Venas que humor a tanto fuego han dado, /médulas que han
gloriosamente ardido (...) /serán ceniza, mas tendrá sentido... Pensándolo
bien, es casi milagroso que ningún idiota haya notado, hasta ahora, las enormes
posibilidades de Quevedo como profeta de Hiroshima. A diferencia del genio
patizambo, Nostradamus era un versificador lamentable (basta comparar sus
Centurias con las Baladas entrañables del delincuente Villon, escritas un siglo
antes) y un médico dudoso, así que optó por dedicarse a charlatán. Tal vez
habría podido aspirar a un sitio en la historia de la literatura como antecesor
delirante de poetas herméticos de siglos posteriores (pienso en Góngora, pienso
en Mallarmé), pero el escribidor provenzal decidió difundir la especie de que,
bajo sus metáforas alucinadas, se escondían revelaciones acerca del futuro.
Desde entonces no ha faltado quien incruste, en diversas cuartetas de las
Centurias, sucesos tan variopintos como el surgimiento del imperio napoleónico,
la caída del zarismo y la revolución bolchevique, el estallido de la Segunda
Guerra Mundial, la aparición de la minifalda, el asesinato de Lennon, la guerra
del Golfo Pérsico, el fin del mundo y la clonación de la oveja Dolly.
La interpretación libre puede ejercerse en cualquier texto
escrito, independientemente de los propósitos con que éste haya sido redactado.
Uno puede hallar, si se lo propone, mensajes ocultos, cifrados y misteriosos
hasta en el directorio telefónico y construir, a partir de allí, explicaciones
o premoniciones de sucesos ocurridos décadas después. Con mayor razón es dable
depositar cualquier cosa en los 25 renglones del “tercer secreto de Fátima”,
trabajosamente escritos en los años cuarenta, y bajo presión del obispo de
Leiria, por Irma Lucía dos Santos, monja carmelita que de niña fue pastora y a
quien, en 1917, en la cueva de Iria, la Virgen se le apareció varias veces.
En esos sucesos milagrosos Irma Lucía y otros dos niños
pastores experimentaron visiones que, en su edad adulta, la religiosa, bajo la
guía de diversos curas y ningún corrector de estilo, transformó en tres
mensajes a la humanidad. Los dos primeros tenían que ver con el fin de la
Primera Guerra Mundial, el inicio de la Segunda y el ocaso del comunismo. El
tercer mensaje se lo guardó el Vaticano como un secreto de Estado que dio pie a
las conjeturas más divertidas y catastróficas y, en adelante, María, que cuenta
con advocaciones progres y hasta populistas, tuvo en Fátima la expresión de su
ala ultraderecha.
El “tercer secreto” fue objeto de emocionantes suposiciones:
se dijo que anunciaba el fin del mundo y aparecieron apócrifos que proclamaban
la resurrección de Hitler, el inminente cisma de la Iglesia católica o el
advenimiento del Anticristo. El padre Michael da Santa Trindade, en la página
oficial de Fátima (www.fatima.org), escribe que la sustancia del tercer secreto
es una advertencia sobre la pérdida de la fe, la crisis en la Iglesia católica
y la apostasía que “amenaza a naciones y a continentes enteros”.
Ahora Juan Pablo II, en lo que parece un ritual de clausura
de su papado, fue al santuario portugués y le pidió al cardenal Sodano que
expusiera algo realmente anticlimático: en su interpretación, el tercer secreto
de Fátima es una predicción sobre el atentado del que fue víctima el propio
pontífice el 12 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, en el que una bala
disparada por el turco Ali Agca le perforó los intestinos y le arruinó la salud
para siempre.
Según Sodano, en el texto de la monja aparece “un obispo
vestido de blanco que reza con los fieles y cae a tierra como muerto, bajo los
disparos de arma de fuego”, todo ello en medio de las conocidas expresiones
anticomunistas, ya obsoletas, como lo reconoció el propio vocero.
Wojtyla decidió adueñarse de la imagen como representación
de su propio sufrimiento. Pudo ver en la escena el martirio del obispo
salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado por los paramilitares cuando
oficiaba la misa, o la cabeza rota del obispo guatemalteco Juan Gerardi,
ultimado a golpes por la oligarquía militar de su país, u otras circunstancias.
Prefirió, en un acto de arrogancia por demás comprensible y excusable --el
hombre está muy enfermo y al parecer ya firmó una renuncia anticipada en caso
de incapacidad mental--, asumirse como destinatario personal del “tercer
secreto” y concluir que la Virgen de Fátima se tomó el trabajo de anunciarle el
proyectil de nueve milímetros de Ali Agca. Pienso que también cabe la
posibilidad de que la visión de la hermana Irma Lucía se refiera, en realidad,
a sucesos que ocurrirán en el siglo XXIV, a miedos inconscientes de la niña
pastora o a nada en particular.
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