Ahora
que la razón y la bondad han
triunfado sobre el terrorismo mundial, y cuando no debiera haber motivos para
la infelicidad en el planeta, las calles de Israel se llenan de pedazos de
carne humana cuya procedencia --judía o musulmana-- es difícil de establecer.
Los tejidos carecen de pasaporte o documento de identidad y la tarea de
identificar los fragmentos obstaculiza la realización de los funerales de las
víctimas en forma adecuada y como Dios manda. El premier Ariel Sharon, el
secretario general Kofi Annan y el secretario de Defensa de Estados Unidos,
Donald Rumsfeld, opinan que la responsabilidad por estas jornadas de pesadilla
recae sobre Yasser Arafat, el presidente de la así llamada Autoridad Nacional
Palestina (ANP), una sigla que ni es autoridad ni es nacional, por más que sea
indudablemente palestina.
No sería
fácil rebatir las acusaciones de ineptitud contra Arafat, pero sería injusto
limitarlas a ese dirigente. Si la tarea principal de los políticos, gobernantes
y funcionarios es resolver conflictos para procurar y mantener la convivencia
pacífica en una sociedad y entre sociedades distintas, la clase política de
Israel es igual de incapaz que el conjunto de las dirigencias palestinas, y no
menos que los directivos de la ONU, empezando por el cada vez más babeante Kofi
Annan. El señalamiento tendría que alcanzar, además, a quienes han ocupado la
presidencia y las secretarías de Estado y de Defensa de Estados Unidos en los
últimos cuarenta años, ninguno de los cuales ha podido o querido secretar una
idea mínimamente viable para resolver el viejo conflicto entre israelíes y
palestinos.
Uno
supondría que, después de tantos muertos y de tanto sufrimiento de los vivos,
el gobierno de Israel, la dirigencia palestina y los principales actores
internacionales --Washington, la ONU, la Unión Europea-- tendrían que convertir
en prioridad central el cese de la violencia entre esos grupos humanos y
tomarse unos días de buena voluntad e inteligencia para ponerle fin a esta
carnicería espantosa. Pero con toda la destrucción transcurrida, con toda la
sangre derramada, con todas las noches de zozobra del Estado judío y con todas
las horas y los días y los años de encarcelamiento nacional del pueblo
palestino, es difícil creer que la paz sea un objetivo apetecible para unos,
para otros o para todos los que tienen un poder real de decisión ante el drama
de Medio Oriente.
Pudiera
ser que árabes y judíos hubieran sido genéticamente programados --por Jehová,
Alá o el nombre de Dios que quieras-- para descuartizarse eternamente unos a
otros. Si así fuera, habría que revisar un par de cosas en la ética, la
filosofía y las teologías imperantes y admitir que el mundo es un sitio mucho
más próximo al infierno de lo que suele admitirse. En lo personal, me parece
más razonable suponer que los políticos y dirigentes de ambos bandos, más los coadyuvantes
de fuera, han fallado en su tarea, ya sea porque piensan que la paz es un mal
negocio o porque son pavorosamente ineptos. Si es así, los ciudadanos de Israel
y los palestinos --que siguen siendo los ciudadanos de la nada-- tendrían que
cambiar de liderazgos como condición necesaria para encontrar las fórmulas que
les permitan convivir en paz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario