Para Payán y para Carmen
El chiste es un disparador de resortes interiores tan
intrigantes y misteriosos que Freud le dedicó un libro al tema. Asimov abordó
el asunto a su manera: en un cuento cuyo nombre no recuerdo, alguien se dio
cuenta de que los mecanismos básicos sobre los que se construyen los chistes,
el chassis de
los chistes, por así decirlo, forman un conjunto redondo y perfecto que está
entre nosotros desde siempre, al que nadie ha hecho modificaciones ni
aportaciones. El relato concluye con el descubrimiento de que los chistes
fueron introducidos en la humanidad por una cultura extraterrestre como parte
de un vasto experimento.
Si el venerable Asimov hubiera vislumbrado la verdad,
entonces habría que concluir que Helguera es un psicólogo extraterrestre,
porque él sí que inventa articulaciones conceptuales nuevas, y vacunas que
actúan en forma desconocida en la glándula de las carcajadas.
Se me ocurre que una de las puntas de la madeja en los
cartones de Helguera es una búsqueda rigurosa, y previa a la construcción de
sus monos, de los símbolos que permitirán darle cuerpo plástico o verbal a los
personajes, instituciones y fuerzas sociales o antisociales a las que retrata.
Retratarlas es el acto de sintetizar la vida --nacional, personal, sectorial--
en un escenario de 29 cuadratines de ancho por 18 de alto. Tras esa ventana, el
titiritero Antonio mueve sus símbolos para regocijo de todos. La clave es que,
al igual que el títere de la cachiporra, los iconos escogidos por Helguera son
universalmente reconocibles.
Los cartones de Helguera trabajan en sintonía con la
asociación libre de ideas de quien los ve, pero con una anticipación de tres
segundos. Por eso son, además de hilarantes, queribles: porque desencadenan la
identificación y la complicidad del demonio infantil e irreverente que llevamos
dentro y que pugna por gritar, a través de nuestros labios, lo que todos
queremos decir pero no nos atrevemos: que el poder --institucional, máximo o
mínimo, la Secretaría General de la ONU o el tira de
crucero-- pide mordida a sus súbditos sacadólares, se le pasa la mano, se saca
los mocos con el dedo como cualquiera, pregona una cosa y hace la contraria, es
indolente y güevón a pesar de la corbata, el celular y el coche blindado, y que
aunque la mona se vista de Harvard, mona se queda. En suma, que el Rey va
desnudo.
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