En el carro de los muertos
una petenera vi.
Llevaba el brazo de fuera,
niña de mi corazón,
por eso la conocí.
La métrica, los patrones melódicos (aunque no la melodía),
la melancolía y la ambigua execración de una mujer que lo mismo puede ser
“mala” que “honrada”, pero que casi siempre es “la perdición de los hombres”.
Ahí tienen a ese personaje que vive en ambas orillas del Atlántico, que hace
escalas en el Caribe y que ha dado de qué hablar (o, mas bien, de qué cantar) a
andaluces, huastecos, jarochos, guerrerenses, oaxaqueños... La Petenera, qué
curiosidad. ¿Quién inspiró tantas canciones?
Leyendas hay para llenar la panza de un galeón. La más
célebre y elaborada es que fue una chava guapa llamada Dolores que habitaba en
una choza en la Pasadilla de Jiménez y que luego vivió en Paterna de la Ribera
(Cádiz), en el Callejón de los Ahorcados, no lejos del Pozo de Medina. Allí
acudía por agua y su sola presencia rompía corazones. “Entre los que a mediados
del este siglo cantaban no para divertir sus penas, sino para buscar la vida...
en tertulias, taberneras y cafés figuraba, con muy bien gana do derecho, la
Petenera, de cuyo nombre de pila no se ha conservado memoria. Había nacido en
Paterna de la Rivera (provincia de Cádiz), cantaba como los propios ángeles a
decir de los aficionados, y la llamaban la Petenera, porque de paternera dicen
los andaluces petehenera (algo aspirada la hache) y de petehenera a petenera va
un paso corto que mis paisanos salvan muy fácilmente” (Rodríguez Marín, Las
chilindradas, 1906). El folcolorista Antonio Machado Álvarez, conocido como
Demófilo (1848-1893) y padre de los poetas Manuel y Antonio Machado, oyó decir
al célebre Juanelo que él mismo había conocido a la cantaora y que tenía voz de
ángel.
Otras versiones la suponen malagueña e incluso hay una que
dice que nació en La Habana, acaso sin más fundamento que una copla:
En La Habana nací yo
debajo de una palmera
allí me echaron al agua
cantando La Petenera.
Una versión disparatada, sin más base que la hominimia del
gentilicio, supone que el personaje era oriundo del Petén, departamento del
norte de Guatemala. A mayor abundamiento sobre el posible origen indiano del
genero –no de la persona–, Arturo Warman asegura haber encontrado la petenera
en los programas del Teatro Coliseo de México ya en 1803, aunque Guillermo
Prieto sostenía que “mantas y peteneras habrían llegado a México con una chunga
de andaluces”. Romualdo Molina y Miguel Espin dicen que las peteneras tienen acento y voz cubanos, y estructura y literatura peninsulares y dieciochescos. En efecto, “el compás de las peteneras es común al punto cubano y a las guajiras”, se apunta en un sitio web dedicado a la historia del flamenco. En una quinteta de rimas consonantes parece quedar plasmado el reconocimiento americano de la extranjería original de la canción:
En una lancha viajera,
cruzando la mar azul,
llegó de tierra extranjera,
conservando en un baúl
su cantar, la Petenera.
En todo caso, La Petenera parece divertirse jugando pingo pong entre ambas orillas del Atlántico, como lo denotan algunas interpretaciones españolas con letras de matriz americana o historias de la América contadas por indianos.
“Aunque muy extendida entre artistas y aficionados, (la
tesis del origen paternero de la canción) está actualmente descartada por los
estudiosos de la historia del flamenco”, se contrapuntea en otro, en el que se aporta: “Existe una línea de opinión que
establece una tesis judaica de su origen, remontándolo a un tiempo anterior al
siglo XV, en que se expulsó a los judíos que, parece ser, ya hacían la petenera.
Según Hipólito Rossy y Ángel Álvarez Caballero, los judíos sefarditas que
emigraron de la península tras la expulsión, y que llegaron a los Balcanes,
cantan peteneras de melodía popular como la nuestra y en español, luego
tuvieron que conocerla antes de la expulsión de 1492.” Para reforzar el
argumento, se menciona que una de las coplas frecuentes de las peteneras
peninsulares (esté presente en la versión que grabó la venezolana Soledad Bravo para el álbum Canciones de España) reza:
¿Donde vas bella judía,
tan compuesta y a deshora?
