintosh, sea Ubuntu– es fácilmente comprobable por cualquier persona que en su trabajo ante la computadora deba combinar un aporreo intenso del teclado con operaciones y comandos que sólo pueden realizarse mediante el uso del puntero: es una lata tener que estar levantando una de las extremidades, la más hábil, para colmo, a fin de ir a buscar al roedor y sobornarlo, con un gesto manual que pareciera protegerlo del mundo, para que se digne mover por la pantalla una flechita que nunca se encuentra en el sitio en el que debería. Ted Selker supo que se requerían tres cuartos de segundo para mover la mano del teclado al mouse y otro tanto para regresarla a su posición, y en 1984 inventó, para remplazarlo, el trackpoint (se le conoció también como pointstick y trackstick) , que era una especie de clítoris incrustado en medio del teclado de las viejas portátiles IBM, entre la G, la H y la B, y que luego adoptaron otras marcas.

Algo se ganó también con los trackballs que aparecieron brevemente (la bolita que se movía con el dedo índice) en la parte inferior del teclado de las computadoras portátiles y, posteriormente, con los touchpads, introducidos en 1994, porque quedan más cerquita de las teclas y el desplazamiento de la mano se acorta de manera notable. Está la tableta gráfica, o graphic pad, que permite, en teoría, capturar a modo texto la escritura manuscrita del usuario y hace posible emplear la pluma electrónica anexa para realizar las acciones que normalmente se hacen con el clic del mouse. Existen las pantallas táctiles, desarrolladas desde los años sesenta del siglo pasado por integradores de sistemas; en 1983 apareció la HP 150, primera micromoputadora comercial provista con esta tecnología, que ha conocido desde hace años una masificación en quioscos, recepciones, entornos industriales y puntos de venta; sin embargo, su alto costo y su naturaleza antiergonómica imposibilitaron su adopción a gran escala en las computadoras personales. Esta tecnología, en cambio, empieza a vivir una edad de oro incrustada en los asistentes personales, las consolas de juegos y las nuevas generaciones de teléfonos celulares. Hay, además, dispositivos capaces de detectar los movimientos oculares del usuario y de convertirlos en movimientos del puntero y en clics (mediante parpadeos), pero se trata de aparatos caros que suelen emplearse en casos de discapacidad o para mediciones mercadotécnicas.

Vuelta al mouse. Tendría más sentido, decía La Mancha, un dispositivo que cumpliera esa función y que se accionara con los pies, así como los pedales de un automóvil o de un avión desempeñan tareas indispensables para la conducción y el pilotaje. Tenía razón y no: ya existen footmouses comerciales de distintas clases, pero resulta que su empleo es más difícil que el de sus parientes de escritorio porque la mayor parte de la gente tiene menos control de los movimientos precisos en los pies que en las manos.

A todo esto, se me olvidaba el motivo de esta disquisición: es que en este diciembre se cumplen 40 años de la invención del mouse, aparatejo que hoy resulta cotidiano y hasta despreciable, pero que ha implicado una profunda transformación en nuestra manera de relacionarnos con las máquinas en general. Lo inventó Douglas Engelbart, del Instituto de Investigación de Stanford (SRI, por sus siglas en inglés), en 1968, en el marco de una investigación para asistir a las personas en la toma de decisiones complejas mediante computadoras. Para entonces, Engelbart ya había redactado un reporte denominado Augmenting Human Intellect: A Conceptual Framework (“Aumentar el intelecto humano: marco conceptual”), en el que prefiguraba buena parte de las interfases gráficas de la actualidad. Desde luego, lo que había en la pantalla se parecía muy poco a lo que se ve en los monitores actuales, y en la cabeza del inventor no estaba la convivencia entre un teclado alfanúmérico convencional y el mouse: concibió, más bien, un sistema de trabajo en el que una mano estaba en contacto permanente con ese dispositivo, en tanto la otra operaba un teclado reducido de cinco botones (muy parecido al teclado telegráfico de Baudot) en el que era necesario oprimir las teclas en distintas combinaciones para generar caracteres específicos. Posteriormente se ha demostrado que, después de unas horas de entrenamiento y práctica, un capturista puede desempeñarse en forma mucho más eficiente con un teclado reducido que con un dispositivo tipo QWERTY.

El invento de Engelbart era una cajita de madera así, bien pinche, de cuya parte inferior sobresalían unas ruedas metálicas que, al desplazarse por una superficie cualquiera, se movían en un eje vertical y otro horizontal, y en la parte superior tenía un solo botón, tan rojo como el que inicia la Tercera Guerra Mundial. Fue patentado con el nombre poco atractivo “X-Y position indicator for a display system”. Lo impresionante de la ocasión no eran los dispositivos, sino las ideas: con monitores monocromáticos de tubos de rayos catódicos y con teclados electromecánicos se mostraban las posibilidades de un entorno gráfico con ventanas, de la multimedia y de las conexiones en red.

Todo lo que Engelbart recibió por su invento fue un cheque de 10 mil dólares. Años después, la patente fue registrada a nombre de la institución para la que trabajaba, y además venció antes de que el aparato se volviera de uso masivo. Xerox lo perfeccionó, agregándole la bola de rodillos ortogonales, y en 1981 lanzó al mercado una computadora equipada con ratón: la Star 8010, de la que ya nadie se acuerda. Luego vinieron la fallida Apple Lisa, la Commodore Amiga, la Atari ST y la Apple Macintosh, responsable, esta última, de la popularización definitiva de las interfases gráficas y del mouse.

De bola, infrarrojo o láser, alámbrico o inalámbrico, decorado o austero, es la parte más inmediata de los entornos computacionales que constituyen, a su vez, una parte medular de nuestra relación con el mundo: nuestra forma de estudiar, nuestras consultas y operaciones bancarias, nuestra relación con seres conocidos y desconocidos que se encuentran a tres mil kilómetros o a seis cuadras, dependen en alguna medida del invento de Engelbart y, claro, de comprender la sintaxis de una interfase gráfica y de interactuar con ella. Y no digo que esté bien ni que esté mal, sino todo lo contrario.

9.12.08

La fuerza


Por regla general, las soluciones de fuerza parten de la pobreza de espíritu de quienes las adoptan, de una visión superficial y simplista y, sobre todo, de un enorme candor. No es de extrañar que sus resultados sean, con frecuencia, contrarios a los esperados y que el empecinamiento en su aplicación termine por generar problemas mucho mayores que los que se pretendía solucionar. Dos ejemplos.

Ahí está el caso de Afganistán, donde la gran superpotencia militar del mundo pretendió liquidar a una organización de fanáticos que se había hecho con el control de ese país. En un principio pareció que la aventura funcionaba, o así nos lo hicieron creer los medios desinformativos. Los ocupantes organizaron unas elecciones y hasta se llegó a hablar de la “normalización democrática” que tenía lugar en territorio afgano. Pero siete años después de la invasión y ocupación gringa, posteriormente respaldada por una coalición internacional, los talibán, tan ignorantes y oscurantistas como siempre, han avanzado en presencia territorial y en liderazgo y “el Estado está otra vez en serio peligro de caer en sus manos”, según estimación del Consejo Internacional de Seguridad y Desarrollo (ICOS, por sus siglas en inglés; El País, 8/12/08).

En días pasados los rebeldes ofrecieron pruebas contundentes de su organización, de su capacidad ofensiva y de su funcionamiento internacional, al realizar, en el vecino Pakistán, impresionantes ataques consecutivos contra convoyes de la OTAN que transportaban pertrechos destinados a las fuerzas de ocupación en Afganistán. En la primera de esas acciones, llevada a cabo hace una semana, fueron destruidos una veintena de camiones repletos de pertrechos de guerra; el domingo, en Peshawar, unos 250 combatientes incendiaron un centenar de vehículos de transporte, y ayer, lunes, los talibán calcinaron medio centenar de contenedores y dos camiones en la terminal de carga de esa misma localidad. Esta capacidad de atacar las líneas de abastecimiento del enemigo ha de agregarse a lo sustancial: “el incremento del poder talibán significa que en estos momentos tienen una presencia permanente y hacen ingobernable un 72 por ciento del territorio de Afganistán y una presencia sustancial en otro 21 por ciento”, señala ICOS.

Si esos datos son ciertos, Barack Obama tendrá que ir pensando en modificar su idea de concentrar el esfuerzo bélico de Estados Unidos en Afganistán –a cambio, según ha dicho, de abandonar la aventura militar en Irak– y de emprender algo distinto a una solución de fuerza; por ejemplo, una negociación en la que se ofrezca la salida de las tropas extranjeras a cambio de que los talibán se comprometan a no respaldar acciones terroristas y a suprimir los rasgos más odiosos de su prédica, como la opresión contra las mujeres y la intolerancia cultural y religiosa.

Aunque con profundas diferencias, esta historia se parece al desbarajuste causado por el calderonato con su cacareada campaña contra la delincuencia organizada. Con una frivolidad imperdonable, el gobierno en funciones tergiversó el orden de las prioridades nacionales, optó por la fuerza en detrimento de la inteligencia y apostó a la espectacularidad televisable antes que a la eficacia. Como resultado, la población mexicana sufre, hoy en día, a dos años de iniciada la opereta calderonista “contra el narcotráfico”, una inseguridad pavorosa, el país está sumido en un baño de sangre y las cúpulas de las instituciones de procuración de justicia y de seguridad pública muestran una pudrición sin precedentes.

La moraleja no es necesariamente la misma que la de Afganistán, pero implica un principio semejante: para empezar a enmendar el desastre, es indispensable reconocer que la criminalidad organizada se encuentra en la realidad y no en una historieta, que sus causas profundas son socioeconómicas y no metafísicas y que sus relaciones con el Estado y con la economía son mucho más complejas de lo que se dice en el discurso. Por lo pronto, el fracaso y la corrupción de las autoridades encargadas de combatir a la delincuencia han generado ya una crisis adicional a la de la seguridad pública: una crisis de confianza que se profundizará en la medida en que los gobernantes se empeñen en salir del atolladero con el único recurso que conocen, que es el de la fuerza.

4.12.08

De Akenatón a Moisés: algo sobre el origen del Mero Mero

Akenatón, dos de sus hijas (y futuras mujeres), su esposa Nefertiti y el dios Atón en el centro

Dios fue inventado entre 1358 y 1340 antes de Cristo por un faraón incestuoso que se llamaba Nefer-Jeperu-Ra Amen-Hotep, quien, tras su llegada al poder, se puso Akenatón. Sí, antes de eso la humanidad ya había concebido, desarrollado y exterminado a una infinidad de dioses y diosecillos y a rebaños enteros de entidades sobrenaturales, y el recuento de los nombres que han llegado hasta nosotros (han de ser una pequeña fracción de cuantos existieron en realidad) sería inmenso y no viene al caso. Quedémonos, entonces, con Atón, deidad solar a la que el calenturiento Akenatón proclamó como El Dios, el único, el omnipotente, omnisciente y omnipresente, creador de todas las cosas y anterior al mundo. En su nombre, el soberano persiguió el culto a otras figuras divinas (Amón, Ra, Isis, Osiris, Horus, Anubis, Mut, Ptah, Thot) y se designó sumo sacerdote de la nueva religión.

