25.3.03

El sueño americano


Consistía en parques arbolados poblados de niños y perros de costumbres acotadas, en ciudadanos dueños de sus propios destinos, en tiendas frescas e impecables, en hogares cómodos con un toque aromático de cátsup; el sueño pasaba por automóviles silenciosos y mullidos, por controles remotos cada vez más capaces y con mayores funciones, por pilas recargables que ahorraran el enredo de extensiones eléctricas; tenía, como condiciones indispensables, el imperio de la ley y de la justicia, el respeto absoluto de las vidas inocentes y el castigo ineludible para los incendiarios y los destripadores de niños; el sueño garantizaba, entre otras cosas, tranquilidad económica, plenitud alimentaria, confortamiento espiritual, turismo sin riesgos en cualquier destino del mundo, desembolsos previsibles y genitalidad satisfecha.

El sueño se producía en versiones domésticas --sabor langosta para los esbeltos anglosajones y sabor hamburguesa de McDonald's para los negros obesos y pobres-- y modelos de exportación; estos últimos, como es lógico, dotados de ciclos más prolongados de materialización.

Pero ahora Estados Unidos descubre que se produjo un error en su departamento de marketing, que el producto no ha pasado todos los controles de calidad requeridos y que, por el momento, lo que puede ofrecer al mundo es una sucesión inagotable de incendios, sabotajes, allanamientos, descuartizamientos, asesinatos --colaterales o “de oportunidad”-- y destrucción de poblaciones grandes, medianas y pequeñas.

Ahora resulta que los complejos mecanismos de control de la democracia representativa han sido burlados y que se han instalado en el mando hombres y mujeres que, como George W. Bush, Tony Blair, Condoleezza Rice, Richard Cheney y Donald Rumsfeld, entre otros, hacen pública su imposibilidad de relajarse si antes no se excitan y masturban en la contemplación de cuerpos humanos reventados y carbonizados, en ejercicios de oralidad con las heridas de guerra, en la actuación de fantasías secretas referidas a poblaciones civiles desposeídas por los bombardeos, en el fetichismo de la pedacería humillada de prisioneros de guerra y en los contactos sádicos con niños enloquecidos por el zumbido de los misiles crucero.

El sueño americano se insertaba en un entorno de armonía planetaria regida por instituciones y leyes. En ese entorno habrían de coincidir, más temprano que tarde, las dos Europas (occidental y oriental) y el resto de las regiones del mundo. Hoy, Bush, su gobierno y su país cuentan con nuevas o renovadas enemistades del otro lado del Atlántico, en Rusia, China y América Latina. Y ahora se sabe que la última estación en la ruta de las discrepancias con Washington se llama Bagdad, y que cualquiera de nuestras ciudades puede, si se insubordina demasiado, ser convertida en una llaga gemela de la capital iraquí.

Se ha notificado, además, una demora en el lanzamiento del sueño de igualdad y libertades individuales y colectivas, y se informa que en su lugar la gente tendrá que conformarse con la discriminación de los árabes, el acto de mutuo consentimiento de la censura entre la Casa Blanca y la CNN, la represión callejera de los pacifistas y una sistemática campaña mundial de desinformación que parte de la suposición (equivocada, creo) de que todos los lectores, oyentes, radioescuchas e internautas del mundo han sido reclutados por la Guardia Republicana de Saddam Hussein. En estos tiempos, los medios informativos de Estados Unidos ofrecen “la verdad” sobre los hechos en Irak y el presidente Bush se anima a definir “momentos de la verdad”, y esa palabra y sus derivaciones se han convertido, por hoy, en un terreno pantanoso, en un campo de pruebas para armas bacteriológicas, en un muladar apestoso, y tendrán que ser descontaminadas antes de que puedan volver a utilizarse con sentido diáfano.

