31.10.14

Día de los Vivos


Muerte, serena muerte: recibe a los irremediables con suavidad y ternura porque están urgidos de afecto. Han pasado por cosas muy duras y se merecen el descanso, el calor del seno terrestre, la ligereza de la atmósfera, la tibieza del recuerdo. Guárdate en tus aposentos sombríos y sé buena anfitriona con los que llegan a tu casa porque no tienen otro sitio al cual acudir. Asegúrate de que la nada que los envuelve les resulte cuando menos indolora y tal vez apacible.

Deja que te quitemos por unos días algunos de los nombres, algunos de los rostros que forman tu rebaño desmesurado: los pocos que se salvan del olvido. Queremos tenerlos con nosotros, platicar con ellos, homenajearlos y brindarles agua y café. Sabemos que algo, algo situado acaso en nuestro interior y no muy bien definible, sentirá gratitud con ese gesto, por más que las bebidas no lleguen a sus quijadas rígidas y a sus gargantas silenciosas. Si quieres verlo así, permítenos un margen para la fantasía y la ilusión. Pero no te entrometas ni reclames soberanía sobre esos pobres invitados de ocasión a nuestras mesas tristes y coloridas. Abstente por un tiempo de tocar con tu mano inmunda y descarnada sus fotos entrañables, sus brazos idos, sus párpados abiertos por estas solas noches frías. No traspases las líneas dibujadas con pétalos en donde los tenemos como asilados temporales. Ya te los devolveremos, porque es inevitable, cuando se marchite el sempasúchil. Hoy son nuestros, los proclamamos nuestros, porque queremos festejar la vida: la vida que tenemos y la de los que la tuvieron.

Muerte, fétida muerte: Ándate por unos días a visitar a los calculadores y a los exaltados que te adoran y que te invocan como parte de su rutina diaria: los que no tuvieron piedad, los que te incluyeron en el programa y la estrategia, los que cuentan contigo para acrecentar sus fortunas, los que te administran lentamente en la pobreza de los otros, los que te inoculan de forma rápida con órdenes atroces y criminales, los que no se conduelen y siguen adelante, los que no escuchan y no entienden el sufrimiento ajeno.

Pinta con pintura negra sus casas, ensúciales sus despachos impolutos, lleva a su mesa y a su almohada los restos que dejaron regados, míralos fijamente desde las fosas sin ojos de los que asesinaron. Convierte sus lágrimas hipócritas en vidrios afilados, congélales en la boca el discurso de piedad mentirosa, enciérrate con ellos por mucho tiempo en sus negocios subterráneos, sus salas de exterminio y sus cuartos de tortura. Convierte en polvo sus tasas de interés, baila sobre los huesos de sus altos cargos, transforma en ataúdes sus automóviles blindados y sus aviones ejecutivos, vuelve mortajas sus prendas de diseño exclusivo, neutraliza con tu aliento el hedor de sus perfumes. Sé justiciera por primera vez en tu inexistencia.

Muerte, sórdida muerte: danos una pequeña tregua. Evítanos el estruendo de las balaceras, el dolor de los lamentos, el chirriar de las llantas antes del accidente, el estertor en el quirófano. No captures al niño ni al joven, al que aún tiene mucho por dar y por recibir, al que está anclado a la vida simple, al que sueña con el futuro, al que no ha podido conocer el sabor de ciertas frutas, al que da de comer a sus prójimos, al que extrae figuras de la nada, al que transforma el aire en música, al que combina los colores, al que es necesario en el barrio, al que no tiene más bienes que la vida.