Voy en busca de Rebeco
que estará en la sinagoga.
Un dato cierto: fue Medina el Viejo (José Rodríguez Concepción) quien, a fines del XIX, codificó el género en su vertiente flamenca, y que de él lo tomó la celebérrima Niña de los Peines (Pastora María Pavón). Con ella, o poco después, vendrían las interpetaciones de Antonio Chacón, Pepe el de la Matrona, Naranjito de Triana, Rafael Romero, Fosforito, José Menese y Camarón. “Hay dos estilos fundamentales: la antigua y la moderna, y ésta, a su vez, diferenciada en corta (o chica) y larga (o grande). Lo normal es que las peteneras cortas tengan 7 tercios, aunque Pepe de la Matrona las hace de 9 y 8 según repita más o menos ciertas frases musicales. Sin embargo, en la petenera de la Niña de los Peines y de Chacón, se observa el uso de la quintilla y ritmo libre, salvo a partir del 7º compás que se torna de amalgama: 6x8 y 3x4, teniendo 9 tercios”.
Entre la gente gitana La Petenera tiene fama de acercar
malos agüeros a quien la canta. “Tiene mal fario”, reza el murmullo popular,
desmentido por la profusión de grabaciones. Naranjito de Triana –cuenta Jesús Cuesta Arana– me confió, a la vera de
la Giralda, que los malos prejuicios o el yuyu de la Petenera son por su
difícil interpretación; hay que tener mucho poderío y registro en la voz y
muchas variaciones tonales. Hay muy poquita gente que sepan cantar por
peteneras de verdad”. En la Huasteca y el Sotavento la dificultad se formula de
la siguiente manera:
La Petenera, señores,
no hay quien la sepa cantar;
sólo los marineritos
que navegan por la mar.
La tesis que mejor me acomoda es que la canción nace entre
las plañideras de los velorios, lo que explicaría el jugo trágico y sin
esperanza que rezuma en casi todas sus coplas y en todas las latitudes donde
viven peteneras. Es significativo que, independientemente de sus orígenes, en
este lado del Atlántico La Petenera se viste con ritmos más animados que la
“entonación mayestática, de matices inconfundiblemente litúrgicos” y los tonos
musicales sombríos y desgarrados que exhibe en Andalucía, se adorna con coplas
históricas y hasta pícaras, pero conserva, en lo fundamental, los temas tristes
y sórdidos, hermanados con la muerte trágica, el amor mutilado, la vida
desgarrada por su propio sinsentido. Los pregones “madre de mi corazón” o “alma
de mi corazón”, (intercalados en cuartetas que son convertidas en quintetas o
sextetas por la repetición de dos versos), son remplazados por “ay, solita, ay,
soledad” (en las peteneras veracruzanas) o por “ay, la, la la” (en el caso de
las huastecas).
De este lado del mar, por lo demás, la pobre Petenera sigue
siendo “una mala mujer”, “perdición de los hombres” y de salir de noche y
volver en la madrugada” o, incluso, “en la mañanita”. Ello no impide que, cada
vez que fallece, grandes multitudes sigan su cortejo fúnebre:
La Petenera se ha muerto,
ya la llevan a enterrar
y no cabe por las calles
la gente que va detrás.
¿Es La Petenera una devoradora, una arruinadora de hombres? Puede
ser. Prefiero pensar que se trata, simplemente, de una metáfora de la vida, que
es difícil de cantar, esquiva y conflictiva, fatal por necesidad, bonita pero
temible y, sobre todo, muy llorada cuando se termina.
Ya sea gaditana o malagueña,
son de tarima de Tixtla (Guerrero), son veracruzano o huasteco, canto oaxaqueño
de San Pedro Huamelula, poema lorquiano, composición contemporánea de Javier Álvarez o rola tocada por Inti Illimani con acentos andinos, a La Petenera le viene bien lo
que dice Cuesta Arana, que es música
“para entonar una leyenda de amores turbulentos y navajas afiladas, tan a modo
en la época de gente del bronce, una estela negra de romanticismo tardío, facundo,
pasional y alunarado”.
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