Llevábamos
ya dos meses de esta película que empezó como cine de desastre, se volvió drama
por unos breves días, ha tenido semanas de historia de guerra y había vuelto al
género de catástrofe de la mano del ántrax; también tuvo momentos de intriga
política en la que los dictatoriales le ganaban la partida a los demócratas.
Ayer, cuando la cinta se había puesto francamente aburrida, el guionista perdió
el control de la historia y se volvió loco. Cuando Washington anunciaba la
conquista del norte de Afganistán, un avión de American Airlines, repleto de
dominicanos, se estrelló --en forma accidental o provocada-- en un barrio
populoso de Queens en el que habitan judíos apacibles y colombianos laboriosos.
Eso no le sirve al gobierno de Washington ni a los remitentes anónimos de
bacterias postales ni a los remotos talibanes o a lo que quede de ellos en esta
hora. El único sector de la humanidad que sale ganancioso de este episodio es
el de los accionistas de agencias funerarias.
Por las
razones que sea, el dolor y el aroma de la carne quemada han vuelto a Nueva
York cuando en Afganistán a duras penas quedan niños que destripar y cuando los
objetivos militares se agotaron hace ya tiempo. Ni los malos más malos del
estilo Darth Vader desperdician sus bombas guiadas por láser y sus cortadoras
de margaritas --que son lo más cercano a una bomba atómica que puede producirse
con explosivos convencionales-- horadando cráteres en el desierto, y ni los
peores villanos de la pantalla resisten seis semanas de bombardeo masivo; hace
medio siglo, a Estados Unidos le bastaron 36 horas de acción de sus aviones
para convertir la ciudad alemana de Dresde --con sus hombres, mujeres, niños,
ancianos, bebés, óvulos, espermatozoides, mascotas y nabos-- en una planicie de
polvo fino y blancuzco cuyo componente principal era el hueso molido.
Accidente
o bomba, un sector de Queens sufrió, ayer, una suerte parecida a la de los
barrios habitacionales de Kabul, y de nueva cuenta el episodio obliga a
preguntarse si el azar es más hábil que los terroristas --sean quienes sean-- o
si Murphy debe ser agregado a la lista de nombres del Altísimo. Allá cada
quien.
La
Unión Americana es un país de planicies, interrumpidas apenas por breves
cadenas montañosas. Afganistán, en cambio, es una alfombra oriental arrugada a
la que no le vendrá mal una plancha. Tal vez el american way of life pueda
entenderse como una preocupación morfológica y una marcada aversión contra los
accidentes de la geología. El problema es que la tarea de aplanar macizos
montañosos podrá ser muy épico, pero no da para sustentar una narración
cinematográfica convincente, y ni siquiera para un resumen periodístico: los
medios han estirado su propia felicidad narrando a gritos, y con tono de
locutor futbolero, la autopsia de un antropófago.
Los
talibanes serán unos bárbaros imperdonables, pero arrasar un país, aunque esté
controlado por el integrismo, equivale al disfrute sexual de los pedazos de un
cuerpo humano. Con una fruición análoga, las cadenas informativas cuentan ahora
la historia del accidente (o del atentado) en Queens. En eso han terminado: en
la construcción de historias de cine snuff, ese género un tanto mítico (hasta
en tanto no haya pruebas de lo contrario) que retrata el gozo erótico extraído
de la agonía y la muerte ajenas. Los voceros autorizados de Occidente aúllan de
placer, en el tramo final de esta cultura, sintiéndose extirpadores de las
semillas terroristas.
Pero
eso sólo nutre y multiplica el odio. Cada bomba que cae --si tiene suerte la
bomba-- en una choza afgana, es una nueva raíz de odio contra Washington y la
Unión Europea. La caída del vuelo 587 de American Airlines en una zona habitada
de Queens fue probablemente accidental, pero ayer muchas personas en el mundo
islámico no se sintieron consternadas por una tragedia, sino que brincaron de
felicidad por lo que interpretaron como venganza humana o divina. “Problema de
ellos”, podría decirse. Lo malo es que la abominación habrá de dirigirse,
también, entre muchas otras cosas, contra la razón, el pluralismo, la tolerancia
y la democracia, la Venus del Milo, los ready made de Duchamp y los artículos
de Chomsky.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario