Uno no querría describirlo así porque
suena desorbitado pero ahí están las pruebas: entre las
administraciones de George W. Bush y las de Barack Obama, Estados
Unidos se ha vuelto el gobierno más paranoico del mundo y hoy lo es
mucho más que en los tiempos del macartismo y de la guerra fría,
cuando poseía, al menos, argumentos verosímiles –aunque no
necesariamente verdaderos– para mantener a millones de personas,
estadunidenses o no, bajo un régimen de vigilancia estrecha y
secreta: en aquellos tiempos la confrontación entre las
superpotencias tenía entre sus perspectivas la del cataclismo
nuclear o destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en
inglés) y era propagandísticamente fácil dividir al mundo en
buenos y malos. Ese telón de fondo le dio a Washington pretextos
para espiar y hostigar a individuos tan ajenos a una bomba atómica
como Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, por ejemplo.
En los años noventa del siglo pasado
tuvieron lugar dos fenómenos que habrían debido reorientar en forma
radical la política exterior y la estrategia de seguridad
estadunidenses: la desaparición del bloque soviético y el inicio de
la masificación de Internet. El primero hacía obsoleta tanto la
fuerza armada como la enorme infraestructura mundial de vigilancia y
espionaje montada por Washington y la segunda conllevaba dos reglas
de signo contrapuesto: si por un lado la proliferación de nodos de
Internet facilitaba la tarea de espiar a los usuarios, por otro lado
colocaba en un nivel de gran vulnerabilidad una gran cantidad de
secretos de Estado, toda vez que éstos, de una forma o de otra,
irían a parar a contenedores (servidores) conectados a la red
mundial.
Pero, en vez de redimensionar a la baja
sus fuerzas ofensivas y de vigilancia, la Casa Blanca, entonces a
cargo de George Bush padre, optó por proyectar a Estados Unidos como
superpotencia única, autoerigida en promotora de un “nuevo orden
mundial” de matriz neoliberal. Esta decisión se tradujo, en el
ámbito del espionaje electrónico, en la reorientación de los
sistemas de “inteligencia de señales” (SIGNINT) hasta entonces
usados para espiar a la URSS y sus aliados, y cuyo conjunto se conoce
popularmente como Echelon. Operado por los integrantes del Acuerdo
UKUSA (EU, Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda),
actualmente es empleado para monitorear señales satelitales,
telefónicas, celulares y de microondas, lo que pone a sus operadores
en posibilidad de espiar el contenido de toda suerte de mensajes. En
diversas ocasiones se ha señalado que Echelon es usado por sus
socios como un mecanismo de espionaje industrial y comercial que ha
sido aplicado contra la Unión Europea. Ya en 2001 un informe del
Parlamento Europeo recomendaba a los ciudadanos y corporaciones del
viejo continente que usaran sistemas de encriptación en sus
telecomunicaciones a fin de evadir la vigilancia ilegal por medio de
Echelon.
En el ámbito interno, el FBI instaló
en 1997 un software conocido como Carnivore (DCS1000) para monitorear
los intercambios de correo electrónico en territorio estadunidense.
Tres años más tarde la Electronic Frontier Foundation presentó un
documento al Congreso en el que señalaba los peligros del sistema y
la respuesta del FBI fue que no había motivos de preocupación,
porque el programa permitía a las autoridades distinguir “entre
las comunicaciones que pueden ser legalmente interceptadas de las que
no”. Durante el gobierno de George W. Bush Carnivore fue
remplazado por NarusInsight, un software desarrollado por una
subsidiaria de Boeing de origen israelí.
Los programas de espionaje masivo dados
a conocer el mes pasado por Edward Snowden se refieren a llamadas
telefónicas dentro y fuera del territorio estadunidense (Verizon,
Sprint y At&t), así como la intromisión mundial en correos
electrónicos, chats, videos, fotos, videoconferencias y
transferencias de archivos, e involucra a las compañías Microsoft,
Yahoo, Google, Facebook, Paltalk, Youtube, Skype, Aol y Apple. De
acuerdo con lo revelado por Snowden, el gobierno de Washington ha
espiado por igual a estadistas, universidades, empresas y ciudadanos
privados de un sinnúmero de países.
Uno de los problemas obvios de esa red
de espionaje es que su operación requiere de grandes cantidades de
personas. Hoy, casi cinco millones de personas –tanto empleados
públicos como personal de empresas contratistas– tienen acceso a
información “confidencial y secreta” del gobierno de Washington,
en tanto que un millón 400 mil empleados gubernamentales tienen
acceso a información clasificada como “ultrasecreta”. La
debilidad estructural del sistema es evidente.
En cuanto a su debilidad política y
moral, nada la ilustra mejor como el hecho de que el gobierno de
Obama haya presentado contra Snowden cargos por... espionaje.