26.8.97

Pecios del siglo


Los últimos rescoldos de la dictadura del proletariado son una hambruna feroz en un remoto país asiático y una vieja cafetera rusa que se desmorona lentamente sobre nuestras cabezas. Mientras los nerds de la NASA pasean su cochecito a control remoto sobre el pedregal marciano, la burocracia espacial de Moscú se truena los dedos para conseguir unos dólares o un mecánico que trabaje de fiado: hay que limpiar un poco el carburador de la estación espacial para que, al menos, dure unos meses más en su nueva condición de casa de huéspedes.

Así termina la carrera espacial con todo y sus resonancias épicas: un robot construido con circuitos de los que venden en las tiendas de computadoras, movido por un grupo de jóvenes ansiosos por reducir costos, y un samovar del tamaño de un departamento de la Narvarte que se cae a pedazos, con riesgo de que alguien salga lastimado.

En los ritmos del desarrollo tecnológico contemporáneo, los once años transcurridos desde la puesta en órbita de la Mir equivalen a algo así como el lapso que separa a Spinoza de Elvis Presley. Recordemos: ¿qué clase de computadora --si alguna-- utilizábamos allá por 1986? ¿Cuántos mortales disponían por esas fechas de teléfono celular? Para colmo, la oncena mencionada corresponde precisamente con los quebrantos y la muerte del socialismo real, y ello explica la falta de mantenimiento a ese alijo de tubos gordos que da vueltas en el vacío y que viene a ser la representación más patética de la utopía difunta.

Los estadunidenses han tenido la oportunidad de sobrellevar con mayor discreción el fin de la edad de oro de su proyecto espacial. Desmantelaron en silencio los enormes cohetes Saturno V --a cuyos lomos llegaron a la Luna media docena de estadunidenses--, desarrollaron su flotilla comercial de transbordadores y se lanzaron a fondo en la carrera de la reducción de costos. Se gastaron decenas de miles de millones en los paseos lunares, y luego poner en Marte las sondas Viking les costó dos mil millones de dólares de los de 1975. Ahora los muchachos del Jet Propulsion Laboratory han logrado una hazaña similar con un presupuesto de apenas 170 millones, una cifra que supera, por cierto, el presupuesto total de la agencia espacial rusa.

Ahora, muerto el chovinismo cósmico de las superpotencias, viene el tiempo de los intereses comerciales que se disputarán el cielo, con los japoneses y europeos en sitio destacado. La construcción de la estación espacial internacional --en la que el papel de Rusia es cada vez más incierto y subordinado-- tiene por objeto primordial desarrollar patentes tecnológicas. De no ser porque las caminatas espaciales ya no suscitan el interés de la teleaudiencia, los astronautas ya tendrían cosidos a sus trajes inflables los logos de Marlboro y Fuji y Quaker State.

Si uno piensa que los carros de fuego utilizados por Washington y Moscú para ir a la Luna y para construir estaciones espaciales eran desarrollos de los misiles intercontinentales que un día habrían de llenar el horizonte de grandes champiñones cegadores, entonces resulta hasta reconfortante asistir al final de ese duelo cósmico que nos tenía a todos con el Jesús en la boca. Pero también es deprimente que no haya podido prosperar, bajo un nuevo aire de entendimiento y cooperación, el esfuerzo sostenido para ocupar y acondicionar las enormes piedras que hay allá arriba. De algún modo, seguimos peleándonos por la posesión de un solo y atestado departamento cuando el resto del edificio está, según los indicios, desocupado. Y no deja de ser triste, también, que tanto juguete tan caro haya sido vendido como chatarra --caso de los cohetes Saturno-- o esté a punto de desbielarse sobre nuestras cabezas, como la Mir. Esos son, a su manera, resúmenes de un siglo abundante en caminos equivocados.

19.8.97

Entre la hiena y el boy-scout


Este ángel exterminador pelado al rape mató a 168 personas --hombres, mujeres y niños, negros, asiáticos y caucásicas, liberales y conservadores, fanáticos de los Dodgers y de los Cardenales, consumidores de la Ford y de la Chrysler-- mediante una carga de nitrato de amonio colocada en una pick-up roja. Fue una carnicería cuidadosamente concebida, planificada y ejecutada. Fue un acto político en protesta por la matanza de davidianos en Waco, ocurrida meses antes debido al fanatismo de los sitiados y a la impericia de los agentes del FBI. Fue tal vez una expresión de enojo ante los designios secretos de la ONU (minuciosamente documentados en el libro The Turner Diaries y en las tertulias de ''Las Milicias'') convertir a Estados Unidos en un país socialista.

La semana pasada, a cambio de su hazaña, Timothy James McVeigh, un joven patriota del tipo caucásico, veterano condecorado de la Tormenta del Desierto, fue condenado a morir por inyección letal por una corte de Denver, Colorado.

