En el
fuerte Bliss, ubicado en las afueras de El Paso, Texas, y, por ende, a pocos
kilómetros de Ciudad Juárez, tienen su sede las baterías de misiles Patriot,
famosas desde hace 12 años porque interceptaron algunos de los trastos
balísticos que Saddam Hussein ordenó disparar contra la población israelí y
contra la base militar estadunidense de Dahrán, en Arabia Saudita.
Ahora
que Colin Powell y compañía dicen tantas y tan gordas mentiras sobre el
armamento iraquí habría que recordar que en ese entonces varios Scud que
cayeron en territorio de Israel no iban rellenos de alto explosivo, como habría
cabido esperar (y mucho menos de ántrax o de gas mostaza), sino de cemento. Por
atraso tecnológico o por una inenarrable estupidez burocrática, los militares
iraquíes utilizaron buena parte de sus vectores para pelear a pedradas una
guerra en la que sus enemigos ensayaban los apuntadores láser, las bombas
guiadas por televisión, la visión infrarroja y los radares de seguimiento del
terreno. Hoy día los Patriots, producidos por la firma Raytheon, han
sido perfeccionados y el Pentágono dispone de ellos en abundancia. Las baterías
de estos artefactos antibalísticos, con sede en el fuerte Bliss, están siendo
profusamente desplegadas por todo Medio Oriente, por si se da el caso de que
Saddam aún cuente con uno que otro de sus oxidados misiles de origen soviético.
A decir
de Mary Jordan, de The
Washington Post, un dato digno de atención es que buena parte de los
operadores de los Patriots son
mexicanos o de origen mexicano. Tal es el caso del sargento Juan Delgado, de 27
años de edad, quien llegó de tres a Estados Unidos, obtuvo la ciudadanía el año
pasado y hoy viaja orgulloso y sin conflictos rumbo al golfo Pérsico. Menos
convencido se fue el también sargento Alfonso Villalobos, quien declaró que su
familia en México cuestionaba sus actos. “Pero ahora estoy aquí y soy
estadunidense”, se defendía el joven recién naturalizado.
Citada
por Jordan, Jean Offut, la vocera del fuerte Bliss, dijo que “algunas unidades
de Reserva y de la Guardia Nacional están conformadas 80 por ciento por
mexicanos”, los cuales se alistan porque no pueden encontrar otros trabajos,
porque desean hacer algo más que tareas de limpieza, porque el estatuto de
soldado es una forma de eludir la discriminación o porque “los trámites para obtener
la ciudadanía se agilizan” si el que la pide es veterano del ejército. En
tiempos de Bush padre y de la primera guerra del golfo Pérsico, 4.7 por ciento
del personal de las fuerzas armadas estaba formado por individuos de origen
latinoamericano. Para 2000 ese porcentaje se había incrementado a casi 9 por
ciento.
Esta
historia de misiles antibalísticos y porcentajes puede terminar bien, como en
el reciente reportaje de Mary Jordan, en el que la tía Mary McLaughlin, mexicana
de 77 años y casada con un estadunidense de origen irlandés, acude a despedir a
su sobrino Luis Francisco Soliz, quien parte a Medio Oriente en un avión
militar. La anciana evoca las “generaciones de mexicanos” que han trabajado con
orgullo en las fuerzas armadas, las condecoraciones que han obtenido y su
satisfacción porque “los trabajos en el ejército siempre han mejorado nuestras
vidas y por eso me alegra ver a Luis Francisco” partir hacia el golfo Pérsico.
Pero
esta clase de historias también pueden acabar en una capilla de la empresa
Funerales Eternos, ubicada en la calle Niños Héroes de Sabinas Hidalgo,
Coahuila, donde el domingo fueron velados los restos de Rodrigo González Garza.
El fallecido nació en esa localidad en 1977. Año y medio más tarde emigró,
junto con sus padres, al “otro lado”, donde creció y, al igual que sus tres
hermanos, se hizo soldado. A principios del mes pasado, en el marco de los
desplazamientos de preparación para la guerra contra Irak, González Garza fue
enviado a Kuwait. La noche del martes 25 de febrero, cuando realizaba un
entrenamiento nocturno a bordo de un helicóptero UH-60
Black Hawk, el aparato en el que viajaba se estrelló a unos 50 kilómetros
de la ciudad de Kuwait. “El amaba a su país aunque no nació aquí”, dijo a la
prensa su hermano gemelo Ricardo, entrevistado en su casa de San Antonio.
A
juzgar por las correlaciones de fuerzas con que nos inundan los medios, los
soldados estadunidenses, incluso los de origen mexicano o latinoamericano,
tienen pocas posibilidades de hallar la muerte en manos de los iraquíes. Los
riesgos principales, como ocurrió en la pasada guerra, son los accidentes de
trabajo, como el que mató a Rodrigo González Garza. El principal peligro que
enfrentan es, más bien, ser convertidos por decisión inapelable de George W.
Bush, un niño rico idiota que jamás pisó el terreno de combate, en asesinos
irremediables.
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