26.2.09

Israel usa escudos humanos


De continente a continente y de una a otra orilla del espectro ideológico, los gobernantes son asombrosamente parecidos unos a otros y suelen compartir, entre otras, la manía de creer que ellos y el país que (des) gobiernan son una y la misma cosa. Por eso la mafia estalinista llamó “antisoviéticos” a sus opositores; por eso los políticos gringos tipificaron el delito de “actividades antiestadunidenses” para perseguir a los disidentes; por eso la gerontocracia de La Habana califica de “anticubanos” a quienes critican a los hermanos Castro; por eso Felipe Calderón dice que la delincuencia amenaza “a los mexicanos”, como si los delincuentes fueran noruegos, japoneses o nativos de Tau de la Ballena. Los mandamases israelíes han ido más allá y han fabricado un discurso de alta eficacia para contrarrestar a quienes los señalan por asesinos y genocidas: quienes obran de esta forma son “judeofóbicos”. La acusación es de alto calibre (porque remite en automático a los nazis y su horrendo empeño de exterminar a los judíos de Europa) y ha acobardado a muchas buenas conciencias que temen a la posibilidad de manchar su imagen pública con una salpicadura de incorrección política o que, por la razón que sea, han decidido actuar en sintonía con la embajada israelí más próxima a su corazón. Es un intento por emplear a los judíos del mundo como escudos humanos: “Si criticas a las autoridades de Tel Aviv tendrás parte de la culpa por el próximo pogromo”.

El asunto es delicado, porque en 2009 el antisemitismo aún recorre el mundo y no es un fantasma: en Europa occidental algunos grupos perpetran de cuando en cuando actos de vandalismo contra templos y cementerios hebreos, y en amplios sectores de las sociedades preponderantemente cristianas (católicas o no) persisten arraigados prejuicios contra quienes se consideran descendientes de alguna de las Doce Tribus. Una fobia distinta es la que prolifera en países mayoritariamente islámicos, en los que la justificada indignación por las atrocidades de Tel Aviv contra los palestinos deriva en un repudio irracional y condenable a todo lo judío.
Por supuesto, el anhelo de impunidad del régimen de Tel Aviv y su pretensión de no ser tocado ni con el pétalo de una crítica cada vez que asesina árabes en masa (en Líbano o en tierras palestinas) son factores que alimentan, esos sí, la judeofobia corriente. Porque con el empecinamiento en acallar, o cuando menos, descalificar, las condenas al gobierno israelí por sus prácticas genocidas, no faltarán los despistados que piensen que son los judíos en general, y no quienes gobiernan el Estado hebreo, los interesados en obtener una patente de corso para delinquir sin ser molestados: con los falaces y tramposos argumentos de la “judeofobia” puestos en circulación por el oficialismo israelí, bien podría descubrirse “un vago tufo antijudío” en la actuación de un juez que sentencie a un judío convicto de violación o robo.

Por supuesto, este rollo se refiere a la discusión generada por la reciente incursión criminal de las fuerzas armadas de Israel en Gaza, y en esa polémica ha desempeñado un papel preponderante otro argumento exculpador acuñado por los propagandistas de Tel Aviv: que la más reciente masacre de civiles en la franja fue culpa de Hamas por emplear a inocentes --menores de edad, muchos de ellos--, como “escudos humanos”. Pretende la postura oficialista de Israel, reproducida hasta por opinadores con fama de éticos y de lúcidos, que el blanco del ataque no fueron los no combatientes sino “las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista”.

La afirmación es cuestionable, en primer lugar porque en Gaza no existen instalaciones propiamente militares, salvo las que Israel implanta para sus propias fuerzas. Hamas, que detenta algo de poder en la franja, no es un ejército ni tiene un ejército; de hecho, lo difícil es determinar quién es civil y quién no en un territorio bajo el control de una organización calificada de “terrorista” y que no sólo promueve ataques suicidas y lanzamientos de misiles caseros contra Israel sino que también está a cargo de escuelas, hospitales, plantas de electricidad, imprentas y centros de distribución de abastos. Para complicar más la situación, debe considerarse que los combatientes de Hamas operan en la zona más apretujada del mundo (cuatro mil 167 habitantes por kilómetro cuadrado, la cárcel más grande del planeta, con un millón y medio de reclusos) y que allí no hay espacio para definir “campos de batalla”. Una página web animada por el chovinismo israelí más puro y duro (malas-noticias.com.ar) publicó hace no mucho unas fotos que “prueban” el recurso a los escudos humanos por parte de Hamas. Puede ser, pero lo que yo vi en ellas --juzgue cada quien-- es a civiles mayoritariamente niños que se agazapan detrás de combatientes que intentan protegerlos (sí, casi siempre sin éxito) de los aplastantes ataques aéreos y artilleros de las fuerzas hostiles. Hay al menos un episodio en el que la población civil de la franja se ha movilizado en forma voluntaria para proteger la casa de un presunto miliciano de un bombardeo de retaliación, y existen numerosos videos en los que puede verse a niños y adultos árabes que, con el propósito de proteger a los suyos, se plantan frente a los soldados agresores.

En una entrevista con la BBC, el representante de Hamas Ahmed Yousef negó la acusación: “Los palestinos nunca utilizarían a otros palestinos como escudos humanos. Fueron los israelíes los que detuvieron a gente que pusieron frente a los tanques como escudos humanos”. Créanle o no, pero es un hecho demostrado que desde hace mucho tiempo los militares israelíes han recurrido al uso de palestinos como escudos humanos. Desde cuando menos 2002 hasta 2005 estuvo vigente una ordenanza castrense que permitía a los efectivos de Tel Aviv servirse de palestinos inermes como parapeto en circunstancias peligrosas. Varios organismos de derechos humanos denunciaron la normativa y ésta fue anulada por la Corte Suprema de Tel Aviv tras la difusión de un video en el que se veía a un niño palestino que fue amarrado al cofre de un vehículo blindado de Israel para disuadir a los otros menores que le arrojaban piedras, y de ello hay una foto, reproducida aquí arriba. Después de ese fallo, sin embargo, las fuerzas armadas de Israel han seguido empleando palestinos como escudos humanos. Por ejemplo (no es el único caso), en julio de 2006, en una incursión contra la localidad palestina de Beit Hanun, Hazem Ali y sus hermanos, habitantes de la población, fueron esposados y vendados por los atacantes y colocados como parapeto en un intercambio de fuego.

Amnistía Internacional afirmó, en un comunicado de enero pasado, que tanto los atacantes como los defensores en Gaza se protegían colocando población civil a su alrededor. “Los soldados israelíes han entrado y tomado posiciones en varias viviendas palestinas, obligando a las familias a quedarse en una habitación del primer piso mientras utilizan el resto de la casa como base militar y posición para francotiradores”, señalaba el informe. Y agregaba: “El ejército israelí sabe muy bien que los combatientes palestinos suelen abandonar la zona después de haber disparado y que en la mayoría de los casos los ataques en represalia contra estas viviendas causarán daños a civiles, no a combatientes.”

