3.3.98
Antrax en Las Vegas
Para Carlos Payán
Habría que cotejar lo ocurrido en Las Vegas el pasado 19 de febrero con la delicada tarea de construcción de pretextos que ha venido efectuando el gobierno de Estados Unidos para propinarle un nuevo coscorrón bélico a Sadam Hussein, incluso a contrapelo de las gestiones del secretario general de la ONU ante el gobernante iraquí. En la fecha y el sitio mencionados, el FBI les echó el guante a Larry Waynes Harris y William Leavitt, dos cincuentones ultraderechistas que tenían en su poder un frasco lleno de virus de ántrax, suficiente, según lo confió el propio Harris a un testigo, como para matar a todos los habitantes de la ciudad casino. Ambos se encontraban allí tratando de adquirir un complejo equipo de laboratorio --por el cual ofrecieron la bonita suma de 20 millones de dólares--, no se sabe si para verificar la efectividad de sus juguetes o para producir más de esa plastilina altamente mortífera.
El abogado de Levitt describió a su cliente como ''un líder cívico que va a misa y está interesado en combatir enfermedades mortales como el ántrax y el sida''. Parece extraño, sin embargo, que para lograr sus objetivos este ángel se haya asociado con Harris, el cual pertenece al grupo racista Aryan Nations y tiene como antecedente inmediato el haber planeado esparcir una plaga de peste bubónica en el metro de Nueva York con el propósito de hacer aparecer al gobierno de Bagdad como responsable del ataque y de los cientos de miles de muertos que éste habría causado.
Ahora que estos ciudadanos del Paraíso fueron capturados con la manzana en la mano, la serpiente ya no tiene mucha importancia. Los guardarán, a ambos, y esperarán un tiempo prudente. Cuando hayan acumulado canas y dioptrías, serán puestos en libertad y muy probablemente se habrán vuelto inofensivos. Nadie ha muerto intoxicado, y nadie se ha hecho daño con esos juguetes biológicos que debieran requerir la estricta supervisión de un adulto.
Washington está necio, desde hace meses, con la idea de bombardear Irak para obligarlo a renunciar de una vez por todas a su producción de armas químicas y biológicas y, sobre todo, a su arrogancia. Mientras se apresuran los preparativos para esa guerra rápida, un par de gringos comunes se pasea por Las Vegas, entre máquinas tragamonedas y ofertas de langosta, llevando en la cajuela una cantidad de ántrax suficiente para hacer que todos los habitantes y visitantes de esa ciudad tórrida pierdan la apuesta gorda de una vez por todas.
Es razonable alarmarse por las bravuconadas de Hussein, sobre todo si se toma en cuenta que ya en una ocasión ordenó que se rociara con un aerosol de muerte masiva a la población kurda de su país.
Pero ahora hay que tomar en cuenta, además, que en el propio territorio de Estados Unidos los judíos de Nueva York (y junto a ellos, los negros, los latinos, los italianos, los anglosajones, los griegos y otros) corren un riesgo al menos equivalente al que enfrentaron los habitantes de Israel cuando Hussein les aventó en la cabeza los tristemente famosos cohetes Scud, y que ese peligro no proviene de Irak, sino de un fascista que hasta el jueves pasado se paseaba alegremente por la Unión Americana (Nueva York, Maryland, Las Vegas) con un frasco lleno de ponzoña concentrada. ¿Es el único?
Vistas así las cosas, la frustrada travesura de Harris y Leavitt, y su feliz captura, viene a restarle seriedad a la guerra que está en proceso de organización o, por lo menos, a los alambicados argumentos con que se ha pretendido justificarla: ¿Evitar que Irak se haga de armas químicas o biológicas? Por favor, si la clave para la producción de ántrax es ir a Las Vegas a gastarse 20 millones de dólares en equipo de laboratorio, hay que admitir que son muchos los chicos inquietos de este mundo que están en posibilidad de lograrlo (piensa, FBI, piensa: racistas al estilo Harris, narcos, protomártires propietarios de sectas religiosas, por ejemplo) y que no va a ganarse gran cosa con bombardear Irak hasta dejarlo plano como estacionamiento de supermercado.
Si la catástrofe de Oklahoma no hubiera sido prueba suficiente, ahora Washington tiene nuevas evidencias de que en la ultraderecha de la sociedad estadunidense hay estamentos y personas con mucha más capacidad ofensiva contra su propio país que cualquier gerifalte de Medio Oriente. ¿O qué sigue? ¿Sostener que dos gringos con la cajuela del coche llena de ántrax fueron sembrados en Las Vegas por los servicios secretos iraquíes?
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