Cerca de dos décadas les duró el gusto a la nueva deidad y a su devoto, pues éste se hallaba tan ocupado en copular con todas las mujeres de su familia (qué pena que no le haya bastado con su esposa, Nefertiti, mujer brillante y la más bella de la historia) que no se dio cuenta de que su imperio se desmoronaba. Los hititas, los babilonios y los amorreos atacaron Egipto; Akenatón falleció tras dos décadas de reinado; fue remplazado durante breve tiempo por la hermosa Nefertiti, quien había sido al mismo tiempo su mujer y su suegra y, al fallecimiento de ésta, por el niño Tutankatón, rebautizado Tutankamón, quien fue fácilmente manipulado por los sacerdotes amonistas para que reinstaurara a los dioses tradicionales. Se proscribió el culto a Atón y los templos erigidos en su honor fueron destruidos, pero en buena medida se recicló la ocurrencia monoteísta del hereje Akenatón: los sacerdotes instituyeron como rey de los dioses a una conjunción simbólica de Amón y Ra, que pasó a llamarse Amón-Ra, el cual, como el aire, “se encuentra en todo lugar y en todo momento”; es “el dios único que se convierte en millones” y las otras deidades son meras manifestaciones de él. Fin de la historia.

Siguiente capítulo: la leyenda afirma que un faraón malo (posiblemente Ramsés II, que gobernó un siglo después que Akenatón, y quien, según indicios arqueológicos, era realmente ojete) ordenó que los hijos de los esclavos hebreos fuesen arrojados al Nilo. Una mujer judía puso a su bebé de tres meses en una canasta calafateada y la abandonó en las aguas de ese río, con la esperanza de que alguien lo rescatara. La hija del faraón descubrió al bebé, lo adoptó como suyo y lo llamó Moisés. Ya adulto, y después de miles de peripecias, este hombre habría de erigirse en líder de los judíos y en interlocutor de Jehová, otro Dios único. En ejercicio de esa condición habría de transcribir un dictado divino, recibido en la punta del Monte Sinaí, en un texto que se llama Jamishá Jumsché Torá, y que los cristianos conocen como Pentateuco, formado por Génesis (Bereshit), Éxodo (Shemot), Levítico (Vayikra) y Números (Bamidbar), y que tal vez incluya parte del Deuteronomio (Devarim). Y dijo Dios:

“Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo. No tengas otros dioses aparte de mí. No te hagas ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en el mar debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni les rindas culto, porque yo soy el Señor tu Dios, Dios celoso que castiga la maldad de los padres que me odian, en sus hijos, nietos y bisnietos; pero que trato con amor por mil generaciones a los que me aman y cumplen mis mandamientos. No hagas mal uso del nombre del Señor tu Dios, pues el Señor no dejará sin castigo al que use mal su nombre. [...] No mates. No cometas adulterio. No robes. No digas mentiras en perjuicio de tu prójimo. No codicies la casa de tu prójimo: no codicies su mujer, ni su esclavo o su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca.” (Éxodo 20, 1-17).

Al pie del Monte Sinaí, los israelitas se habían apanicado por los truenos, el humo, los relámpagos y el sonido de trompetas que acompañaban la presencia de Jehová. Así que le dijeron a Moy: “Háblanos tú y obedeceremos; pero que no nos hable Dios, no vaya a ser que muramos”. Pero el profeta los tranquilizó y les dijo que no había tos, y que ése era precisamente el propósito de aquellos efectos especiales: “No tengáis miedo; Dios ha venido para poneros a prueba y para que siempre sintáis temor de Él, a fin de que no pequéis” (Éxodo 20, 18-21), y dicho esto, volvió a trepar al Sinaí para seguir tomando el dictado, en el que se consignan algunas lindezas memorables:

