Los
invasores fueron a hurgar en un hoyo en los alrededores de Tikrit y de ahí
sacaron una deteriorada y deprimente mezcla de pepenador y Santaclós para
presentarla, con ademán de triunfo, a sus respectivas sociedades, hartas de
victorias sin sentido. Si la invasión a Irak es una manera de propiciar el
despegue económico, particularmente el de las corporaciones petroleras, atrapar
a un miembro de la familia Hussein es un subsidio de gasolina pura para las
cadenas mediáticas y un aliciente para uno que otro familiar despistado de los
soldados estadunidenses desplegados en aquel país remoto. Los gobernantes
gringos e ingleses pueden cerrar el año e irse a vacacionar con la idea de que
por fin empieza a verse la luz en el túnel iraquí.
En
efecto, la captura de Saddam Hussein generará un pico reconfortante en las
gráficas de popularidad de Bush y Blair, pico que tal vez alcance a convertirse
en una meseta de unas cuantas semanas. Pero los soldados de la coalición
invasora van a seguir regresando a sus países en bolsas negras y arruinarán los
árboles de Navidad que tan primorosamente habrán decorado sus parientes
esperanzados. La resistencia iraquí no es mayoritariamente cristiana, le
importa un comino la inminente celebración religiosa de los ocupantes y además
el desastre final de Saddam es un asunto estrictamente personal que en nada
afecta la moral y la decisión de los verdaderos combatientes por la libertad de
Irak.
El
Pentágono ofrecía varios millones de dólares por la cabeza del dictador
derrocado, pero en enero o febrero el despojo obtenido en un pozo de Tikrit no
valdrá ni un centavo. El mundo terminará por enterarse de que Saddam no tiene
la menor idea sobre el desarrollo de la resistencia contra los invasores y que
nunca poseyó más armas de destrucción masiva que las que le facilitaron
estadunidenses e ingleses para que gaseara a los iraníes y a los kurdos. Los
patriotas de Irak, por su parte, seguramente tienen claro que el viejo tirano
capturado tiene un pasado negro y ninguna clase de futuro, salvo, tal vez,
servir de modelo académico sobre los procedimientos para realizar un juicio
correcto por crímenes de guerra.
Saddam
demostró que pertenece a la estirpe de los tiranos menores, como Manuel Antonio
Noriega, que alardean mientras están en el poder y que se rinden y se entregan
sin pensar en la memoria de los que han enviado inútilmente al matadero. No le
sirve a nadie como símbolo de derrota o de victoria. Es, a lo sumo, un
espécimen ejemplar de los gerifaltes regionales fabricados por el gobierno estadunidense
para servir a sus intereses estratégicos.