El domingo, tres ángeles de la Anunciación sobrevolaron
durante tres horas el área donde resido. Todavía tengo grabadas en los tímpanos
las vibraciones de sus rotores y turbinas. Aprendí que Dios habla y se expresa
con el ruido de aspas del helicóptero Bell que protege a su
Vicario. En eso se resume la enseñanza teológica y tecnológica de estos días de
feria sagrada para un bicho que permanece al margen de revelaciones, que casi
nunca abandona la superficie del planeta y que, cuando va al Cielo, no viaja en
la cabina de mando sino en un asiento de clase turista.
Por lo demás, la visita papal me dejó la certeza que la
disputa universal por el centro político en este continente ha sido ganada en
forma trascendente ųes decir, de aquí a mucho tiempoų por la Iglesia Católica.
Ninguna otra corporación política, ninguna sucesión de dirigentes como la
estirpe de pontífices romanos, han sido capaces de generar un discurso tan
brillantemente ambiguo ni tan centrado en la condenación de (casi) todos los
excesos. Lo digo con admiración pero también con tristeza, porque la victoria
vaticana pone en las sociedades un sello inmovilista y totalitario acompañado,
en el mejor de los casos, de un aroma tenue de amor al prójimo. "No hay
más fe que la nuestra" pueden pregonar ahora, a la luz de los arrasadores
éxitos de su planilla en lo ideológico, lo político, lo económico y lo
comercial, los hombres del Vaticano en América. En la era moderna,
protestantes, budistas, ortodoxos o chamanes pueden dar gracias a Dios de que
la Iglesia Universal haya renunciado, con esa generosidad característica de los
vencedores, a su potestad de mandarlos a la hoguera, y que les dé permiso para
la existencia, siempre y cuando no rebasen los ámbitos marginales del mercado
espiritual.
Con una reserva asegurada de cientos de millones de almas, y
tras su transición triunfante a los temas contemporáneos, la Iglesia Católica
puede darse el lujo incluso de mantener la infalibilidad de su jefe máximo. Y
éste ya dijo que condones no, ordenación de las mujeres no, divorcio no,
matrimonio de religiosos(as) no, Teología de la Liberación no, despenalización
del aborto no, y otras negativas con las que habremos de convivir, por lo menos
de aquí a que en el Juicio Final una instancia superior rectifique los términos
del Papa.
En mi texto anterior mencioné a León Toral como sujeto de un
inexistente proceso de canonización, equívoco que un amable lector me señaló
por la vía del correo electrónico. Ofrezco una disculpa por el dislate.