Muerte, desgraciada muerte: muévete unos pasos hacia atrás y abandona esa región ambigua de la ausencia y de la incertidumbre y permite que salgan de ella quienes han sido separados a la fuerza de su horario, de su plato en la mesa, de su libro, de su habitación, de sus camino cotidiano. No termines de hundirlos en la nada. No pretendas hacer tuyo lo que se balancea en la duda. No abuses de tu dominio en los territorios de la sombra. Que no se exceda tu ambición de coleccionar nombres. No des un paso más porque podrías romper sus delicadas columnas vertebrales. Permite que regresen salvos y con bien de la desaparición: con sus extremidades completas y sus dientes enteros y sus sentidos funcionando, con su dedicación y su amor intactos, con sus carcajadas de adolescentes pobres. No nos los arrebates. Vivos se los llevaron y vivos los queremos.

Muerte, déjanos sembrar y leer y cantar y enojarnos y construir muros y después derribarlos y reproducirnos con amor y calma y embriagarnos y deshacernos de ternura por una nota musical, por una silueta apenas esbozada o por cualquier estupidez, y defender con uñas y dientes nuestra intrascendencia Te exigimos respeto desde la soberanía de nuestros organismos, desde nuestra niñez efímera, nuestra madurez breve, nuestra fugaz ancianidad. No te aparezcas a mansalva y traición en un recodo del camino; permite que lleguemos cuando menos al poblado próximo y espéranos allí, sentada en la plaza o donde quieras. Puedes estar segura de que no vamos a dejarte plantada.

Ya nos has hecho mucho daño. Tu gula de rostros apagados es insaciable y ya nos has quitado padres, madres, hijos, abuelos, tíos y amigos por montones. Hoy queremos estar con ellos y sin ti; charlar sin que nos escuches; deliberar sobre asuntos que no te incumben; amarnos como tú no sabes ni sabrás nunca; vivir la vida dulce, la puta vida amarga.

Muerte, déjanos en paz.


16.10.14

Motivos





Los dejan de tomar en cuenta porque la educación pública ha dejado de ser una prioridad. Los marginan porque no encajan en los ajustes estructurales –es decir, en la (re) escritura de la historia, tal y como la entienden los gobernantes de México desde la década penúltima el siglo pasado. Los sacan de los programas institucionales porque los jóvenes funcionarios recién llegados no estudiaron en universidades públicas y menos en normales rurales sino en instituciones foráneas de excelencia o, cuando menos, en algún reducto clasemediero nacional y ellos, los funcionarios, sí entienden el país y tienen claras sus necesidades. Los minimizan porque el agro necesita ser redimensionado a la baja (así hablan los funcionarios) y readecuado a los imperativos de un país moderno. Los dejan fuera de los presupuestos.

Ellos piensan distinto. Creen que su derecho a la educación y al trabajo es algo más que un anacronismo constitucional. Saben –porque vienen de entornos que acusan la carencia– que la enseñanza es tan necesaria para vivir como la canasta básica y tienen claro que no es posible construir un país moderno sobre millones de analfabetismos y sobre millones de marginaciones ni aspirar a la convivencia armónica en una economía que manda a los basureros de su mercado a las personas y a las colectividades que no tienen una etiqueta precisa de índice de rendimiento.

Protestan. Acuden en tropel a las oficinas de los servidores públicos para exigir que no se aplique la tecla delete a su escuela, a su formación, a su futuro y al de sus pueblos. Dejan en los vestíbulos un halo de olor a campo y a pobreza. Causan disgusto con sus modales agrarios y sus expresiones bastas. Los servidores públicos los encuentran primitivos y rudos; nada que ver con los atentos empresarios que acuden a gestionar permisos y concesiones, que hablan desde la seguridad del adinerado y del protegido, que dejan tras de sí regalos y, con frecuencia, sobornos.

Les cierran las puertas porque resultan molestos y desagradables, porque no tienen maneras, porque quiénes se han creído para exigir el cumplimiento de la palabra empeñada, del compromiso firmado. Ya se les conseguirá alguna limosna presupuestal, siempre y cuando se conduzcan con humildad. Se les detesta porque son respondones e insumisos, es decir, porque se niegan tercamente a despojarse de la dignidad. Los ignoran porque no rinden pleitesía a las atribuciones del poder.

