He recibido con consternación, señor Ricardo Miguel Cavallo,
la noticia de su arresto, motivado en lo que parece un malentendido y una
confusión de personalidades. Me tranquiliza, sin embargo, la actuación conforme
a derecho de las autoridades mexicanas y el pleno respeto a la integridad
física y moral de usted, y el que le hayan permitido ejercer los derechos y las
garantías que la ley le otorga.
Tal vez sea un pobre consuelo, señor Cavallo, pero no todas
las personas que se ven envueltas en problemas con las autoridades tienen la
misma suerte. Mire, para no ir más lejos, en Argentina, su país de origen, hace
un cuarto de siglo, una dictadura militar emprendió una campaña de exterminio
de opositores políticos.
En ese contexto, la Escuela de Mecánica de la Armada, ESMA,
fue habilitada como campo de concentración, tortura, asesinato y trabajo
esclavo. Tal vez usted, que curiosamente perteneció a la Armada, haya oído
hablar de la ESMA. Ahí no se respetaba la integridad de las personas ni se les
otorgaba ninguna clase de garantías como las que usted disfruta hoy, en su
arresto precautorio en el Reclusorio Oriente. De los más de 4 mil
detenidos-desaparecidos que fueron llevados a la ESMA, sobrevivieron poco más
de cien. Y no se trataba de terroristas y sediciosos: eran, en su inmensa
mayoría, sindicalistas, maestros, amas de casa, estudiantes, gente pacífica que
no estaba de acuerdo con el régimen. Incluso algunas madres que buscaban a sus
hijos desaparecidos fueron a parar a la ESMA, en donde se les torturó
salvajemente; una de ellas, al menos, fue asesinada.
Varias mujeres embarazadas fueron ejecutadas después de dar a
luz y los encargados del lugar regalaron entre sus amistades a los bebés, como
si hubiesen sido cachorros de perro. Los secuestrados pasaban semanas o meses
en el área de tormento, en donde eran pateados, apaleados, violados, sometidos
a descargas eléctricas, asfixiados, mutilados. Algunos fueron posteriormente
reubicados en zonas en las que se les obligó a trabajos forzados. Pero la gran
mayoría fueron sedados, subidos en aviones y arrojados al mar.
En la ESMA, señor Cavallo, la Armada a la que usted
perteneció causó muchos más muertos argentinos que las fuerzas inglesas en la
guerra de las Malvinas, cuando los marinos de su país se quedaron en tierra,
movidos por un exceso de precaución difícilmente compatible con el pundonor
militar. Mientras los gurkhas despedazaban a un puñado de reclutas famélicos y
con los testículos congelados por el hielo de las islas, mientras algunos
solitarios pilotos argentinos se jugaban el pellejo tirando sobre la flota
británica bombas que no estallaban porque habían sobrepasado su fecha de
caducidad, los efectivos de la Armada secuestraban, torturaban y ejecutaban, en
la seguridad de tierra firme y con la cobertura de identidades falsas, a
hombres indefensos, a adolescentes aterrados y a mujeres embarazadas, y rifaban
entre sus amigos los cachorros huérfanos.
Entre los principales operadores de tales atrocidades
destacaba por su sadismo un tal Miguel Ángel Cavallo, quien se hacía llamar Sérpico.
Usted es un hombre de bien y dudo que alguna vez haya adoptado ese seudónimo
estúpido y de mal gusto para ocultar su participación en crímenes de lesa
humanidad. Pero fíjese, qué coincidencia: aquel asesino tenía un nombre y un
apellido en común con usted, físicamente se le parecía mucho y, para colmo, el
número del pasaporte que usted posee era el mismo que el carnet de identidad
del criminal de marras. Claro que usted, según ha declarado, es el honorable
director del Renave (con licencia) y no tiene nada que ver con Miguel Ángel
Cavallo. Tal vez en aquella época, usted, Ricardo Miguel Cavallo, pasaba su
tiempo dando mantenimiento a los barcos, o rescatando náufragos, o comisionando
en la agregaduría naval en Mongolia.
Por fortuna, señor Ricardo Miguel Cavallo, la humanidad ha
guardado una documentada memoria de la infamia y no será difícil establecer la
verdadera identidad del delincuente con el que lo han confundido y al cual le
espera una sanción penal acorde a sus crímenes. He escrito este mensaje para
manifestar de alguna manera mi compasión y mi simpatía con las víctimas del
asesino y para desear que pronto se aclare el equívoco, porque usted dice ser
un empresario honorable y pacífico, en tanto que Miguel Ángel Cavallo, alias Sérpico,
es, a todas luces, un hijo de puta.