6.5.03

Esclavitud


En febrero pasado la prensa madrileña contó la historia de una red clandestina que llevaba a la capital española a mujeres procedentes del África subsahariana con la promesa de un trabajo digno y que, una vez en territorio español, las obligaba a ejercer la prostitución y las hacía firmar contratos que implicaban una situación real de esclavitud, a tal punto que el incumplimiento de las extranjeras podía acarrear su muerte o la de integrantes de su familia. Unas 150 mujeres fueron rescatadas en el operativo que desmanteló la organización.

En 1792 Dinamarca prohibió el tráfico de esclavos y al año siguiente la Convención Francesa aprobó una nueva declaración de los derechos del hombre que, en forma explícita, suprimía la esclavitud. Hidalgo hizo lo propio en México, en fecha tan temprana como el 6 de diciembre de 1810, en su célebre decreto contra la esclavitud, las gabelas y el papel sellado. En Estados Unidos tuvieron que pasar otros 53 años para que los 3 millones de esclavos negros se beneficiaran con la Emancipación, dictada por Abraham Lincoln, y otros cien para que los descendientes de los cautivos pudieran disponer de instrumentos legales contra la discriminación. En Brasil la esclavitud fue legal hasta 1888, año en que fue abolida por la llamada Ley Aurea. En la formalidad de los códigos, la reducción de seres humanos a objetos de propiedad ha persistido en algunos países periféricos y perdidos, como Mauritania, donde la práctica fue abolida apenas en 1980. A mediados del siglo pasado (1951) un comité ad hoc de Naciones Unidas informó con optimismo que la práctica disminuía con rapidez en todos los países. Sin embargo, el mundo contemporáneo --6 de mayo de 2003-- sigue siendo un lugar lleno de esclavos.

Hace dos años, la Organización Internacional del Trabajo dijo en su informe anual que el trabajo forzoso, la esclavitud y el tráfico de seres humanos --especialmente de mujeres y niños-- “están creciendo con la mundialización, adoptando nuevas e insidiosas formas”. Según el documento, las redes de traficantes suelen engañar a sus víctimas “con promesas falsas de empleos legales en restaurantes, bares, clubes nocturnos, factorías, plantaciones y casas privadas, pero una vez que están aislados les quitan los pasaportes o documentos de viaje, se restringen sus movimientos y se retienen sus salarios hasta que hayan rembolsado la deuda del transporte, cuyo valor queda a criterio del traficante. Como pueden revender las deudas de las mujeres a otros traficantes o empleadores, sus víctimas pueden quedar atrapadas en un ciclo infernal de perpetua servidumbre por deudas. Además, para evitar que los trabajadores se vayan, se suele recurrir a matones que los vigilan, así como al empleo de la violencia, con amenazas y retención de documentos”.

A mediados de marzo pasado, en Brasil, el presidente Luiz Inacio Lula da Silva presentó un Plan Nacional para la Erradicación del Trabajo Esclavo. El número de personas que sobreviven en condiciones de esclavitud en ese país sudamericano varía significativamente de acuerdo con las fuentes. El gobierno lo calcula en 25 mil, pero organizaciones no gubernamentales multiplican esa cifra por cuatro o por seis. Hace 10 años, el sociólogo Jose de Sousa Martins estimó que unos 60 mil brasileños eran víctimas del trabajo forzado.

En 1996 La Jornada dio a conocer la situación de los trabajadores oaxaqueños en las empresas agroexportadoras del Valle de San Quintín, Baja California, situación que se acercaba mucho a la de los peones acasillados en las haciendas porfirianas. Habría que preguntarse qué ha ocurrido allí en estos últimos siete años.

En las naciones y regiones más marginadas del planeta la esclavitud sigue funcionando sobre la base de la compraventa de seres humanos. Es el caso de Sudán, donde se puede comprar un esclavo por 100 dólares. En las llamadas economías emergentes, la práctica suele estar vinculada a fábricas de empresas trasnacionales: maquiladoras, plantaciones, construcción y minería. En Francia, España y otros integrantes de la Unión Europea, la esclavitud está preponderantemente relacionada con la industria de los servicios sexuales.

En su libro La nueva esclavitud en la economía global (Siglo XXI, Madrid), Kevin Bales, el más conocido especialista en el asunto, calcula que unos 27 millones de personas en todo el mundo se encuentran en situación de esclavitud. Tal vez sea una cifra exagerada, o tal vez se quede corta. Con un solo esclavo que hubiera, sería suficiente para cuestionar la buena voluntad y la eficacia de los organismos internacionales y los discursos de Estado de todos los países del mundo.

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