Los reprimen porque bloquean el tránsito, porque dan una mala imagen del país, porque afectan al comercio. Ellos resisten y entonces alguien en las alturas institucionales ata cabos y recuerda que esa escuela normal es un semillero de fascinerosos y de subversivos y decide darles un escarmiento: nadie (nadie que importe, nadie que tenga poder de decisión, músculo empresarial y financiero, tribuna mediática masiva) lamentará que un par de esos jóvenes alborotadores resulten muertos a balazos. Porque nadie (ninguno de los que verdaderamente pesan) dijo nada cuando las fuerzas policiales recibieron la orden de matar a un par de levantiscos en Atenco y de violar a todas las mujeres que pudieran, que eran, a su vez, botín de la guerra contra una comunidad que echó a perder importantes negocios. Bueno, la verdad es que en ese entonces muchos aplaudieron.

Los persiguen porque forman parte de ese entramado que resiste y denuncia los planes de comercialización del territorio nacional; porque son rescoldo de viejas luchas que dejaron centenares de desaparecidos, de torturados, de encarcelados sin motivo, de movilizados masacrados en la vía pública. Y tienen memoria, y la memoria estorba cuando se trata de modernizar un país para dotarlo de multimillonarios, centros comerciales, aeropuertos de nivel internacional, campos de golf, marinas, maquiladoras, oficinas relucientes amuebladas según el último grito de la moda en las que cada sofá cuesta lo que una familia gasta en comida durante un año.

Miles de horas triple A de televisión y radio han sido invertidas por los consorcios informativos y sus comentadores para informarnos que esos muchachos de Ayotzinapa (como los comuneros de Atenco, como antes los indígenas zapatistas, como los activistas de Morena, como los electricistas del SME, como todos los que luchan contra ese México reluciente, miembro de la OCDE y aspirante a proveedor de cascos azules para las misiones de paz de la ONU) son unos vándalos y malvivientes que sólo quieren sembrar el desorden, la destrucción, el inmovilismo. Por eso estamos como estamos, se suministra el latigazo del lugar común desde sets de televisión, cabinas de radio, teclados a sueldo desde los que se insinúa ya no que los alumnos de la normal rural sean protoguerrilleros, sino que tienen vínculos con la delincuencia organizada. Y ante las cámaras monopólicas, tras la repetición de la muletilla Mire usted, se reflexiona sobre los pobres automovilistas varados por culpa de los díscolos, los ciudadanos honrados que no pueden llegar a su trabajo por las acciones de estos crápulas, los funcionarios que se ven obligados a desviar su atención de las cosas realmente importantes para hacerse cargo de protestas y desmanes sin sentido. La sociedad no se merece a estas lacras. El mundo no se merece a estas lacras. La vida no se merece a estas lacras.

Tal es el estado de opinión que predomina en México, en Guerrero y en Iguala la tarde del 26 de septiembre de 2014, cuando la primera dama municipal se dispone a rendir su informe de labores como presidenta del DIF autóctono, y su marido, que es presidente municipal, se entera de que los jóvenes de Ayotzinapa han llegado a la ciudad para hacer nuevos desmanes. Y después de eso las versiones difieren porque hasta hoy las autoridades estatales y municipales no se han tomado la molestia de esclarecer qué pasó, de procurar justicia ante el homicidio de seis personas a manos de la policía municipal ni de dar con el paradero de los 43 alumnos normalistas que fueron secuestrados por una fuerza combinada de la policía y de una organización delictiva que –ahora venimos a enterarnos– ejercía el poder público en la ciudad.

Se debe reconocer, con todo, que el peñato –compuesto por un triángulo partidista en el que caben, además del PRI de siempre, Acción Nacional y esa Nueva Izquierda que le ha hecho a Guerrero lo mismo que Felipe Calderón le hizo al país– no es el único responsable. A ese grupo político encaramado en el poder a punta de fraudes, corrupción y alianzas con la delincuncia hay que sumarle los intereses transnacionales que necesitan un territorio limpio de protestas y de organización social contestataria. Y ese coro de desinformadores que han predicado por años el desprecio y la condena a los ayotzinapos. Y hay que sumarle, también – last but not least–, las imposiciones de estrategia de seguridad procedentes de Washington, tal como están documentadas en los cables del Departamento de Estado que WikiLeaks y La Jornada difundieron en 2011. Qué oportuno resulta, ahora, presentarse como consternados.

Pero no hay que irse con esas fintas. A los estudiantes de Ayotzinapa, como a muchos otros miles de mexicanos, el poder los mata o los desaparece porque son indeseables, porque son pobres, porque son revoltosos, porque son prietos, porque afean el paisaje, porque son indios, porque son insumisos, porque son nacos, porque se rebelan, porque son respondones y también, claro, porque es más caro, ineficiente e improductivo el satisfacer sus demandas que acceder a las peticiones de la delincuencia organizada.


15.10.14

A los que quedan

México, 14 de octubre de 2014

A la sociedad mexicana (a los que quedan).
A quienes todavía tienen ojos para leer, a quienes están y creen que nunca serán desaparecidos, les queremos decir unas palabras.

Somos H.I.J.O.S. México y esta vez, con la rabia de siempre, pero ya sin pesar ni vergüenza, nos referimos a ustedes en estos términos. Todas aquellas personas que hoy queden vivas y libres, todas aquellas personas que leen o escuchan esto con curiosidad y que no cuentan en su familia o amistades a alguien desaparecido, deben saberlo de una vez: ustedes siguen.

Es terriblemente simple: por décadas nuestras abuelas gritaron en las plazas, marcharon, repartieron volantes, se colgaron las fotos de sus hijos al pecho; las llamaron locas, las amenazaron y las reprimieron. Mientras tanto, la inmensa mayoría del pueblo mexicano hacía una sola cosa: nada. Voltearon hacia otro lado; aprendieron la sonrisa sin memoria; compraron algún bien y siguieron en la ficción de una vida sin desaparecidos, porque “no eran suyos”. Después, dejaron crecer solos a sus hijas e hijos, sin pensar siquiera si esa piedrita incómoda en el zapato podría crecer. Hoy, con el dolor de los años, podemos decirles que se equivocaron: el horror ha vuelto y creció.

Somos hijos e hijas también de su olvido, habitantes de este país despedazado, al que estúpidamente amamos todavía, desde lo más profundo. Por eso somos hijos del enojo, la indignación y la rabia ante los hechos acontecidos en Tlatlaya, Estado de México y en Iguala, Guerrero; somos hijos del dolor en Acteal, El Bosque, El Quemado, Aguas Blancas y tantas otras. Nuestros padres son y fueron hombres y mujeres dignos y aguerridos que lucharon de distintas maneras porque este país fuera mejor. Nosotros somos la reivindicación de sus ideales y los mantendremos vivos siempre; porque pese a todo, nos oponemos al olvido.

Pensamos que el horror había tocado nuestras vidas cuando estábamos por nacer, cuando usábamos pañales; pensamos que nuestra herida sería la de luchar contra el olvido de nuestro país, jamás contra las fuerzas que nuevamente arrebatan padres y madres de sus casas dejando más hijas e hijos en un abrazo vacío.

Si hoy, cuando nos siguen faltando y urge localizar a los 43 estudiantes desaparecidos; si hoy ustedes tienen la sensación de que pueden volver a mirar hacia otro lado; si tienen el oculto deseo de que todo vuelva a ser igual, si quieren que este episodio de horror pase y no atormente más sus pobres almas la próxima semana, sepan que esa es la señal inequívoca: el suelo ha empezado a desmoronarse precisamente bajo sus pies.

