Soy el cosmos: la aglomeración
inconmensurable de partículas, átomos, moléculas, planetas,
estrellas, galaxias, cúmulos y nubes de gas alrededor de ustedes.
Soy enorme, pero carezco de pensamiento y de identidad. Este texto
es, por ahora, el único remedo de conciencia de mí mismo en años
luz a la redonda, aunque tal vez dentro de media hora alguien de
ustedes o alguien de otra especie inteligente redacte algo mucho
mejor.
Ustedes, seres ínfimos, nacen, viven y
mueren en un rincón perdido de mi totalidad aplastante, y sin
embargo algo pueden comprender de mí. Yo, en cambio, no los
comprendo a ustedes. No tengo noción de su existencia y no me
interesan ni mucho ni poco.
En realidad, carezco de intereses, de
sueños, de anhelos y de propósito. Yo, el universo, surgí al
parecer por azar de una conflagración de energía. Ustedes lo han
inferido. Yo desconozco todo de mi historia y de mi futuro. Soy
inconmensurable y vasto pero también ciego y sordo. Al igual que
ustedes, sigo al pie de la letra las leyes naturales y a eso me
limito.
Soy la suma de todo lo que existe y sin
embargo mis partes no se suman para ofrecerme sus dones particulares.
Ustedes, en cambio, criaturas diminutas, han desarrollado la
conciencia. Dicen algunos de ustedes mismos que por necesidad y por
necedad, por hambre y por empeño, por evolución natural y por un
esfuerzo dirigido. Otros afirman que la conciencia les fue dada junto
con el alma, pero el alma no existe o no, al menos, en mí: aquí no
hay nada fuera de estas moléculas del caos, de este ir y venir de
protones y elementos, de estas colisiones de galaxias. Algunos más
sostienen que su conciencia deriva de la mía, pero ello parece más
bien una proyección de su incapacidad para comprender que hay cosas
más grandes, mucho más grandes que ustedes, y sin embargo imposibilitados para percibir la diferencia entre una rosa y un vendaval, entre un
amanecer y un martillo: cosas, por ejemplo, como un asteroide, un
océano, un sistema solar. Pero ustedes no sólo saben distinguir
sino también transformar. Tienen la aptitud de respirar aires
inmundos y exhalar poesía, de recibir agravios y urdir cóleras
invencibles, de nacer como juguetes de las olas y devenir grandes
navíos.
A ustedes les fue dado convertir la
tristeza en danza, la muerte en memoria, la nada en edificios.
Ustedes saben, aunque a veces lo
olviden, tejer el yo en nosotros, transformar la soledad en compañía,
dominar los impulsos del lagarto que llevan dentro para cantar a coro
y pensar en muchedumbre.
La Creación no existe y yo, el
universo, carezco de propósito pero ustedes decidieron dar uno a sus
vidas: escapar del dolor, atenuar la angustia de la nada, ser
felices, amar hasta la sublimación y hasta el ridículo, contar las
pulsaciones de la sangre, escudriñar las estrellas que forman mi
cuerpo, organizarse en familias, construir países, barrer cada
mañana las calles de su barrio, eliminar la podredumbre.
Aunque les cueste admitirlo, ustedes
son los bichos más complicados de cuantos han creado las leyes
naturales y los menos imperfectos de todos los hasta ahora conocidos,
por más que en ocasiones permiten que la falsa humildad y la culpa
primigenia les minen esa certeza.
Ustedes tienen el poder y la gracia de
una especie terrible y hermosa, la más cruel y la única que conoce
el remordimiento. Pueden sentir piedad y rabia; pueden alimentar
ternura y expresarse con humor implacable; son capaces de responder
al llamado del deber y de abandonarse a las delicias del ocio; han
aprendido a aprehender el pasado, imaginar el futuro y contar el
tiempo; llevan en el fondo de sus células las virtudes de la
paciencia, la terquedad y la rebeldía. Gracias a ellas pueden
sobreponerse a las circunstancias más trágicas y a los momentos
personales y colectivos de mayor devastación.
En el calendario que se han dado está
por comenzar un nuevo ciclo. Es, en principio, una mera convención,
una arbitrariedad insignificante que ustedes, sin embargo, podrán
colmar de significación, y alterar un destino que pareciera
inmutable. Destruyan viejos hábitos mentales, rompan los muros
carcomidos que los contienen, nazcan de nuevo, engéndrense una vez
más y empiecen a construir su mañana.
No me es dado a mí, criaturas
insignificantes, emprender esas tareas. Háganlo, háganlo ustedes.
Florezcan y amanezcan.