La prosperidad --que era la imagen renovada de los ríos de leche y miel, asociados por la tecnología moderna a los refrigeradores gigantescos de Wal-Mart y Costco-- también se ha visto postergada por los imperativos de seguridad, democracia y libertad que los efectivos del Bien están gestionando en cielos, campos y ciudades iraquíes. Pero los excedentes económicos acumulados durante la década pasada están siendo invertidos, en estos días amargos y esclarecedores, en la fabricación masiva de humaredas espesas, destellos impresionantes, gemidos de pavor y carne muerta.

Esa producción horrenda viene siendo, hoy por hoy, y sabe Dios por cuánto tiempo, la cara real y planetaria del sueño americano.

18.3.03

Bush y la verdad


El domingo pasado tuvo lugar, en una base militar de las islas Azores, una reunión entre el presidente de Estados Unidos, George Walker Bush; el primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente del gobierno español, José María Aznar. El encuentro habría podido llamarse el de los tres jinetes del Apocalipsis, de no ser porque el tercero tiene más de montura que de jinete. Allí, el ignaro y violento ocupante de la Casa Blanca incrustó la palabra “verdad” en una frase sacada de una publicación moonie o de algún juego electrónico de fabricación taiwanesa: “Mañana --dijo, refiriéndose a ayer lunes-- es un momento de la verdad para el mundo” (tomorrow is a moment of truth for the world). Todo ello, en alusión a su berrinche de uncir al planeta a una aventura de destrucción de seres humanos que, para colmo, está terminando de empantanar a las economías occidentales en los tremedales de la recesión. Pero ayer, lunes 17 de marzo, George Walker restregó en la cara del mundo no una verdad, sino un conjunto de verdades, mentiras, amenazas y distorsiones, que tomadas en conjunto constituyen la puerta de entrada a una nueva guerra y a una nueva estupidez.

Bush ha dicho desde siempre que Saddam es un tirano brutal, sanguinario y autoritario, y dice verdad. Dice que el gobernante iraquí ha empleado armas químicas contra iraníes y kurdos, y dice verdad. Afirma que el hombre fuerte de Bagdad es fementido y zaino (del árabe hain, traidor), y dice verdad. Adicionalmente, el ocupante de la Casa Blanca arguye que las fuerzas armadas de Estados Unidos (porque, a como van las cosas, es posible que las inglesas se queden en casa, y que las españolas se limiten a esparcir un poco de azafrán sobre las ruinas de Irak) están en condiciones de asestar una derrota aplastante y rápida al ejército iraquí, y muy probablemente esa previsión sea también verdad, aunque una verdad que se queda corta: las fuerzas armadas de Estados Unidos propinarán un golpe devastador no sólo a los aparatos militares iraquíes, sino también a los civiles y a la infraestructura, los servicios básicos, las escuelas, los templos, los mercados, los hospitales, los burdeles, las peluquerías y los cementerios de Irak.

De ahí en adelante, todo lo que Bush llama “la verdad” es más bien un conjunto de falsedades: que el régimen de Bagdad tiene armas de destrucción masiva en grandes cantidades; que es una amenaza para sus vecinos, para Estados Unidos y para el mundo entero; que mantiene una alianza estratégica con la red Al Qaeda y que es promotor del terrorismo. El presidente de Estados Unidos afirma que actúa en nombre de la paz, cuando todo el planeta, incluida su mamá, sabe que Bush Jr. es el más empecinado partidario de la guerra; se presenta como defensor de la democracia, pero su gobierno es fruto de un fraude electoral; no tiene más recurso --político, espiritual, humano-- que la barbarie y pretende venderse como civilizador. Promete que se empeñará en la reconstrucción humanitaria de Irak mientras lo desmiente el Afganistán todavía --y por un buen tiempo-- destruido. Asegura que no va en pos del petróleo de los iraquíes, pero sólo le ha faltado, para convencernos de lo contrario, babear unas gotas de crudo en sus presentaciones en público.

