31.12.11

Año Nuevo



Tenemos al alcance de la mano
en este 2012 que comienza,
el darnos un país por recompensa
pacífico, amoroso y soberano.

Vayamos, de la costa al altiplano,
a organizar el voto y su defensa.
Hagamos entre todos una inmensa
marea de sufragio ciudadano.

Si bien ha de ser dura la faena,
que nadie desfallezca ni desista
porque el fruto, al final, valdrá la pena:

una nueva nación está a la vista
si obtenemos el triunfo con MoReNa
y con el Movimiento Progresista.

20.12.11

Miedo al PRI



Con su horrible sintaxis, el domingo, en Boca del Río, Veracruz, Enrique Peña Nieto atribuyó “los ataques de los adversarios” “a quien tanto temor le tienen, a quien tanto les preocupa, al mejor partido de México: al Partido Revolucionario Institucional”.

Se quedó corto. No es temor, sino terror pánico, lo que inspira a la mayoría de la ciudadanía con memoria la perspectiva de un retorno del PRI al poder federal.

Para enumerar sólo a partir de un punto de quiebre: tal vez Peña Nieto no sepa, o no quiera recordar, que fue el PRI el que desencadenó una represión feroz y criminal contra estudiantes inermes en 1968. O que fue su partido el que gobernaba cuando Luis Echeverría y José López Portillo emprendieron la guerra sucia que dejó miles de muertos y centenares de desaparecidos, y que mientras ambos ex mandatarios condenaban a las dictaduras militares del Cono Sur, decenas de secuestrados por las fuerzas oficiales eran arrojados al mar en vuelos de la muerte que despegaban de la base naval de Icacos, en Acapulco. O que por años funcionó, en el Campo Militar Número Uno, una cárcel clandestina semejante a las establecidas por los gorilas chilenos y argentinos en sus respectivos países.

Cómo no va a inspirar miedo el retorno del PRI a la Presidencia, si en las cloacas del régimen priísta se fraguó el asesinato de Manuel Buendía; si, como consecuencia inesperada del terremoto de 1985, se halló, en los escombros de la Procuraduría de Justicia capitalina, a la sazón encabezada por Victoria Adato, varios cadáveres encajuelados; si las autoridades federales y defeñas –priístas, en ese entonces– abandonaron a su suerte a la población herida y sin vivienda; si entre 1982 y 1989 el país vivió en una exasperante depresión económica; si en esos años el “fraude patriótico” fue práctica rutinaria en las elecciones.

Cómo no temerle al PRI si durante el gobierno usurpador de Carlos Salinas de Gortari fueron asesinados centenares de opositores políticos, si se desmanteló la propiedad pública en el marco de privatizaciones corruptas, si se impuso en el país el modelo económico que aún padecemos, generador de pobreza y de riqueza extremas, si desde entonces se diseñó la inclusión del PAN en el régimen mediante las concertacesiones, y si aquella administración infame culminó con un rosario de asesinatos entre los propios priístas.

Por supuesto que inspira terror el recuerdo del zedillato y sus raterías inconmensurables, su infinita torpeza económica, su entrega del país a intereses extranjeros, las masacres de campesinos (Aguas Blancas, El Bosque, La Libertad, El Charco, Acteal, entre otras) y la política de contrainsurgencia traducida en violaciones de mujeres indígenas por soldados y en el cerco contra los pueblos zapatistas.

Cómo no va a dar miedo el PRI ante monstruosidades sindicales como Joaquín Hernández Galicia, Salustio Salgado, Carlos Romero Deschamps, Carlos Jongitud Barrios, Elba Esther Gordillo y Víctor Flores, entre muchas otras, todas ellas gestadas en la matriz corporativa del tricolor.

Claro que hay razones para sentir terror ante un eventual regreso del PRI si se considera que, durante la administración del propio Peña Nieto en el Estado de México, los índices delictivos y la violencia se multiplicaron en forma incontrolada, la entidad se situó como primera en feminicidios, creció el desempleo, se incrementó el número de pobres, se multiplicó la deuda del estado y el gobernador destinó miles de millones de pesos de dinero público a campañas de imagen para presentarlo como un buen prospecto presidencial.

