Todo puesto de control fronterizo, toda garita aduanal, toda
caseta migratoria, marcan un fracaso de la sensatez y la decencia. El afán de
confinar a los humanos y sus productos en corrales --así sean corrales de
pasado glorioso y futuro brillante, dotados de escudo de armas, himno nacional
y moneda propia-- refleja una pulsión deleznable y contraria al desasosiego
bípedo que honra a la especie desde su formación. El carácter “defensivo” de
murallas, muros y fronteras es una mentira digna de los micos con garrote que
se casan con el poder (político, económico, espiritual, cultural, o el que
quieras) hasta que la muerte los separe, una coartada para controlar los
organismos, los espíritus y los actos de prójimos convertidos de súbito en
compatriotas. La partición territorial es especialmente ofensiva cuando opera
como válvula de saqueo en beneficio de un lado y perjuicio del otro. Las altas
murallas de la Unión Europea filtran hacia dentro gran cantidad de insumos y
mano de obra y permiten la salida, hacia el resto del mundo, de una mezcla
piadosa de basura y propósitos humanitarios. Las branquias de las naciones
orientales expelen hacia todos los puntos del planeta baratijas electrónicas y
turistas munidos de cámaras digitales de última generación, y aspiran montañas
de divisas que harían mucha falta en los rincones hambreados de África y
América Latina. Ariel Sharon propone a los palestinos que renuncien a su
aspiración de Estado propio y les ofrece, a cambio, un conjunto de jaulas
interconectadas para que pasen en ellas los últimos años de su agonía nacional.
La impermeabilidad de las fronteras internacionales a las
mercancías enemigas ha provocado muchas más guerras, y más cruentas, que las
nalgas míticas de la hermana de Pólux. Hasta los neoliberales, que son gente
obtusa, son capaces de percibir la inutilidad y la irracionalidad de fondo de
las bardas, y han pugnado por su derribo. Tal vez un día la especie humana sea
capaz de retribuirle al mundo su unidad esencial y la continuidad de sus
territorios. Mientras tanto, países y gobiernos seguirán empeñando el manejo de
sus límites nacionales en los regateos diplomáticos y económicos y en los
juegos de guerra. Los bordes de Estados Unidos son un hocico hipócrita que
habla pestes de los migrantes, pero que los mastica y deglute con fruición de
bulímico cuando nadie lo observa. Con este gobierno el país vecino ha agregado
varias hileras de dientes a su dentadura fronteriza con el propósito declarado
de impedir que se cuelen por ella los terroristas que pueblan las pesadillas
pediátricas del presidente, pero sin más objetivo real que fincar una muestra
de poder absoluto y humillar a los extraños en ritos de auscultación y
catalogación que parecen, más bien, formas sublimadas de inspeccionar y herrar
ganado. Un cancerbero del montón, dotado de credencial y bártulos de fichaje
electrónico, puede ahora torcer el destino de cualquier viajero, honesto o no,
que acuda al país del norte. Pero además Washington ha logrado acentuar en casi
todo el mundo los elementos de purgatorio consustanciales al aeropuerto, el
puerto y la frontera terrestre. El tradicional maltrato a los mexicanos a lo
largo del río Bravo se ha convertido en una agresión planetaria contra todos
los humanos que transitan de un país a otro, salvo si se trata de canadienses o
europeos occidentales.
Tienen toda la razón las autoridades brasileñas en crear un
registro policiaco con los ciudadanos de Estados Unidos que ingresan al
territorio del país sudamericano. No es que se lo merezcan, porque no lo merece
nadie, sino que tal vez sea la única forma de hacerle entender a la Casa Blanca
lo irritante que resulta su delirio persecutorio para quienes no somos
estadunidenses. Ojalá que otros países siguieran el ejemplo. Sería justo que,
en estricta reciprocidad, en todos los otros países del mundo se fichara a los
gringos hasta que éstos exigieran a su gobierno que deje de fichar al resto del
planeta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario