Consistía
en parques arbolados poblados de niños y perros de costumbres acotadas, en
ciudadanos dueños de sus propios destinos, en tiendas frescas e impecables, en
hogares cómodos con un toque aromático de cátsup; el sueño pasaba por
automóviles silenciosos y mullidos, por controles remotos cada vez más capaces
y con mayores funciones, por pilas recargables que ahorraran el enredo de
extensiones eléctricas; tenía, como condiciones indispensables, el imperio de
la ley y de la justicia, el respeto absoluto de las vidas inocentes y el
castigo ineludible para los incendiarios y los destripadores de niños; el sueño
garantizaba, entre otras cosas, tranquilidad económica, plenitud alimentaria,
confortamiento espiritual, turismo sin riesgos en cualquier destino del mundo,
desembolsos previsibles y genitalidad satisfecha.
El
sueño se producía en versiones domésticas --sabor langosta para los esbeltos
anglosajones y sabor hamburguesa de McDonald's para los negros obesos y pobres--
y modelos de exportación; estos últimos, como es lógico, dotados de ciclos más
prolongados de materialización.
Pero
ahora Estados Unidos descubre que se produjo un error en su departamento de
marketing, que el producto no ha pasado todos los controles de calidad
requeridos y que, por el momento, lo que puede ofrecer al mundo es una sucesión
inagotable de incendios, sabotajes, allanamientos, descuartizamientos,
asesinatos --colaterales o “de oportunidad”-- y destrucción de poblaciones
grandes, medianas y pequeñas.
Ahora
resulta que los complejos mecanismos de control de la democracia representativa
han sido burlados y que se han instalado en el mando hombres y mujeres que,
como George W. Bush, Tony Blair, Condoleezza Rice, Richard Cheney y Donald
Rumsfeld, entre otros, hacen pública su imposibilidad de relajarse si antes no
se excitan y masturban en la contemplación de cuerpos humanos reventados y
carbonizados, en ejercicios de oralidad con las heridas de guerra, en la
actuación de fantasías secretas referidas a poblaciones civiles desposeídas por
los bombardeos, en el fetichismo de la pedacería humillada de prisioneros de
guerra y en los contactos sádicos con niños enloquecidos por el zumbido de los
misiles crucero.
El sueño
americano se
insertaba en un entorno de armonía planetaria regida por instituciones y leyes.
En ese entorno habrían de coincidir, más temprano que tarde, las dos Europas
(occidental y oriental) y el resto de las regiones del mundo. Hoy, Bush, su
gobierno y su país cuentan con nuevas o renovadas enemistades del otro lado del
Atlántico, en Rusia, China y América Latina. Y ahora se sabe que la última
estación en la ruta de las discrepancias con Washington se llama Bagdad, y que
cualquiera de nuestras ciudades puede, si se insubordina demasiado, ser
convertida en una llaga gemela de la capital iraquí.
Se ha
notificado, además, una demora en el lanzamiento del sueño de igualdad y
libertades individuales y colectivas, y se informa que en su lugar la gente
tendrá que conformarse con la discriminación de los árabes, el acto de mutuo consentimiento
de la censura entre la Casa Blanca y la CNN, la represión callejera de los
pacifistas y una sistemática campaña mundial de desinformación que parte de la
suposición (equivocada, creo) de que todos los lectores, oyentes, radioescuchas
e internautas del mundo han sido reclutados por la Guardia Republicana de
Saddam Hussein. En estos tiempos, los medios informativos de Estados Unidos
ofrecen “la verdad” sobre los hechos en Irak y el presidente Bush se anima a
definir “momentos de la verdad”, y esa palabra y sus derivaciones se han
convertido, por hoy, en un terreno pantanoso, en un campo de pruebas para armas
bacteriológicas, en un muladar apestoso, y tendrán que ser descontaminadas
antes de que puedan volver a utilizarse con sentido diáfano.
La prosperidad
--que era la imagen renovada de los ríos de leche y miel, asociados por la
tecnología moderna a los refrigeradores gigantescos de Wal-Mart y Costco--
también se ha visto postergada por los imperativos de seguridad, democracia y
libertad que los efectivos del Bien están gestionando en cielos, campos y
ciudades iraquíes. Pero los excedentes económicos acumulados durante la década
pasada están siendo invertidos, en estos días amargos y esclarecedores, en la
fabricación masiva de humaredas espesas, destellos impresionantes, gemidos de
pavor y carne muerta.
Esa
producción horrenda viene siendo, hoy por hoy, y sabe Dios por cuánto tiempo,
la cara real y planetaria del sueño americano.
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