Que contraste con los falsificadores de la verdad; uno de los entrañables firmantes de la iniciativa “Adopta a un niño muerto” comunicó al resto: “Hace tiempo que no me sentía orgulloso de ser judío”.

25.2.09

Los guantánamos


En marzo de 2006 —hace casi tres años— escribí unas palabras de simpatía y compasión para los centenares de secuestrados por el gobierno de George Walker. En ese entonces, muchos de ellos tenían ya dos, tres o cuatro años de vivir en el infierno de la inexistencia legal, la tortura cotidiana, la humillación regular y la negación sistemática de sus derechos elementales. Hace ya muchos meses que Obama prometió que, si llegaba a la Presidencia, cerraría Guantánamo y otros campos de concentración del mismo estilo, que sacaría a los reclusos del terreno del secuestro para ponerlos en el ámbito de la justicia. Hace un mes que Obama tomó posesión de su actual cargo y algunos guantánamos han empezado a ser liberados. Y en qué circunstancias: con un mordisco irreparable en su biografía, tras un robo de varios años de vida, después de que el máximo poder del planeta perpetrara contra ellos un atropello equivalente al que han sufrido los rehenes de la guerrilla colombiana. Bush no fue más humanitario que los insurgentes sudamericanos. Estados Unidos tuvo un presidente que se comportaba como El Mochaorejas y que habría funcionado muy bien como líder de la Banda de la Flor. Hace casi tres años me quedé a la espera de noticias. Hoy me parece pertinente republicar esto.

Carta a los guantánamos

Si estás en calidad de detenido en alguno de los guantánamos sembrados por el mundo, careces de contacto con el exterior. La visualidad del planeta acaba por reducirse a las caras de tus captores y a las espaldas anaranjadas de tus compañeros presos, a los barrotes de tu jaula, a tus propias manos, casi siempre esposadas, y a la inmisericorde luz del Sol. Los sonidos se reducen a las órdenes que tu celador pronuncia en un idioma casi siempre extraño, a los que tú mismo emitas, de preferencia en volumen muy bajo, y al ronroneo de algún artefacto de seguridad. Y el misterio: ¿Qué has comido en Guantánamo? ¿Qué has palpado y olido a lo largo de estos años?

Si tuviste la desgracia de caer en ese enclave en el que estás sin ser y eres sin estar, seguramente ya perdiste la noción del tiempo. Hacia adelante no hay plazos ni expectativas de nada, y hacia atrás sólo tienes un parteaguas tajante entre tu vida anterior y esta muerte despaciosa y rala sin más clímax que los interrogatorios. Aquí hasta los procedimientos de tortura fueron concebidos para formar parte de una cotidianeidad sin contenidos. Más que acontecimientos aislados y definibles (una patada, una descarga eléctrica) son medidas continuas de dolor soportable y de incomodidad controlada: muchas horas en la misma posición corporal, muchas horas sin luz, muchas horas sin sombra, muchas horas con calor, muchas horas sin agua.

Te han quitado los asideros de las fechas y de los acontecimientos. No hay plazo para que salgas ni años o meses o semanas de condena. No hay día para el juicio porque no hay juicio; no hay cita con el abogado porque no hay abogado; no hay momento de visitas porque las visitas están prohibidas.

Te han privado de tus certidumbres de culpabilidad o de inocencia porque éstas se definen frente a una acusación específica, y tú no estás acusado de nada en particular. No hay agraviados concretos y eso te deja sin margen para el arrepentimiento. No hay enemigo claro ante el cual sostener tus convicciones. Estás aquí no porque hayas cometido una acción terrorista, no porque hayas gritado una consigna en una manifestación remota, no porque alguien se haya equivocado de sujeto, no porque un informante anónimo te detestara. Estás aquí porque una voluntad desconocida, abstracta, inmarcesible, quiere que estés aquí porque así conviene a sus intereses. Y punto.

Careces, desde luego, de cualquier referencia de normas, de leyes, de constituciones y de garantías. A tus carceleros les está permitido todo porque ninguna ley les prohíbe nada. Aquí no imperan cartas magnas ni códigos penales ni convenciones de Viena ni Declaración Universal de los Derechos Humanos. Si a alguien le apetece, puede darte un pellizco, amputarte una extremidad o arrancarte el pellejo. Pueden hacer que te tragues una navaja suiza de 50 accesorios. Pueden prohibirte que defeques durante un mes entero. Pueden optar por coserte con hilo quirúrgico las manos a las orejas y los codos a las caderas. Tú, en cambio, no tienes ninguna atribución, ningún derecho específico. No tienes derecho a nada de nada: ni a tener identidad, nombre o tiempo, ni a vivir ni a morirte, ni a rezar, a llorar, a hacer una pirueta, a dormir o a estar despierto.

Al resto de los humanos también se nos ha cercenado una parte esencial de nuestros derechos. No podemos saber tu nombre, tu número o tu ubicación en el planeta. No tenemos potestad alguna para saber qué comes o de qué te enfermas, cuántos eres: quinientos, cuatro mil o cincuenta mil guantánamos anaranjados y con el pelo cortado al rape, acuclillados en la jaula eterna, a la espera de nada. No podemos saber ni siquiera si existes o no existes, y desde luego que no podemos escribirte una carta, y menos aun acudir a saludarte o a darte un abrazo. Nos ha sido expropiada, también, la noción precisa de nuestros derechos y nuestras prohibiciones: ahora mismo, cuando escribo estas líneas, ignoro si son motivo suficiente para que alguien, en una oficina secretísima, me considere candidato a la jaula que se encuentra al lado de la tuya.

Por hoy no eres nadie y no eres casi nada: eres una pasta incierta, una excrecencia insignificante de la maquinaria que se llama "conservadurismo compasivo", el juguete en las manos de un necrófilo descerebrado que se colocó, para desdicha de todos, en el cargo más poderoso del planeta.

Procura sobrevivir a la nada en la que te han hundido. Es la condición para que un día, cuando esta pesadilla haya pasado, recuperes tu condición humana, cuentes tu historia y hagas estallar la verdad contra tus verdugos. Quedo a la espera de noticias tuyas.




24.2.09

Blindaje facial

Primero fue la revelación de que el góber precioso había participado en una conjura para violar los derechos humanos de una periodista. En un primer momento, cuando millones de ciudadanos escucharon el intercambio obsceno entre las voces rasposas y muy machas de Mario Marín y de Kamel Nacif, se dio por hecho que el primero no resistiría la revelación y que no lograría sostenerse en el cargo. No se tomó en cuenta, en el cálculo, la pertenencia del ejecutivo estatal y el federal a un mismo partido bicápite y tetracolor (verde, rojo, blanco y azul) que, desde tiempos ancestrales, tiene como principal divisa, objetivo y razón de existencia perpetuarse en el poder, incluso si para ello hay que recurrir a la complicidad y el encubrimiento, y que con ese propósito evita, siempre que resulte humanamente posible, las fisuras entre sus filas.

Luego se supo que el secretario de Gobernación había protagonizado un escandaloso conflicto de intereses cuando era presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados, y después, cuando ocupaba el cargo de subsecretario del ramo, y no tuvo empacho en firmar, como representante de las empresas energéticas de su familia, contratos jugosos con el gobierno federal. El escándalo neutralizó de inmediato al funcionario y la Secretaría de Gobernación quedó acéfala por largos meses, porque se había hecho evidente que Juan Camilo Mouriño carecía de la solvencia moral para hacerse cargo de la gobernabilidad del país. Los únicos que no se enteraron fueron el propio Mouriño y su jefe inmediato, Felipe Calderón, quienes continuaron en la creencia de que el primero seguía al frente de los asuntos en el Palacio de Cobián. De hecho, la simulación persistió hasta el día de su muerte, prematura, por desgracia, y el episodio fue rematado por la erección de una estatua discursiva, y forzosamente efímera, en memoria del difunto.

Se ha tenido noticia, también, de un gobernador que saca decenas de millones de pesos del erario para destinarlos a la construcción de iglesias de su preferencia y que, cuando es descubierto con las manos en la masa, manda a las voces críticas a chingar a su madre; de otro que ordena taladrar una pirámide milenaria para fijarle aditamentos de bailarina de Las Vegas; se ha sabido de un secretario de Seguridad Pública que se rodea de un equipo de infiltrados del narco sin por ello perder su santidad personal. Estas revelaciones, que en la tierra prometida de la democracia desembocarían en la renuncia inmediata o la remoción rápida de los protagonistas, en el sistema político mexicano son neutralizadas por el poderoso blindaje facial de los gobernantes que en lenguaje llano se llama cara dura.

El episodio más reciente es el del secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, quien, en una conversación privada, reveló que su ex jefe Carlos Salinas se había clavado la mitad de la partida secreta asignada a la Presidencia. Cuando la plática se hizo pública, Téllez no confirmó el señalamiento pero tampoco lo negó, sino todo lo contrario: se hizo bolas. Quedó, eso sí, exhibido como un hombre de deslealtades cruzadas; fue desleal con Salinas, por chismear sobre sus raterías; fue desleal con las instituciones, por no ponerlas al tanto de lo poco o mucho que sabía al respecto; es desleal con el país porque, sabedor del saqueo rutinario de las arcas públicas por parte de los gobernantes de primer nivel, opta por callarse y seguir habitando las esferas de ese poder depredador, y es desleal incluso con su patrón actual, porque sabe perfectamente que se ha vuelto un lastre político para un gobierno de por sí desprestigiado y descompuesto.

No hay mucho que agregar sobre Salinas, quien sigue empeñado en desodorizar su paso por el poder, en borrar las huellas de sus uñas en el erario —crucen la conversación de Téllez con la agria polémica entre los hermanos Adriana y Raúl, divulgada hace unos años, en torno al origen y la posesión de aquellos célebres dineros depositados en Suiza—, en apostar a la amnesia social y en venderse como un hombre propositivo y bien intencionado.

Conforme se agravan las tropelías de los personajes del poder, se solidifica el pegamento de complicidad que los mantiene inamovibles en un muégano gobernante que da abrigo, además, a una extensa nomina de ex funcionarios (Salinas, Zedillo, Fox & Bribiesca, Gil Díaz...) y se manifiesta, hacia la sociedad, como un blindaje facial a prueba de bombas atómicas. Todos tienen mutuas colas que pisarse, conversaciones que revelar, munición para el escándalo: si Téllez sabe lo que sabe de Salinas, hay que imaginarse lo que le conocerá a Calderón. Parece razonable suponer que, al igual que Marín, que Ruiz, que González Márquez, que Peña Nieto, que García Luna, que Mouriño, se mantendrá (y será mantenido) en el cargo que detenta. Hagan sus apuestas.

19.2.09

La deposición de Felicidad

Hace muchos años, en el reino lejano de Casampolde, vivió una mujer llamada Felicidad. Sus padres la habían bautizado así porque llegó al mundo un 7 de marzo, fecha en que se conmemora la muerte de una esclava de ese nombre, martirizada junto con su patrona, en el año 203 de esta era, en Cartago, siglos después de que esa urbe fuera depurada de sus habitantes originales, arrasada y repoblada y vuelta a construir por los imperialistas romanos. Otro día les platicaré la tremenda historia de la esclava Felicidad, de Perpetua, su ama, de los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo, y del diácono Sáturo, todos los cuales tuvieron muertes espantosísimas en el circo de Cartago, pero hoy vamos con otra cosa.

La Felicidad de esta historia era una mujer humilde, al igual que su santa patrona, pero no se crió en un entorno cristiano sino en el seno de la Iglesia Rododendra, implantada hacia el siglo XII en Casampolde por el heresiarca Rememuque, un soberano que se volvió loco cuando descubrió, o creyó descubrir, o dijo haber descubierto, unos manuscritos antiquísimos de Eutiques, quien fue, a su vez, higúmeno casi legendario del monasterio de Cora en la cuarta centuria, y acérrimo monofisita bizantino. Muchas habrán sido las diferencias de fondo y dogma entre la ortodoxia cristiana y la mezcolanza rododendrita urdida por el rey a raíz de sus lecturas reales o falsas del improbable Eutiques. De bulto, la nueva confesión negaba a María y a la Trinidad y era iconoclasta, aunque no le hacía ascos al fetichismo ni a la dulía, que es la veneración de los protagonistas del Santoral. Vaya todo esto para explicar por qué Felicidad fue bautizada con ese nombre.

Vivía en las montañas del norte, no lejos de Vuayoré. Era huérfana de padre y madre desde la pubertad, heredó tierras de ladera y unos rebaños de cabras y decidió vivir sola. Los habitantes de la región eran apacibles y Felicidad pudo establecer acuerdos informales con pastores vecinos para que explotaran a sus animales a cambio de modestas rentas, casi siempre en especie. Alcanzó la edad adulta sin que se le conociera varón ni hembra ni animal de sexo alguno pero su estatuto excepcional no alarmó a los pobladores ni alimentó consejas. La muchacha, más que fea o guapa, era insignificante y avara de conversación, aunque no huraña. Por eso no resulta extraño que no suscitara la curiosidad, el deseo, la animadversión ni la simpatía de nadie y que no haya sido víctima de murmuraciones, particularmente prontas y acerbas en tierras donde el tiempo pasa despacio.

Así llegó a la veintena y luego a la treintena: sola, autosuficiente y secundaria; no simpática pero tampoco desagradable; discreta, sin llegar a lo invisible. Así habría podido empezar a marchitarse y así habría podido vivir hasta una edad avanzada, y habría podido cifrar en la piedad de sus prójimos las esperanzas de un funeral desabrido. Pero las cosas ocurrieron de manera diferente.

La contención y la prudencia de los vecinos de Felicidad se hicieron añicos cuando una carcamala murmuradora se cruzó con ella en el mercado, la saludó al paso y a continuación, en voz queda, hizo notar a su acompañante el abultado vientre de la mujer. “Nunca pensé que lo vería con estos ojos que se han de comer los gusanos --dijo--: Felicidad está embarazada.”

