20.3.06

Damas del tiempo

  • Hiparquia y la “Reina Mora”

Enésimo homenaje de Navegaciones a François de Montcorbier:

Díganme, ¿dónde, en qué país
está Flora, la bella romana,
Hiparquia, o bien Thaís,
que fue su prima hermana,
Eco, que habla cuando se hace ruido
sobre el ríos y el estanque
y que belleza tuvo más que humana?
¿Dónde están las nieves de antaño?

¿Dónde está la sabia Eloísa
por quien fue castrado y después monje
Pedro Abelardo en Saint Denis
y que por su amor sufrió escarnio?
Asimismo, ¿dónde está la reina
que ordenó que Buridan
fuese echado en un saco al Sena?
¿Dónde están
las nieves de antaño?

Filósofa pionera

Doy por buena la interpretación de Dante Gabriel Rossetti, quien cuatro siglos después de escrita la Balada de las Damas de Antaño, identificó a la “Archipiades” mencionada por el autor como Hiparquia, contemporánea y “prima hermana”, en sentido figurado, de Thaís, cortesana ateniense que fue amante de Alejandro Magno. Hiparquia de Maronea (circa 300 a.C.), mujer bella entre las bellas, aguda como una navaja y pareja amantísima del cínico Crates. Procedente de una familia adinerada, esta joven se enamoró del filósofo hediondo y teporocho (“tipo harapiento de los barrios bajos de la ciudad de México”, dice el piadoso Gómez de Silva, dejando de lado las aficiones etílicas terminales que evoca este adjetivo) y amenazó a sus padres con suicidarse si no la entregaban a él. El propio Crates trató de evitar el desatino de su admiradora: “le advirtió que vivía como los perros, por las calles, y que buscaba huesos en los montones de basura; que nada de su vida en común sería ocultado y que la poseería públicamente cuando tuviera ganas, como lo hacen los perros con las perras”, escribió Marcel Schwob en las Vidas imaginarias. Pero la chava no desistía, así que Crates, quien “se había acostumbrado a las llagas y lo único que lamentaba era no tener un cuerpo lo suficientemente flexible como para podérselas lamer”, apeló a un recurso extremo: se plantó frente a ella, se despojó de sus harapos, le mostró su humanidad macilenta y le dijo: “Éste es el novio, ésta es su hacienda, delibera ante ésta situación; porque no serás mi compañera si no te haces con los mismo hábitos”. Pero Hiparquia porfió en su pasión, se consiguió unos trapos igual de sucios que los que el filósofo acababa de dejar en el suelo y, en lo sucesivo, ya no se despegó de Crates.

Iban juntos a los reventones de los pensadores, hacían el amor en público y entablaban feroces discusiones con otros filósofos. A uno de ellos, llamado Teodoro el Ateo, que la molestaba con observaciones misóginas, Hiparquia le asestó un sofisma sangriento: lo que no sería considerado un delito si lo hiciera Teodoro, tampoco será considerado delito si lo hace Hiparquia; Teodoro no comete delito si se golpea a sí mismo, luego tampoco lo comete Hiparquia si golpea a Teodoro. “Parece que esta Hiparquia –prosigue Schwob-- fue buena y compasiva con los pobres. Acariciaba a los enfermos; lamía sin la menor repugnancia las heridas sangrantes de los que sufrían, convencida de que eran para ella lo que las ovejas son para las ovejas. Si hacía frío, Crates e Hiparquia se acurrucaban con los pobres y trataban de trasmitirles el calor de sus cuerpos. No sentían ninguna preferencia por los que se acercaban a ellos. Les bastaba con que fueran hombres.”

“Tanta fue la devoción y el entusiasmo con el que se entregó a la filosofía, que los cínicos, cuando murió, instituyeron en su recuerdo una fiesta que se celebraba anualmente en Atenas, en la Stoa Poikíle (el Pórtico Decorado), con el nombre de Kynogámia o día de la incorporación de la mujer al mundo de la filosofía cínica”, cuenta, por su parte, el ensayista argentino Arturo Andrés Roig. Recordada seas, filósofa pionera, bella de antaño, Dama del Tiempo.