A lo largo del juicio correspondiente llovieron testimonios sobre los sufrimientos de los niños que fueron afectados por la explosión en el edificio federal de Oklahoma; se habló sobre ropa con componentes sintéticos que hubo que arrancar, con todo y piel, a los pequeños; de abuelos mutilados e hijas fallecidas.

Al mismo tiempo, la defensa presentó las facetas humanas y hasta entrañables de ese campeón del terrorismo nacional (proudly assembled in USA) hasta convertirlo a ojos de todo el mundo en un chico responsable, aunque un tanto tímido y retraído, un iniciado en los misterios paranoicos del survivalism y en las rutinas de fisicoculturismo, un vecino modelo, comedido con las viejitas, producto típico de la generación de los divorcios y que, sin embargo, tuvo la entereza de espíritu suficiente para hacerse camino en la vida e inscribirse a la Asociación Nacional del Rifle.

Entre la imagen de la hiena y la del boy scout de derechas no hubo mediaciones. Este representante de la saludable juventud estadunidense va a ir al matadero porque, en un momento de ofuscación, se equivocó en sus juicios y sus actos. Punto.

Por supuesto, en el proceso legal no se dijo una sola palabra sobre el sistema de valores que hace de puente entre uno y otro extremos, entre el chacal y el buen muchacho. Nada sobre las docenas de películas en las que jóvenes bienintencionados rescatan a la patria, amenazada por conspiraciones truculentas, a punta de violencia extrema. Nada acerca de las engañifas de que se valió Washington para mandar al Golfo a sus propios soldados y a los de otras veinte naciones. Nada sobre toda la mierda ideológica que se respiró en Estados Unidos durante la docena trágica de la Revolución Conservadora, empezando por la guerra de las galaxias contra el imperio del mal y terminando por los atropellos contra Libia, Grenada, Nicaragua, Panamá y otras naciones pequeñas, remotas y miserables que fueron convertidas en ''amenazas a la seguridad nacional'' del Estado más poderoso del planeta. Nada sobre el racismo palpitante que se da rienda suelta en las comisarías de Nueva York y en las fiestas de Virginia.

Ahora la sociedad estadunidense se dispone a inyectar en el torrente sanguíneo de su criatura McVeigh alguna sustancia venenosa para que el muchacho de cabeza rapada deje de respirar y se muera. Se trata de una práctica que el propio McVeigh aplaudiría, de no ser porque va a realizarse en su propio pellejo. Así, la justicia piensa escarmentar y disuadir a futuros terroristas: enseñándoles que la venganza es un asunto aceptable y necesario, que hay que matar seres humanos para resolver algunos problemillas sociales y que la autoridad tiene siempre la razón.

A ver cuándo terminan.

12.8.97

Netanyahu y Hamas, los aliados


El viernes 22 de octubre de 1993, en un salón del Hotel Rey David, en Jerusalén, Shimon Peres, por entonces ministro de Exteriores de Israel, dijo ante un grupo de periodistas de varios continentes que la paz entre su país y los árabes no sólo era necesaria sino incluso inevitable. El político laborista formuló allí una expresión hermosa: dijo que Israel, Jordania y Palestina estaban llamados a formar un ''triángulo fértil'' del cual habría de irradiar la paz y el desarrollo económico a todo Medio Oriente.

Ahora, a cuatro años y muchos muertos de distancia, entiendo que ''la paz inevitable'' era sólo un recurso verbal para apuntalar el fragilísimo proceso de entendimiento que se había iniciado, unos meses antes, entre el gobierno israelí y su enemigo público número uno. Yitzhak Rabin y el propio Peres tuvieron la genialidad de descubrir que ese enemigo era en realidad el mejor aliado en potencia con el que podía contar Israel en un entorno generalizadamente hostil o, en el mejor de los casos, indiferente.

Cuatro años y muchos muertos después de aquellas palabras, un nuevo gobierno en Israel ha restituido a la entidad palestina en su papel de enemigo y ha causado, con ello, el mayor daño que pudiera causarse a la seguridad del Estado judío. Ante la posibilidad de aliarse con Yasser Arafat para combatir al terrorismo palestino --y al israelí, que no sólo mata árabes sino también judíos, empezando por el propio Rabin-- Benjamin Netanyahu ha optado, en cambio, por igualarse con Hamas y Hezbollah en el empeño de destruir el germen de patria palestina, el tercer vértice del triángulo fértil y de la paz regional.

Ciertamente, y por fortuna, tras el reordenamiento o desordenamiento inducido por la guerra del Golfo Pérsico, no habrá en mucho tiempo un nuevo frente bélico de los árabes contra Israel. Y aunque la ausencia de guerra no necesariamente quiere decir paz, Netanyahu actúa como si esta certeza fuera la única a tener en cuenta y la aprovecha para tensar al máximo la hostilidad contra la población y las autoridades palestinas: provocación tras provocación, humillación tras humillación, desafío tras desafío. Y mientras Arafat apura cálices en medio de una impotencia cada día más peligrosa, los todavía partidarios de destruir al Estado judío se nutren de los agravios para lanzarse a sí mismos, enfundados en dinamita, sobre aglomeraciones de israelíes inermes.

