24.6.97
Pol Pot ante el mundo
Las épocas de terror del Tercer Reich y del reinado de Stalin son referentes algo nebulosos y remotos para más de dos terceras partes de la humanidad, que no nació a tiempo para vivirlas. En cambio, lo ocurrido en la ex Kampuchea en la década antepasada es un asunto mucho más cercano a nosotros, incluso si tuvo lugar en los tiempos, que parecen lejanos, en los que el Muro de Berlín estaba de pie.
Breviario: en abril de 1975, los guerrilleros del Khmer Rojo, o Partido Comunista de Camboya, echaron del poder a un gorilato corrupto, represivo y proestadunidense, encabezado por el general Lon Nol, y entraron a Phnom Penh, la capital del país, poblada en ese entonces por unos 3 millones de personas. En los 44 meses que siguieron, los nuevos gobernantes del país vaciaron las ciudades, enviaron a sus habitantes a trabajos forzados en comunas rurales --en donde muchos de ellos sucumbieron por agotamiento, hambre o enfermedades--, mataron a cuanto opositor, o supuesto opositor, caía en sus manos, clausuraron las escuelas, asesinaron a la mayor parte de los profesionistas --empezando por los médicos-- y cerraron el país a todo contacto con el exterior, a excepción de China, cuyo gobierno protegió en todo momento a los khmers rojos. Cuando el defector Heng Samrin los derrocó y, apoyado en tropas vietnamitas, capturó Phnom Penh en enero de 1979, encontró que ésta había perdido a más del 90 por ciento de sus habitantes. Casi veinte años después, la capital camboyana aún está lejos de recuperar sus niveles de población de 1975.
Nunca llegará a conocerse en toda su extensión el genocidio ocurrido en Camboya en la segunda mitad de la década antepasada. La ONU y los gobiernos occidentales zanjaron la duda asentando que el número de muertes causadas por el Khmer Rojo es "mayor a un millón'', pero que podrían ser tres millones, o cuatro. Si se toma como buena la primera, conservadora cifra, resulta que entre su ascenso y su caída el Khmer Rojo mató camboyanos a un ritmo de casi 800 por día, durante tres años y medio.
Toda la responsabilidad de esta barbarie se sintetizó en dos sílabas: Pol Pot, nombre de guerra de quien en realidad se llama Soloth Sar.
Para colmo, después de la retirada estadunidense de la región, el Sudeste Asiático se convirtió en escenario de la pugna sino-soviética. Por esa vía, la situación en la ex Kampuchea se coló en la polémica ideológica entre las izquierdas. En los peores momentos del genocidio polpotiano no faltaron, en algunas bardas de Ciudad Universitaria, México, D.F., pintas a favor del Khmer Rojo.
Una vez expulsada del poder, esta facción siguió contando con la protección de Pekín, con el apapacho de la ONU y de la ASEAN, y con el reconocimiento del príncipe Norodom Sihanouk. Desde entonces, se ha mantenido como una guerrilla con influencia y representación política en Phnom Penh.
En 1985 Pol Pot se retiró de la dirección del Khmer Rojo y se reservó la calidad de "asesor militar''. Ahora es prisionero de una fracción disidente de su propia organización que está a punto de entregarlo a las autoridades de Phnom Penh, las cuales, a su vez, han recibido una petición de la ONU para que Pol Pot sea juzgado como criminal de guerra.
Posiblemente se logre llevar a una corte internacional a este hombre de 69 años que sufre de malaria y que, según dicen quienes lo han visto, aparece "extremadamente envejecido''. Sería justo.
Con todo, no deja de resultar asombrosa la capacidad de muchos para singularizar en un solo hombre las vastas responsabilidades de una organización criminal como el Khmer Rojo. Diríase que Pol Pot actuó solo y que, mientras estuvo en el poder, no tuvo tiempo para dormir ni para comer, porque tenía ante sí la ingente tarea de asesinar con sus propias manos a una persona cada dos minutos. Ahora mismo se habla de la posibilidad de que una versión light --es decir, despolpotizada-- de esa agrupación podría ser admitida como parte de la coalición gobernante que ejerce el poder en Camboya.
