Los
ejercicios de abominación del presidente electo estadunidense, tan
de moda entre la oligarquía y sus escribidores, son banales en el
mejor de los casos o perversos, en el peor: buscan disimular el hecho
de que México no está ante una situación de posible desastre
porque ese individuo brutal haya decidido usar a nuestro país como
payaso de las bofetadas de su campaña electoral sino porque
sucesivos gobiernos nacionales nos colocaron en el riesgo de desempeñar ese papel. Y el riesgo se concretó.
“Todo
lo que pueda pasar pasará”, dice la implacable ley de Murphy. El
advenimiento de posturas ultraderechistas y aun fascistas en la
presidencia de Estados Unidos no era un escenario para nada
descartable, y menos si el cálculo se hacía en tiempos del gobierno
de Ronald Reagan, una administración belicosa y atrabiliaria que no
dejó ir ninguna oportunidad para mostrar su hostilidad a México.
En
esa época la camarilla neoliberal que se hizo con el control de Los
Pinos en 1988, fraude mediante, se había fijado como misión
entregar el país al saqueo de los intereses corporativos
transnacionales mediante un programa cuidadosamente delineado de
enajenación de los bienes públicos, destrucción de las
instituciones y de toda forma independiente de organización social e
integración subordinada de la economía nacional a la de Estados
Unidos.
A
cambio de los favores recibidos, los integrantes de esa camarilla
recibirían, una vez retirados de la función pública, cargos
generosamente remunerados en las corporaciones beneficiadas por la
entrega de México o en organismos internacionales, así como manga
ancha para saquear el erario con impunidad garantizada.
La
demolición de la soberanía económica y política de México inició
con la firma del Tratado de Libre Comercio (Salinas), prosiguió con
la entrega de los bancos, ferrocarriles y otras empresas nacionales a
entidades extranjeras (Zedillo), pasó por la firma de la Alianza
para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (Fox),
siguió con la Iniciativa Mérida (Calderón) y tiene su más
reciente episodio en la reforma energética redactada por Hillary
Clinton y aplicada por Peña Nieto, con la complicidad de Acción
Nacional, el Partido de la Revolución Democrática y otros socios
menores del grupo gobernante.
La
implantación del TLC conllevó una grave devastación del campo y la
industria y la desaparición de incontables pequeñas empresas
nacionales comerciales y de servicios y dejó a millones de personas
sin recursos para subsistir. La catástrofe humanitaria así generada
se canalizó en forma de un movimiento migratorio masivo hacia el
país vecino que proveyó al campo, la industria y los servicios de
Estados Unidos con un inapreciable subsidio en forma de mano de obra
barata. La economía del país vecino recibió una inyección de
competitividad frente a Europa y Asia en la forma de una fuerza
laboral que puede ser explotada sin límite porque se encuentra en
una total indefensión legal.
Adicionalmente,
los gobiernos neoliberales conformaron en la frontera norte y otras
regiones del país campos de explotación humana para que las
empresas extranjeras, industriales, agrícolas, comerciales y de
servicios, pudieran exprimir en territorio nacional a una mano de
obra privada de derechos y mecanismos de defensa. Se crearon, de esa
forma, millones de puestos de trabajo de ínfima calidad cuya
existencia depende por completo del TLC.
Además,
los sucesivos gobiernos neoliberales han permitido, por otra parte,
la implantación de mecanismos extranjeros de supervisión del
quehacer gubernamental (que vigilan el cumplimiento del catecismo
neoliberal y voltean hacia otro lado ante actos de corrupción
monumentales) y entregaron a Washington el manejo de la política
migratoria nacional y de la seguridad nacional.
Deberían
dejar de hacerse los tontos. Los responsables de la vergonzosa
supeditación del país, de la expulsión de decenas de millones de
connacionales y de su estado de extremada vulerabilidad en el
territorio vecino no son Trump y sus hordas, sino Carlos Salinas de
Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada, Felipe
Calderón Hinojosa, Enrique Peña Nieto, José Córdoba Montoya,
Jaime Serra Puche, Pedro Aspe Armella, Guillermo Ortiz Martínez,
Agustín Carstens, José Ángel Gurría Treviño, Francisco Gil Díaz,
Luis Videgaray Caso, Miguel Mancera Aguayo, Herminio Blanco Mendoza,
Luis Ernesto Derbez, Jorge G. Castañeda, Ildefonso Guajardo,
Patricia Espinosa Cantellano, José Antonio Meade Kuribreña, Emilio
Lozoya Thalmann, Jesús Reyes Heroles González Garza, Luis Téllez
Kuenzler, Georgina Kessel Martínez y otros que ya no caben en la
enumeración.
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Ilustración:
“Masquerade”, por Alison E.
Kurek.