Los restos del naufragio mecidos por el oleaje son poderosos
catalizadores de la melancolía. Hasta el domingo pasado (y puede ser que
incluso hoy) la página de Avantel en Internet ensalzaba a uno de sus patrones
en un depurado estilo punto com y con los rebuznos gramaticales característicos
de los yuppies:
“Es una nueva compañía de comunicaciones diferente. Con
ingresos anuales de más de 30 mil millones de dólares, combina solidez
financiera y de diversos recursos para buscar las mejores oportunidades de
crecimiento de la industria, con una avanzada red global, construida
especialmente para esta era de las comunicaciones y de la información”. Su
estrategia “consiste principalmente en concentrarse en los segmentos de más rápido
crecimiento de la industria: datos / Internet y los servicios de comunicaciones
locales e internacionales. Particularmente en Estados Unidos, es la segunda
compañía de larga distancia más grande, con una red de fibra óptica de 45 mil
millas que abarca todo el país. Además, cuenta con más de 100 redes locales de
fibra de alta capacidad y una red integrada de servicios de comunicaciones que
abarca desde Canadá hasta Estados Unidos y México”.
El objeto de los elogios es nada menos que WorldCom, el
agujero negro por el que han desaparecido unos siete mil 400 millones de
billetes verdes --mas lo que se acumule esta semana-- y que ha echado a perder,
junto con Enron, las esperanzas de recuperación económica que abrigaba el
gobierno estadunidense.
Se ha dicho que los episodios de pánico financiero y fuga de
capitales --y los consiguientes periodos recesivos-- en los escenarios de lo
que ahora se denomina “economías emergentes” representan, para los
protagonistas económicos del mundo, buenas oportunidades de negocio. Pero la
descompostura mayor que mantiene paralizado al país vecino desde 2000 no le da
oportunidades de nada a nadie, salvo, tal vez, la posibilidad de reproducirse,
por vía no sexual, a los pobres, miserables y homeless de todo el mundo. El
momento tampoco es bueno para el gobierno de George W. Bush, porque el
estancamiento y los megafraudes han golpeado a muchos ahorradores y jubilados
que son, además, votantes, y que están incluidos en los cálculos del Partido
Republicano para las elecciones de noviembre próximo.
Hoy, sin darle mucha importancia a que sea martes 13, se
reúnen las autoridades de la Reserva Federal de Estados Unidos para decidir qué
hacen con este desfiguro de crisis persistente y si es aún posible y prudente
darle un nuevo mordisco a las tasas de interés. Mientras tanto, el presidente
Bush, el vicepresidente Dick Cheney --a quien las malas lenguas consideran el baby
sitter del
mandatario--, el secretario del Tesoro, Paul O'Neill y otros funcionarios,
estarán dando un espectáculo público en la Universidad de Baylor (ubicada en
Waco, Texas, muy cerca del rancho presidencial), con el propósito de conjurar
los pánicos, de jurar que la tormenta ha pasado y que las catástrofes de Enron,
WorldCom, Tyco, Global Crossing, Qwest, Xerox, US Air y United Airlines, entre
otras, son asuntos aislados y excepcionales en el marco de una economía con
“fundamentos fuertes”, Bush junior dixit.
A pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca por convencer al
respetable de que la recesión económica es sólo un mal recuerdo, el miércoles
pasado la Oficina Nacional de Investigación Económica --organismo que estudia
los ciclos económicos estadunidenses-- señaló que aún no puede anunciarse el
fin de la recesión y, peor aun, que no es posible descartar un “segundo tramo”
de declive económico. “Recesión de doble caída” es el nombre técnico de este
escenario de pesadilla. Glenn Hubbard, asesor económico de la Casa Blanca, dice
estar seguro de que no va a presentarse. Pero ese funcionario tiene la cara
dura para afirmar que “la recuperación sigue intacta”, y creer en sus palabras
requiere, en consecuencia, de un esfuerzo casi muscular de credulidad.
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