Finalmente, la presencia de ese anciano criminal, solo ante el mundo, y con la carga de la malaria y de su seudónimo bisílabo que sintetiza la crueldad y la intolerancia fanática, debiera servirnos para recordar que ningún país, ninguna época y ninguna ideología pueden reclamar el monopolio del holocausto y de la barbarie.
17.6.97
No lo maten
Honorable señor George W. Bush, gobernador del Estado de Texas (State Capitol, P. O. Box 12428, Austin TX 78701, Fax 95 512 463 18 49). Presente:
La vida del ciudadano mexicano Irineo Tristán Montoya, preso en la cárcel de máxima seguridad de Ellis I, en Huntsville, Texas, está en gravísimo peligro. Los tribunales de su estado han ordenado que mañana miércoles 18 de junio de 1997, pasadas las seis de la tarde, le sean administradas en forma intravenosa tres sustancias tóxicas que habrán de producirle la muerte.
Independientemente de si el condenado a muerte se llama Irineo Tristán Montoya, Timothy McVeigh o Salman Rushdie, honorable señor Gobernador, Amnistía Internacional, expresando el sentir de una vasta porción de la humanidad, considera que la aplicación de la pena capital es una grave violación de los derechos humanos, tan criticable como la tortura y los castigos corporales.
Al aplicarla, su estado, y su país, se colocan en el mismo bando que Irán, China y otras naciones a las que el gobierno de Washington cataloga como infractoras masivas de los derechos humanos.
Muchas organizaciones civiles de Estados Unidos, entre ellas diversas asociaciones de abogados, señalan que la pena de muerte es contraria a los términos de la Constitución estadunidense, en la medida en que constituye un castigo inhumano, cruel y degradante, además de que es irrevocable e irremediable.
Pero, aun si la muerte de una persona a manos del Estado se justificara en aquellas situaciones en las que la responsabilidad del acusado estuviera plenamente asentada, en el caso de Irineo Tristán Montoya existen elementos que obligan a poner en duda su culpabilidad.
Hoy hace 11 años, el 17 de junio de 1986, Irineo Tristán Montoya fue condenado a muerte por el asesinato de John E. Kilheffer, ocurrido en noviembre de 1985. El proceso judicial correspondiente estuvo marcado por irregularidades y violaciones a los derechos legales del acusado: su arresto no fue notificado a las autoridades consulares de México --como lo establece la Convención de Viena, en vigor desde 1961 y ratificado por Estados Unidos en 1969--; además, Irineo Tristán Montoya fue inducido a firmar una declaración en inglés, idioma que desconocía, con la falsa promesa de que ello facilitaría su deportación a su país de origen.
Por ello, cabe suponer que en la decisión de inyectar sustancias químicas letales en el sistema circulatorio de Irineo Tristán Montoya no sólo pesaron las pruebas en su contra, sino también su condición de mexicano y de pobre, la cual le impidió disponer de la asistencia legal adecuada durante su arresto y su enjuiciamiento.
De acuerdo con el Artículo 4, Sección 11, de la Constitución de Texas, usted, honorable señor Gobernador, tiene la facultad legal para postergar la ejecución de Irineo Tristán Montoya por un plazo de 30 días. Ese lapso permitiría a la defensa legal del sentenciado gestionar nuevos aplazamientos, o la conmutación de la pena, ante la Junta de Perdón de Texas.
Le ruego, honorable señor Gobernador, que ejerza esa atribución propia de su cargo.
Según información de dominio público, honorable señor Gobernador, en la ejecución programada habrán de emplearse tres catéteres, además de las sustancias químicas a inocular, las cuales tienen un costo global de 71.50 dólares. El operativo requiere además de los servicios profesionales de un médico que certifique el fallecimiento del condenado. Le hago un respetuoso y atento exhorto a que ordene la entrega de los recursos materiales y humanos mencionados a alguna organización médica humanitaria, la cual podría emplearlos en salvar una vida en lugar de destruirla, que es lo que están a punto de hacer con ellos los verdugos de Ellis I.
