28.6.18

Otro Estadio Azteca es posible



Suena osado e incluso provocador, pero me atreveré a decir que el cierre de campaña en el Estadio Azteca de la coalición Juntos Haremos Historia y de sus candidatos presidencial, Andrés Manuel López Obrador, y a jefa del gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, fue una profanación.

Pónganlo en perspectiva: en esa mole inmensa, propiedad de Televisa, resonó la propuesta del Peje de separar el poder económico del poder político. Porque eso dijo, nada menos que en el mayor recinto de la empresa que durante décadas ha usado su poderío económico para contar con gobiernos incondicionales. El más reciente, Peña Nieto, fue virtualmente gestado como producto en el útero de Televisa y catapultado a Los Pinos en unas elecciones que fueron ejercicio de músculo monetario para corromper a millones de votantes.

Pero las referencias no son únicamente indirectas. En el Azteca se escuchó, varias veces, el himno guapachoso de Morena compuesto por Byron Barranco –a quien no lo dejaron cantarlo allí en vivo por una inexplicable ingratitud– que dice, entre otras cosas, “si este pueblo se organiza / no nos gana Televisa”. O sea que la rola coloca a ese emporio como adversario directo de una sociedad que desde hace lustros anda queriendo sacudirse la hegemonía del grupo político-mediático-empresarial y delictivo que, a su vez, se ha defendido del asedio electoral del pueblo con sucesivos fraudes.

Y para rematar, mientras que el Azteca es sede del América, la gran mayoría de la concurrencia al acto se identifica con otros equipos (los Pumas de la UNAM, en primer lugar); uno de los pocos amercianistas confesos entre los presentes presentes es Jesús Ernesto, el hijo menor de Andrés Manuel. Pero como estamos en un movimiento plural, nadie va a reprochárselo.

El lopezobradorismo realiza su último acto de su campaña presidencial en el Coloso de Santa Úrsula y es celebrado allí por Belinda, una de la estrellas incubadas en Televisa. Sí, hablo de la empresa que contribuyó en el fraude de Salinas, en el de Calderón y, desde luego, en el de su producto más exitoso, Peña, quien en 2012 cerró su campaña precisamente en este recinto.

Los tiempos han cambiado y Televisa ha cambiado, pero El Peje, no: desde el templete instalado en un extremo de la cancha celebérrima confirma en su discurso su pertenencia a las tradiciones de lucha de las izquierdas y para que no quepa la menor duda empieza sus homenajes históricos con los nombres de algunos próceres de este lado: Rubén Jaramillo, Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Heberto Castillo. Esos cuatro resumen los inicios y los esfuerzos de corrientes de la izquierda que confluyeron en el proyecto de lanzar el asalto al poder no desde el monte sino desde las urnas y que quedaron, así, irremediablemente comprometidas con la democracia. Y habló también de Manuel J. Clouthier y de Salvador Nava, porque también en la derecha y en la sociedad civil surgieron movimientos y líderes democratizadores que se enfrentaron con la ley en la mano a la vieja dictadura priísta.

Y mencionó a muchos más cuyas acciones y palabras fueron cimientos de eso que ya ha fraguado y que se expresa aquí, en el bastión del emporio televisivo hoy rendido a la mayor fuerza electoral opositora que haya surgido en el país en el último siglo y que se encuentra en la antesala de la Presidencia.

El encargado de despacho en el Palacio del Ayuntamiento, un tal Amieva, no tenía idea de lo que iba a propiciar cuando, en un inexcusable abuso de poder, negó el uso del Zócalo a las huestes lopezobradoristas para que realizaran allí su cierre de campaña. Se procedió entonces a rentar el Estadio Azteca para que el pueblo que quiere el cambio verdadero lo desbordara y se dejara festejar en el espacio y con artistas de un promontorio de poderío económico que ha perdido su filo político y ha debido regresar a su estricta lógica monetaria: business are business. Hace 12 o 6 años esto habría sido tan impensable como que las administraciones de Alejandro Encinas o Marcelo Ebrard denegaran la Plaza de la Constitución a la izquierda.

Hasta ahora, el mayor logro de este movimiento –lo dijo ayer su principal dirigente– se encuentra en el terreno de la educación. Una revolución de las conciencias ha permitido ya que una mayoría ciudadana tenga clara la opresión que sufre por parte de la mafia oligárquica, neoliberal y corrupta, que secuestró las instituciones y que se ha mantenido en ellas desde 1988. Esa victoria ha hecho posible ganar el debate por la vía de acceso al poder, construir organización popular –“si este pueblo se organiza / no nos gana Televisa”–, e imponerse por goliza la batalla de las encuestas, y este domingo ganaremos sobradamente la elección. Pero ayer se ganó una guerra no menos importante, la guerra de los símbolos y los espacios, y las masas politizadas y conscientes campearon en un recinto que solía ser, hasta hace poco, emblema de la hegemonía ideológica, de la enajenación futbolera y del control faccioso de los espacios públicos: “aquí está tu cheque por la renta del estadio y quítate del negocio de imponer presidentes”.

Si para algunos la evocación de la toma del Palacio de Invierno resultara excesiva o hasta intolerable, piensen en las turbamultas revolucionarias de principios del siglo pasado que irrumpían en las lujosas haciendas porfirianas. Signo de los tiempos, ayer las masas transformadoras ocupan en paz y civilidad el Coloso de Santa Úrsula, no con ánimo destructivo ni revanchista sino para sumarlo a los espacios de convivencia y pluralidad y para demostrar que otro Estadio Azteca es posible.