En distintas áreas fronterizas del Río Bravo algunos
ciudadanos entusiastas han organizado grupos cinegéticos. La actividad había
decaído en fechas recientes debido a las cada vez más estrictas regulaciones de
inspiración ecológica y a un predominio creciente de las actividades
sedentarias (como ver videos) en el tiempo libre de los lugareños. Tal vez la
moda de los deportes de riesgo y las tendencias de la industria automotriz a
inundar el mercado con vehículos todoterreno, que son una inversión desperdiciada
cuando se les utiliza sólo para ir de shopping, dieron la pauta a los primeros
entusiastas que sacaron sus escopetas y sus fusiles de los armarios, los
engrasaron y se fueron al pueblo más cercano a comprar munición. Pero también
debe haber pesado la proliferación de extranjeros cimarrones por los sitios más
desolados y salvajes de la frontera común. El Bordo y el Cañón Zapata, sitios
comunes de tránsito hacia el norte, son cotos exclusivos de la Border Patrol y
están tan vigilados que transitarlos de manera furtiva es tan complicado como
introducirse subrepticiamente al Pentágono. En consecuencia, las especies
migratorias procedentes del sur se extendieron por los cañones y desiertos de
Arizona, Nuevo México y Texas.
Los aguerridos granjeros y los sherifes de esas tierras no
requieren de justificación para desempolvar el Winchester de sus abuelos o para
estrenar los nuevos AR-15 con guardamanos de fibra de carbono y dedicar su ocio
a la cacería humana. Descienden de la estirpe que exterminó a los búfalos y a
los apaches, construyeron una nación sobre el mandamiento máximo de la
propiedad privada y echaron una bonita capa de asfalto sobre las incomodidades
de origen animal o vegetal que los acechaban. Ahora, en los morideros de su
propiedad, pululan mexicanos que picotean los setos o asustan el sueño de los
borregos. Disparar sobre los intrusos es un acto natural y hasta de sentido
común. Así lo entiende también el gobierno de Washington, que en un acto de
humanismo tal vez excesivo, y que muestra la perniciosa suavidad demócrata y
obliga a suspirar por la hombría de los republicanos, ha instado a los
cazadores a no dar muerte a sus presas. Capturarlas vivas evita problemas
internacionales y hasta locales, habida cuenta que aún existen algunas leyes
obsoletas que confunden la cacería con el homicidio.
Pero, en el fondo, las autoridades simpatizan con el
renovado afán de los granjeros por hacer patria. Ayer mismo, en la madrugada,
un policía de Brownsville exhibió la cabeza de un ejemplar joven que pretendía
introducirse al país de la libertad.
En el fondo de todo esto hay la convicción --que poco a poco
se abre paso en todos lados, hasta en México-- de que la condición humana se
conserva o se pierde, o no se adquiere nunca, de acuerdo con el estatuto legal,
penal o migratorio de cada espécimen. Es evidente: los derechos humanos son de
los humanos, no de los delincuentes ni de los indocumentados. Por esta vía
llegaremos a necesarios deslindes civilizatorios. Comerse a un ratero o a un
mojado, por ejemplo, puede considerarse un acto de derecho o de esparcimiento
que de ninguna manera implica canibalismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario