6.10.09

Ecos de Víznar


Junto al barranco de Víznar, en los alrededores de Granada, hay un olivo que da sombra a lo que puede ser la fosa común en la que yacen, desde hace 73 años, los restos de Joaquín Arcollas y Francisco Galadí, ambos banderilleros y sindicalistas; Dióscoro Galindo, maestro de escuela, y Federico García, poeta y dramaturgo. Allí fueron asesinados los cuatro, con una saña inaudita, por partidarios de un alzamiento armado que abominaba de la acción sindical, de la educación laica y de la cultura, y en ese mismo sitio —se dice— fueron inhumados sin identificación ni marca para la memoria. Pero eso posible que los huesos no se encuentren al piel de ese olivo, sino a 400 metros de allí, “en los olivillos que hay delante del Caracolar”, por en el camino que va de Víznar a Alfaca, a decir de un habitante de la zona. En todo caso, se estima que el franquismo pudo haber sembrado entre dos mil 500 y dos mil 700 muertos en los barrancos de Víznar. Se trata, en la totalidad de los casos, de civiles ejecutados sin juicio regular de por medio; en vez de proceso, a algunos de ellos se les fabricó “expedientes de depuración”. Consta en el de Galindo, por ejemplo, que lo mataron por el delito de “negar la existencia de Dios”.

El homicidio de García Lorca y de los otros tres está asociado a nombres específicos: Ramón Ruiz Alonso realizó su captura: José Valdés Guzmán, gobernador civil espurio, se hizo cargo de su cautiverio; el militar genocida Gonzalo Queipo de Llano dio la orden de asesinarlo, y ésta fue cumplida por el terrateniente y matarife Juan Luis Trescastro Medina, quien horas después del crimen recorrió los cafés de Granada para jactarse ante los parroquianos que había rematado al poeta con “dos balas en el culo, por maricón”.

Siete décadas después, los ecos de todos los proyectiles disparados en Víznar han vuelto a resonar en España y han generado una polémica encendida: la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) mantiene firme la exigencia de exhumar los restos de García Lorca y de sus tres compañeros de martirio. Los familiares del poeta han expresado su rechazo a hurgar en la fosa común y expresan su temor de que cunda una alharaca mediática en torno a una desenterrada bóveda craneana en cuyo interior se gestaron Bodas de sangre, Poeta en Nueva York, Yerma y muchos otros textos geniales. Por el subsuelo de toda España —en parques públicos y reservas ecológicas, bajo el asfalto de las autopistas o de los cimientos de edificios modernos— hay hombres y mujeres enterrados por la barbarie franquista que quieren salir a la luz, y entre los vivos las heridas siguen abiertas. La célebre transición de los años setenta del siglo pasado eslabonó al fascismo con la democracia, para desdoro de la segunda. Es un lío.

Vistas las cosas a la distancia, habría sido mejor si no hubiera habido, en Víznar, en Granada, en Andalucía y en toda España, ningún asesinado por la represión política e ideológica y si se hubiese permitido seguir con vida a poetas, profesores, sindicalistas, mineros, campesinos e individuos de otros oficios y ocupaciones. Lo mismo puede decirse de lo que perpetraron en Centro y Sudamérica, en décadas posteriores a la guerra civil española, la subversión militar de derecha, o, en México, gobiernos civiles como los de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo. Lo peor es que, después de ellos, la tentación de ordenar el homicidio de opositores ha seguido presente en el ánimo de los gobernantes. En el sexenio de Salinas hubo centenares de perredistas asesinados, y hasta uno que otro priísta destacadísimo; en el de Zedillo ocurrieron masacres de campesinos a granel (Aguas Blancas, El Charco, Acteal, El Bosque...), toleradas o instigadas desde instancias del poder público; en el de Fox, las fuerzas policiales y parapoliciales mataron activistas en Sicartsa, en Atenco y en Oaxaca; en lo que va del calderonato, con el telón de fondo del baño de sangre causado por la llamada “guerra contra la delincuencia”, han regresado las desapariciones forzosas y los homicidios políticos.

Al país le va a costar años reparar el desastre causado por una política económica en la que confluyen el cinismo y la insensatez: hasta ahora el calderonato ha lanzado a la miseria a seis millones de mexicanos y la cifra va en aumento día con día. Ojalá que este régimen —que se hermana con el franquismo en lo clerical, lo ignorante, lo antipopular y lo autoritario— controle los impulsos hacia la guerra sucia, se mire en el espejo del barranco de Víznar y haga conciencia de que los asesinados por un poder represivo siguen floreciendo durante muchas décadas.



1 comentario:

Anónimo dijo...

No puedo dejar de decirte gracias, por haber escrito esto.