3.12.02

Diciembre


Ahora empieza la recta final del año y es tiempo de hacer balances sobre este 2002 capicúa, palíndromo numérico que empieza y termina en dos bandos confrontados en una guerra, un puente de 12 peldaños entre dos fábricas de escombro, pantano de calma chicha que comunica dos cenagales de recesión. En lo personal los afortunados del año son los que no empeoraron: quienes todavía tienen casa, familia o país; los que sobrevivieron al desempleo; los náufragos de los recortes presupuestarios; aquellos cuyos hogares no estuvieron en la mira de los aviones de Bush y de Sharon, en los planos de los grupos terroristas ni en los cálculos cotidianos de riesgo/beneficio que realiza la delincuencia desatada; los que no sufrieron la invasión de sus organismos por una cadena de aminoácido que mina las defensas, destruye el círculo social, corroe las esperanzas y acaba con la vida.

Vendrán años mejores. A saber si el próximo, o el siguiente, o alguno en esta década de incertidumbres en la que pisamos, sin acostumbrarnos, el suelo del siglo XXI. Entre las naciones, como entre los niños, las expectativas no terminan nunca, y los segundos empiezan, por estos días, a estrenar su lenguaje en peticiones verbales, cartas o pliegos petitorios --según el índice de desarrollo y la pertenencia a un nicho social determinado-- para Santa Claus o los Reyes Magos. Clara está pensando en un telescopio y en un modelo particularmente espantoso de Barbie y me parece que Sofía se inclina más bien por una muñeca llamada Comiditas. Los anhelos de las dos son merecedores de respaldo incondicional (si alcanza el presupuesto, claro) y hasta de emulación.

Sería saludable para el planeta, por ejemplo, que George W. Bush y Saddam Hussein tuvieran en mente unas muñecas para sentirse realizados y en paz consigo mismos. Pero el presidente de Estados Unidos quiere tener, al pie de su arbolito de Navidad, la cabeza del líder iraquí asentada en hielo seco y metida en una caja de cartón, y Saddam tal vez no haya escrito cartas a Santa Claus porque éste no sabe de caligrafía árabe y porque sería un desprestigio, para el gobernante de los iraquíes, cartearse con una figura tan ajena al Islam. En todo caso, Saddam podría reivindicar las tesis que fijan el origen de los Reyes Magos en Babilonia, cuyas ruinas se encuentran convenientemente situadas para efectos de esta fábula, 90 kilómetros al sur de Bagdad. Y acaso, en los cuartos de hora en los que los inspectores internacionales lo dejan solo con su fisiología, Saddam esté pidiendo más misiles, radares y gases tóxicos de los que podrían transportar un camello, un caballo y un elefante.

Habrá mejores tiempos, también, para los niños que se están muriendo de hambre en Jujuy, y a quienes los Reyes Magos, Santa Claus y el Fondo Monetario Internacional han dado la espalda, para los audaces que creyeron en las promesas de respaldo oficial a los changarros y ahora no tienen con qué terminar este año sórdido y confuso, para los pescadores de Galicia a los que una empresa petrolera les arruinó el cardumen o para los familiares inocentes de algún terrorista palestino a quienes Sharon les demolió la vivienda en una venganza cruel y estúpida.

Es poco lo que podemos hacer, en casa, para quitarnos el sabor amargo de este 2002 que ya empieza a terminarse y en cuya recta final todavía puede darnos más sorpresas desagradables. Hacernos el recuento, en todo caso, ir a comprar los juguetes que traen obsesionadas a las niñas y entender que éste no ha sido un año bueno, pero que vendrán mejores.

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