Pero Bush, que es analfabeto funcional, no fue capaz de decir el momento de la guerra y dijo, en cambio, “el momento de la verdad”; 24 horas más tarde divulgó un ultimátum que marca el momento de la muerte y que, en sus consecuencias inmediatas, nos llenará la vida, la visión y el desayuno con nuevos cadáveres pudriéndose bajo el sol del desierto, que nos pondrá en nuevas penurias económicas, que nos condimentará el transcurrir cotidiano con renovados actos de barbarie perpetrados --poco importa-- por los terroristas o por los contraterroristas.

Tengo fundados motivos para suponer que, antes de emitir su rebuzno en mitad del Atlántico, acompañado por Blair y Aznar, y antes de anunciar el inicio de las formalidades bélicas en algo así como 72 horas, el jumento presidencial estadunidense no tuvo la precaución de consultar un diccionario para enterarse de lo que significa la palabra verdad o, para ponerlo en su idioma, el vocablo truth, que se remonta al inglés arcaico treowth (fidelidad) y que, como lo propone el Merriam-Webster, denota “la propiedad de estar en concordancia con los hechos o la realidad” (the property of being in accord with fact or reality). Ese descuido habría sido imperdonable en un estadista de los imperios ilustrados de la “vieja Europa”, pero es comprensible en el entorno de vulgaridad petrolera y rumiadora de goma de mascar de la dinastía Bush.

José Ferrater Mora, el filósofo republicano y desterrado, escribió en nuestro idioma una definición que dice: “Para la escolástica la verdad es adecuación, concordancia o conveniencia del intelecto y de la cosa”, teoría a la que vuelven, en parte, los filósofos de la época actual, para definir el concepto “como la conformidad entre el conocimiento y la situación objetiva a que el conocimiento apunta”, quedando así fundada “en un solo concepto la distinción habitual entre la verdad objetiva y la verdad lógica formal”: coincidencia o correspondencia entre el conocimiento y lo conocido (Diccionario de Filosofía, Ed. Atlante, 1941, p. 574).

Pero vamos a la guerra no sólo por la completa falta de nociones de la verdad en la cabeza de George Walker, sino también porque, para colmo, Saddam carece del sentido del humor, la valentía, la compasión, el amor a la vida y demás atributos que se requerirían para, en la presente circunstancia, hacer las maletas, tomar un avión a Suiza y propinar de esa forma una derrota política y moral aplastante y definitiva a Bush Jr. Y la verdad estará entre las víctimas de la guerra, junto a los niños, las abuelas, los soldados, las iglesias, los automóviles, los puentes y los alminares de Bagdad.

11.3.03

Mexicanos y Patriots


En el fuerte Bliss, ubicado en las afueras de El Paso, Texas, y, por ende, a pocos kilómetros de Ciudad Juárez, tienen su sede las baterías de misiles Patriot, famosas desde hace 12 años porque interceptaron algunos de los trastos balísticos que Saddam Hussein ordenó disparar contra la población israelí y contra la base militar estadunidense de Dahrán, en Arabia Saudita.

Ahora que Colin Powell y compañía dicen tantas y tan gordas mentiras sobre el armamento iraquí habría que recordar que en ese entonces varios Scud que cayeron en territorio de Israel no iban rellenos de alto explosivo, como habría cabido esperar (y mucho menos de ántrax o de gas mostaza), sino de cemento. Por atraso tecnológico o por una inenarrable estupidez burocrática, los militares iraquíes utilizaron buena parte de sus vectores para pelear a pedradas una guerra en la que sus enemigos ensayaban los apuntadores láser, las bombas guiadas por televisión, la visión infrarroja y los radares de seguimiento del terreno. Hoy día los Patriots, producidos por la firma Raytheon, han sido perfeccionados y el Pentágono dispone de ellos en abundancia. Las baterías de estos artefactos antibalísticos, con sede en el fuerte Bliss, están siendo profusamente desplegadas por todo Medio Oriente, por si se da el caso de que Saddam aún cuente con uno que otro de sus oxidados misiles de origen soviético.

A decir de Mary Jordan, de The Washington Post, un dato digno de atención es que buena parte de los operadores de los Patriots son mexicanos o de origen mexicano. Tal es el caso del sargento Juan Delgado, de 27 años de edad, quien llegó de tres a Estados Unidos, obtuvo la ciudadanía el año pasado y hoy viaja orgulloso y sin conflictos rumbo al golfo Pérsico. Menos convencido se fue el también sargento Alfonso Villalobos, quien declaró que su familia en México cuestionaba sus actos. “Pero ahora estoy aquí y soy estadunidense”, se defendía el joven recién naturalizado.

Citada por Jordan, Jean Offut, la vocera del fuerte Bliss, dijo que “algunas unidades de Reserva y de la Guardia Nacional están conformadas 80 por ciento por mexicanos”, los cuales se alistan porque no pueden encontrar otros trabajos, porque desean hacer algo más que tareas de limpieza, porque el estatuto de soldado es una forma de eludir la discriminación o porque “los trámites para obtener la ciudadanía se agilizan” si el que la pide es veterano del ejército. En tiempos de Bush padre y de la primera guerra del golfo Pérsico, 4.7 por ciento del personal de las fuerzas armadas estaba formado por individuos de origen latinoamericano. Para 2000 ese porcentaje se había incrementado a casi 9 por ciento.

Esta historia de misiles antibalísticos y porcentajes puede terminar bien, como en el reciente reportaje de Mary Jordan, en el que la tía Mary McLaughlin, mexicana de 77 años y casada con un estadunidense de origen irlandés, acude a despedir a su sobrino Luis Francisco Soliz, quien parte a Medio Oriente en un avión militar. La anciana evoca las “generaciones de mexicanos” que han trabajado con orgullo en las fuerzas armadas, las condecoraciones que han obtenido y su satisfacción porque “los trabajos en el ejército siempre han mejorado nuestras vidas y por eso me alegra ver a Luis Francisco” partir hacia el golfo Pérsico.

Pero esta clase de historias también pueden acabar en una capilla de la empresa Funerales Eternos, ubicada en la calle Niños Héroes de Sabinas Hidalgo, Coahuila, donde el domingo fueron velados los restos de Rodrigo González Garza. El fallecido nació en esa localidad en 1977. Año y medio más tarde emigró, junto con sus padres, al “otro lado”, donde creció y, al igual que sus tres hermanos, se hizo soldado. A principios del mes pasado, en el marco de los desplazamientos de preparación para la guerra contra Irak, González Garza fue enviado a Kuwait. La noche del martes 25 de febrero, cuando realizaba un entrenamiento nocturno a bordo de un helicóptero UH-60 Black Hawk, el aparato en el que viajaba se estrelló a unos 50 kilómetros de la ciudad de Kuwait. “El amaba a su país aunque no nació aquí”, dijo a la prensa su hermano gemelo Ricardo, entrevistado en su casa de San Antonio.

A juzgar por las correlaciones de fuerzas con que nos inundan los medios, los soldados estadunidenses, incluso los de origen mexicano o latinoamericano, tienen pocas posibilidades de hallar la muerte en manos de los iraquíes. Los riesgos principales, como ocurrió en la pasada guerra, son los accidentes de trabajo, como el que mató a Rodrigo González Garza. El principal peligro que enfrentan es, más bien, ser convertidos por decisión inapelable de George W. Bush, un niño rico idiota que jamás pisó el terreno de combate, en asesinos irremediables.

4.3.03

Barney y Spot


Cuando Lee Harvey Oswald perpetró la peor acción de su vida, el 22 de noviembre de 1963, no sólo causó la viudez de Jacqueline Bouvier y la orfandad de los pequeños Caroline y John, sino que también dejó en completo desamparo a un canario, dos pericos, cuatro caballos, dos hamsters, un conejo, un gato y ocho perros. De entonces a la fecha, las familias presidenciales de Estados Unidos han ido reduciendo en forma significativa el número de sus mascotas. La tribu de los Clinton estaba compuesta por tres humanos (Bill, Hillary y Chelsea), un perro (Buddy) y un gato (Socks); sus sucesores en la Casa Blanca gustan de exhibir, en sus desplazamientos, a los caninos Barney, de la raza terrier, y Spot, un springer spaniel.