Antes que el actual primer ministro llevara al terreno de los actos de gobierno su crítica al proceso de paz impulsado por sus antecesores y adversarios, otros círculos de la ideología del Eretz Israel se hicieron un juicio igualmente desfavorable de la conciliación con los palestinos, mataron al ''traidor'' Rabin y con ello privaron al bando de la paz del más pragmático y necesario de sus políticos.

Nada sería ahora más propicio para los bandos de la guerra --el Likud, Hamas y la Jihad-- que una repetición de esa historia abominable del lado palestino y que, por agotamiento político o por muerte violenta, el ''traidor'' Arafat y lo que él representa --la conformación pacífica de un Estado palestino-- salieran del escenario. A ojos de todo el mundo Netanyahu trabaja para propiciar la primera de esas eventualidades. Y muy probablemente los profesionales del descuartizamiento en nombre de Dios se preparan, en las sombras, para perpetrar la segunda.

5.8.97

Drogas: la coartada que viene


''Si la lucha de México contra las drogas fuera lo suficientemente exitosa como para detener el flujo de dinero lavado por medio del sistema financiero mexicano, podría desestabilizar seriamente la economía'', dice un reporte de la revista Latin Trade, de Miami, en su más reciente edición mensual. Esta publicación considera que la inyección de narcodólares a la economía nacional es del orden de entre 10 y 15 mil millones de dólares anuales, equivalente a entre el 3 y el 5 por ciento del PIB.

La publicación va más allá. Afirma que ''para una nación en desarrollo que ha promediado un crecimiento anual del PIB de apenas 4 por ciento en los cinco años anteriores a la crisis de 1995, este flujo de dinero representa la diferencia entre el crecimiento y el estancamiento, o peor aún, la recesión en el nivel macroeconómico''.

Tanto el volumen estimado de las narcoganancias como la inferencia comentada pueden ser correctos. En las marañas económicas mundiales y nacionales los flujos monetarios procedentes del crimen se mezclan con las cuentas de la beneficencia. Los mercados especulativos y financieros no pueden ni quieren diferenciar entre los dólares buenos y los dólares malos y los beneficios ilícitos de los narcos, los proxenetas y los piratas conviven e interactúan en son de paz con los dineros legales, públicos o privados. Recabar indicios de una operación de lavado implica una ardua tarea de seguimiento a la inversa: primero pillan al delincuente y luego le siguen la pista a sus fondos. Proceder a la inversa --dar con un infractor de la ley por medio del análisis de la masa nacional de transacciones bursátiles, bancarias, inmobiliarias, cambiarias y comerciales, por ejemplo-- sería tan improcedente como investigar a todos los usuarios del metro para descubrir a un carterista.

Así son las cosas en México, pero también en Francia, en Australia y en Estados Unidos. El papel moneda, a menos que se trate de una falsificación, es intrínsecamente legal, así sea producto de un atraco bancario o de un rescate por un secuestro, y los delincuentes están tan conscientes de ello que siguen robando bancos y secuestrando a personas acaudaladas.

La única diferencia estriba en los volúmenes de ganancias ilegítimas, producto del tráfico de drogas, que se blanquean en los respectivos sistemas financieros: mientras que los que se dirigen a México son del orden de decenas de miles de millones, en Estados Unidos tales volúmenes son de centenares de miles de millones de dólares que, éstos también, concurren de manera significativa a la bonanza económica del país vecino.

No deja de resultar extraño, entonces, el empeño de Latin Trade de singularizar el caso mexicano cuando en sus propias narices, en los propios centros financieros de Miami, esta publicación económica tiene sobrados ejemplos de la contribución de los narcodólares a la salud financiera de ese estado y de la Unión Americana en su conjunto. Curiosamente, la revista no sugiere que la lucha contra las drogas en Estados Unidos pudiera llevar a un descarrilamiento de la economía más grande del mundo.

Una explicación posible a este afán de singularizar y delimitar el problema a México puede ser la gestación de una nueva coartada que sería inapreciable a los sectores de la clase política estadunidense que, por convicción o cálculo convenenciero, insisten en situar el asunto de las drogas exclusivamente en el ámbito latinoamericano y emprenden, en consecuencia, campañas de culpabilización contra las naciones de la región --productoras de droga o rutas de tránsito--, a las cuales atribuyen la responsabilidad por el deterioro físico y mental de los consumidores estadunidenses.

Pero si se aplica la misma lógica de Latin Trade al gobierno estadunidense, habría que concluir que éste tiene centenares de miles de millones de motivos para no ser eficaz en el combate a las drogas.