Cómo no sentir terror de que regresen al poder, de la mano de Peña Nieto, individuos como los Salinas, Mario Marín y Ulises Ruiz.


“El PRI es el cambio”, dijo Peña Nieto, en un escandaloso abuso del oxímoron. Y agregó: “Vamos a ganar el primero de julio de manera clara y contundente. Vamos por un triunfo inobjetable”. Para su infortunio, la frase le salió casi idéntica a la que dijo Jorge de la Vega Domínguez, antiguo gerente del partido, en la madrugada del 7 de julio de 1988, mientras se cocinaba el magno fraude electoral: la imposición de Salinas había sido “un triunfo contundente, legal e inobjetable”.

Cómo no va a dar miedo.

* * *

Un abrazo grande para Julio Collado Vides, investigador del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM, recién distinguido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, y quien ha propuesto un año de silencio ante el desdén gubernamental hacia la ciencia y la investigación.

Tres videítos luctuosos

De Franco:
   


De Mouriño:





 De Kim Jong il:

19.12.11

¡Felicidades, Julio!


“El siglo pasado ya fuimos a la Luna. Ahora, hay que ir al viaje más fascinante: nuestro propio cuerpo.”

Julio Collado Vides
Investigador del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM.
Encargado del Programa de Genómica Computacional del Centro de Ciencias Genómicas.
Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011 en el rubro de Ciencias físico-matemáticas y naturales.

15.12.11

Nuevas del automóvil volador



En las largas horas en que los organismos humanos se encuentran encapsulados en sistemas automotores de desplazamiento terrestre atrapados, a su vez, en gigantescas aglomeraciones, y tan inmóviles como la amada de Amado Nervo, una reacción lógica de las neuronas, además de echarle la culpa a la suegra y mentar madres, consiste en imaginar un escape aéreo hacia la libertad. Todas las mañanas, en la entrada de Pachuca al Distrito federal, cientos de miles de cerebros elaboran fantasías sobre automóviles voladores capaces de elevarse y abandonar la cruel superficie terrestre para transportar a sus tripulantes en línea recta, y en cuestión de minutos, hacia sus anhelados destinos.

Tal fantasía plantea algunos problemas prácticos con los cuales han estado lidiando los ingenieros desde hace casi un siglo. En la película Metrópolis (1927) puede verse un tráfico aéreo urbano que prefigura los que caracterizarían, en años posteriores, las urbes de Blade Runner, Brazil o El Quinto Elemento, entre muchas otras cintas de ficción. Pero la idea del automóvil volador data incluso de antes: de los orígenes de la aviación y del automovilismo industrial, que fueron casi simultáneos, en los albores del siglo pasado.

  
 El gran rival de los hermanos Wright, Glen Curtiss, diseñó un  triplano que debía operar como vehúculo terrestre y aéreo, y que no logró volar. En 1926 Herny Ford presentó el prototipo de un “Modelo T del Aire”, el Flivver, un pequeño monoplaza de menos de cinco metros de largo y 6.5 metros de envergadura, capaz de volar a una velocidad límite de 140 kilómetros por hora. Según su fabricante, estaba destinado a una comercialización masiva que pondría un vehículo aéreo en cada hogar estadunidense. Charles Lindbergh probó uno de los prototipos y dijo que era el peor avión que había tripulado nunca. Poco después, el piloto de pruebas Harry J. Brooks, a bordo de otro Flivver, cayó al mar frente a Melbourne, Florida, falleció, y el proyecto fue abandonado.

El engendro de Ford era, propiamente, un avión. Los primeros intentos de automóvil volante fueron concebidos y desarrollados entre 1911 y 1939 por Waldo Waterman: el Whatsit, el Arrowplane y el Arrowbile , dotado de alas abatibles y de un motor Studebaker que impulsaba una hélice situada en la popa del vehículo. En las décadas siguientes fueron diseñados decenas de modelos de automóviles voladores, o cuando menos de aviones con capacidad de rodaje, todos ellos con el mismo grado de éxito: ninguno.