Durante un periodo de su infancia, el actual presidente no sentía mucho aprecio por los animales, acaso porque él mismo no tenía gran cosa que hacer, en términos afectivos, en su entorno familiar: papá George vivía ocupado en las truculencias empresariales y políticas, en tanto que mamá Barbara se encontraba anímicamente postrada por la enfermedad de la hermanita Robin, quien, a la postre, murió de leucemia. Tal vez por eso, el niño George Walker se divertía, según biografías no autorizadas, introduciendo cohetes en ranas vivas y haciéndolas reventar, con un resultado más o menos gelatinoso, semejante al que produce un misil crucero en un organismo humano.

Es posible que George Walker haya corregido esas tendencias como consecuencia de un fuerte regaño paterno. Más tarde, de todos modos, en sus tiempos de estudiante universitario, y con sus actitudes delictivas y antisociales (robar, emborracharse, manejar en estado de ebriedad, provocar amenazas de expulsión en Harvard) se dedicó a hacer en la buena imagen de la familia lo que antes había practicado en las ranas. En algún momento de su vida, el muchacho se volvió formal y cambió su dichosa embriaguez y su peligroso estilo de manejo por una fobia antialcohólica y un culto tan férreo a la severidad de los castigos legales que se tornó partidario casi fanático de la pena de muerte.

Papá Bush llegó a la Casa Blanca acompañado de mamá Barbara y de una springer spaniel de nombre Millie, cuya semblanza (Millie's Book, William Morrow & Co., 1990), escrita por la entonces primera dama, vendió muchos más ejemplares que la autobiografía del marido. Para el joven Bush, Millie debe haber sido una influencia política importante pues, una década más tarde, cuando le llegó el turno de despachar en el local de la avenida Pennsylvania, escogió a uno de la misma raza (Spot) como uno de sus dos perros presidenciales. El otro, Barney, que demostró ser muy fotogénico, mitigó un poco la alicaída imagen presidencial en el aburrido limbo político que imperó entre enero y septiembre de 2001, cuando ser presidente de Estados Unidos había dejado de tener importancia.

Con todo, y pese a su conversión y a su actual afecto por los perros, George W. Bush no ha sido abandonado por las ansias de hacer explotar organismos vivos. Hoy en día dispone, para ello, de juguetes mucho más sofisticados que los petardos de su infancia desgraciada: tiene bajo su mando el arsenal más vasto de la historia humana y para ponerlo a prueba anda en busca de una buena dotación de cuerpos humanos: decenas o centenas de miles, si es posible, y entre los cuales, para colmo, es probable que no se encuentre el de Saddam Hussein, quien funge por ahora como el objeto de sus obsesiones destripadoras.

Y ayer en la mañana, cuando desayunábamos y comentábamos las últimas noticias, Virginia tuvo una idea que podría ser providencial, aun a riesgo de resultar irritante para los más resueltos defensores de los animales: ahora que a Bush las cosas se le ponen difíciles --porque una buena parte de la humanidad se empecina en decirle al presidente de Estados Unidos que la destrucción de personas vivas no es cosa de juego--, tal vez pudiera encerrarse en su rancho de Texas, gritar su rabia a todo pulmón y matar a balazos a sus perros. Así podría canalizar su furia destructora, experimentar una fuerte catarsis afectiva y permitir que el resto del mundo respire hondo y con enorme alivio. A cambio de ese desahogo, muchos partidarios de la paz mundial estaríamos dispuestos a honrar afectuosamente, y durante muchos años, la memoria de Barney y Spot, las mascotas mártires. Sería bueno que el Papa, empeñado como está en evitar la catástrofe, le comunicara la propuesta.