Estoy seguro, honorable señor Gobernador, que tales decisiones enaltecerían humana y moralmente a usted y a su gobierno y evitarían una acción hiriente y repugnante para millones de personas en el mundo y degradante para las instituciones de su país y de su estado.
Por favor, no lo maten.
10.6.97
Clones, embriones, reos
A muchos investigadores deben estárseles quemando las habas por practicar en un prójimo las técnicas de clonación puestas ya a punto con la oveja Dolly y la copia gemela que sacaron de ella. En verdad, la posibilidad de aplicar el procedimiento en humanos permite imaginar situaciones divertidas, picarescas y chuscas, pero también circunstancias de pesadilla: por ejemplo, un Capitolio poblado por 500 réplicas exactas del senador Jesse Helms. Tal imagen pudo cruzar ayer por la mente de William Clinton, cuando ante los integrantes de la Comisión Nacional de Asesoría Bioética recomendó prohibir la clonación de seres humanos completos.
A juicio del mandatario, debiera permitirse que científicos y médicos experimenten con embriones, pero no que los productos de tales investigaciones, una vez manipulados, sean implantados en mujeres con el objetivo de producir embarazos viables.
Parece sencillo, pero para asimilar y regular las nuevas tecnologías que obligan a relativizar y a revisar el sistema de valores sociales y morales básicos sería necesario tener un panorama claro y consensual de tales valores. Por desgracia, incluso si se dejan al margen los nuevos problemas planteados por la clonación, los principios están más embrollados de lo que suele pensarse.
Un caso simple sería el del derecho a la vida. En la lógica de los antiabortistas, para quienes todo óvulo fecundado debe tener pleno ejercicio de los derechos humanos, la segunda parte de la recomendación presidencial --la de permitir las prácticas científicas con embriones-- resultarían inaceptables. Pero los enemigos estadunidenses del aborto no parecen tener muy claras las cosas: en nombre del derecho de los embriones a la vida, a principios de este año pusieron una bomba en una clínica de abortos, en Atlanta, y estuvieron a punto de enviar al cementerio a 12 humanos adultos.
Los núcleos conservadores de la mentalidad estadunidense son capaces de generar cosas tan contrastadas como el afán de defensa de los nonatos, los impulsos homicidas de Timothy McVeigh --el veterano de la Guerra del Golfo que mató a más de 160 personas de un bombazo-- y las voces justicieras, compartidas por 67 por ciento de la población, que ahora están mandando a McVeigh a la silla eléctrica.
Esta moral confusa y contradictoria que se respira en la sociedad del país vecino tal vez se encuentra en el origen de actitudes tan disociadas como la que tuvo hace unos días una jovencita de 19 años en Forked River, New Hampshire, en su graduación de High School. En algún momento del baile la escolapia se sintió mal, fue al baño, parió a un bebé de tres kilos, lo tiró a la basura y regresó a la pista para seguir bailando con su novio. Las autoridades están a la espera de los resultados de la autopsia del producto, para determinar si nació muerto o si lo mató su danzarina progenitora, en cuyo caso podrían enjuiciarla y pedir para ella la pena de muerte. De hecho, en New Hampshire dos madres adolescentes corren el riesgo de ser condenadas a la pena capital por haber matado y tirado al basurero a sus hijos recién nacidos.
En otro track de la sociedad los instintos maternales están siendo llevados a límites extraños en función de intereses comerciales. Se ha puesto de moda la adopción de mascotas que existen sólo en el disco duro y en el monitor de la computadora, es decir, virtuales, que, nacen, crecen y demandan cariño y atención por parte de sus usuarios adoptivos, y que en caso de no recibir afecto e interés mueren de tristeza (o sea, se borran de la memoria de manera automática).
Cuando hay asuntos de base tan obviamente irresueltos, es sensato dudar que la sociedad y el gobierno estadunidense estén en condiciones de entender, asimilar y regular de manera satisfactoria las implicaciones sociales, jurídicas, políticas y humanas de desarrollos científicos como la clonación y la recopilación del genoma humano. Lo más que se puede esperar es que Hollywood siga jugando con las paradojas a las que dan lugar esas tecnologías, y que muchos ciudadanos sigan empeñándose en demostrar que la realidad va siempre más allá que la ficción.
