Daniel Ortega falleció en combate a una edad precoz. No había cumplido 22 años cuando participó en la tentativa del Frente Sandinista de Liberación Nacional de implantar un foco guerrillero en las montañas de Matagalpa. Un error de los rebeldes hizo posible que la Guardia Nacional de Anastasio Somoza los ubicara y los aniquilara en el cerro de Pancasán. Allí cayeron, entre otros, el legendario Pablo Úbeda, maestro de profesión; Silvio Mayorga, nativo de Nagarote; el obrero Carlos Reyna y un muchacho aun más joven que Daniel, Otto Casco, quien apenas cursaba la secundaria. El médico Óscar Danilo Rosales fue capturado vivo y torturado a muerte en una mazmorra del tirano. La dictadura somocista parecía eterna por entonces y nada permitía presagiar su caída, y mucho menos el triunfo de una revolución armada.
Dos
años después de aquellos sucesos, la Guardia Nacional cayó sobre
una casa de seguridad del Frente ubicada en el que se llamaba por
entonces Barrio Maldito de Managua. Allí murieron combatiendo Julio
Buitrago y Daniel Ortega. El segundo volvió a ser asesinado por la
dictadura en 1970 al lado de Luisa Amanda Espinoza y junto a María
Castil. Cayó en combate o huyendo de la represión en las mismas
fechas en las que mataron a la chinita Arlen Siu, a Julia Herrera, a
Mildred Abaunza, a Mercedes Avendaño, a Claudia Chamorro, a Ángela
Morales, a Genoveva Rodríguez, a Pilú Gutiérrez, a Mercedes
Peña, a Martina Alemán, a la enfermera Clotilde Moreno, a la
mexicana Araceli Pérez, a Idania Fernández, a Laura Sofía Olivas,
a Nydia Espinal, a la bailarina Ruth Palacios, y a tantas otras que
lucharon por una patria libre pero también por un país en el que se
respetara los derechos de las mujeres y en el que ningún gobierno
acabara prohibiendo el aborto.
Pero
uno de los pocos sobrevivientes de la gesta de Pancasán, Bernardino
Díaz, fue detenido por los esbirros de Somoza y su cadáver fue
encontrado con huellas de tortura cerca de Wasaka. Otro cuerpo fue
identificado como perteneciente a Daniel Ortega, un todavía joven
sandinista que había estado en la cárcel por asaltar un banco con
el propósito de recuperar fondos para la lucha y que había escapado
de la prisión. Su muerte heroica lo salvó de contemplar el vomitivo
espectáculo que tuvo lugar dos décadas más tarde, cuando unos
comandantes derrotados en las urnas se repartieron la propiedad de
todos en un acto de pillaje conocido como “la piñata”.
El
comandante Daniel Ortega Saavedra fue capturado cerca del río Zinica
junto con Carlos Fonseca Amador, fundador y dirigente máximo del
FSLN, cuando se realizaban esfuerzos por reunificar al Frente, que
por entonces estaba partido en tres tendencias; ambos fueron
ejecutados por un soldado borracho. Pero además, Daniel murió en
vísperas del triunfo revolucionario al lado de Germán Pomares, El
Danto, y cayó combatiendo en
Rivas al mismo tiempo que el cura asturiano Gaspar García Laviana,
quien se había unido a la lucha sandinista años atrás, y junto a
tantos otros que dieron su vida por la democracia, la igualdad, la
justicia social, la libertad,
el estado de derecho, la probidad y, sobre todo, la decencia.
El
general Daniel Ortega Saavedra murió de tristeza el 25 de febrero de
1990 cuando perdió las elecciones presidenciales frente a lo que era
entonces la derecha, y falleció en la década pasada por la
vergüenza que le causó el haber sometido al poeta Ernesto Cardenal
a una persecución judicial injustificada y vesánica.
El
émulo de finquero presidencial, el dictadorzuelo tropical que fue
reelecto en Nicaragua hace unos días no tiene nada que ver con aquel
comandante guerrillero que peleó por su país y que luego encabezó
un intento de transformación social durante once años. El hombre
abotagado y grotesco que exhibe la jefatura de Estado en la Nicaragua
de hoy se llama igual y algunos de sus gestos y sus rasgos evocan
vagamente al joven Daniel Ortega Saavedra, pero fuera de eso no hay
nada en común entre ambos. Daniel Ortega falleció en combate.
2 comentarios:
Bello y profundo articulo...leguaje lindo de un lindo ser humano...
Gracias Pedro Miguel. Poéticas líneas para un ser humano que ya no se las merece. Qué pena da todo esto.
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