Los rumores reventaron y se dispersaron con la energía acumulada de treinta años de encierro y en cuestión de horas todos los habitantes de los alrededores de Vuayoré habían abandonado sus actividades para consagrarse a la búsqueda del fecundador de Felicidad, aunque algunos se decantaban por invocar el milagro. “Pudo ser el Espíritu Santo”, apuntaba algún audaz, pero era aplacado de inmediato por las voces hegemónicas: “Límpiese la boca tras pronunciar palabras profanas; el Espíritu Santo no existe y aquí no aceptamos habladurías trinitarias”.

Aunque nadie le comunicó los chismes que se tejían a su alrededor, la mujer pareció darse cuenta de que había causado un hervidero de ellos, porque a partir de ese día se le vio poco por el pueblo e incluso empezó a hacerse difícil divisarla en las veredas cercanas a su vivienda. Pero los reportes de quienes lograban atisbarla confirmaban un crecimiento sostenido de la barriga de Felicidad.

La mirada colectiva escudriñó a todos y cada uno de los varones en edad fértil para descubrir al responsable, pero no se halló ningún dato que permitiese fundar una sospecha sólida y menos una prueba concluyente. Se conjeturó, entonces, con la posibilidad de que el padre de la criatura que Felicidad llevaba en sus entrañas fuese un forastero, pero por aquellos tiempos prácticamente ninguno llegaba hasta las montañas del norte; el último del que se tenía noticia había merodeado al sur de Vuayoré diez meses atrás, y además era un anciano tullido de fecundidad harto dudosa.

Pasaron seis o siete semanas desde que una vieja chismosa notara el vientre crecido de nuestra protagonista hasta que un joven pastor, cuyo nombre no registra la historia, halló su cadáver al lado de una cacota. El muchacho bajó corriendo el sendero hasta el centro del pueblo, congregó a los gritos a todo el vecindario y de inmediato se organizó una partida multitudinaria que remontó el camino de vuelta hasta llegar al sitio en el que se encontraba la difunta.

Las trazas en la escena no dejaban lugar a dudas: la infortunada mujer había fallecido en el curso de una deposición masiva y monumental; había muerto, por así decirlo... uhhh... de parto. Si los habitantes de aquel remoto rincón de la provincia de Vuayoré hubiesen poseído los conocimientos de la ciencia moderna, acaso habrían sospechado que el organismo de Felicidad formó un fecaloma (consulten el diccionario de gastroenterología o, en su defecto, léanse La vida exagerada de Martín Romaña, del cuestionado Bryce Echenique) que le taponeó el desagüe, acaso como resultado de una dieta sobrada en lácteos y menguada en fibras.

Si la mujer hubiese sobrevivido, nadie más que ella se habría enterado de su padecimiento, y acaso un incauto, al cruzarse en el campo con una caquísima descomunal, habría especulado sobre la existencia de criaturas sobrenaturales.

Pero los habitantes de Casampolde, de suyo confundidos por el entonces reciente tránsito del cristianismo a la Rodondedria, enterraron el cadáver de Felicidad entre muestras de gran veneración y colocaron el fruto de sus entrañas en una capilla construida ex profeso, al lado del río Aquila, y allí le rindieron culto durante muchos años.

Si la reliquia hubiese perdurado, es posible que se hubiese convertido en un coprolito. Pero a mediados del siglo antepasado, en el curso de las revueltas positivistas, una cuadrilla de liberales se llegó hasta el pueblo natal de Felicidad; algunos sublevados penetraron en la Dendria local y uno de ellos, ignorante de la tradición vernácula, vio el objeto de culto, ya reseco por el paso del tiempo pero aún desmesurado, lo tomó en sus manos y lo examinó con curiosidad. “Esto es caca”, concluyó, con un gesto de asco, y acto seguido lo arrojó a las aguas del río.

Cuando se cumplieron cien años de la desaparición de la reliquia, una congregación neodendrita mandó erigir, en el sitio en el que murió Felicidad, y en homenaje a su memoria, una iglesia en forma de asiento de inodoro. No hace mucho recibí una tarjeta postal enviada por unos amigos que visitaron el sitio y la pongo aquí, para que conste que no digo mentiras:

17.2.09

Granados en Gaza


“L
os embajadores en México de las partes en pugna fueron abrumadoramente solicitados para expresar el punto de vista de sus gobiernos”, dice Miguel Ángel Granados Chapa en su más reciente artículo en Proceso (“Gaza en México”), en el que atribuye a Hamas la culpa de la masacre de civiles que tuvo lugar recientemente en la porción sur de los territorios palestinos. En ese texto, el columnista reciente y justamente laureado hilvana algunas alertas atinadas y necesarias sobre un brote de antisemitismo en nuestro país con una defensa de lo indefendible: la incursión homicida del ejército israelí contra la población de Gaza.

Llamarle “gobierno” a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) sólo se explica como parte de una argumentación perversa, porque la cosa que preside Mahmud Abbas carece de poder real, de representatividad y de autoridad moral entre la población de Cisjordania y de Gaza, y si aún existe es porque Washington, la Unión Europea, Egipto y el propio gobierno israelí necesitan en el terreno una marioneta a modo. Poner al residuo impotente y descompuesto de lo que fue la OLP en el mismo rango que la potencia atómica de Tel Aviv es una formulación tramposa para repartir entre palestinos e israelíes, de manera simétrica, la responsabilidad por el genocidio perpetrado en Gaza. El propio Granados Chapa lo admite, en forma implícita, al escribir que el representante de la ANP en México “estaba en un predicamento” porque se veía obligado a exigir un alto a la masacre que tenía lugar en un territorio en el que una facción enemiga detenta el poder real.

“Fue perceptible [...] la dominancia de un enfoque favorable a ‘los palestinos’, como si fuera ese pueblo el blanco del ataque y no las instalaciones militares con cubierta civil de un grupo terrorista que ha cobrado un alto número de vidas. Sin aplicar el principio periodístico que demanda narrar la génesis de los acontecimientos, se cargaba la responsabilidad al ataque israelí, dejando en segundo lugar la causa de ese ataque, con lo cual se brindaba una comprensión a medias”, juzga Granados Chapa, olvidándose él mismo de aplicar el principio periodístico que invoca.

En efecto, el articulista omite contar que Hamas es, más que una criatura de Irán, una hechura de Israel; que las dirigencias laicas y de izquierda palestinas fueron sistemáticamente destruidas por Tel Aviv —hay que recordar, además de los homicidios de dirigentes de la OLP, del FPLP, del FDLP, cómo Yasser Arafat fue reducido por el gobierno de Ariel Sharon, a principios de esta década, a la condición de animalito enjaulado y aterrorizado—; que los fundamentalistas ganaron una elección impecable y que fueron de inmediato desconocidos por Israel, por Washington y por Bruselas, y que los misiles artesanales que han “cobrado un alto número de vidas” (28, de 2001 a la fecha) son una respuesta —ciertamente inaceptable, criminal, desesperada y contraproducente— a décadas de bombardeos, asesinatos no muy selectivos, despojos territoriales, limpiezas étnicas, castigos colectivos (como los bloqueos sanitario y alimentario) y humillaciones indecibles de parte de Israel hacia los palestinos.

¿Se pretende simetría? —Pues que los gobiernos occidentales establezcan sobre Israel un bloqueo (no tan inhumano, esperemos) como el que padece Gaza, con la consideración de que Ariel Sharon, Benjamin Netanyahu y Ehud Olmert son tan fundamentalistas y terroristas como Hamas. ¿Propuestas equilibradas? —Habría que empezar por sentar a los integristas de Gaza en un asiento de la Asamblea General de la ONU. ¿Se justifican masacres como la perpetrada en la franja? —Qué buena idea: a ver qué día Granados Chapa le recomienda al gobierno mexicano que bombardee Sinaloa en respuesta a los asesinatos cometidos por el narco.

Por fortuna para los habitantes de la entidad norteña, el columnista laureado concentra su lógica en Gaza y repite como loro lo más repugnante de la argumentación fabricada por el régimen de Tel Aviv: que los civiles palestinos muertos durante la incursión eran usados como “cubierta civil” de “instalaciones militares” de Hamas. Aunque eso haya sido cierto, es preciso darle muchas puñaladas a la razón ética para concluir que, si bien es ilícito el empleo de escudos humanos, disparar contra ellos resulta, en cambio, un recurso legítimo.

No será el portador de la medalla Belisario Domínguez el primero ni el último periodista que deje los principios embarrados sabrá Dios en dónde pero es la primera vez, hasta donde recuerdo, que se le da por justificar a asesinos de inocentes, y eso es particularmente triste en un hombre como él, que ha logrado preeminencia pública por la consistencia ética de sus escritos. Tras esa claudicación, Granados Chapa se lanza a denostar la iniciativa “Adopta a un niño muerto” y hace como que no se da cuenta de que el propósito de ese gesto no es alimentar actitudes judeofóbicas —sin duda condenables— sino colocar en primer término, en la ponderación del conflicto, el valor de la vida humana, que tiene la misma importancia para israelíes que para palestinos, e independientemente de si las bajas son 28 o mil trescientas. El incrustar esa iniciativa en una enumeración de reales e inaceptables expresiones de porquería antisemita es, además de una estocada a la verdad, una bajeza de su parte.

Si algo de bueno tiene la descalificación de Granados —quien, ante la cruenta incursión contra Gaza decidió comportarse como uno de los voceros oficiosos de la embajada israelí en México— es que revela hasta qué punto la iniciativa “Adopta a un niño muerto” ha calado en las conciencias, ha logrado el impacto moral que buscaba y se ha vuelto un obstáculo al afán de imponer a la comunidad judía de México una actitud unánime de respaldo al belicismo del gobierno de Israel.

Las personas judías o de origen judío que se han sumado a esta iniciativa han dado, al resistir las presiones, los chantajes y los linchamientos no muy soterrados del oficialismo israelí, muestra de un valor civil inestimable, de una afectividad poderosa capaz de derrotar al conflicto mezquino y eterno entre Caín y Abel, y de una calidad humana que trasciende filiaciones políticas, ideológicas, religiosas y nacionales.

La importancia de la vida humana es un valor irrenunciable y, en concordancia con este principio, cabe desear que la de Miguel Ángel se prolongue por mucho tiempo, que siga siendo propositiva y auspiciosa y que no se le vuelva costumbre el infligirse daño a sí mismo por la vía de escribir y publicar canalladas.


12.2.09

Carta a los artrópodos


Me dirijo a ustedes, artrópodos, como los representantes más complejos de un mundo de invertebrados que incluye, además, a bacterias, arqueas y eucariotas, y a amasijos multicelulares como las esponjas, las lombrices, los gusanos planos, las medusas, las estrellas de mar y los corales. Me dirijo a ustedes en razón de nuestra enemistad ancestral. Hablo en nombre de los vertebrados en general, de los mamíferos y de los humanos.

Los antepasados de ustedes y los nuestros han rivalizado desde el primer poblamiento de las tierras emergentes, allá por los tiempos ordovícicos (hace 500 millones de años), e incluso desde antes, cuando surgió la vida animal en las aguas marinas “nutritivas y tibias como la orina de un diabético”. Podremos tener antepasados comunes, pero nunca los reconoceremos a ustedes como hermanos nuestros.

Por entonces, ustedes depredaban a nuestros tatarabuelos peces, y ya en tierra firme, mientras los primeros tetrápodos se esforzaban por desarrollar sus extremidades gelatinosas y por sobrevivir en el aire seco, ustedes, provistos de la movilidad que dan las patas plenamente funcionales, hundían sus colmillos formidables en la carne desamparada de aquellos lejanos ancestros nuestros. Entrado el Carbonífero, gracias a una atmósfera hiperoxigenada, ustedes desarrollaron dimensiones atroces (ciempiés de dos metros de largo, arañas capaces de devorar a un gato, libélulas de envergadura comparable a la de las águilas actuales) que les permitieron engullir anfibios y reptiles. De no haber sido por el cambio climático que sobrevino al fin de aquel periodo, tal vez los vertebrados habitaríamos hoy en día las rendijas de las casas de ustedes, nos disputaríamos los restos de su cena y correríamos aterrorizados para evitar ser aplastados por sus patas peludas y por sus pedipalpos letales. Pero, en buena hora, el oxígeno escaseó, y sus sistemas traqueales resultaron incapaces, en la nueva circunstancia, de sostener aquellas monstruosas dimensiones.

Los hemos estudiado, clasificado, rebanado en el microscopio y disuelto en ácidos para obtener las claves de su composición última y residual, y hemos concluido por sostener, en nuestro discurso racional, que ustedes son banales e insignificantes, migajas de vida rudimentaria dispersas por el mundo. Sin embargo, algo en nuestra psique les teme, los odia y los asocia con la bestia invisible que devoró a plena luz del día al autor del Necronomicón, el árabe loco Abdul Alhazred.

Es posible que el pánico irracional que ustedes aún causan en muchos individuos de nuestra especie se encuentre grabado en los genes desde aquellos tiempos anómalos, al igual que la pesadilla recurrente de insectos gigantes y que el arquetipo de la araña devoradora. Tal vez hoy en día, en las contadas ocasiones en que un miriápodo se zampa a un ratón, o cuando un arácnido consigue cazar a un pequeño pájaro, los vertebrados sintamos un escalofrío de agravio revivido. Hay un dato importante: nuestro elemento primario de superioridad sobre ustedes no fue el tamaño ni la movilidad, sino la memoria. Y es que ustedes son seres sin recuerdos ni afectos, y sin más órganos perceptivos y cognitivos que un tumor triganglio dedicado a procesar las señales provenientes de sus ojos, sus antenas y sus hocicos, y un cordón de nudos ventrales que regulan su digestión y su circulación rudimentaria.