Tuve la idea de dedicar una o dos columnas a algunas mujeres de antaño (reales o míticas) por la súbita presencia, en el panorama noticioso de hace unos días, de la enigmática Dama de Elche, de la terrible Sekhmet y de Nefertiti, la del cuello de gacela. Las estrofas de Villon citadas al principio aportan además los nombres de Eco, Eloísa (en orden alfabético, no sean celosas) y la alusión (la reina que ordenó echar a Buridan al Sena) a Margarita de Borgoña, esposa de Luis X, y de la cual ya me había ocupado, creo, en febrero del año pasado. Pequeño misterio: la columna correspondiente (“Extrapolaciones y burros”), que según mis registros tendría que estar en el ejemplar de La Jornada del 3 de febrero de 2005, desapareció de Internet y no he logrado dar con ella. Sé que no la soñé, porque tengo completo el archivo en Word, además de las ilustraciones correspondientes; tal vez la escribí y no la mandé nunca. Si alguien recuerda haberla leído, le agradecería enormemente que me sacara de la duda. Pero sigamos con otra de las hermosas.

“Los labios conservan también restos de su color rojo. Está hecha de caliza fina, amarillenta y la cara tiene el color natural de esta piedra, probable color natural de su tez”. Dos mil quinientos años después de haber recibido su maquillaje original, la Dama, descubierta en 1897 en el lugar que los árabes llamaban Alcudia y los romanos Illici Augusta Colonia Julia, todavía ostenta la marca del lápiz labial, y se apresta a volver a su terruño después de haber vivido en París (Museo del Louvre) y Madrid (museos del Prado y Arqueológico). En 1941, en vísperas de la invasión alemana a Francia, los regímenes de Pétain y de Franco negociaron la vuelta de la Dama a tierras españolas; a cambio, el Criminalísimo dio al traidor francés un cuadro de Velázquez y otro de Murillo. El pasado 19 de enero la ministra española de Cultura, Carmen Calvo, anunció que la Dama iría de visita a Elche, ciudad alicantina (Valencia) de tres nombres (Illici en latín, Elche en árabe, Elx en valenciano), en donde será exhibida a partir del 18 de mayo en el Castillo de Altamira, sede del Museo Arqueológico y de Historia


De vuelta a casa

"La Reina Mora", la llamaron sus descubridores accidentales a fines del siglo antepasado, ignorando su origen ibérico. Este queda claro si se observa a la señora a la luz de lo escrito por Artemidoro de Éfeso, quien hacia el año 100 a.C. viajó por las costas de la actual España y contó que “algunas mujeres ibéricas llevaban collares de hierro y grandes armazones en la cabeza, sobre la que se ponían el velo a manera de sombrilla, que les cubría el semblante. Pero otras mujeres se colocaban un pequeño tympanon alrededor del cuello que cerraban fuertemente en la nuca y la cabeza hasta las orejas y se doblaba hacia arriba, al lado y detrás”.

En tiempos modernos la Señora ha estado en el centro de la polémica. En 1995 el insensible John F. Moffitt escribió todo un libro para demostrar que la escultura era una falsificación (Art Forgery: The Case of the Lady of Elche, University of Florida Press). Posteriormente, un equipo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España puso de manifiesto que las sospechas de Moffitt eran infundadas y que la Dama no recurría a la práctica (improbable, por lo demás, en tratándose de toda una señora) de aumentarse la edad: el análisis de policromía y de la estructura de las capas de imprimación y pigmentación indicaron que la escultura es muy antigua. Dos años más tarde, en el centenario de su descubrimiento, los pobladores de Elche pidieron a Madrid que les cediera temporalmente la escultura, pero el gobierno de José María Aznar (quien gobernó siempre con la cabeza llena de centralismos franquistas) se negó, aduciendo que el traslado podría afectar a la pieza. Recientemente Ricardo Olmos, investigador del CSIC, determinó que la Dama de Elche “tiene una salud de roble” y que no existe ningún impedimento para que viaje. Recordada seas, misterio de los tiempos, hermosura de la carne humana contagiada a la piedra, inmortalidad de la piedra concedida a la carne, Dama del Tiempo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Existe una versión de la Ballada de los tiempos de antaño en francés y español dicha por Juan José Arreola, en la Edición Homenaje editada por LUZAM, 1995.
El texto aquí publicado me ha dado luz, sobre el poema de Villon.
Daniel Dominguez Cuenca