“Si compras un esclavo hebreo, trabajará durante seis años, pero al séptimo quedará libre, sin que tenga que pagar nada por su libertad [...] Si alguien vende a su hija como esclava, ella no saldrá libre como los esclavos varones.” (Éxodo 21, 1-11) “No dejes con vida a ninguna hechicera.” “El que se entregue a actos sexuales con un animal será condenado a muerte.” [...] “El que ofrezca sacrificios a otros dioses, en vez de ofrecérselos solamente al Señor, será condenado a muerte.” [...]“No maltrates a las viudas ni a los huérfanos, porque si los maltratas [...] yo iré en su ayuda, y con gran furor, a golpe de espada, os quitaré la vida. Entonces quienes quedarán viudas o huérfanos serán vuestras mujeres y vuestros hijos.” [...] “No tardes en traerme ofrendas de todas tus cosechas y de todo tu vino.” (Éxodo 22, 16-31).

Con el paso del tiempo, este Dios ha quedado situado en una inequívoca incorrección política: es autoritario, intolerante, vengativo, totalitario, megalómano, misógino, esclavista, antidemocrático, celoso según confesión propia, contradictorio (por fin: ¿matarás o no matarás?), demandante, glotón, beodo y extremadamente irracional. Tal vez algunas de estas características armonicen con el contexto histórico levantino de hace 3 mil años; otras, sin embargo, son inherentemente patológicas e indicativas de una personalidad débil e insegura.

Flaco favor le hacen los judíos ortodoxos y otros creyentes maximalistas que piensan que esas páginas son la transcripción fidelísima, letra por letra y punto por punto, de la palabra divina. La imagen deplorable no se la quitan ni las posturas religiosas más moderadas, según las cuales el Pentateuco (Éxodo incluido) es un texto inspirado por Él, pero de redacción humana. Paradójicamente, quienes vinieron a salvar un poco el prestigio divino fueron los escépticos que hallaron el documento demasiado contradictorio como para atribuírselo al Mero Mero, y que desde los siglos XVII y XVIII (Hobbes, Spinoza, De la Peyère, Astruc) señalaron que, como no fuera desde ultratumba, Moy no pudo haber escrito el Pentateuco, porque en él se cuenta la muerte del profeta mismo. Con base en herramientas de análisis de texto, el teólogo protestante alemán Julius Wellhausen señaló, a fines del XIX, que la Torá no es palabra divina, sino más bien una combinación de documentos procedentes de cuatro tradiciones distintas, todas posteriores en varios siglos a la época de Ramsés II (que sería la de Moisés, según esto), y que el texto religioso no alcanzó su forma definitiva sino hacia el 400 antes de Cristo, es decir, cuando Roma ya era república.

No está claro si Moisés existió o si es un personaje de leyenda. Freud y el historiador Joseph Campbell han sugerido que el patriarca fue en realidad un sacerdote de Atón que huyó de Egipto tras la caída en desgracia de esa deidad única y que llevó consigo la idea del dios único y la inculcó entre sus seguidores. Ve tú a saber. Me he engolosinado con estas historias y ya no cupieron el mitraísmo, el cristianismo, el zoroastrismo, el islam y otras postulaciones monoteístas, exitosas o fracasadas. Pero como Él es eterno, ya habrá tiempo para hablar de ellas.

2.12.08

La pesadilla

Foto: Eva Villaseñor - www.trialucin.blogspot.com
Despertó con un sobresalto. Se le vinieron encima fragmentos oscuros y sensaciones angustiosas, y no le fue difícil acomodarlos en el guión macabro en que se encontró cuando dormía: había soñado que por fin, después de décadas o vidas de espera, se presentaba la oportunidad para cambiar el país, para limpiar la vida, para meter a los culpables a la cárcel y sacar de ella a los inocentes (¿o no podría llegarse a tanto?), para que en México empezara a sonar lógico que los hambrientos necesitan comida, los desposeídos necesitan casa, los estudiantes necesitan escuelas, los enfermos, hospitales, y el gobierno, sensibilidad. ¿Cuándo se había perdido esa lógica? Quién sabe, pero en algún momento –años atrás, generaciones atrás– se había impuesto el principio de que lo que no genera ganancias inmediatas no sirve. En forma progresiva, el país, con todas sus instancias, se había convertido en un montón de máquinas de hacer dinero rápido y a costa de todo, y aquello produjo un doble resultado: mucho dinero y mucha más pobreza, separados, ambos, por muros construidos con ladrillos de desvergüenza y coronados con cercas electrificadas y cámaras de vigilancia.

