Ninguna reflexión ulterior puede disminuir la gravedad de
una herida de bala en la cabeza como la que, desde el jueves pasado, mantiene
en estado de coma a Gonzalo Pérez García, comandante de la Guardia Civil
Española, quien hasta esa fecha fungía oficialmente como asesor de seguridad de
la Brigada Plus Ultra, encargada de la ocupación extranjera en el centro-sur de
Irak. Allí, en la localidad de Hamsa, un patriota iraquí desconocido plantó en
algún sitio de la masa encefálica de Pérez García un proyectil de arma corta y
desde entonces el militar español está en coma “profundo e irreversible”, según
ha dicho el Ministerio de Defensa de su país. No es pertinente una intervención
quirúrgica para retirar el cuerpo extraño, porque el tejido neuronal no se puede
coser. Así las cosas, la vida de este toledano de 42 años, casado y padre de
tres hijas, ha llegado a una condición vegetativa y pende de un catéter que
controla la presión interna de su cerebro.
Antes de dedicarse a destruir a la resistencia iraquí, Pérez
García realizó una carrera plena de condecoraciones y distinciones honoríficas
(21 en total) en la Guardia Civil; en algún momento de su trayectoria inventó
un Sistema Integral de Vigilancia Electrónica (SIVE) y en otro participó en los
tristemente célebres Grupos Antiterroristas Rurales, encargados de la guerra
sucia contra
etarras reales o presuntos. Dice, a este respecto, El
Mundo: “En la madrugada del 26 de noviembre de 1985, los tenientes del
Servicio de Información de la Guardia Civil Arturo Espejo Valero y Gonzalo
Pérez García y el guardia Segundo Castañeda custodiaban a (el presunto
colaborador de ETA Mikel) Zabalza tras su detención y se dirigían hasta un zulo que
nunca fue localizado. Según el testimonio de los tres agentes, el detenido
logró fugarse, esposado, y alcanzó el río Bidasoa, donde fue hallado muerto 20
días más tarde, justo un día después de que la Cruz Roja abandonara las labores
de búsqueda en esa zona. Varios testimonios recogidos por El
Mundo señalaron
que en realidad Zabalza fue sometido a un intenso interrogatorio y torturas con
el método conocido como 'la bañera', consistente en sumergir en una bañera al
detenido para arrancarle un testimonio. Así habría muerto el presunto etarra”.
La justicia española archivó, “por falta de pruebas”, las acusaciones contra
los policías, quienes fueron finalmente absueltos en 1988.
Pero esa sombra en el expediente del herido no disminuye en
nada la zozobra de su mujer y de sus hijas, seguramente congregadas alrededor
de la cama de hospital en la que Pérez García yace con la cabeza vendada y sin
esperanzas de recuperación. Pensándolo bien, es posible que la familia del
guardia civil haya sido invitada al primer Congreso Internacional de Víctimas
del Terrorismo, inaugurado ayer en Madrid, con gran pompa de Estado, por el
príncipe de Asturias; es posible, digo, porque Pérez García fue lesionado,
según la versión oficial, en un operativo “contra
integrantes de un grupo terrorista” en Hamsa, localidad al sur de Diwaniya, en
el Irak ocupado.
De nada sirve ahora razonar que el guardia civil agonizante
resultaba, en ese contexto, un cuerpo tan extraño como el proyectil que terminó
alojado en su bóveda craneana. Prueba de ello es que, a juzgar por sus propias
declaraciones, el extranjero no entendía nada de nada de lo que ocurría allí:
el 20 de diciembre externaba su preocupación por el hecho de que “en Irak hay
demasiadas armas fuera de control”, pero ocho días más tarde --sí, el 28 de
diciembre-- se reconfortaba pensando que los habitantes del país “nos ven (a
los españoles) como sangre de su sangre, me dicen que España es el mejor legado
del mundo árabe”, y opinaba que las fuerzas de ocupación de Madrid estaban allí
para “ayudar y estar al servicio” de los iraquíes. Es inútil: según todos los
indicios, esos mismos iraquíes le han arruinado a García Pérez, en forma
irreversible, el órgano que le habría permitido comprenderlos.
Finalmente, a García Pérez, a su familia, a la Guardia Civil
y al consternado gobierno de Madrid no les dará consuelo el recuerdo de los
muchos militares españoles que han corrido un destino trágico en tierras
lejanas; tampoco los reconfortarán las necesarias precisiones y distinciones
entre los casos entrañables de entrega a las causas de la emancipación y la
justicia (pienso en Francisco Xavier Mina, el insurgente navarro que combatió
el absolutismo en tierras mexicanas y fue fusilado en Pénjamo por los
realistas), y los ejemplos de vocación colonialista (ilustrados a la perfección
por el arrogante y estúpido general Manuel Fernández Silvestre, responsable de
la aniquilación de decenas de miles de sus hombres en El Rif por el caudillo
marroquí Mohamed Abd el-Krim). Creo que la Brigada Plus Ultra, en general, y el
comandante Gonzalo García Pérez, en particular, pertenecen más bien a la segunda
de esas vertientes. Pero esta consideración tampoco le servirá de nada a nadie,
ni siquiera a los españoles que morirán en tierras iraquíes en las semanas
próximas, y es una lástima.