Nosotros hemos heredado de nuestros ancestros peces, anfibios y reptiles, junto con el sistema límbico, las emociones primarias que ustedes desconocen; en el cerebro de nuestros abuelos mamíferos se desarrollaron circunvoluciones que, sin incrementar el volumen del órgano, aumentaban su superficie; en nuestros predecesores más inmediatos apareció el neocórtex, y en él, la idea de Dios, el pensamiento económico, las narraciones de Kafka, la teoría de la evolución, los planos del Taj Mahal, los desfiles de modas y la comprensión paulatina de los agujeros negros. Ustedes, en cambio, llevan 500 millones de años sin pensar en nada y sin otras pulsiones que las de comer y evitar que se los coman.

Hoy en día hemos establecido reglas para compartir con ustedes este planeta, nos resignamos a que nos devoren cuando hemos muerto; nos dignamos a entablar relaciones de estricta conveniencia con las abejas, los camarones, los gusanos de seda y la grana cochinilla, y hasta somos capaces de admirar las alas de una mariposa, a condición de que el resto de su anatomía nos pase inadvertida; podemos hallar simpáticos a algunos de ustedes, como los grillos (los volvemos símbolo de nuestros tapujos morales antes de echarlos a una sartén hirviente) y las catarinas; convertimos a las hormigas en ejemplo de laboriosidad (y después las masacramos en masa con un polvito blanco); los incorporamos a nuestro zodíaco, como les cupo en suerte al escorpión y al cangrejo, nos chupamos los dedos con el delicado sabor de la pulpa interior de langostas y camarones y, de cuando en cuando, los contratamos como mercenarios y ponemos un alacrán entre las sábanas del prójimo enemigo.

Pero no se equivoquen: nosotros los odiamos, artrópodos. Generalizamos y exageramos sus secreciones irritantes o venenosas, los identificamos con la suciedad y lo aborrecible, compartimos las fobias literarias hacia los trilobites, nos asquea su sexualidad (esos espermatóforos desprendibles a conveniencia...), nos repugnan sus articulaciones, nos enferman sus hábitos alimenticios (esa manía de vomitar jugos gástricos sobre lo que se van a tragar...), despreciamos su vida social inconsciente y mecánica, nos irritan las cucarachas, nos causan rechazo moral las mantis religiosas, no cejaremos nunca en el afán de lograr la extinción total de las moscas y los zancudos.


Olvídense de la fobia que nos causan las serpientes, el miedo que experimentamos ante un lagarto, el asco que nos infunden los buitres y las hienas, nuestras precauciones ante los tigres y los lobos. No se fijen en nuestras diferencias internas, como las que desembocaron en la Primera y en la Segunda guerras mundiales, en Vietnam, en Kampuchea, en Yugoslavia, en Gaza. Téngannos miedo: qué seremos capaces de hacer contra ustedes si los romanos hicieron lo que hicieron a los cartagineses, los otomanos, a los armenios, Stalin, a los pueblos soviéticos, Hitler, a los judíos y a los gitanos y a los comunistas y a los eslavos y a los homosexuales, Bush, al mundo.

Hoy por hoy, peleamos una guerra confusa y desganada. Tal vez se intensifique, cuando los humanos hayamos devorado todo lo devorable en el planeta, volteemos hacia ustedes, nos aguantemos las náuseas y los volvamos hamburguesas. Pero tal vez sea más probable que nos partamos la madre entre nosotros y que ustedes hereden una Tierra que han poseído siempre y en la que nosotros somos un paréntesis más bien pequeño. Tal vez les dejemos un mundo enrojecido, caliente y agrietado, en el que ustedes saltarán sobre los charcos de ponzoña química que testimoniarán nuestro paso por el mundo y volverán a ser gigantes, como en el Carbonífero.

Mientras llega la hora de la verdad, recuerdo uno de los excepcionales gestos de piedad que uno de los nuestros --César, su nombre de pila, Vallejo, su apellido-- ha tenido hacia ustedes. Se los dejo. Qué importa que no vayan a entenderlo ni en otros cien millones de años de evolución:

Es una araña enorme que ya no anda;
una araña incolora, cuyo cuerpo,
una cabeza y un abdomen, sangra.
Hoy la he visto de cerca. Y con qué esfuerzo
hacia todos los flancos
sus pies innumerables alargaba.
y he pensado en sus ojos invisibles,
los pilotos fatales de la araña.

Es una araña que temblaba fija
en un filo de piedra;
el abdomen a un lado,
y al otro la cabeza.

Con tantos pies la pobre, y aún no puede
resolverse. Y, al verla
atónita en tal trance,
hoy me ha dado qué pena esa viajera.
Es una araña enorme, a quien impide
el abdomen seguir a la cabeza.
Y he pensado en sus ojos
y en sus pies numerosos...
¡Y me ha dado qué pena esa viajera!


10.2.09

Ratzinger vs Roma

Si los de la conspiración judeo-masónica existieran, estarían felices de ver a un pontífice que se la pasa dándole de patadas a la Iglesia. En cosa de una semana, Joseph Ratzinger involucró al Vaticano con los neonazis que niegan la realidad histórica del exterminio de judíos durante el Tercer Reich e hizo ronda con el impresentable Silvio Berlusconi en el afán por mantener de manera indefinida la tortura contra Eluana Englaro, la mujer italiana que permaneció 17 años en estado de muerte cerebral y que desde ayer, por fortuna, ha logrado descansar en paz.

En el primer caso, Ratzinger levantó la excomunión que pesaba contra el obispo fundamentalista Richard Williamson y contra otros integrantes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, establecida por el fallecido Marcel Lefèbre para dar cauce a la rebeldía tradicionalista ante el Concilio Vaticano II. Días antes del perdón papal, Williamson había porfiado en sostener que las cámaras de gas no existieron y que el número de hebreos asesinados en los campos de concentración de Hitler fue de entre 200 y 300 mil, y no de entre cinco y medio y seis millones, como lo indican los hechos. “El Holocausto sí existió”, se asustó El Vaticano, pero ya era tarde. Muchos católicos se sintieron violentados por la reincorporación a su iglesia de un hombre que participa en los intentos de minimizar uno de los peores crímenes de la historia. Para diversas organizaciones judías, el perdón concedido a Williamson fue una bofetada: el Consejo Central de los Judíos en Alemania anunció la suspensión de sus relaciones con El Vaticano. Y otros, ni judíos ni católicos, se preguntan de qué puede servirle a Roma la reinserción de individuos como los obispos lefebvrianos, enfermos de odio hacia la modernidad, la verdad, la ciencia y la diversidad. Por lo demás, y aunque no tuviese nada que ver, en el momento presente no pasa inadvertido para nadie que la excomunión de Williamson fue decidida por Karol Wojtyla, un hombre que fue víctima de los nazis, y que ahora es revertida por Joseph Ratzinger, quien nunca ha pedido perdón por haber sido nazi.