Uno de los intentos más prometedores, y también uno de los más estúpidos, fue el AVE Mizar, desarrollado entre 1971 y 1973 por Henry Smolinski, graduado del Instituto Tecnológico Northrop, y por su socio capitalista Harold Blake. Era un Ford Pinto que en tierra funcionaba como cualquier automóvil convencional, pero que podía ser rápidamente incrustado al fuselaje trasero de un Cessna Skymaster y emprender el vuelo. La empresa AVE anunció, con bombo y platillo, que la producción en serie del cacharro arrancaría en 1974. Pero el 11 de septiembre del año anterior, mientras en el remoto Chile Augusto Pinochet inauguraba la carnicería, en Oxnard, California, el Mizar se descuadernó en el aire cuando realizaba su vuelo inaugural, y mató a Smolinski y Blake.

Hoy en día, las empresas Terrafugia y Moller aseguran, cada cual por su lado, que es inminente la comercialización de sendos modelos de automóviles voladores fabricados por ellas, y recaudan fondos para empezar a producir en serie aparatos que, dicen, costarán unos pocos cientos de miles de dólares la unidad.


En el caso de Terrafugia, se trata de un cacharro de despegue y aterrizaje convencional, por lo que requiere de una pista de aeropuerto  para elevarse y descender. Una vez que el ingenio se encuentra en tierra, sus alas se pliegan hacia arriba. Podría ser, entonces –si es que un día se volviera realidad–, una alternativa a los viajes carreteros, pero no a los desplazamientos terrestres por las urbes.

Moller ofrece un modelo biplaza aún teórico, el Autovolantor, parecido a un coche deportivo –de hecho, está basado en la carrocería de un Ferrari 599–, con capacidad de despegue y aterrizaje vertical. El espacio del motor y de la cajuela estaría ocupado por ocho ventiladores –cuatro adelante y cuatro atrás– y en tierra sería impulsado por un motor eléctrico. El fabricante aún está tratando de consieguir los tres millones de dólares que, según sus cálculos, costaría desarrollar el prototipo.

Esta firma también ofrece un modelo de cuatro plazas –el Skycar–, dotado de otros tantos rotores basculantes, que propone como alternativa a los helicópteros, los cuales requieren, por el diámetro de sus palas, de un área mayor para tomar tierra y para elevarse. Pero el mercado de este vehículo, también hipotético, no sería el de los automovilistas particulares, sino que estaría orientado a corporaciones policiales y servicios de emergencia.


El problema principal del automóvil volador es que es una idea mala disfrazada de buena. En principio, en el marco del “sueño americano”,  podría parecer lógico el desarrollo masivo de medios domésticos de transporte aéreo regular. Y sí, podría serlo, pero entonces los automóviles saldrían sobrando: si se poseyera un vehículo capaz de elevarse y de surcar los aires, quién querría viajar en carretera o internarse por callejuelas estrechas o perder pedazos de vida en embotellamientos y semáforos.

Por lo demás, las características requeridas por un aparato capaz de elevarse, desplazarse por el aire y volver a tierra sin destruirse en el intento son incompatibles con el diseño óptimo para un automóvil: ha de poseer extensas superficies aplanadas para efectos de sustentación y de control aerodinámico y el menor peso posible. En cambio, un automóvil debe ser lo suficientemente compacto para desplazarse en los carriles establecidos para ello y una forma contenida que le otorgue menor resistencia al aire y mayor estabilidad.

Rodar y volar son cosas distintas. Un avión que pueda desplazarse por la superficie terrestre con la misma aptitud que un coche, necesariamente volará mal. Un automóvil capaz de volar será inestable, incómodo y de escasa capacidad interior. Y de los peligros de un embotellamiento aéreo o de la capacidad de destrucción de conductores aéreos malhumorados o alcoholizados, mejor ni hablemos.

Por ahora, los únicos coches voladores  exitosos siguen siendo el de Harry Potter y el del almirante Carrero Blanco. 



