La masturbación, además de “un pecado en sí” y “una falta moral grave”, “es un vicio que encadena fuertemente a la persona haciéndola presa de su adición, por lo tanto, cada vez es mas difícil desligarse de ésta, ya que como todo vicio enferma la voluntad de la persona, debilita su carácter, perturba el desarrollo de su personalidad, debilita la fe, produce desequilibrio emocional y genera un gran vacío en la persona; el hábito de la masturbación puede generar incapacidad para el goce sexual con la pareja: frigidez en las mujeres e impotencia en los hombres, o bien, la eyaculación precoz,” predica Catholic.net en uno de sus textos firmado por Nancy Escalante. En otro, de la pluma del sacerdote Jorge Loring, profundiza que “la masturbación [...] hace del placer sexual algo egoísta, cuando Dios lo ha hecho para ser compartido dentro del matrimonio; conozco casos de matrimonios fracasados porque uno de los dos, esclavizado por la masturbación, se negaba a las naturales expresiones de amor dentro del matrimonio. Una mujer joven se quejaba en la consulta de un médico de que su marido tenía con ella muy pocas relaciones sexuales; él reconoció, delante de ella, que prefería masturbarse.”
No hay duda: una actividad masturbatoria tan intensa que provoque sangrado puede, ciertamente, “generar incapacidad para el goce sexual”, como apunta Nancy, aunque la condición será pasajera, para prevenirla existen lubricantes y para remediarla, pomadas para aliviar las rozaduras como las que se aplica a los bebés lijados por el pañal. En cuanto a las situaciones referidas por Jorge, hay que preguntarse qué tan hediondo sería el cónyuge masculino, o cuán fea la pareja femenina, como para que su contraparte prefiriera el juego del solitario. Un punto que no han aclarado (creo) los predicadores católicos es la licitud o ilicitud de las prácticas masturbatorias no dirigidas hacia uno mismo, sino hacia el prójimo o la prójima, prácticas a capela que, bien mirado, y si Su Santidad está de acuerdo, podrían considerarse obsequios amorosos, o incluso arrebatos de indiscutible caridad cristiana, como los de la religiosa (referida por Brassens) “que en tiempos de invierno / descongelaba en su mano / el pene del manco”.
Algo hemos progresado, porque si el sitio católico citado confiesa de mala gana que la autogratificación “generalmente no tiene consecuencias físicas”, en el siglo XVIII el partido antimasturbatorio pregonaba que el placer autoproporcionado producía melancolía (eso puede ser), crisis histéricas, ceguera, impotencia, esterilidad, oligofrenias, cardiopatías, tuberculosis y calvicie. La cruzada científico-religiosa contra los juegos de manos llegó a prescribir, con propósitos terapéuticos, atar a los pacientes por las noches, obligarlos a usar cinturones de castidad, castrarlos, extirparles el clítoris o cauterizarles la médula dorsal para desensibilizar sus genitales.
Fue precisamente en esa época que se acuñó, con propósitos condenatorios, el término de onanismo, con lo que se desempolvaron los viejos denuestos medievales de San Jerónimo (quien de puñetero era sinónimo) y San Clemente de Alejandría (quien se la jalaba tres veces al día) contra Onán, hijo segundo de Judá.
Va la anécdota literal, por cortesía de Reina-Valera: “2 Y vio allí Judá la hija de un hombre Cananeo, el cual se llamaba Súa; y tomola, y entró á ella: 3 La cual concibió, y parió un hijo; y llamó su nombre Er. 4 Y concibió otra vez, y parió un hijo, y llamó su nombre Onán. 5 Y volvió á concebir, y parió un hijo, y llamó su nombre Sela. Y estaba en Chezib cuando lo parió. 6 Y Judá tomó mujer para su primogénito Er, la cual se llamaba Tamar. 7 Y Er, el primogénito de Judá, fue malo á los ojos de Jehová, y quitole Jehová la vida. 8 Entonces Judá dijo á Onán: Entra á la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y suscita simiente á tu hermano. 9 Y sabiendo Onán que la simiente no había de ser suya, sucedía que cuando entraba á la mujer de su hermano vertía en tierra, por no dar simiente á su hermano. 10 Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y también quitó á él la vida.”
El jesuita argentino Hugo Marcelo Pisana cuenta la historia en unas coplas chambonas pero que eyaculan humor involuntario en grandes cantidades:
Es la historia de Onán / y de Tamar, su cuñada, / la que fuera destinada / a ser privada del pan; / por no quererla ayudar / el hermano del difunto, / en un esfuerzo conjunto / por su nombre perpetuar. // Muriose Er, su esposo, / sin dejarle ningún hijo. / Por malvado lo maldijo / el Dios misericordioso. / El Señor, el Poderoso / lo canceló de su amor; / se secó como una flor / y entró en oscuro reposo. // Tocaba el turno a Onán / de socorrer a su hermano; / tenía en su propia mano / la gran oportunidad / de conseguirle heredad, / de darle una descendencia, / de prolongar su presencia / entre la comunidad. // Y prefirió el miserable / derramar su semilla, / hacer barro con la arcilla, / en lugar de ser buen padre. / Eligió como un cobarde / perderse en la triste nada, / no ayudar a su cuñada / ni renunciar a sus planes.
Al parecer, Onán se descargaba fuera de su cuñada porque calculaba que el producto que pudiese engendrar con Tamar no sería considerado suyo, sino un niño tardío de su hermano, el cual heredaría los derechos de la primogenitura y desplazaría al propio Onán. Se ha señalado, con fundada razón, que el relato refiere la práctica del coito interrumpido, mas no del onanismo. Injusta que es la posteridad: algo parecido le ocurrió al hijo de Layo que chingó a su madre sin saberlo y no lo hizo, por ello, como consecuencia del complejo al que Freud bautizó como “de Edipo”.
Hoy en día, aunque la Iglesia Católica condene la masturbación de hábitos para afuera (y la practique con furor bajo las sotanas), el culto a Onán es visto como una práctica que no tiene nada de malo, e incluso hay organizaciones dedicadas a glorificarla, como el Centro de Sexualidad y Cultura de San Francisco, el cual organiza masturbatones periódicos, tanto en su ciudad sede como en Londres y Copenhague.
Estos y otros pensamientos impuros me vinieron a la cabeza a raíz de los provocadores comentarios de Alberto Sladogna (“Lacan usaba la bicicleta, una forma de auto transporte, semejante al auto servicio erótico de la ‘manuela’”) en torno a un texto de Beatriz Preciado (“Durante mucho tiempo todo acto solitario que despertara la imaginación se pagó con salud; literatura y masturbación estuvieron unidas”) y a una rola puñeterísima de la cantante española BeBe (Con mis manos).
A propósito: en el arte sacro tradicional mexicano, entre los santeros del Caribe, en ciertos cultos moros de Fátima y en la veneración católica de Santa Ana, existe una entidad sagrada llamada La Mano Poderosa, que simboliza protección mágica y bendición. Bien podría El Vaticano, en su próximo concilio, alivianarse un poco, permitir que religiosos y religiosas se entregaran sin remordimiento a las manualidades y canonizar a Onán, así fuera para compensarlo por la calumnia milenaria que lo ha puesto en el sitial de (non) sancto protector de los chaqueteros. Y cerremos con la puntada memorable de Dorothy Parker, la conflictiva y maravillosa escritora estadunidense que bautizó con el nombre de ese personaje bíblico a su perico porque éste se la pasaba tirando sus semillas al piso.