En su edición de esta semana, el boletín del Arzobispado de
México, Desde la fe, además de dedicarle sus páginas centrales al
60 aniversario de los Legionarios de Cristo (incluso hay una foto de Marcial
Maciel besándole la mano a un Karol Wojtyla que no parece muy preocupado en
retirarla), despliega, en la contraportada, una graciosa composición
titulada Contestadora celestial, con texto en letras amarillas,
nubecitas de fondo y un auricular un tanto fantasmagórico.
En el subtítulo se plantea la hipótesis: "¿Qué
sucedería si Cristo instalara una contestadora telefónica automática en el
cielo?".
La fábula tiene desarrollos ingeniosos: “Imagínate rezando y
escuchando el siguiente mensaje: 'Gracias por llamar a la Casa de mi Padre. Por
favor selecciona una de estas opciones: Presiona 1 para peticiones. Presiona 2
para acciones de gracias. Presiona 3 para quejas. Presiona 4 para cualquier
otro asunto.'
Imagínate que Dios usara esta conocida excusa: 'De momento
todos nuestros ángeles están ocupados atendiendo a otros fieles. Por favor,
manténgase rezando en la línea, su llamada será atendida en el orden en que fue
recibida'”. Una de las opciones imaginarias de la hot line divina
resulta ser una gotita de la bilis anticientífica que --aun en estas épocas--
rezuma la jerarquía católica: “Si deseas obtener respuestas a preguntas necias
sobre los dinosaurios, la edad de la Tierra, dónde está el Arca de Noé, por favor
espérate a llegar al Cielo”. Y así por el estilo, hasta culminar en el mensaje
paradójico siguiente: “Nuestras oficinas están cerradas por Semana Santa. Por favor,
vuelve a llamar el lunes”.
La moraleja es así: “Gracias a Dios que esto no sucede...
Gracias a Dios que le puedes llamar en oración cuantas veces necesites...
Gracias a Dios que a la primera llamada, Él siempre contesta... Gracias a Dios
porque de nosotros depende llamarle en oración”, etcétera. Y firma la
composición, como si fuera un desplegado, “Tu amigo, Jesús”.
Si el mensaje referido tiene algo de execración al uso
generalizado de call centers --que son casi siempre
frustrantes, abusivos e inútiles--, le asiste cierta dosis de razón.
Es imposible no sentirse rata de laboratorio ante esas voces
femeninas sintéticas, entre serviles y autoritarias, y teñidas casi siempre por
un acento de español de Miami, que le ordenan a uno oprimir el botón fulano del
aparato para encontrar el queso o salir del laberinto. En su calidad de cliente,
contribuyente, o simple “interesado”, uno percibe de forma irremediable, en la
obligada situación de dialogar con un dispositivo electrónico, una suerte de
maltrato digital.
Pero, para volver a la contraportada de Desde la fe,
y habida cuenta de las diferencias de línea editorial entre ese órgano y
la Revista del consumidor, parece que el mensaje no es
necesariamente un señalamiento crítico al uso y al abuso de hot lines de
alta tecnología, sino --tal vez-- que el diálogo con Jesús (que es Dios
encarnado) no requiere de intermediarios.
Desde esa perspectiva, Contestadora celestial parece
una crítica demoledora al propio clero. Porque, como cualquier católico
medianamente informado sabe, ninguno de los trámites sacramentales es realmente
indispensable para alcanzar la salvación y que El Altísimo no necesariamente ve
con buenos ojos a gestores y coyotes.
A la postre, esa reflexión puede desembocar en actitudes
semejantes a las de los iconoclastas o en posturas como la que retoma la
película Estigma (más bien gore, y más bien mala),
en la que Jesús, atormentando a una pobre muchacha que ni a creyente llega,
pasa el mensaje “mi cuerpo es el único templo”, consigna supuestamente
codificada en los rollos del Mar Muerto y supuestamente guardada en celoso
secreto por el Vaticano porque indicaría que la Iglesia, en su conjunto (Roma,
templos, curas, monjes, monjas, monasterios, cálices, hostias, vino, casullas,
mitras, báculos, imágenes, veladoras, inciensos, maitines, santos y santas,
beatos y beatas, Banco Vaticano, papamóvil, monaguillos, confesionarios, sillas
gestatorias y ediciones de Desde la fe) no sirve para la maldita cosa
si de llegar al Cielo se trata y que lo mejor es, en este propósito, hablar
directamente con Jesús y no creer a sus pretendidos gestores, secretarios
particulares, sucesores, cónsules o franquiciatarios.
Pero, como dicen los islámicos, Dios es más sabio, y la
verdadera verdad es que quién sabe.
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