Pero había llegado el día en que resultaba posible recuperar el sentido de las cosas, poner al país en el rumbo correcto y limpiar la vida. No había que hacerse demasiadas ilusiones porque los cambios serían arduos e inciertos, pero al menos se podían sentar las bases de una nación funcional, y aquello era posible con el concurso de su voto. Soñó que acudía temprano a la casilla, que alrededor de ella se respiraba un aire de tranquilidad y de optimismo apenas reprimido, y que volvía a casa a esperar un resultado previsible, lógico al cabo de tantos años de degradación, y merecido.

En su sueño, las horas de ese día pasaron muy veloces, y se vio enterándose de un vuelco siniestro: a la vista de todo el mundo, los sufragios cambiaban de sentido en una urna que era una computadora y la autoridad electoral se rehusaba a dar un diagnóstico; en un parpadeo, la modesta potestad de su ciudadanía se vio aplastada por maquinaciones desde el poder, por largas disquisiciones de alquimistas modernos y por ladridos vergonzantes, pero copiosos, emitidos desde aparatos de radio y receptores de televisión. Y en su sueño los meses siguientes transcurrieron aun más rápido, y sin darse cuenta cómo, aquello se volvió una pesadilla sofocante: había tomado posesión el candidato más gris, había empezado a ejercer el poder con gestos de marioneta furiosa y la oportunidad de limpiar la vida se había cerrado.

Transitó por imágenes de un país teñido de sangre y cubierto de cabezas y lenguas amputadas, en el que los trepadores de siempre, los ladrones de siempre, los violadores de siempre, los homicidas de siempre, volvían por sus fueros y festejaban la renovación de sus alianzas con el poder; las máquinas de hacer dinero eran lanzadas a todo rendimiento, el territorio nacional se convertía en un gran mecanismo de rentabilidad y se le aceleraba tanto que amenazaba con descarrilarse, mientras la población huía despavorida en todas direcciones para evitar que la maquinaria monstruosa le pasara por encima; era difícil escapar, porque el timón estaba suelto y cambiaba de dirección en función de vientos que eran encuestas de popularidad. Y en el sueño los meses empezaron a pasar más rápido, y llegó diciembre de 2008, y el hombrecito gris por quien unos meses antes nadie daba un centavo se había engallado y no lograba darse cuenta de la fragilidad del aparato. Sus compañeros de a bordo, mientras tanto, estaban ocupados perdonándose unos a otros raterías, atropellos, pederastias, contratos sucios, devociones corruptas, excesos y desvaríos, y no percibían la destrucción que causaban. Para evitar que aquella escena se despedazara por efecto de sus propias fuerzas centrífugas no iba quedando más que el accionar de los hombres armados, conforme la máscara de la decencia se caía a pedazos del rostro de las instituciones.

Despertó con un sobresalto, juntó las imágenes de la pesadilla y por unos momentos sintió una desolación abrumadora. Pero se tranquilizó cuando recordó en qué fecha estaba: era la mañana del domingo 2 de julio de 2006 y debía darse prisa; ese día se presentaba la oportunidad de participar en una corrección indispensable en el rumbo del gobierno, que llevaba tantos años extraviado, y saldría temprano de su casa, iría a la casilla y depositaría en la urna su voto a favor de López Obrador. No era perredista y ni siquiera de izquierda, y nadie había dicho que lo que estaba por venir fuera fácil, ni terso, ni perfecto, pero al menos no habría de ser una pesadilla.