12.8.97

Netanyahu y Hamas, los aliados


El viernes 22 de octubre de 1993, en un salón del Hotel Rey David, en Jerusalén, Shimon Peres, por entonces ministro de Exteriores de Israel, dijo ante un grupo de periodistas de varios continentes que la paz entre su país y los árabes no sólo era necesaria sino incluso inevitable. El político laborista formuló allí una expresión hermosa: dijo que Israel, Jordania y Palestina estaban llamados a formar un ''triángulo fértil'' del cual habría de irradiar la paz y el desarrollo económico a todo Medio Oriente.

Ahora, a cuatro años y muchos muertos de distancia, entiendo que ''la paz inevitable'' era sólo un recurso verbal para apuntalar el fragilísimo proceso de entendimiento que se había iniciado, unos meses antes, entre el gobierno israelí y su enemigo público número uno. Yitzhak Rabin y el propio Peres tuvieron la genialidad de descubrir que ese enemigo era en realidad el mejor aliado en potencia con el que podía contar Israel en un entorno generalizadamente hostil o, en el mejor de los casos, indiferente.

Cuatro años y muchos muertos después de aquellas palabras, un nuevo gobierno en Israel ha restituido a la entidad palestina en su papel de enemigo y ha causado, con ello, el mayor daño que pudiera causarse a la seguridad del Estado judío. Ante la posibilidad de aliarse con Yasser Arafat para combatir al terrorismo palestino --y al israelí, que no sólo mata árabes sino también judíos, empezando por el propio Rabin-- Benjamin Netanyahu ha optado, en cambio, por igualarse con Hamas y Hezbollah en el empeño de destruir el germen de patria palestina, el tercer vértice del triángulo fértil y de la paz regional.

Ciertamente, y por fortuna, tras el reordenamiento o desordenamiento inducido por la guerra del Golfo Pérsico, no habrá en mucho tiempo un nuevo frente bélico de los árabes contra Israel. Y aunque la ausencia de guerra no necesariamente quiere decir paz, Netanyahu actúa como si esta certeza fuera la única a tener en cuenta y la aprovecha para tensar al máximo la hostilidad contra la población y las autoridades palestinas: provocación tras provocación, humillación tras humillación, desafío tras desafío. Y mientras Arafat apura cálices en medio de una impotencia cada día más peligrosa, los todavía partidarios de destruir al Estado judío se nutren de los agravios para lanzarse a sí mismos, enfundados en dinamita, sobre aglomeraciones de israelíes inermes.

Antes que el actual primer ministro llevara al terreno de los actos de gobierno su crítica al proceso de paz impulsado por sus antecesores y adversarios, otros círculos de la ideología del Eretz Israel se hicieron un juicio igualmente desfavorable de la conciliación con los palestinos, mataron al ''traidor'' Rabin y con ello privaron al bando de la paz del más pragmático y necesario de sus políticos.

Nada sería ahora más propicio para los bandos de la guerra --el Likud, Hamas y la Jihad-- que una repetición de esa historia abominable del lado palestino y que, por agotamiento político o por muerte violenta, el ''traidor'' Arafat y lo que él representa --la conformación pacífica de un Estado palestino-- salieran del escenario. A ojos de todo el mundo Netanyahu trabaja para propiciar la primera de esas eventualidades. Y muy probablemente los profesionales del descuartizamiento en nombre de Dios se preparan, en las sombras, para perpetrar la segunda.

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