“BE NOT INHOSPITABLE TO STRANGERS LEST THEY BE ANGELS IN DISGUISE”


Cuando era chavo cometí uno que otro robo sin violencia en un par de librerías. Pero no en Shakespeare & Co.

Shakespeare & Co. era la casa, el mundo y el corazón de George Whitman, y estaba abierta a tod@s. Siempre había en esa casita encantada y rancia un vaso de té para el errante, un libro para la extraviada, una colchoneta para el piojoso trotamundos, una historia bien contada para el que se asomaba a la vida. Y a París.

George Whitman recibió a mi padre en 1968, cuando los gases lacrimógenos flotaban sobre el Sena. En 1973, sin conocer el antecedente, fui a pasear mi pubertad por la Rue de la Bûcherie, me topé con el local, me llamó la atención y entré. El patrón me ofreció su plática, su té y sus libros. Cuando le conté mi vida (que en ese entonces era más que breve), rápidamente ató cabos y me dijo, mientras me miraba fijamente con sus ojos azules y deslavados: “Hace unos años estuvo aquí un hombre...” Creo que tenía en la memoria a todos y cada uno de sus huéspedes desde 1951 en adelante. Era memorioso y su lema era:

BE NOT INHOSPITABLE TO STRANGERS LEST THEY BE ANGELS IN DISGUISE

Volví un par de veces en los años 80. Luego, en 2008, llevé a Clara a que conociera aquel sitio y desde antes de salir de México urdí una travesura.

Ya no encontramos a George Whitman. Sus nietas * preservaban meticulosamente aquel espacio entrañable. Me perdí por uno de los pasillos de aquel laberinto libresco, volteé a ambos lados para asegurarme de que nadie me observara, saqué de mi bolsa tres libros que me eran queridos y los incrusté con discreción en un entrepaño. Luego, busqué a Clara, que husmeaba en un espacio de volúmenes para niños, la tomé de la mano y la saqué de allí apresuradamente, con la certeza de haber consumado un antirrobo impecable.

Ayer, a los 98 años, George Whitman se murió. Un mucho quedará en este mundo de su hospitalidad, su generosidad y su bonhomía, de tanto que las contagió a diestra y siniestra. A estas horas, los encargados del Cielo no han de saber qué hacer con tantos libros.



__________
* Esa no me la sabía: en mi última visita vi a unas chavas en el mostrador y asumí que eran sus nietas. Pues no: era su hija Sylvia, probablemente con una amiga. Gracias a @AlbertoRuy Sánchez por la corrección.

14.12.11

Peña Nieto en la FIL



En la Feria del Libro, Peña Nieto
está tan fuera de lugar, como una
manada de mapaches en la Luna
o como en blanco arroz un grano prieto.

Desprovisto de prompter y libreto,
desnuda su ignorancia en la tribuna,
lo exhibe una pregunta inoportuna
como zafio, banal y analfabeto.

Una vez terminado el sainete,
el público se agarra de botana
a su triste y vacía biblioteca.

También nos quedó claro que el copete
se asienta en una bóveda craneana
soberbia y prominente, pero hueca.

13.12.11

El hijo de Kadafi



El calderonato no se dio cuenta de que, en sus narices, la DEA lavaba millones de dólares del narcotráfico. Tampoco supo que una dependencia de Washington introducía al país miles de fusiles de asalto destinados a los cárteles. No se enteró o miró hacia otro lado. Imposible saber si alguna de esas armas fue usada en Xayakalan, Ostula, para asesinar a Pedro Leyva Domínguez, o para lesionar a Norma Andrade, de Nuestras Hijas de Regreso a Casa, en Ciudad Juárez, o para ultimar a Nepomuceno Moreno, en Hermosillo, o para secuestrar y ejecutar a Trinidad de la Cruz, también en Ostula, en cuanto la Policía Federal se hizo ojo de hormiga. No hay forma de establecer si algunos de los dineros blanqueados por la DEA han ido a parar a los bolsillos de algún presidente municipal, comandante de policía o un cargo superior de los muchísmos que han sido comprados por la delincuencia organizada. Cómo investigar si fondos o armamento proporcionados por Washington en el marco de la Inicativa Mérida fueron usados en el asesinato de dos estudiantes normalistas, ocurrido ayer en Chilpancingo.