Somos el fantasma de las navidades futuras. Estamos aquí para recordarles un porvenir que quieren desconocer. Generaciones enteras de niños, niñas y jóvenes crecen hoy como un dolor en la raíz del miedo, construyendo un futuro que ustedes, desde ya, quieren olvidar. Pero nosotros no olvidamos. Y no perdonamos. Por suerte no somos los únicos.

Hoy, quizá como nunca antes, entendemos la motivación de nuestros padres y madres al elegir el camino que eligieron. Queremos que caiga este Estado en que todos los partidos y niveles son cómplices; queremos castigo a los responsables y queremos a nuestros compañeros vivos; queremos verdad y justicia.

De lo hecho o dicho hasta ahora, nada nos calma ni nos hace sentido (salvo la rabia cruda, la gente en las calles). Los opinólogos deberían hacer más y opinar menos; los analistas deberían moverse antes de descalabrarse por el derrumbe de sus teorías. ¿De verdad creen que es suficiente? No esperen que les aplaudamos a sus funcionarios cuando salen a buscar desaparecidos por las calles como si se hubieran perdido en una tormenta; como si no supieran por dónde y por quiénes empezar a buscar. No esperen que el verbo “esclarecer” nos deje tranquilos, ni que sus renuncias aparezcan como actos de heroísmo: todo eso no es ni lo mínimo. No basta. Nuestro pueblo debe tener más autoestima. Los queremos vivos, queremos bien a sus familias; queremos tras las rejas a responsables y cómplices, y queremos que nunca más nadie tenga que llorar un desaparecido por motivos políticos, ni por ningún otro motivo.

La herida en el corazón del país no podía ser más clara. Desaparecer estudiantes; desaparecer futuros profesores. Nuestros padres también estudiaron en Ayotzinapa, ¿es que a este país no le bastó con que ellos ya hayan dado su vida? Nosotros pagamos el precio para que esta sociedad transitara hacia un futuro mejor y aún así esta sociedad no lucha por merecerlo. ¿Quieren desaparecer nuestra memoria? No lo permitiremos.

Es por esto que, en los albores de nuestros quince años de existencia, H.I.J.O.S. México anuncia que se replanteará su actuar, en honor a la memoria de nuestros padres y nuestras madres, y en honor a quienes aún hoy, ante todo, siguen luchando por un otro mundo mejor. Esa alegría que algunos admiraban se nos borró de golpe en Ayotzinapa; los colores que solemos usar se están quebrando entre nuestras muelas apretadas de dolor y rabia. Y no nos vengan a contar aquella historia de la alegría y la esperanza, porque también nosotros la inventamos, pero hoy sabe a poco y no basta.

Y lo hacemos esta vez por ellos, por ellas. Por Elín, por Juan Carlos, por Esther, por el Flaco, por Rafael, por Valentín, por Tomás, por Alicia. Por tantos y tantas que nos faltan, desde hace tanto. Lo hacemos esta vez también por los nuevos hijos, por las hermanas Alvarado, por Nadin, por Dianita, por Heber, por Janahuy, por las nietas de Luli. Lo hacemos también por nuestros hijos, los hijos de H.I.J.O.S., porque otra vez nos negamos a que crezcan en un país que no se merecen. Si la sociedad mexicana no hace hoy lo extraordinario, cuando llegue el día en el que conozcan este dolor como propio, no nos pregunten ¿por qué no hacemos nada en la búsqueda de sus familiares?, sólo recuerden que llevamos décadas denunciando al terrorismo de Estado, que no es nuevo. Asuman su responsabilidad en la continuidad de las desapariciones forzadas en este país lleno de impunidad, simulación y corrupción. Sabemos que hay muchas personas, maravillosas y valientes, que ponen cada día su trabajo y corazón para detener el horror. Lo reconocemos y agradecemos, pero es urgente que nos demos cuenta de que no está siendo suficiente.