En paralelo con este traspié que huele a retorno histórico, el cardenal Javier Lozano Barragán, del consejo pontificio de asuntos de salud, involucró al Vaticano en la causa horrenda del encarnizamiento contra pacientes sin esperanza. Berlusconi había visto, en la perpetuación del martirio de Eluana, la posibilidad de ganarle atribuciones a la jefatura de Estado y se lanzó a fondo en el atropello: “Esa mujer podría tener un hijo”, exclamó el mafioso, cuando el padre de la mujer parecía haber ganado la interminable batalla judicial para procurarle a su hija una muerte digna. Berlusconi recibió el respaldo inopinado del Vaticano, que por boca de Lozano Barragán calificó de “abominable asesinato” la interrupción de la vida artificial de lo que quedaba de Eluana. Ratzinger, con su aprobación tácita a los dichos del religioso mexicano, confirmó que su papado está a favor de lo que Giuseppe Englaro describió como “tortura inaudita” y “violencia inhumana”.

Si en cosa de una semana el Vaticano de Ratzinger ofendió a los judíos y a los enfermos terminales, en episodios anteriores, este Papa ha agraviado a las mujeres, a los protestantes, a los musulmanes, a los homosexuales, a los indígenas americanos y a los habitantes de Gaza, es de suponer, toda vez que, en las horas en que éstos eran masacrados sin asomo de piedad por un ejército asesino, les deseó “que Dios los bendiga con su consuelo, la paciencia y la paz que proceden de Él”. Carente del sex appeal de su antecesor e incapaz de concitar el entusiasmo de las masas, de espaldas al mundo moderno y concentrado en la preservación del misterio de María, Ratzinger ha llevado a la iglesia católica a un estado de languidez sin precedentes. Sus subordinados del Vaticano harían bien en considerar la sugerencia del teólogo Hans Küng y convencerlo para que renuncie al cargo.

9.2.09

Descanso merecido


«Se trata de un ser humano indefenso que ha sido traicionado por todos, excepto por su padre y otros pocos, y quizá lo sea todavía; asumo mi responsabilidad, no doy un paso atrás», decía el médico de Eluana Englaro en el Senado cuando llegó la noticia de que la mujer había escapado a la tortura, al encarnizamiento, al fundamentalismo de los pro vida, al oportunismo inconmensurable de Silvio Berlusconi y a la inmisericorde teología de Joseph Ratzinger.

Miguel Mora, en El País: «Eluana dejó de respirar cuando en el Senado se debatía la ley que el Gobierno había preparado para intentar salvarle la vida, o esa pantomima de vida que ella, y su familia, siempre se negaron a admitir. Sin dignidad, sin sentimientos, sin libertad. Atada a una máquina. Con la intimidad violada y la voluntad secuestrada.

«Tras 17 años en estado vegetativo, y 11 de batalla legal, su espíritu indomable de libertad y el ejemplo cívico de una familia heroica estaban a punto de perecer a manos del Gobierno Berlusconi. Éste, aliándose con la jerarquía integrista de la Iglesia, y sirviéndose de invocaciones huecas a la vida y la libertad, decidió inventarse una ley Eluana. A ese golpe de escena, Eluana, que es una verdadera purasangre de la libertad, respondió con un mutis por el foro definitivo e impidió que esa norma prefabricada pasara a la historia con su nombre. Como diciendo "ahí os quedáis".»

Qué descanso merecido, Eluana.

Su Santidad y Su Excelencia: chinguen a su madre.

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Y agrega Lourdes:

La mentada la merecen
excelencia y santidad,
no saben de caridad
de progenie ellos carecen.
Aunque el debate encabecen
Eluana ya les ganó
su cuerpo ya descansó
ha ganado la batalla
a esa gente tan canalla,
y el infierno ya dejó.


Ma. de Lourdes Aguirre Beltrán

5.2.09

Reseña de un fandango
en medio de la crisis

La muchacha de la jarana mágica zapateando / Foto de Ira Franco

El penúltimo sábado de enero se organizó en el foro Ollin Kan, en Tlalpan, un fandango espléndido en el que el zapateado tuvo el sitio de honor. Fue un acontecimiento mágico en medio del desastre: mientras la violencia informe proseguía su curso invariable en México, mientras las ruinas de Gaza (40 mil edificaciones destruidas) seguían humeando, mientras la divisa nacional avanzaba con paso firme en dirección al carajo y mientras cientos de miles de trabajadores en el mundo y en México se volvían desempleados de la noche a la mañana, aquella pequeña ceremonia laica les salvó el ánimo a algunas centenas de participantes y de espectadores.

A medio concierto, el navegante sintió remordimientos por estar tan contento en una situación general tan desastrosa y recordó las furibundas admoniciones compuestas en el siglo XIX por Lamartine contra la frivolidad de cualquier cobarde infeliz que se atreviese a cantar (o, por extensión, a deleitarse con música) en circunstancias históricas trágicas y trascendentes. “A Némesis”, tituló el romántico su regañiza. Déjenme intentar una aproximación:

¡Deshonor al que canta mientras Roma se incendia
si ojos, ánima y lira no tiene de Nerón,
en tanto que el incendio en río ardiente fluye
de palacios a templos y del Circo al Panteón!

(Honte à qui peut chanter pendant que Rome brûle,
S’il n’a l’âme et la lyre et les yeux de Néron,
Pendant que l’incendie en fleuve ardent circule
Des temples aux palais, du Cirque au Panthéon !)

Cosas veredes: 150 años más tarde, Pablo Milanés recalentó esos versos marmóreos en la salsa de un gusto setentoso para alinear a artistas frívolos y pequeñoburgueses en torno a las flagelantes directivas del Comité Central:

“Pobre del cantor de nuestros días
que no arriesgue su cuerda
por no arriesgar su vida.
[...]
Pobre del cantor que un día la historia
lo borre sin la gloria de haber tocado espinas.”

Por esas mismas épocas, del otro lado del Atlántico, Tonton Georges respondía a Lamartine y le explicaba:

Vergüenza al descarado que canta mientras Roma
se quema en el incendio –pero Roma arde siempre.
Vergüenza si compone, pese a todo, canciones
de amoríos pequeños.
[...]
Son eternas las llamas de la Ciudad Eterna.
Si Dios quiere el incendio quiere también las coplas.
¿A quién piensan hacer creer que el simple pueblo
si canta, pese a todo, es un perfecto ojete?

(Honte à cet effronté qui peut chanter pendant
Que Rome brûle, elle brûle tout le temps...
Honte à qui malgré tout fredonne des chansons
À Gavroche, à Mimi Pinson.
[…]
Le feu de la Ville Éternelle est éternel.
Si Dieu veut l'incendie, il veut les ritournelles.
À qui fera-t-on croire que le bon populo,
Quand il chante quand même, est un parfait salaud ?)

El suscrito resolvió el dilema mediante una reseña que quedó así:

Es el centro, la tarima,
del fandango popular.
allí se ha de zapatear
y en torno a ella se rima
con una elegante esgrima
que no puede
hacer cualquiera;
se invitó, de esta manera,
a voces a cual más fina:
las de Domínguez Medina
y de Samuel Aguilera.

