29.4.97

Tim sobre nosotros


La primera vez que oí hablar de Timothy Leary fue en un hospital. Un compañero mío de escuela consiguió una pastilla de ácido lisérgico, la disolvió en agua destilada y se inyectó el licuado resultante en una vena del brazo. Fue un error: los grumos milimétricos de aquella mezcla le taponearon el sistema circulatorio en toda la extremidad y hubo que amputársela a partir de la axila. En la sala de espera del nosocomio, la madre de mi condiscípulo, que era una mujer joven y progresista, se mesaba los cabellos y musitaba con odio: "¡Pinche Timothy Leary!''

Me pareció --y me sigue pareciendo-- que la acusación implícita en aquel desahogo era tan improcedente como lo sería echarle la culpa de los suicidios con arma de fuego a los remotos inventores de la pólvora. No he vuelto a saber nada de aquella señora, pero, si es constante en los rencores, seguramente no le agradará enterarse que los restos de quien consideraba como el responsable de la mutilación de su vástago, ahora pasan por encima de ella cada noventa minutos.

Leary, el antiguo profesor de Harvard y profeta de la contracultura, el curtidor de masas encefálicas en los años sesenta, el tardío promotor de la cibercultura, murió apaciblemente el 31 de mayo del año pasado en su casa de Benedict Canyon, reconfortado por celebridades del rock tatuadas hasta los párpados y en medio de una habitación repleta de tanques de oxígeno, computadoras multimedia, productos de quimioterapia, flores, cigarrillos, drogas, carteles sicodélicos y botellas de whisky. A decir de su hijo, que las escuchó, las últimas palabras del gurú septuagenario fueron: "Why not?''

La madre de mi compañero de escuela no fue la única en odiarlo. El presidente Nixon lo calificó como el peor enemigo de la sociedad estadunidense, y expresó de esa forma el masivo rechazo que causaron las prácticas, los inventos y las posturas del Doctor Tim. Pero un sector incuantificable le guardará agradecimiento eterno por sus proverbiales actitudes antiautoritarias y libertarias y sus exhortaciones a la libertad interior, además de la invención de una vinagreta para el cerebro que, en nuestros días de drogas inteligentes y diseñadas a la medida, parece penosamente rústica.

Tal vez como expresión de ese agradecimiento, algunos de sus admiradores lograron que el Doctor Tim, o un pedazo de él, permanezca entre nosotros, o más bien sobre nosotros. La semana pasada, siete gramos de cenizas de Timothy Leary, envueltas en un contenedor del tamaño de un lápiz labial, fueron lanzados al espacio.

Leary no viajó solo. En ese primer funeral metaterrestre iban también Gene Roddenberry, creador de la serie Star Trek, así como los de 22 fanáticos de la astronáutica. Todos ellos vieron cumplido, aunque en forma póstuma y fragmentaria, su deseo de viajar al espacio.

El método es ciertamente más primitivo y tosco, pero mucho más seguro, que el empleado por los seguidores de La Puerta del Cielo, quienes en marzo pasado, en San Diego, decidieron brincar al cometa Hale Bopp con el impulso del fenobarbital. Quede, dicho sea de paso, constancia de la diversificación y proliferación actuales de tecnologías para subir al Firmamento, cuando hace años los únicos medios de transporte conocidos eran una vida libre de pecado o bien una escalera grande y otra chiquita, dependiendo de si se leía la Biblia o se cantaba la Bamba.

La que hizo posible esta maravilla fue la empresa estadunidense Celestis, que consiguió rentar un pequeño espacio de carga útil en la operación de lanzamiento de un satélite espía del ejército español. El viaje dio comienzo en una base militar de Gran Canaria, en donde los cyberpunks y hippies, gringos se unieron a los militares españoles en la celebración del éxito de la misión y en las bendiciones para sus respectivos pasajeros.

Del satélite no ha vuelto a saberse, y con razón, porque su tarea es secreta. En cuanto a los 24 muertos pioneros, están orbitando en torno a la Tierra y cada 90 minutos pasan sobre nuestras cabezas, a decir del gerente de Celestis. Seguirán en esa rutina durante un lapso de entre 18 meses y diez años, al cabo del cual regresarán, atraídos por la gravedad terrestre. Entonces los pequeños relicarios entrarán a la atmósfera, arderán, y si es de noche, tal vez puedan observarse unas pequeñas estrellas fugaces. Después, serán cenizas de cenizas. ¿Tendrán sentido?