Sentimos no tener hoy palabras más hermosas, se nos están acabando; nos las quitaron cuando nos quitaron a 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, como nos quitaron a nuestras madres y padres, como ha sucedido en los últimos 45 años que ustedes, los sin dolor, no quieren ver.

Hacemos un llamado a la sociedad civil de todo México, de América Latina y del mundo entero a solidarizarse urgentementecon el pueblo del cual formamos parte. Esperamos en consecuencia que este llamado que hacemos -que no es como tantos otros que hemos hecho- haga eco. Deseamos y confiamos en que habrá una reacción a este grito que no hacemos nosotros, sino todo el pueblo digno de México y que ahora replicamos. Repudien a los gobernantes de este Estado asesino a donde quiera que vayan, exijan a los gobiernos de los demás países romper relaciones con ellos hasta que se presente con vida a los 43 compañeros normalistas desaparecidos, así como a las decenas de miles de mexicanos que se encuentran también desaparecidos. Queremos justicia y si el Estado no la provee, es el responsable directo del terrorismo en que estamos inmersos. Ayúdennos a condenarlos como humanidad, porque los desaparecidos nos faltan a todos, desde siempre y como nunca.

Hoy más que nunca: no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos. Juicio y castigo a los culpables y sus cómplices.
¡Vivos se los llevaron y vivos los queremos!



14.10.14

No hay gobierno

Foto: Reuters

La foto impresiona: el joven efectivo de la Policía Federal que vigila el sitio en el que fueron encontradas fosas con restos humanos en Iguala sostiene, sin esfuerzo aparente, una ametralladora M-60 de diez kilos de peso. Era el arma con la que la infantería estadunidense se abría paso en los arrozales de Vietnam y en los vecindarios polvorientos de Faluya, aunque al norte el Río Bravo se le considera obsoleta y ya está siendo remplazada por un nuevo modelo. El personaje de la gráfica tiene el dedo nervioso pegado al guardamonte y la canana de cartuchos, colocada a modo de banda presidencial holgada, le cuelga por debajo de la rodilla. Por si se le acaban esos cartuchos porta, además, un estuche con varios cargadores, chaleco antibalas, casco con gogles, un kefiyeh palestino enrollado en el pescuezo –último grito de la moda entre las fuerzas especiales y cuerpos contrainsurgentes: expropiar el emblema mundial de los insumisos– y el distintivo reglamentario con bandera, escudo y nombre del país, México, pegado al hombro. Lo único que desentona con la imagen de guerrero feroz es su mirada de inocencia; en ella queda claro que el muchacho no tiene la menor idea de lo que está haciendo.

No es el único. El gobierno federal custodia ese sitio –relevante sólo para la investigación criminalística– como si se tratara de una central nuclear pero allí sólo hay unos hoyos en los que el 4 de octubre fueron encontrados restos humanos que podrían pertenecer, o no, a algunos de los estudiantes normalistas secuestrados por la policía de Iguala entre el 26 y el 27 de septiembre y desaparecidos desde entonces. Han aparecido más fosas pero hasta ayer, lunes 13 de octubre, ni la autoridad federal ni la estatal habían informado con claridad quiénes ni cuántos son los muertos hallados en ellas. Más allá de cualquier escrúpulo, ambas instancias parecen más preocupadas, la primera, por utilizar la barbarie policial del municipio para destruir políticamente al gobernador guerrerense y a su partido, el PRD, y éstos, por aferrarse a como dé lugar a esa posición de poder.

Mientras la Federación exhibe el poderío de sus policías acordonando agujeros macabros pero vacíos, las balaceras, los asesinatos y los “levantones” prosiguen su curso en la normalidad sangrienta impuesta por Felipe Calderón y combatida por Enrique Peña Nieto con el viejo método de esconderla bajo la alfombra, pero ni así: los muertos se desbordan por todas partes y los homicidios de estas semanas en Chihuahua, Acapulco y Ecatepec son una muestra. Uno se pregunta por qué la prioridad de resguardar cementerios clandestinos con cuerpos de asalto por sobre la necesidad de custodiar vidas y la respuesta inevitable es que las vidas no importan tanto como la imagen mediática. Hay que preocuparse sólo cuando los asesinatos empiezan a deteriorar la percepción del país entre los inversionistas extranjeros, como lo dijo el fin de semana Luis Videgaray con un cinismo asombroso a propósito de los jóvenes muertos y desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa. Los muertos que para el secretario de Hacienda constituyen un riesgo de disuasión financiera son, en manos del PRI y del PRD, instrumentos de campaña de cara a procesos electorales próximos. Así estamos.

Desde luego, la ineptitud y la indolencia de Ángel Aguirre Rivero ameritan su salida del cargo a la brevedad, pero no es el único caso. A dos años de instaurado el peñato, la Segob, la PGR, el Cisen (¿qué hacía el Cisen mientras la delincuencia organizada se apoderaba de Iguala? ¿Buscaba con microscopio agentes del Estado Islámico infiltrados en el territorio nacional?) y el propio Peña Nieto han incumplido en forma escandalosa, exasperante e inadmisible, su obligación de garantizar la seguridad pública y el derecho a la vida de las personas, que es el principal deber de un gobierno. En este sentido, los muchachos de Ayotzinapa muertos y desaparecidos confirman la desaparición de todo sentido nacional en una institucionalidad utilizada no para servir a la población sino para saquear, entregar el país al extranjero y pasear por el mundo la frivolidad oligárquica en un avión de 7 mil millones de pesos.


Localizar y presentar a los estudiantes de Ayotzinapa debe ser la última tarea de Aguirre y también la última de Peña. Y después de eso es necesario que ambos pidan licencia a sus cargos respectivos porque gobierno, lo que se llama gobierno, aquí no hay.

7.10.14

Responsabilidades


El viernes 26 de septiembre la opinión pública nacional seguía recibiendo con consternación las revelaciones sobre el caso Tlatlaya, localidad mexiquense en la que según la versión oficial inicial, ocurrió en mayo pasado un enfrentamiento entre “secuestradores” y el Ejército, con un saldo de 22 muertos entre los primeros; los nuevos indicios indican, sin embargo, que los presuntos maleantes fueron en realidad ejecutados. Ello pone en entredicho el relato gubernamental en su totalidad y lleva a preguntarse si las víctimas conformaban realmente una banda de plagiarios o si pertenecían a una organización armada de otra clase. Por otra parte los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional iniciaban un movimiento de protesta por el intento de la dirección de imponer un plan de estudios y un reglamento que degradaban la calidad de la educación en ese centro. Y en vísperas de la conmemoración del 2 de octubre de 1968 moría Raúl Álvarez Garín, dirigente del movimiento estudiantil de aquel año y destacado luchador político y social.

Con ese telón de fondo la policía de Iguala y un grupo de la delincuencia organizada, “Guerreros Unidos” (un desgajamiento o remanente –las versiones varían– del cártel de los Beltrán Leyva), la emprendieron a balazos en contra de estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, quienes se movilizaban para obtener medios de transporte que les permitieran asistir a la marcha prevista para el 2 de octubre. El cuerpo policial local es famoso desde hace mucho tiempo por estar infiltrado por la criminalidad organizada.

Los atacantes no se moderaron; causaron tres muertos entre los muchachos –uno de ellos fue brutalmente torturado– y otros tres entre gente que no tenía relación con Ayotzinapa; balearon un autobús que transportaba a un equipo de futbol –allí murieron el chofer de la unidad y un joven futbolista– y mataron a la pasajera de un taxi que se cruzó entre los balazos. Adicionalmente, los agresores se llevaron a 43 estudiantes en patrullas de la policía municipal.

