Suena
osado e incluso provocador, pero me atreveré a decir que el cierre
de campaña en el Estadio Azteca de la coalición Juntos Haremos
Historia y de sus candidatos presidencial, Andrés Manuel López
Obrador, y a jefa del gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, fue una
profanación.
Pónganlo
en perspectiva: en esa mole inmensa, propiedad de Televisa, resonó
la propuesta del Peje de separar el poder económico del poder
político. Porque eso dijo, nada menos que en el mayor recinto de la
empresa que durante décadas ha usado su poderío económico para
contar con gobiernos incondicionales. El más reciente, Peña Nieto,
fue virtualmente gestado como producto en el útero de Televisa y
catapultado a Los Pinos en unas elecciones que fueron ejercicio de
músculo monetario para corromper a millones de votantes.
Pero
las referencias no son únicamente indirectas. En el Azteca se
escuchó, varias veces, el himno guapachoso de Morena compuesto por
Byron Barranco –a quien no lo dejaron cantarlo allí en vivo por
una inexplicable ingratitud– que dice, entre otras cosas, “si
este pueblo se organiza / no nos gana Televisa”. O sea que la rola
coloca a ese emporio como adversario directo de una sociedad que
desde hace lustros anda queriendo sacudirse la hegemonía del grupo
político-mediático-empresarial y delictivo que, a su vez, se ha
defendido del asedio electoral del pueblo con sucesivos fraudes.
Y
para rematar, mientras que el Azteca es sede del América, la gran
mayoría de la concurrencia al acto se identifica con otros equipos
(los Pumas de la UNAM, en primer lugar); uno de los pocos amercianistas confesos entre los presentes presentes es Jesús Ernesto, el
hijo menor de Andrés Manuel. Pero como estamos en un movimiento plural, nadie va a reprochárselo.
El
lopezobradorismo realiza su último acto de su campaña presidencial
en el Coloso de Santa Úrsula y es celebrado allí por
Belinda, una de la estrellas incubadas en Televisa. Sí, hablo de la empresa
que contribuyó en el fraude de Salinas, en el de Calderón y, desde
luego, en el de su producto más exitoso, Peña, quien en 2012 cerró
su campaña precisamente en este recinto.
Los
tiempos han cambiado y Televisa ha cambiado, pero El Peje, no: desde
el templete instalado en un extremo de la cancha celebérrima
confirma en su discurso su pertenencia a las tradiciones de lucha de
las izquierdas y para que no quepa la menor duda empieza sus
homenajes históricos con los nombres de algunos próceres de este
lado: Rubén Jaramillo, Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Heberto
Castillo. Esos cuatro resumen los inicios y los esfuerzos de
corrientes de la izquierda que confluyeron en el proyecto de lanzar
el asalto al poder no desde el monte sino desde las urnas y que
quedaron, así, irremediablemente comprometidas con la democracia. Y
habló también de Manuel J. Clouthier y de Salvador Nava, porque
también en la derecha y en la sociedad civil surgieron movimientos y
líderes democratizadores que se enfrentaron con la ley en la mano a
la vieja dictadura priísta.
Y
mencionó a muchos más cuyas acciones y palabras fueron cimientos de
eso que ya ha fraguado y que se expresa aquí, en el bastión del
emporio televisivo hoy rendido a la mayor fuerza electoral opositora
que haya surgido en el país en el último siglo y que se encuentra
en la antesala de la Presidencia.
El
encargado de despacho en el Palacio del Ayuntamiento, un tal Amieva,
no tenía idea de lo que iba a propiciar cuando, en un inexcusable
abuso de poder, negó el uso del Zócalo a las huestes
lopezobradoristas para que realizaran allí su cierre de campaña. Se
procedió entonces a rentar el Estadio Azteca para que el pueblo que
quiere el cambio verdadero lo desbordara y se dejara festejar en el
espacio y con artistas de un promontorio de poderío económico que
ha perdido su filo político y ha debido regresar a su estricta
lógica monetaria: business are business. Hace 12 o 6 años
esto habría sido tan impensable como que las administraciones de
Alejandro Encinas o Marcelo Ebrard denegaran la Plaza de la
Constitución a la izquierda.
Hasta
ahora, el mayor logro de este movimiento –lo dijo ayer su principal
dirigente– se encuentra en el terreno de la educación. Una
revolución de las conciencias ha permitido ya que una mayoría
ciudadana tenga clara la opresión que sufre por parte de la mafia
oligárquica, neoliberal y corrupta, que secuestró las instituciones
y que se ha mantenido en ellas desde 1988. Esa victoria ha hecho
posible ganar el debate por la vía de acceso al poder, construir
organización popular –“si este pueblo se organiza / no nos gana
Televisa”–, e imponerse por goliza la batalla de las encuestas, y
este domingo ganaremos sobradamente la elección. Pero ayer se ganó
una guerra no menos importante, la guerra de los símbolos y los
espacios, y las masas politizadas y conscientes campearon en un
recinto que solía ser, hasta hace poco, emblema de la hegemonía
ideológica, de la enajenación futbolera y del control faccioso de
los espacios públicos: “aquí está tu cheque por la renta del
estadio y quítate del negocio de imponer presidentes”.
Si
para algunos la evocación de la toma del Palacio de Invierno
resultara excesiva o hasta intolerable, piensen en las turbamultas
revolucionarias de principios del siglo pasado que irrumpían en las
lujosas haciendas porfirianas. Signo de los tiempos, ayer las masas
transformadoras ocupan en paz y civilidad el Coloso de Santa Úrsula,
no con ánimo destructivo ni revanchista sino para sumarlo a los
espacios de convivencia y pluralidad y para demostrar que otro
Estadio Azteca es posible.