Pero eso sí: la “inteligencia civil” del régimen resultó muy eficientita para detectar el supuesto intento de ingreso a territorio nacional de uno de los perseguidos hijos de Muamar Kadafi. El aparato estatal se jugó en peso para desbaratar el intento, detener a los participantes en la conjura y obtener un caramelo y una palmadita por colaboración con Washington.

Muerto el sátrapa libio –linchado de manera bárbara ante la mirada complaciente o cómplice del Occidente civilizado–, es claro que sus cachorros no representan amenaza alguna, y menos para México. Pero la idea es quedar bien, incluso si para ello hay que seguir alimentando con muertos mexicanos la insaciable sed de utilidades del narco, de los circuitos financieros, de la industria de armas y de los contratistas de seguridad e inteligencia.

Qué paradoja: podría ser que dentro de un año, meses más, meses menos, Felipe Calderón y uno que otro de sus colaboradores, se encontraran en los zapatos del hijo de Kadafi. Claro que no se trata de compararlo con Hitler ni con Milosevic, ni con el desdichado junior libio.

No es un asunto de maldad o de bondad, intrínsecas o cultivadas. El hecho objetivo es que, por ambición, por frivolidad, por ineptitud y por incapacidad, el actual ocupante del poder presidencial desencadenó una tragedia nacional en todos los órdenes: las decenas de miles de muertos –67 mil, dice Javier Sicilia–, no pocos de los cuales murieron por acción u omisión de policías de alguno de los tres niveles o de efectivos militares. La política económica oficial incrementó de manera directa la pobreza y el desempleo y, en forma indirecta, el auge de la criminalidad. La educación y la salud públicas fueron reducidas a portales de Internet y a botín de mafias. La corrupción en la administración pública ha alcanzado cotas de miles de millones de dólares por contrato. Las instancias federales, estatales y municipales están más desarticuladas que nunca. La paramilitarización en ciudades y regiones es tan inocultable como la oprobiosa supeditación de las instituciones nacionales a los designios, directivas y mandatos de Washington. Y en ese contexto, la cultura cívica ha retrocedido en forma alarmante y en el país cunden actitudes de sálvese quien pueda.

Calderón asegura que él no tiene la culpa de nada de nada y que se ha limitado a cumplir con su deber. Pero la Constitución y el sentido común indican que entre las responsabilidades básicas del Poder Ejecutivo están la preservación de la paz y del orden público, de las buenas cuentas y de los equilibrios y la armonía institucionales. Las fuerzas armadas están para cuidar la integridad territorial y la soberanía nacional y para auxiliar a la población en casos de desastre, y las corporaciones policiales tienen como tarea preservar el orden público y perseguir presuntos delincuentes –como los funcionarios estadunidenses que han metido a territorio nacional armas y dinero del narco–, no asesinar a balazos a estudiantes normalistas, como ayer en Chilpancingo.


La Corte Penal Internacional debe esclarecer las responsabilidades de Calderón y de alguno de sus colaboradores en este desastre. Por el bien del país y del propio gobernante, ojalá que se declare competente y que emita un fallo correcto. Y si llegara a encontrar culpabilidad, el propio Calderón, o alguno de sus cercanos, podría estar, dentro de un año, meses más, meses menos, en una circunstancia parecida a la que afronta ahora el hijo de Kadafi.

No es cosa de bondad ni de maldad sino de justicia.




6.12.11

De la ignorancia




Claro que una equivocación puede tenerla cualquiera, y más con la presión de cámaras, micrófonos y público. Lo imperdonable es la respuesta arrogante como cobertura de la propia ignorancia, el pretender que con un torrente de palabras sin sentido pueda taparse la laguna mental que se acaba de exhibir. Fue justamente lo que hizo Enrique Peña Nieto en fin de semana pasado, en la Feria Internacional del Libro, cuando presentaba un libro supuestamente escrito por él. Más allá del torrente de chistes que la pifia generó, principalmente en las redes sociales, el gesto es de interés público por indicativo de lo que podría esperar el país en caso de que este hombre llegase a ocupar la Presidencia.

