Prueba del desempeño multinacional de la Unión Europea: una
formación política racista llega al cogobierno en Viena, sus contenidos
profundos se expresan en una revuelta histérica en Almería y la mayor
manifestación de repudio tiene lugar en Bruselas.
La Europa comunitaria conjuga muchas historias nacionales y
eso no sólo implica una megafusión de tendencias civilizatorias, sino también
una enorme amalgama de rencores viejos. Los nazis light del Partido Liberal
austriaco, en cuyo discurso Hitler no era un chico tan malo como se piensa, son
los críos de la derrota del Tercer Reich. La animalada popular que en El Ejido
se lanzó a apalear magrebíes a tontas y a locas evoca la furia destructora de
la reconquista peninsular consumada por los Reyes Católicos. Con un agravante:
esos andaluces agrarios que ahora encarnan la España profunda están
emparentados ųles guste o noų con sus perseguidos del momento. Cuando el núcleo
histórico de los españoles contemporáneos era apenas una horda de bárbaros, los
moros de El Andalus producían a Averroes y construían una cultura refinada
cuyas huellas aún perduran entre los pobladores de la región.
Desde luego, esta triste paradoja de las tendencias a la
exclusión que se desarrollan en la Europa de la convivencia tiene también puntos
de apoyo en un presente incierto en el que el empleo, la seguridad y el
bienestar han dejado de ser conquistas perdurables para transformarse ųsi
acasoų en estadios fugaces que cualquier estornudo global puede desvanecer.
Primera moraleja: los europeos no han estado construyendo un megapaís porque se
sientan cómodos en el planeta, sino porque se sienten amenazados. La unión
multinacional no es un territorio abierto, sino un ensayo de confederación con
olor a burgo o, mejor dicho, a búnker, a fortaleza cerrada para resistir los
embates de la globalidad externa.
La globalización interior, por llamarle de alguna manera,
permite a las sociedades de todos los Estados integrantes de la Unión
manifestarse contra el gobierno conservador de Viena, que ha aceptado socios
neonazis, así sea por mandato popular. (El Partido Nacional-Socialista también
tuvo, en su momento, una coartada electoral). El mayor frente de resistencia a
los admiradores austriacos de Hitler no está en Austria, sino en el resto de
Europa occidental. Pero es una pena que el repudio regional a la formalidad
política de Viena no se repita ante las muestras prácticas de xenofobia en el
sur de España. Diríase que a los europeos les molesta más un partido que se
reconoce racista que una sociedad que demuestra serlo.
Para terminar, es lógica y plausible la reacción del
gobierno de Israel ante la conformación, en Austria, de un gobierno que
representa, por sus tendencias declaradas, una amenaza potencial contra los
judíos. En cambio, la pasividad de los gobernantes árabes y, particularmente,
la del pirruro que reina en Marruecos, ante las palizas que sus conacionales
reciben en Andalucía, resulta deplorable, cobarde y abyecta.