7.7.98
Eskatos
Parece que ahora sí la humanidad está por llegar a su término. Diríase que, entre los nervios agónicos de las eliminatorias futboleras y las luces cada vez más rojas que emiten las economías del lejano oriente y los terremotos mortíferos en Turquía, la carrera atómica entre dos naciones harapientas y un Clinton que se empeña en celebrar nada con sus amigos chinos, una enorme planta va a posarse sobre la humanidad justo el día del estreno de Godzilla.
En el acontecer de todos los días, cada país encuentra evidencia suficiente de que la Gran Final está próxima: el derrumbe escatológico tiene cara de colapso ambiental con pájaros y delfines fallecidos, de mortandad humana por virus invencibles, de tragedia cromosómica a causa de experimentos con bioingeniería o de quiebra masiva de mercados bursátiles.
Los apocalípticos más humildes --que, curiosamente, son también, los más despabilados desde el punto de vista mercadotécnico-- preconizan que de aquí a quinientos días los sistemas de cómputo del planeta sucumbirán a su propia incapacidad para procesar la fecha fatídica y entrarán en una etapa de regresión: lo de menos serán los fallos en los cajeros automáticos y en las cajas del supermercado; lo más grave ocurrirá cuando se borre la memoria de las torres de control y los aviones caigan al suelo, los trenes choquen entre ellos a causa de los errores en los sistemas de control y las consolas maestras de las presas ahoguen a los pueblos de los alrededores. A estas alturas los datos están tan embrollados que no se sabe si ha llegado el momento de hacer un hueco en el baño para sembrar lechugas, zanahorias y otros cultivos de autosubsistencia, o si todo este ruido de trompetas del Juicio Final es una estrategia brillante para vender consultorías de a 300 dólares la hora.
Lo malo de todo este barullo mundial es que no siempre son claras las diferencias entre un ministro de Economía y un charlatán. Los individuos capaces de profetizar cualquier cosa han entrado --por la puerta mediática, para colmo-- a los ámbitos político y empresarial y, en correspondencia, los políticos y los empresarios no vacilan en echar mano del susto colectivo cuando sus votos o sus réditos empiezan a ir a la baja. Tal vez el arte de la persuasión esté cediendo su lugar a la tecnología del chantaje --electoral, político, comercial--, que es más sencilla y ahorra el uso intensivo de recursos humanos.
Por las razones que sea, en donde quiera se respira un aire melancólico de vals postrero a bordo del Titanic. Lo milagroso es que, en ese aire, no se hayan multiplicado, hasta donde se sabe, las agencias de viajes a la eternidad que ofrecen a precios de charter el suicidio colectivo, o por lo menos los planes para organizar las fiestas del 31 de diciembre del 99 en sótanos blindados repletos de latas de atún, galones de agua purificada y rollos de papel de baño.
A quienes no ocupamos un asiento en la ONU o en el consejo de administración de Microsoft o en algún congreso nacional o local nos queda, como consuelo, que el ingreso de la mercancía apocalipsis al mercado masivo no deja de agregar un excitante toque de tensión narrativa en el guión más o menos aburrido de nuestras pequeñas existencias.
A ver.
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