Ciertamente, un mínimo fundamento de lecturas no es garantía de buen gobierno por quien lo ostenta: tiranos, corruptos e ineptos ilustrados los ha habido a mares, y ha habido, también, uno que otro que ha destacado como estadista a pesar de su analfabetismo. Lo que de seguro no le va bien a la silla de mando es el empecinamiento frívolo y soberbio que impide pronunciar las dos palabras más sabias del mundo: “no sé”.

Independientemente de las graciosísimas respuestas del aspirante presidencial priísta (“he leído algunas telenovelas”*, y cosas por el estilo), el episodio debiera llamar la atención sobre la pasmosa incultura de buena parte de la clase política o, al menos, de la que detenta las principales posiciones del poder público. En cosa de horas, Vicente Fox y Marta Sahagún fueron ampliamente superados en sus aportes al catálogo de autores imaginarios (José Luis Borgues y Rabina Gran Tagora, los más memorables) por el propio Peña Nieto, quien inventó a Carlos Krauze (¿o habrá sido a Enrique Fuentes?), pero también por Ernesto Cordero, fabricante de una célebre novelista denominada Isabel Restrepo, y hasta por uno opinionero que resultó incapaz de decir, al aire, el nombre de pila de Borges, víctima favorita de quienes quieren hacer como que saben algo.

El terrible escenario de esta casa del jabonero, en la que quien no cae, resbala, no sólo muestra que para políticos y funcionarios no vale la pena leer ni las solapas de los libros, sino también que no saben hablar, y a veces, ni pensar con claridad. Un caso paradigmático es el de Felipe Calderón, quien en enero pasado, después de cuatro años de insistir en que encabezaba una guerra contra la delincuencia (sólo durante 2007 empleó el término, pública e inequívocamente en 27 ocasiones, asociado a “estrategia”, “combate”, frente”, “Fuerzas Armadas”, “logística”, y así), de pronto se imaginó que no había usado nunca la palabra “guerra”. Y así lo sostuvo.

Para la ciudadanía en general, y para ese sector que participa en las redes sociales, la exhibición de Peña Nieto en la FIL, con todo y sus secuelas, será, a su manera, una prueba de fuego. Si el incidente se traduce en una caída perceptible en la posición del mexiquense en las encuestas, ello será indicativo de una sociedad vigilante, informada, y dispuesta a exigir cuentas a sus políticos, y habrá que felicitarse, no por animadversión al aspirante priísta, sino por una sociedad capaz de reaccionar ante actitudes impresentables. Pero si, por el contrario, después de su dislate Peña Nieto mantiene intacto su caudal de votos potenciales, ello implicará una derrota de la sensatez social ante el músculo propagandístico de la televisión y de las corporaciones mafiosas de siempre, una falta de información más escandalosa que la incultura del señor, y una preocupante irrelevancia de las redes sociales.

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* Corrección: El audio del primer video de la conferencia que circuló era muy deficiente. Luego, Carlos Cañedo Chávez me hizo notar que el aludido no dice "telenovelas" sino "desde novelas". Formulo una disculpa.

2.12.11

El robo del Teletón



Por catorceava ocasión,
en cruceros y pasillos,
anda saqueando bolsillos
ajenos el Teletón.

No desperdicia ocasión
para despojar al pobre
de algún peso que le sobre
o, de perdis, de un tostón.

 Cuando ha juntado un millón,
exige, muy por sus destos,
que le devuelvan impuestos
por la dizque donación.

Cada moneda que das
va directo a su chequera,
y por si poco no fuera,
Hacienda le dará más.

Por eso mueren de risa
Bimbo, Carso y Coca-Cola,
y también mueven la cola
Radio Red y Televisa.

Después, con lo que les sobra,
ponen un mísero centro
de ayuda, que es puro cuento
y que, para colmo, cobra.

