La Capitana es menuda y tiene la voz y
los rasgos suaves pero su risa es de una hondura inesperada. Bajo un
manto de tranquilidad y de inocencia hierven en ella los oficios, los
libros y la música. La Capitana borda, hace origami con vidrio, sabe de
agricultura y de comercio, y camina por los laberintos de la
maternidad con amor y con certeza, como si fueran una avenida recta y ancha; conoce los
secretos de la cetrería, entra y sale indemne de un escenario y
además, por supuesto, es capaz de navegar con rumbo de barlovento y de escamotear la embarcación a las
garras de la tormenta. En la cama,
por el contrario, sabe invocar tormentas y lluvias copiosas y hacer
que confluyan los ríos de dos cuerpos con recursos precisos de piel
y de ternura. En la vida ha sorteado los tiempos de aridez y los tiempos de peligro y sigue de pie o, mejor dicho, sigue caminando. Algunos pensarán que La Capitana es un personaje de
ficción, pero qué va: es una mujer de carne y hueso y en lo anotado aquí no hay nada de metafórico.
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