El martes 30 de septiembre, con la creciente presión social que exigía la presentación con vida de los estudiantes levantados en Iguala, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, en un gesto inesperado y espectacular, salió de sus oficinas para dialogar con los estudiantes del Poli que marcharon hacia el palacio de Cobián, recibió en mano el pliego petitorio y ofreció respuestas rápidas y puntuales.

Un día después el gobierno anunció la captura de Héctor Beltrán Leyva, “El H”, en San Miguel Allende. Presentado como “un gran capo” por las autoridades de México y de Estados Unidos, muchos coinciden, sin embargo, en que “El H” encabezaba una organización menguante y achicada y que estaba desde hace años al alcance del gobierno; algunos lo consideran incluso como un colaborador protegido.

Desde hace mucho ha sido ampliamente señalada la relación entre el ex presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, y de su secretario de Seguridad, Felipe Flores Velázquez, con los “Guerreros unidos”. Meses antes de la masacre de fines de septiembre sitios web especializados en nota roja han difundido tales conexiones así como las existentes entre Abarca y el gobernador guerrerense, Ángel Aguirre Rivero.

A Abarca Velázquez se le atribuye la responsabilidad intelectual de varios homicidios pero nunca, hasta ahora, fue investigado. Sobre Aguirre Rivero pesa la responsabilidad –política, cuando menos– por el asesinato de dos estudiantes de Ayotzinapa a manos de la policía estatal el 12 de diciembre de 2011. Enrique Peña Nieto carga con la culpa, asumida, de la barbarie represiva desencadenada en Atenco-Texcoco, cuando él era gobernador del Estado de México, en 2006. Por lo demás, el peñato y su profundización neoliberal es una suerte de enemigo natural de Ayotzinapa. En el terreno político los tres, cada cual a su manera y en su respectiva escala, salen perdiendo con la masacre de Iguala y es, por ello, improbable que la orden de perpetrarla haya salido del despacho de cualquiera de ellos. Esa consideración no los exime, sin embargo, de al menos una doble responsabilidad en la tragedia: la primera, por alentar de manera sistemática, cada cual en su ámbito, políticas represivas y el quebrantamiento sistemático del estado de derecho, con lo cual crearon las condiciones propicias para que ocurrieran los asesinatos de estudiantes normalistas; la segunda, en lo que respecta a los ejecutivos estatal y federal, por no haber actuado ante los abrumadores indicios de la infiltración de la delincuencia organizada en las instituciones de Iguala, de Guerrero y del país.

El grupo gobernante –PRD incluido y hasta protagónico, dada la filiación perredista del alcalde prófugo y del gobernador– pone, en el momento actual, toda suerte de empeños en circunscribir la culpa de lo ocurrido la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre a Abarca Velázquez y a sus subordinados. Pero el artículo 21 constitucional señala que la responsabilidad de la seguridad pública corresponde a la Federación, los estados y los municipios; sin embargo, en Iguala, como en muchos otros puntos de Guerrero y del país, la seguridad pública es inexistente; esa carencia hizo posible la agresión criminal contra medio centenar de personas y de ello son corresponsables Aguirre y Peña, además, por supuesto, de Abarca. Ante ese hecho no bastan las tardías e inverosímiles medidas de control de daños adoptadas por los dos primeros. A la sociedad corresponde exigirles que rindan cuentas.

1.10.14

Oda a unas flores amarillas



Pablo Neruda


Contra el azul moviendo sus azules,
el mar, y contra el cielo,
unas flores amarillas.

Octubre llega.

Y aunque sea
tan importante el mar desarrollando
su mito, su mision, su levadura,
estalla
sobre la arena el oro
de una sola
planta amarilla
y se amarran
tus ojos
a la tierra,
huyen del magno mar y sus latidos.

Polvo somos, seremos.
Ni aire, ni fuego, ni agua
sino tierra,
sólo tierra
seremos
y tal vez

unas flores amarillas.