Benefactores sicarios
con grave incapacidad
para decir la verdad
y voraces empresarios:

su mecanismo ratero
ya ni a los tontos engaña;
vayan buscando otra maña
para sacarnos dinero.

1.12.11

Silvestre en Annual




Como la corona de Madrid ya había dado demasiada guerra en el hemisferio occidental, esta parte del mundo no tuvo mucho ánimo para enterarse de las otras guerras emprendidas por España en décadas posteriores a las independencias latinoamericanas. Se supo, a lo sumo, de los pormenores de la causa independentista en Cuba, que venía muy atrasada del resto del continente, pero que le concernía: el hervor de los mambises, las andanzas de Martí, Maceo y Gómez, los gritos de Yara y de Baire, la intervención gringa con el pretexto del estallido del Maine... Una de las truculencias menores de la contienda fue el combate de Arango, ocurrido el 8 de mayo de 1896, en el que las tropas españolas cargaron a distancia corta contra el bando mambí. La lucha se degradó hasta volverse cuerpo a cuerpo y las filas independentistas tuvieron 28 bajas mortales por heridas de arma blanca. El propio jefe de las fuerzas coloniales en el encuentro sufrió cinco lesiones de bala, pero sobrevivió. Los mambises lo ataron a un palo, le dieron once cuchilladas y lo dieron por muerto. Sin embargo, el hombre no quiso fallecer; lo rescataron, casi desangrado, fue llevado a un hospital y para diciembre del mismo año ya estaba de vuelta en el frente de combate.

Se llamaba Manuel Fernández Silvestre y Pantiga, era oriundo de El Caney, en la propia Cuba, y llevaba las armas en la sangre: fue fruto del segundo matrimonio de un teniente coronel de artillería y desde los 17 años fue inscrito en la Academia Militar de Toledo. De allí pasó a la Academia de Caballería, en donde se graduó, con grado de Segundo Teniente, a la edad de 21 años. Habría dado la impresión de que Fernández Silvestre estaba destinado a ser, si no un estratega genial, cuando menos un militar competente.

Craso error. El joven uniformado (a quien en lo sucesivo denominaremos simplemente Silvestre, a la usanza peninsular) fue enviado a su Cuba natal, en donde de inmediato participó en las escaramuzas de la guerra de independencia. Salió bien o mal librado, pero vivo, de más de 50 combates en los que recibió balazos y machetazos al mayoreo, y fue condecorado por su incuestionable valor y acaso también por su buena suerte. Pero, con o sin organismos tan resistentes como el suyo, ante la resolución de los mambises y frente al poderío oportunista estadunidense, la guerra de Cuba estaba perdida para España. En 1898, tullido, tasajeado, perforado y ascendido, Silvestre emigró a la Península y se afincó en Alcalá de Henares. América Latina terminó de desentenderse de su antigua metrópoli y ésta se fue a buscar colonias a otra parte.

Concretamente, en el macizo montañoso del Rif, alrededor de Melilla, en donde proliferaban tribus o cabilas levantiscas, principalmente  bereberes, pero también amaziges y árabes, que desde principios del siglo XX causaban serios quebrantos a los ocupantes europeos. La administración colonial del territorio fue subrogada en 1912 por París a Madrid, para que instalara en ella un protectorado de juguete. En febrero de 1921, ya con grado de general, nuestro amigo Silvestre fue declarado comandante general de Melilla, y decidió de inmediato extender las posiciones españolas para aplastar a los rifeños rebeldes y avanzar hasta la bahía de Alhucemas, en donde éstos tenían un centro de operaciones. Al principio, todo fue miel sobre hojuelas y entre mayo de ese año y junio del siguiente las tropas coloniales avanzaron 130 kilómetros, establecieron medio centenar de posiciones defensivas y derrotaron a sus enemigos en 24 ocasiones, en combates insignificantes. Cuando Silvestre encontraba la mínima muestra de resistencia, ofrecía dinero a los caciques locales a cambio de su sumisión. Así conquistó, o creyó conquistar, la mayor parte del insumiso Rif. A cambio, colocó a las fuerzas bajo su mando en una pavorosa dispersión: distribuidas en 144  posiciones y asentadas invariablemente en zonas altas desde las cuales ciertamente se podía dominar el entorno, pero carentes de agua, y dependientes de líneas de abastecimiento inciertas y precarias.