22.4.97

En las fronteras de China


Las primeras tropas de la República Popular China ingresaron ayer, sin armas, al territorio de Hong Kong. Cuarenta efectivos bien educados del Ejército Popular de Liberación, bajo el mando de un general que viajaba en un Audi negro, llegaron a hospedarse al cuartel Príncipe de Wales, en el próspero enclave que el 30 de junio volverá a la soberanía china.

No hubo grandes ceremonias, pero tampoco expresiones significativas de oposición o repudio. La mayor parte de los habitantes de Hong Kong parecen haberse convencido de que, con tal de incorporar la vasta economía del enclave a la del resto del país, el régimen de Pekín está dispuesto a todo, incluso a respetar los derechos humanos y las libertades políticas.

Mientras en ese rincón asiático los preparativos anticlimáticos de la reabsorción nacional y la superación casi indolora de las lesiones del colonialismo y la Guerra Fría se desarrollan sin novedad, en la Península de Corea no parece haber salida para una división nacional y una guerra que, dentro de tres años, serán cosa de siglo pasado.

"En los cinco años transcurridos desde que fue electo mariscal de la República Democrática y Popular de Corea, el secretario Kim Jong Il ha modelado al Ejército del Pueblo de Corea de acuerdo con la Idea Zuche. El Ejército sigue el ejemplo de las nobles virtudes del presidente Kim Il Sung. El secretario Kim Jong Il es un increíble estratega militar y un comandante brillante y resuelto, como lo era el Presidente''.

Esta es la clase de despachos que difunde, vía Internet, la agencia noticiosa oficial de Corea del Norte, KCNA. También recuerda que hace una semana se celebró en todo el mundo el 85 aniversario del Querido Presidente Kim Il Sung, que la propuesta norcoreana de reunificación fue muy bien recibida por el Partido de la Unión y el Progreso de Guinea y que, gracias a la Declaración "Defendámonos y avancemos en la causa del socialismo'', emitida hace cinco años en Pyongyang, y a la cual se han adherido 235 partidos en todo el planeta, los pueblos del mundo avanzan resueltamente hacia el comunismo, en una lucha dinámica, internacionalista y solidaria.

Pero algunos de los soldados de Kim Jong Il estacionados en la margen del río Yalu, en la frontera con China, hacen gestos hacia el país vecino en demanda de comida, y los camioneros que llegan a la localidad fronteriza de Dandong, en el lado chino, cuentan historias de horror sobre niños que caen muertos a causa del hambre. En cosa de cinco años (1992-1997), en Corea del Norte la dotación diaria de calorías pasó de las 2 mil 834 a las 700 y en ese mismo lapso el PIB ha venido cayendo en forma sostenida a una taza del 4 o 5 por ciento.

Los despachos de la KCNA no mencionan que en los contactos entre Pyongyang, Seúl y Washington, los representantes norcoreanos se niegan a hablar de la normalización de relaciones en la Península mientras no llegue a su país ayuda alimentaria. Algo así como una fórmula de "paz por comida''. La agencia oficial tampoco habla del masivo cargamento de anfetaminas recientemente descubierto en Japón a bordo de un barco norcoreano, y que según todos los indicios era un intento desesperado por conseguir divisas por parte del gobierno de Kim Jong Il.

Es difícil encontrar en el mundo un régimen más disociado que el de este príncipe comunista, y no es de extrañar que el gobierno de Washington se muera de la curiosidad por conocer lo que pasa por "el corazón y la cabeza de la dirigencia norcoreana'', como lo expresó el secretario de Defensa, William Cohen, a propósito de su impaciencia por interrogar al desertor de altos vuelos Hwang Jang-yop, quien se refugió en febrero en la embajada de Seúl en Pekín.

Curiosamente, el propio gobierno estadunidense se ha comportado con singular incoherencia ante los casos de Pyongyang y La Habana. Mientras que los círculos de poder de Washington se mantienen decididos a asfixiar a la población cubana con el reforzado embargo, se apresuraron en cambio a donar 50 mil toneladas de maíz --15 millones de dólares-- a un país que, según ellos, los amenaza con armas atómicas.

Corea del Norte, el último huérfano de Stalin y, después de Kampuchea, la más horrenda aleación de despotismo oriental y materialismo histórico, parece condenada a reventar de hambre y de soledad, y ningún país, organización o individuo, está en capacidad de ayudar al régimen lunático del secretario Kim Jong Il a procurarse una muerte suave y rápida.

15.4.97

¿Hay vida en Europa?


Esta pregunta no es una forma irónica de aludir a lo aburrida y previsible que resulta, a decir de algunos, la existencia en el Viejo Continente. Me refiero en cambio a las fotos de la superficie de uno de los satélites jovianos que el vehículo espacial Galileo tomó el 20 de febrero y que fueron dadas a conocer la semana pasada por la NASA. Para los profanos tales imágenes serían una sólida prueba de que en ese lejano mundo no sólo hay vida, sino también autopistas. Pero los expertos dicen que esa maraña de líneas que se intersectan y se dividen es la superficie rota de un mar congelado. Las que a ojo de buen cubero parecen vías rápidas son, en realidad, fracturas superficiales en esos hielos eternos.

Bajo la helada cáscara de Europa, dicen los especialistas, puede existir un ambiente acaso calentado por una actividad ¿geotérmica o eurotérmica?, en el cual la vida podría ser posible. En el fondo de ese océano (el primero que descubren los humanos desde los tiempos de Vasco Núñez de Balboa), en las bocas de algunos géiseres inciertos, pudo haberse generado un entorno líquido --"tibio y nutritivo como la orina de un diabético'', decía Philip José Farmer-- semejante al caldo madre que cobijó las primeras células terrestres. Dos datos robustecen la hipótesis: el descubrimiento por el telescopio Hubble de una tenue y volátil atmósfera con trazas de oxígeno, y la existencia en Io, el satélite vecino, de una virulenta actividad volcánica que, en las fotos del Galileo, hace aparecer a este cuerpo celeste como una toronja podrida que cuelga del firmamento.

Es difícil imaginar a los hipotéticos europanos (para distinguirlos de algún modo de los europeos) como algo más que protozoarios o, en el mejor de los mundos posibles, como atunes que se fríen y se congelan sucesivamente, conforme se acercan o se alejan del fondo y de la superficie de su mundo. Pero, para quienes deploramos la soledad de la vida terrestre, los auspiciosos indicios en contrario que nos envía el pájaro de la NASA resultan esperanzadores, como lo son las elucubraciones en torno al meteorito polar que, a decir de los sabios, podría contener trazas de microbios nacidos en Marte.

Tal vez he dicho cosas falsas o inexactas. Es una lástima que últimamente Julieta Fierro esté tan silenciosa en estas páginas, porque ella podría hablarnos de estos temas con atingencia profesional. En todo caso, al parecer no falta mucho para que sepamos de una vez por todas si la vida es una excentricidad de nuestro planeta o una constante del universo. Si lo primero es verdad, tendremos la certeza de estar acompañados, así sea por criaturas remotas y primitivas. Si es lo segundo, habremos de apechugar con nuestra condición solitaria. Con cualquiera de esas respuestas en la mano tendríamos al menos un argumento para invocar la sensatez de quienes, en esta tercera pelota del Sistema Solar, se empeñan en destruir la vida por diversos medios: por ejemplo, los exterminadores de especies y de pueblos, los partidarios de la pena de muerte, los promotores de la guerra, los hambreadores, los escuadroneros, los torturadores, los que prefieren vestir un sudario casto antes que ponerse un condón gozoso y los que, exasperados por su propia incapacidad para erradicar la pobreza, optan por erradicar a los pobres. Entre otros.

Tal vez sea una esperanza tan tenue como la atmósfera de Europa. Pero acaso sea posible, si la vida resulta ser una epidemia cósmica inevitable, que sus enemigos terrestres se convenzan de la inutilidad de sus empeños. Si, por el contrario, es una rareza o una singularidad irrepetible, tal vez se decidan a tratarla con más respeto.

8.4.97

Idioma vivo y de todos


A mi hermano Juan Pablo

En 1975 se celebró el 300 aniversario de la Academia Mexicana de la Lengua. Entonces, un académico al que quise mucho presentó una ponencia en la que alertaba sobre el riesgo de que, vista la vocación de fracaso de los proyectos de integración y cooperación cultural entre países hispanohablantes, nuestro idioma acabara corriendo la misma suerte que el latín, el maya y otras lenguas madres que terminaron fragmentadas en pueblos de hablares mutuamente inentendibles. Proponía entonces que las academias de la lengua dejaran de ser los centros de taxidermia que siempre han sido y asumieran un papel más activo en la preservación de la unidad idiomática de latinoamericanos y peninsulares. Aunque por entonces la globalización no había transitado todavía de las páginas de McLuhan al habla cotidiana, a pesar de que el autor de esa ponencia fue el académico por quien más cariño he sentido en mi vida, y a contrapelo del respeto que le debía porque se trataba de mi señor padre, discrepé de su advertencia.

En esos años, y desde antes, ocurrían en Latinoamérica los ires y venires de un país a otro de los exiliados, además de fenómenos culturales continentales como, maldita sea, las telenovelas y las canciones de protesta. Siete lustros antes, el contagio de la Península había sido reavivado por el "río español de sangre roja'' que atravesó el Atlántico huyendo de Franco.

