La
peregrinación a lugares santos es un hábito que muchas religiones prescriben a
sus fieles y tal vez sea una forma discreta y sutil de obedecer a los genes que
los humanos tenemos en común con las focas de Groenlandia, los salmones y las
mariposas monarcas, entre otras especies de animales dotados de hábitos
migratorios regulares. También es una vía para inducir sentido de comunidad
entre los fieles --no hay que olvidar que los curas católicos emplean sin rubor
el término rebaño--, quienes, una vez reunidos en el punto de encuentro, pueden
librarse a toda suerte de prácticas gregarias.
Desde
ayer, y por lo menos hasta que Occidente celebre el día de San Valentín, se
encuentran en La Meca algo así como 2 millones de musulmanes --medio millón de
saudiárabes y millón y medio de extranjeros-- en cumplimiento de una
peregrinación, El Hach, quinto pilar de la fe mahometana, el viaje a los
terruños del Profeta que todo perteneciente a su religión debe emprender al
menos una vez en su vida.
Para
algunos musulmanes ese periplo de motivaciones espirituales es también una
oportunidad de hacer algún dinero. El año pasado, la BBC relató, en el
reportaje titulado El
negocio de la peregrinación, las peripecias de una familia procedente de
Daguestán que ha viajado a La Meca, en automóvil, en varias ocasiones
(http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/misc/newsid_1879000/1879157.stm). En su
recorrido de dos meses pasan necesariamente por Azerbaiján, Irán, Irak, Siria y
Jordania, donde van vendiendo las alfombras, las muñecas, las espadas y los
objetos de cristalería traídos de casa. Antes de volver a casa cargan sus
vehículos con otros productos que irán mercando por la ruta inversa.
En años
anteriores, esta reunión de la Ummah ha tenido desenlaces sangrientos, ya fuera
por la corrupción que aflora cuando miles de personas se trasladan de un lugar
a otro, por el analfabetismo de las autoridades sauditas en materia de manejo
de multitudes, por las fracturas milenarias del Islam o, simplemente, porque en
La Meca hace calor y los ánimos se incendian con facilidad. En febrero del año
pasado no ocurrió nada especial en esa ciudad sagrada, pero en Kabul el
ministro del gobierno interino que Washington acababa de imponer allí --Abdul
Rahman-- fue linchado en el aeropuerto por miles de peregrinos a quienes
enfureció el retraso de vuelos hacia Arabia Saudita. En 2001 decenas de
personas murieron apachurradas durante el ritual de La Lapidación de Satán, que
se realiza en los tres pilares conocidos como Jamrahs, cerca de La Meca. Tres
años antes, 118 fieles perecieron en una estampida; el año anterior un incendio
mató a 343 peregrinos, y en 1987 una confrontación entre chiítas iraníes y
sunitas locales dejó cuatro centenares de cadáveres en las explanadas de La
Meca.
Este
año las conmemoraciones del Hach son más ominosas que nunca para la Ummah,
porque está en vísperas de perder a una parte de sus fieles iraquíes, y para la
humanidad en general, la cual verá reducida su membresía a causa de la guerra.
Por estos días, los mahometanos que se dan cita en La Meca podrán ver, como
señales nefastas de anunciación, las estelas de vapor que dejan los aviones
F-15 Eagle y Tornado (producidos por los cristianos Estados Unidos e
Inglaterra, respectivamente). Esos pájaros supersónicos patrullan ahora los cielos
de Arabia Saudita, en prevención innecesaria de la conflagración inminente en
el país vecino, y como enésima prueba de que los jeques saudiárabes tienen,
dirían en la Bondojo, un poco más de uleros que de ulemas.
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