A fines de mayo, Silvestre recibió un aviso del desastre que se aproximaba: una posición colonial ubicada en el Monte Abarrán fue asaltada por los supuestos aliados que el mando español había comprado. 141 muertos, incluidos todos los oficiales de la guarnición, y la pérdida de varias piezas de artillería. Pero el militar de origen cubano pensó que se trataba de un hecho aislado y porfió en su empeño. Tras ocupar Igueriben, para resarcirse de la humillación, dejó al grueso de sus fuerzas estacionadas en Annual y se fue a Melilla, muy quitado de la pena, para pedir más dinero con el cual seguir comprando sometimientos.

En realidad, el ataque al Monte Abarrán formaba parte de la táctica del patriota rifeño Abd el-Krim, quien preparaba una emboscada mayúscula contra los ocupantes. El 17 de julio, las tribus presuntamente sobornadas por los españoles lanzaron un ataque simultáneo contra todas las posiciones coloniales. El día 22 cayó la guarnición de Igueriben, que había sido puesta bajo asedio. Alarmado, Silvestre concentró en Annual tres batallones, 18 compañías de infantería, tres escuadrones de caballería y cinco baterías de artillería: cinco mil hombres en total, tres mil españoles y dos mil rifeños. La plaza disponía de municiones para un día y de víveres para cuatro, pero no había agua, y sobre ella se abalanzaban 20 mil insurgentes. Al ver lo desesperado de su situación, Silvestre ordenó la retirada, pero ésta degeneró rápidamente en un sálvese quien pueda. La mayor parte de los efectivos locales empezaron a matar a sus jefes peninsulares, los heridos fueron abandonados a su suerte y los arsenales cayeron rápidamente en poder de los atacantes. En cosa de cuatro horas, unos dos mil 500 soldados ocupantes marcharon al otro mundo y otros 500 fueron hechos prisioneros. Silvestre desapareció en la catástrofe. Algunos contaron que se metió a su tienda de campaña y se voló la cabeza de un disparo y otros refirieron que había sido abatido a tiros por los rifeños. Juan Losada, autor de Batallas decisivas de la historia de España, afirma que sus últimas palabras fueron: “¡Huid, huid, que viene el coco!”

Como su cuerpo no fue hallado nunca, alguien ha dicho por ahí que Silvestre sobrevivió a las consecuencias de su propia arrogancia y que anduvo unos añitos más deambulando por este valle de lágrimas. Lo cierto es que jamás llegó a la Bahía de Alhucemas y que metió a España en un problemón del que sólo alcanzó a ver el principio: en los meses posteriores al desastre de Annual, las dispersas tropas españolas fueron de derrota en derrota a manos de las fuerzas de Abd el-Krim, quien proclamó una República del Rif en el territorio liberado. Entre  julio y septiembre, el ejército español perdió más de 13 mil hombres, 20 mil fusiles, 400 ametralladoras y 129 cañones. En unas cuantas semanas, Madrid perdió cuanto había invertido en El Rif y vio reducido su dominio a la ciudad de Melilla y a algo más. Si el desastre no fue absoluto fue porque las tropas francesas acudieron en auxilio de las españolas y reprimieron a sangre y fuego a los alzados, incluso con armas químicas. Cuatro años después de la catástrofe, un desembarco másivo franco-español (más franco que español) en Alhucemas puso punto final a la insurrección y España pudo seguir ejerciendo su protectorado en el norte del actual Marruecos por tres décadas más. Pero en 1921-1922 la humillante derrota militar en el norte de Africa provocó, por añadidura, una honda crisis política en Madrid.

Silvestre fue un hombre valeroso, sin duda, además de arrojado y fuerte. Pero ninguna de esas cualidades está reñida, en principio, con la estupidez.