3.6.97
Jospin: la esperanza acotada
Esta vez no se trata de tomar por asalto y demoler La Bastilla. Así lo entienden los renovados dirigentes del Partido Socialista Francés, y por eso se abstuvieron de festejar el triunfo en el sitio tradicional de sus celebraciones, la rotonda parisina construida sobre los cimientos de la desaparecida prisión y fortaleza monárquica. La tarea consiste, más bien, en lograr que el mercado acepte incorporar al 12 por ciento de franceses desempleados, en recuperar las estructuras del Estado de bienestar, gravemente lesionadas por dos gobiernos --el de Chirac bajo la presidencia de Mitterand y el de Juppé bajo la presidencia de Chirac-- que se dejaron seducir por las recetas neoliberales, y en recomponer los términos de Maastricht sin provocar el descarrilamiento de la Europa unida.
Para lograrlo, Lionel Jospin debe evitar a toda costa la polarización de los ánimos partidarios y apoyarse en herencias que recorren, de manera subterránea, el mapa político francés: el Estado de bienestar, esbozado por el Frente Popular en 1936, fue llevado a la práctica por Charles de Gaulle y los otros gobernantes de derecha de la posguerra; la plena inserción de Francia en el mercado global fue obra del socialista Mitterrand.
Jospin no puede asustar a las inversiones, pero tampoco dar la espalda a los vastos descontentos sociales a los cuales debe, en buena medida, su llegada a Matignon. Tampoco puede asumir actitudes implacables contra la gran derrotada del domingo, una derecha civilizada que representa a un hemisferio de la sociedad francesa --así es la vida--, so pena de fortalecer a la derecha salvaje y filonazi del Frente Nacional.
Una acotación adicional al triunfo de los socialistas franceses es que el voto a la izquierda no es monopolio de la sigla PSF, y que en consecuencia deberán dar cabida en el gobierno a comunistas, ecologistas, independientes de izquierda y otras organizaciones menores. La pluralidad es condición para la conformación del nuevo gobierno, y un dato relevante de ella es la relevancia que las mujeres y los jóvenes han adquirido en las campañas y en los asuntos públicos.
Además habrá que tomar en cuenta al presidente de la República, quien ya se encargó de desmentir cualquier duda sobre su permanencia en el cargo. Por fortuna, las reglas de la cohabitación fueron fijadas hace más de una década por el propio Chirac y el finado Mitterrand: "el Presidente preside y el gobierno gobierna'', lo cual quiere decir, poco más o menos, que la Defensa, la Política Exterior y las decisiones de disolver la Asamblea Nacional se las reserva el ocupante de El Eliseo.
La llegada de Jospin y de una nueva generación de socialistas franceses al gobierno de Francia es, a pesar de todo, una ventana a la esperanza, y no sólo para los franceses: en los timones del proceso de Maastricht están ahora los italianos de El Olivo, los laboristas ingleses, los socialistas portugueses y griegos y los representantes alemanes de una derecha capitalista que nunca comulgó con los preceptos arrasadores de Thatcher y de Reagan; tal vez por esas presencias, los europeos se dan cuenta ahora que la construcción de un país supranacional no es un asunto principalmente "monetario'' y que el énfasis en la conformación de la nueva Europa no debe ser el euro, sino los seres humanos.
Por ahora, la economía de mercado es una Bastilla que no puede ser demolida por decreto. Queda, entonces, la perspectiva de remodelarla para que deje de ser una cárcel lóbrega y opresiva --como lo es hoy--, convertirla en un edificio mínimamente habitable, que dé cabida a todos, abrirle ventanas y puertas amplias y libres para entrar y salir y reforzar su estructura inestable y azarosa para evitar la posibilidad de que le caiga encima a sus ocupantes, como ha ocurrido en muchas ocasiones.
Ojalá que Jospin sea capaz de obrar el prodigio. Sería una noticia formidable para todos, mucho más que la de su triunfo electoral.
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