Ahora que celebra su Primer Congreso en Zacatecas, la lengua española ha superado definitivamente los riesgos del aislamiento, la fragmentación y la muerte por partenogénesis.

Esta buena noticia no se la debemos a nuestra consolidación como un universo cultural definido sino, en buena medida, al descubrimiento de un vastísimo mercado en el entorno idiomático español. Los hispanohablantes conformamos una teleaudiencia formidable, un horizonte apetecible para las industrias editorial, cinematográfica y turística, y hasta para los fabricantes de hornos de microondas, quienes pueden distribuir el mismo instructivo de operación en casi 30 países distintos.

La chamba que jamás realizaron la Real Academia y sus correspondientes latinoamericanas la hacen ahora Microsoft (¿o no se ha vuelto el diccionario de su programa Word, polémico y todo, un punto de referencia mucho más exitoso y recurrido que el tumbaburros académico?), Televisa, Selecciones del Reader's Digest, Univisión, el Festival OTI y otras muchas entidades de corte empresarial, sin excluir a los cárteles del narco (ilegales, pero empresas al fin) que, como un subproducto menos pernicioso que su mercancía, ponen en mutuo contacto a los acentos andinos con los modismos del Bajío y a éstos con los distintos colores --caribeños, mexicanos, centroamericanos-- del spanglish. Y sin excluir los todavía balbuceos en español de Internet y sus enlaces oceánicos.

No dudo que estas encarnaciones modernas y españolas de la Vulgata dejan mucho que desear si se les juzga desde un punto de vista académico. Ya sea que se apeguen a sus particularidades vernáculas o que, peor aún, intenten expresarse en una inexistente versión "internacional'' y neutra del español (otra vez los empeños de Microsoft), conductores, conductoras y actrices de televisión y locutores de radio, programadores y redactores de servicios orientados al cliente, hoteleros, impartidores de "seminarios de excelencia'' y tratantes internacionales de blancas, machacan y destazan sin piedad nuestro idioma.

Pero no habría que perder de vista que los antiguos habitantes de la Península destazaron y machacaron el dialecto castellano, le incrustaron sus propios vocablos iberos y celtas, le clavaron las jotas árabes y le limaron la dureza consonante hasta convertirlo en su idioma. Un maceramiento similar experimentó el idioma cuando los sobrevivientes americanos de la Conquista lo adoptaron a condición de transformarlo, deformarlo, enriquecerlo y contaminarlo con ahuautles, jaguares, huracanes y tomates, con bucaramangas, cochabambas, citlaltépetls y potonchanes.

No habría que olvidar que el español vive de su propia destrucción, que el desgaste de su uso cotidiano es condición de su permanencia y que su resurrección milagrosa, su recomposición, ocurre cada vez que un taxista defeño le grita "¡chinga tu madre!'' a un prójimo poco considerado, lo mismo que cuando una monja puertorriqueña empieza su día con un "padre nue'tro qu'e'tas en lo' cielo''' o cuando un yuppie chileno se pone a hablar de "método organizacional y valores aspiracionales''. La lengua lo aguanta y lo asimila todo, hasta sus propias pérdidas. El idioma español no va a dejar de serlo porque alguien le agregue los verbos "bootear'', "faxear'' o "escanear'', porque le coloquen una troca en donde antes iba un camión, y ni siquiera porque de aquí a unas décadas pierda la eñe, aunque esta posibilidad sea particularmente dolorosa para los peninsulares, quienes sufrirían la mutilación ortográfica en el nombre de su país y en su gentilicio.

En forma mucho más palpable que el mercado, nuestro idioma se autorregula, de manera admirable, de acuerdo con la voluntad soberana y el gusto de sus hablantes. No importa que la Real Academia lo siga momificando, que la publicidad lo siga emputeciendo, que los ejecutivos y tecnócratas lo llenen de barbarismos y neologismos o que el vulgo, la raza, la broza, lo destruya todos los días y a toda hora. El español es tan generoso, tan flexible y tan incluyente, que sigue comunicando hasta cuando lo hablan o lo escriben quienes no saben hablar ni escribir, como es el caso de legiones de políticos, periodistas y académicos de éste y del otro lado del océano.

1.4.97

Migración al cielo


En un barrio ricachón de San Diego, en vísperas de Pascua, cuatro decenas de ángeles abandonaron este mundo. Al parecer ahora van rumbo al Sol en la nave furtiva que viaja en la cola del cometa Hale-Bopp y que, junto con éste, se dirigirá después a los confines helados del Sistema Solar. Cocinaron sus pases de abordar con una mezcla de vodka y fenobarbital, endulzada con budín de manzana, y se calaron en la cabeza unos a otros bolsas de plástico. El abordaje debió ser incómodo, pero ahora los treinta y nueve han de estar felices y bien atendidos por azafatas extraterrestres. Tal vez les sirvan cookies inmateriales y les pongan Internet en cada asiento para que el viaje sea menos tedioso. Acaso nos hagan un gesto de adiós mientras miran con agradecimiento, desde las claraboyas del navío estelar, el planeta azul que les dio cobijo por un tiempo.

No nos es dable saber a dónde se dirigen, ni si llegarán a su destino. Sólo cabe respetar su decisión, esperar que hayan tenido razón y desearles buen viaje. No volveremos a verlos, tanto si se quedan en las profundidades cósmicas como si regresan, dentro de cuatro mil años, en el mismo objeto celeste en cuya cauda viajan ahora. Menos aún si no llegan más allá de las planchas forenses, como piensan muchos, aunque yo prefiero imaginarlos eufóricos y felices, pensando en la tornavuelta solar hacia Plutón. En cambio, quienes no quisimos o no pudimos abordar ese navío --por desidia, por pusilanimidad, por convicción o porque no nos enteramos de la oportunidad--, tendríamos que sopesar los rastros que dejaron estos seres celestiales: 39 cadáveres muy compuestos y apacibles, una página en Internet y algunas dudas.

Lo primero es asunto de la policía del condado. Lo segundo, incomprensible: quienes quieran ver la prueba de descargo, en http://www.heavensgate.com encontrarán una página de gusto dudoso, con plastas de colores apastelados, a guisa de logotipo, sobre un fondo de titilantes estrellas azules, rojas, verdes y amarillas. Luego, un larguísimo texto inspirado en juegos de rol y en novelas de ciencia ficción y espada y hechicería, justo el tipo de literatura apetecible para los prepubertos que un día, cuando lleguen a la juventud plena, serán nerds. Se explica ahí que la especie humana es un estatuto provisional entre la animalidad y los ángeles y que, si le echas ganas, si te abstienes y domeñas tus impulsos sexuales, tal vez logres graduarte de espíritu celeste una vez que partas de este mundo. También se afirma que el suicidio no es el atajo más recomendable pero que quién sabe, que acaso en algunas circunstancias no quede de otra.

Ojalá que tales aseveraciones sean un objeto verbal hermético que guarde, en su fondo secreto, algún mensaje inteligente, un razonamiento sólido que fundamente la ingesta del vodka con fenobarbital. Pero por más que busco significados ocultos, sólo veo las estrellitas que titilan en el fondo de unos párrafos tontos compuestos en helvética.

Aunque no hay en la página electrónica huellas del fenobarbital y las bolsas de plástico, temo que un saldo de la ascensión colectiva de San Diego sea una nueva campaña de satanización de la pobre Red de Redes. Ya dijeron que es la culpable de que la pornografía llegue a los jardines de niños. Ya le achacaron que los terroristas surgen del ciberespacio y que los narcos lavan dinero por correo electrónico. Ahora sólo falta que algún senador republicano culpe a Internet de los suicidios en masa.
Los ángeles que partieron dejaron tras de sí alguna paradoja, como el contraste entre los cadáveres tranquilos del Rancho Santa Fe y los de los refugiados albaneses ahogados cuando el barco en que pretendían huir de su destazado país chocó con un buque de guerra. Para esos fugitivos no había más lujo en este mundo que seguir vivos. El nivel de vida, la preparación y las oportunidades laborales que tenían los ángeles de San Diego habrían sido, a sus ojos, algo parecido al Cielo. Unos, en su afán de seguir viviendo, y acaso de ponerse unos jeans de marca o tener acceso a una pizza a domicilio y una videocasetera, abordan barcos o balsas que se hunden en el Caribe o en el Adriático, cruzan a nado el Río Bravo o se internan por desiertos calcinantes, se enfrentan a la migra.

En el corazón de Europa, hasta hace unos años, saltaban el Muro de Berlín en medio de una lluvia de balas de Kalashnikov. Pero entre quienes tienen ya asegurada la pizza, la videocasetera y los jeans, disfrutan de trabajo seguro y bien remunerado y de una residencia con alberca y cancha de tenis, algunos se asquean de la animalidad de la existencia humana sobre la Tierra y deciden ir a probar suerte en las profundidades celestiales. No es fácil de entender. Que tengan suerte unos y otros.