El calderonato no se dio cuenta de que,
en sus narices, la DEA lavaba millones de dólares del narcotráfico.
Tampoco supo que una dependencia de Washington introducía al país
miles de fusiles de asalto destinados a los cárteles. No se enteró
o miró hacia otro lado. Imposible saber si alguna de esas armas fue
usada en Xayakalan, Ostula, para asesinar a Pedro Leyva Domínguez, o
para lesionar a Norma Andrade, de Nuestras Hijas de Regreso a Casa,
en Ciudad Juárez, o para ultimar a Nepomuceno Moreno, en Hermosillo,
o para secuestrar y ejecutar a Trinidad de la Cruz, también en
Ostula, en cuanto la Policía Federal se hizo ojo de hormiga. No hay
forma de establecer si algunos de los dineros blanqueados por la DEA
han ido a parar a los bolsillos de algún presidente municipal,
comandante de policía o un cargo superior de los muchísmos que han
sido comprados por la delincuencia organizada. Cómo investigar si
fondos o armamento proporcionados por Washington en el marco de la
Inicativa Mérida fueron usados en el asesinato de dos estudiantes
normalistas, ocurrido ayer en Chilpancingo.
Pero eso sí: la “inteligencia civil”
del régimen resultó muy eficientita para detectar el supuesto
intento de ingreso a territorio nacional de uno de los perseguidos
hijos de Muamar Kadafi. El aparato estatal se jugó en peso para
desbaratar el intento, detener a los participantes en la conjura y
obtener un caramelo y una palmadita por colaboración con Washington.
Muerto el sátrapa libio –linchado de
manera bárbara ante la mirada complaciente o cómplice del Occidente
civilizado–, es claro que sus cachorros no representan amenaza
alguna, y menos para México. Pero la idea es quedar bien, incluso si
para ello hay que seguir alimentando con muertos mexicanos la
insaciable sed de utilidades del narco, de los circuitos
financieros, de la industria de armas y de los contratistas de
seguridad e inteligencia.
Qué paradoja: podría ser que dentro
de un año, meses más, meses menos, Felipe Calderón y uno que otro
de sus colaboradores, se encontraran en los zapatos del hijo de
Kadafi. Claro que no se trata de compararlo con Hitler ni con
Milosevic, ni con el desdichado junior libio.
No es un asunto de maldad o de bondad,
intrínsecas o cultivadas. El hecho objetivo es que, por ambición,
por frivolidad, por ineptitud y por incapacidad, el actual ocupante
del poder presidencial desencadenó una tragedia nacional en todos
los órdenes: las decenas de miles de muertos –67 mil, dice Javier
Sicilia–, no pocos de los cuales murieron por acción u omisión de
policías de alguno de los tres niveles o de efectivos militares. La
política económica oficial incrementó de manera directa la
pobreza y el desempleo y, en forma indirecta, el auge de la
criminalidad. La educación y la salud públicas fueron reducidas a
portales de Internet y a botín de mafias. La corrupción en la
administración pública ha alcanzado cotas de miles de millones de
dólares por contrato. Las instancias federales, estatales y
municipales están más desarticuladas que nunca. La
paramilitarización en ciudades y regiones es tan inocultable como la
oprobiosa supeditación de las instituciones nacionales a los
designios, directivas y mandatos de Washington. Y en ese contexto, la
cultura cívica ha retrocedido en forma alarmante y en el país
cunden actitudes de sálvese quien pueda.
Calderón asegura que él no tiene la
culpa de nada de nada y que se ha limitado a cumplir con su deber.
Pero la Constitución y el sentido común indican que entre las
responsabilidades básicas del Poder Ejecutivo están la preservación
de la paz y del orden público, de las buenas cuentas y de los
equilibrios y la armonía institucionales. Las fuerzas armadas están
para cuidar la integridad territorial y la soberanía nacional y para
auxiliar a la población en casos de desastre, y las corporaciones
policiales tienen como tarea preservar el orden público y perseguir
presuntos delincuentes –como los funcionarios estadunidenses que
han metido a territorio nacional armas y dinero del narco–, no
asesinar a balazos a estudiantes normalistas, como ayer en
Chilpancingo.
La Corte Penal Internacional debe
esclarecer las responsabilidades de Calderón y de alguno de sus
colaboradores en este desastre. Por el bien del país y del propio
gobernante, ojalá que se declare competente y que emita un fallo
correcto. Y si llegara a encontrar culpabilidad, el propio Calderón,
o alguno de sus cercanos, podría estar, dentro de un año, meses
más, meses menos, en una circunstancia parecida a la que afronta
ahora el hijo de Kadafi.
No es cosa de bondad ni de maldad sino
de justicia.
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