Se llama “Al sol y al sereno”
este evento memorable
que es, además de danzable,
poesía y canto bueno.
Si alguien no se queda lleno
con la expresión de esta gente,
pues mejor que ni se siente
y se vaya a toda prisa
a enchufarse a Televisa
con una mirada ausente.


De entre tantos nombres
que el lápiz apunta,
cuál es más acorde
y uno se pregunta:
–Si Agustina Ramos,
si Son de Madera,
si los dos hermanos
Oseguera Rueda,
si el de doña Adela,
si el de don Marciano,
si Tereso Vega,
si el de Relicario.

Vimos, en días pasados,
en una remota tierra,
cómo una sangrienta guerra
dejó campos asolados
y miles de asesinados
por un criminal orate.
Por eso a algunos les late
venir por este camino
con keffiyeh palestino
en lugar de paliacate.

Suenan las jaranas,
el tacón se apunta,
acompaña el arpa
y uno se pregunta:
–Que si es un fandango,
que si es un sarao
que si es el canto
de Adriana Cao;
que si es una garza,
si es una pantera,
o que si es la danza
de Rubí Oseguera.

En este periodo amargo
nos golpea la inflación
y un chaparrito pelón
quedó chico en el encargo.
Aquí estamos, sin embargo,
soportando el aguacero,
con el acorde certero
de Natalia, en el violín,
y Miguel, al clavecín,
un 24 de enero.

Qué hermoso fandango
el que aquí yo veo,
hundido en el fango
del desempleo,
no por las jaranas,
no por la canción,
sí por las burradas
de Calderón.

Si el país se encuentra herido
por una mafia inclemente
que puso de presidente
a un tipo muy disminuido,
para silenciar el ruido
de este grupo gobernante,
no hay nada mejor que el cante
del fondo de la nación,
que hermana a la tradición
y la esperanza triunfante.

La copla veracruzana
en su cantar entrecruza
la poesía andaluza
con la raíz africana,
una nota americana
anterior a la Conquista
y un acento modernista
que al planeta nos hermana:
se llevan bien la jarana
y un piano minimalista

Se cierra la tarde,
la noche despunta,
esto está que arde
y uno se pregunta:
–si de la Parroquia,
si del Papaloapan,
las coplas jarochas
que gustan y atrapan.
Que si es un avión,
que si es Supermán;
o que si es un son
en el Ollin Kan.

Nos han traído la luz
y nos regalan el viento:
las coplas de Sotavento
y el ritmo de Veracruz.
Si ya llegó su autobús
y si ya se quieren ir,
déjenme nomás decir,
como habitante de Tlalpan,
que en esta tierra no espantan
y que vuelvan a venir.


4.2.09

De hijos


Qué hipócritas: lo censurable no es que haya tenido un hijo, sino que con algunos hijos ajenos él fue un hijo de puta.

3.2.09

Tiempo de confesiones


Desde tiempos de Salinas, y acaso desde antes, los traficantes de vehículos robados solían recurrir a facturas falsas para amparar su mercancía. Es difícil determinar a ciencia cierta quién inspiró a quién: si los ladrones de autos a los ladrones de presidencias, o al revés, pero el hecho es que ahora usurpadores y ex usurpadores de la jefatura de Estado exhiben, en prueba de honradez, papelería y procesos electorales adulterados. La falsificación refuerza la impunidad y hace prácticamente imposible el esclarecimiento porque para llevarlo a cabo se necesitaría un aparato de investigación al menos tan grande como las dependencias públicas que sirvieron de Plaza de Santo Domingo para fabricar documentos apócrifos.


Pero la verdad acaba por saberse, y a veces por vías realmente insospechadas. Hace unos años Miguel de la Madrid Hurtado reconoció, frente a las cámaras (hay testimonio grabado) que el PRI había perdido la elección presidencial de 1988. No se sabe si fue un cobro de facturas a su sucesor en el cargo, impuesto por medio de un fraude electoral descarado, o una pérdida de control sobre el esfínter del verbo. En tiempos más recientes, Vicente Fox ha venido propinando a Felipe Calderón, a plazos, un golpe semejante a ese que De la Madrid descerrajó de súbito sobre la cabeza monda de su pupilo amado: desde el paraíso de la oposición —espurio dixit—, el guanajuatense insta a las huestes que puedan quedarle a usar los cargos públicos para hacer proselitismo partidista y admite sin rubor ni escrúpulo que eso es lo que él hizo para dejar al propio Calderón pegado con Kola-loka en la silla que él se resignaba a desocupar: “No me permitieron que fuera Marta, pues tengan”.


En el confesionario de Davos, el heredero de Fox taponeó sus propias fugas (“Ave María Purísima, quién ha dicho que gobernar sea un infierno”) pero mantuvo intacto el mensaje central: su empatía manifiesta con la obra desgubernamental de Ernesto Zedillo es etiqueta implícita de identidad, y ésta, de continuismo. La alabanza de las tropelías cometidas por su abuelastro político indica que eran simuladas las muecas de asco que el joven Calderón ensayaba en 1997, cuando el partido que dirigía se alistaba para aprobar en las cámaras, junto con el PRI, la montaña de oro y mierda (ésta para la gran mayoría, y aquél para unos cuantos) del Fobaproa-Ipab. Qué muestra de liderazgo internacional: lo que hay que hacer, ante la actual catástrofe, es una montaña semejante, pero de dimensión planetaria.


En el encantador pueblo suizo en el que los responsables del desastre mundial se reunieron para charlar, Zedillo no tuvo empacho en reconocer que ese atraco promovido por él transfirió a manos privadas recursos públicos equivalentes al 20 por ciento del producto interno bruto. Implícitamente, el férreo defensor de la disciplina fiscal admitió la creación de un déficit capaz de destruir una economía nacional, bajo cuya sombra algunos vivales —como algunos del círculo de Fox Quesada— compraron a veinte mil pesos propiedades en las que muchos miles de mexicanos habían dejado décadas de esfuerzo. Agustín Carstens, por su parte, dio brinquitos de alegría –es un decir— al recordar los frutos podridos del Fobaproa: “Se hizo lo mejor que se pudo” y “no hay una crisis bancaria que se resuelva de manera sencilla”, dijo, como si ignorara que el defectos principales del rescate bancario zedillista y panista no fue su complejidad sino su inocultable corrupción y sus efectos devastadores sobre y contra la inmensa mayoría de los mexicanos.


O sea que a pesar de los pleitos de familia, de los cambios de color y de etiqueta, de los episodios de cárcel para hermanos incómodos, de las insubordinaciones de hijos desobedientes y de puñaladas amistosas procedentes del rancho San Cristóbal, éstos quieren lo mismo y son lo mismo. Las más recientes confesiones dejan ver la continuidad de un proyecto político-económico que utiliza como medio el robo de presidencias para realizar su fin principal, que es el saqueo de la riqueza pública. El strip-tease ideológico efectuado en Davos tendría que bastar para esclarecer a algunos despistados que alertan sobre el supuesto peligro del regreso del viejo régimen y se niegan a darse cuenta de que éste nunca se ha ido.


¿’Tons qué, Felipe? ¿Nos echamos otro Fobaproa?